"Al presidente de Chile, Salvador Allende", de Rafael ALberti
No los creais.
Cubría su rostro la misma máscara.
La lealtad en la boca,
pero en la mano una bala.
Al fin, los mismos en Chile que en España.
Ya se acabó. Mas la muerte,
la muerte no acaba nada.
Mirad. Han matado a un hombre.
Ciega la mano que mata.
Cayó ayer. Pero su sangre
hoy ya mismo se levanta.
Roma, 13 de septiembre de 1973.
Este poema apareció en La opinión el 20 de septiembre, y unos días más tarde fue repartido en forma de pasquín por las calles de Madrid.
"ALLENDE", de Mario Benedetti.
Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques
para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama
porque el hombre de la paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando
para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa
una armada una hueste una brigada
tuvieron que creer que era otro ejército
pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques más rencores
más bombas más aviones más oprobios
porque el hombre del paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.
"Historia de una metralleta", de Fernando Lamberg
Un cubano llamado Fidel
viajó al extremo austral de América,
a un país de larga y estrecha geografía.
En su isla tropical había sido el vencedor de las batallas,
el hombre que llegó al poder por la violencia,
el tumbador de la tiranía.
Ahora era el huésped de un chileno llamado Salvador,
de un hombre que llegó al poder con el sufragio popular,
con el mandato que el pueblo le entregó,
con un mandato que juró defender hasta la muerte.
Y el cubano, el combatiente de los cañaverales,
regaló al chileno una metralleta,
un arma ofrecida al guardián de los códigos,
al protector de la Constitución,
al parlamentario, al director de asambleas y sesiones.
Los mandatarios se estrecharon las manos.
Salvador agradeció el obsequio.
- Una metralleta para usted, presidente.
- Sabré usarla, comandante.
Luego Fidel regresó a su isla.
En el sur la tormenta se avecinaba.
A la tierra chilena llegó el golpe de la infamia
apoyado en las alas imperiales.
Traidores nacionales y extranjeros
hicieron que el palacio de gobierno ardiera en llamas
mientras dentro moría un puñado de valientes.
El que mantuvo hasta el último momento el respeto de la ley, el que nunca permitió la injusticia de la fuerza
Tuvo que empuñar las armas.
¿Vale la pena defender los códigos
frente a la furia de los asesinos?
¿Es posible mantener la ley
ante las serpientes y las hienas?
Con la metralleta Salvador logró detener un tanque.
Los aviones volvían a pasar lanzando su carga siniestra. Después de combatir durante horas
el Presidente de la República de Chile,
el compañero Allende,
se alejó en un momento de los otros combatientes.
Conocía la maldad de los enemigos,
El siempre defendió la dignidad de su país y su persona.
No quiso que las águilas sedientas bebieran su sangre,
que los verdugos del Imperio quebraran sus huesos,
que lo hundieran en un sótano antes de envenenarlo.
Vivió por el pueblo y para el pueblo.
Este día moría por el pueblo y para el pueblo.
Moría sabiendo que mas allá de las balas,
más allá de la derrota momentánea y las heridas del odio
se abrirían las anchas alamedas.
Apoyó el canon de la metralleta contra su barbilla y disparó. Desde la isla tropical Fidel había llevado un regalo,
un arma que paso de héroe a héroe,
un arma para defender la paz del pueblo y su grandeza
y que ahora disparaba una ráfaga inmortal
sobre el corazón de América.
Fernando Lamberg, poeta chileno nacido en 1928, ganador del premio “Casa de las Américas” en 1973.