EL ARTE ANTE LA HERIDA COLONIAL
María Thereza Alves (Sao Paulo, 1961), artista, escritora y activista brasileña afincada en Berlín y criada en Nueva York -donde se trasladó su familia huyendo de la dictadura-, explica a este medio que el sentido de su carrera, o al menos la inspiración, lo encontró en la figura del creador de origen puertorriqueño Juan Sánchez, que pasó como ella por la escuela de arte Cooper Union de la capital cultural estadounidense. "Juan Sánchez creció en una favela del Bronx y, aunque vivía en Nueva York, hablaba sólo español, una realidad habitual en los guetos. Su maestro vio que era un gran artista y consiguió que lograra una beca de cuatro años para la escuela de arte, donde descubrieron que era analfabeto y estuvieron a punto de expulsarle porque no podía leer en inglés. Una profesora se comprometió a enseñarle y gracias a ella logró superar los estudios. Su trabajo combina una pintura muy bonita, graffiti y fotografía con el discurso político y el trabajo comunitario. Y esa ha sido mi obsesión: que el arte político no puede ser aburrido ni limitarse a denunciar, sino que debe crear belleza y aportar energía".
Alves, fundadora del Partido Verde brasileño y compañera de viaje de Lula da Silva en los albores del Partido de los Trabajadores, hoy en el poder, hace estas declaraciones junto a las chimeneas del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), que hasta el 31 de mayo acoge El largo camino a Xico (1991-2014), la primera cita museística de la artista en España, donde en 1992 realizó diversas performances para poner en cuestión los fastos que celebraban el quinto aniversario de lo que eufemísticamente se dio en llamar "el encuentro entre dos mundos".
Comisariada por el especialista y crítico de arte Pedro de Llano, la muestra del CAAC reúne 18 trabajos desde 1991 hasta la actualidad que ofrecen una panorámica amplia de la trayectoria de Alves y permiten establecer relaciones entre proyectos distintos de corte conceptual con un eje central, El retorno de un lago, obra que presentó por primera vez en la gran cita quinquenal del arte contemporáneo: la Documenta de Kassel. En esta instalación, que incorpora fotografías, maquetas y objetos prehispánicos, España tiene un rol particular porque su origen es la desecación de un lago a las afueras de México DF por parte de Iñigo Noriega Laso, un emigrante asturiano que prosperó como empresario y potentado a la sombra de Porfirio Díaz. Noriega, a quien su pueblo natal -Colombres- ha dedicado un museo donde se le reivindica como héroe local, se apropió de las tierras donde estaba uno de los pocos lagos que quedaban de la cuenca de la ciudad de México desde la llegada de Hernán Cortés y, al desecarlo para convertirlo en su hacienda, provocó, explica Alves, una catástrofe ecológica cuyas consecuencias llegan hasta hoy, cuando las aguas han vuelto a aflorar en lo que es una de las zonas suburbiales más pobladas de la metrópolis. "Tras la Revolución mexicana, las tierras de Noriega se devolvieron al pueblo, pero el daño estaba ya hecho", continúa Alves, cuya instalación reflexiona sobre las complejas relaciones entre el hombre y el medio ambiente a la vez que ofrece una revisión crítica de la historia colonial latinoamericana. Fotografías de los recientes habitantes de la zona ilustran su lucha por dignificar este territorio y hacerlo habitable en tanto que se recuerda la pervivencia de los mitos indígenas, como la serpiente emplumada que representa a Quetzalcóatl, "el dios de la música y la poesía, escondido bajo un volcán según la leyenda", precisa.
La lucha por visibilizar a los colectivos indígenas es otra constante de su trabajo, como prueban otras series que ocupan el CAAC. Así ocurre con su diccionario krenak-portugués/portugúes-krenak, denuncia del "exterminio lingüístico" que sufrió Brasil, "donde se hablaban miles de lenguas indígenas y hoy la única lengua oficial es europea, el portugés". O con su lírica pero también escalofriante instalación Semillas del cambio, donde intercala jardines flotantes con imágenes de los principales puertos europeos, como Bristol, donde ha rastreado la presencia de semillas de plantas americanas que llegaron entre el lastre que usaban los barcos esclavistas para no volcar porque, recuerda, "este comercio era tan rentable que los negreros preferían llevar esclavos a América y volver con lastre, en lugar de con mercancías, para hacer más rápido el viaje de vuelta".
Fuente: Diario de Sevilla