La tierra se nos estrecha es un recorrido por Cisjordania, por sus pueblos y ciudades, en el que se construye un retrato coral sobre la dignidad de un pueblo sometido a más de sesenta años de ocupación militar, violencia y represión.
La tierra se nos estrecha, dice el poeta. La tierra lleva estrechándose para los palestinos desde que a finales del SXIX, un movimiento llamado sionismo fue poco a poco calando entre los judíos dispersos por la geografía europea primero, mundial después.
Intereses geopolíticos de las grandes potencias, tanto “aliadas” como “enemigas” no mostraron pudor alguno en valerse del sufrimiento ocasionado a los judíos, terriblemente agudizado durante el Holocausto, para hacer realidad el sueño sionista: la creación de un Estado judío en Palestina.
La arrogancia ontológica del sionismo se atrevió a afirmar que el pueblo palestino no existía. Y si algo parecido a un pueblo o a una nación existía en Palestina, era algo que tanto el dios judío, como las potencias europeas y estadounidenses consentían aniquilar.
Han transcurrido 67 años desde la Nakba o catástrofe palestina y la creación del Estado judío de Israel. El memoricidio está en marcha. Pero son tres generaciones de palestinos vivos los que nos recuerdan que se consiguió crear el Estado judío, pero no se logró aniquilar a un pueblo.
Este documental muestra la vida de ese pueblo, los y las palestinas.
Muestra la vida bajo la ocupación militar israelí en Cisjordania. La existencia de un pueblo que se resiste a ser borrado del mapa. La lucha cotidiana frente a la humillación perpetua.
Y lo muestra desde la mirada militante y a la vez asombrada del viajero que se aproxima por primera vez a Palestina y que quiere ser no sólo testigo, sino altavoz de ese grito de dignidad de un pueblo. No se posa en dirigentes ni en políticos ni en organismos ni en siglas, sino en gente corriente que con su día a día en esta guerra de supervivencia desafía el grave error fundacional de Israel.
Así, la mirada se posa en los ancianos que vivieron en 1948 la Nakba, y rememoran lo que supuso aquella desposesión traumática.
Se posa en las personas que conviven a día de hoy con la invasión de los colonos y tras ellos, de los soldados, que a golpe de Muro y Checkpoints corrigen ilegalmente las fronteras.
El documental estremece con las palabras de niñas y niños crecidos durante la Segunda Intifada pues su relato inocente acerca de la violencia extrema y asimétrica, la hace aún más injustificable.
Muestra la no aleatoriedad de la política expansionista de los asentamientos israelíes, situados estratégicamente en las zonas más fértiles de Cisjordania, como el Valle del Jordán.
Acuíferos sobreexplotados para la boyante industria agrícola israelí en los territorios ocupados, mientras las casas de los palestinos son literalmente derribadas y se ven privados de los más básicos derechos, como el agua.
Esta es la Palestina que conocimos y la que queremos compartir. Un retrato coral, parcial y en construcción, pues cada uno de los y las palestinas tendrían un papel protagonista en esta historia. Todos no cupieron: el drama de los refugiados en otros países, Jerusalem y los palestinos de Israel, los beduinos del Neguev, la resistencia armada…
Un hilo conductor hilvana todas sus historias: la inquebrantable voluntad de permanecer. O como diría Darwix.
Historias
Acre-Jenin: La Nakba nace en el mar
El 15 de Mayo los árabes de todo el mundo recuerdan la Nakba, la catástrofe que supuso que más de 700.000 palestinos tuvieran que huir de sus tierras arrancados de sus casas. Ese día se celebra la memoria de la dispersión, entre los que tuvieron que huir y refugiarse, y los que fueron integrados en el Estado de Israel.
Hoy en día el Estado de Israel sigue ocupando, quemando y borrando Palestina. Mientras la industria del proceso de paz vuelve a producir una cortina de humo tras la que la colonización y el apartheid siguen avanzando, la Nakba continúa. La ocupación se desarrolla como un rizoma interminable en cada aspecto de la vida de los palestinos de dentro y fuera de Israel.
Y la Nakba se hereda de generación en generación, como nos cuentan Mustafá y su abuela Nasra. Tres generaciones marcadas por el asesinato, el exilio y el no poder regresar a sus casas. La Nakba es el recuerdo del bulldozer demoliendo hasta el techo del cielo, como diría Mahmoud Darwix. La Nakba es Jenin 2002, Jerusalén oriental o el desierto del Neguev.
La tierra se nos estrecha, es un recorrido por Cisjordania, por sus pueblos y ciudades, en el que se construye un retrato coral sobre la dignidad de un pueblo sometido a más de sesenta años de ocupación militar, violencia y represión.
“Estas manos plantaron los olivos. Ahora son árboles grandes. Ellos se comen las aceitunas“
Arroub: Campo de Refugiados
En 1950, la Ley de Propiedad Ausente decretada por el Estado de Israel declaró abandonada la tierra cuyos propietarios se hubiesen ausentado un sólo día desde noviembre del 47. Anteriormente, en diciembre de 1948, la Asamblea General de Naciones Unidas reconocía el derecho de los refugiados palestinos expulsados en la guerra del 48 a volver a sus hogares. A pesar de ser un derecho reconocido por la jurisprudencia internacional, mientras Israel no acceda a repatriar a los refugiados, todo intento de resolver el conflicto está abocado al fracaso, tal y como quedó claro tras los Acuerdos de Oslo de 2000.
Esta historia es el relato todavía vivo de una memoria que se niega a desaparecer. El campo de refugiados de Arroub, en los alrededores de Belén, aunque podría ser cualquier otro. 65 años sin poder regresar a sus casas. Una memoria que transita a diario entre una limpieza étnica en la que fueron destruidos quinientos pueblos y once barrios urbanos palestinos y el derecho doloroso a seguir soñando con volver a sus casas.
“Volveremos. Quieran o no. Alá lo sabe”
Qualquilia: El Hombre del Muro
A lo largo de los Territorios Ocupados Palestinos existen cientos de obstáculos a la libertad de movimiento de los palestinos. Checkpoints, carreteras cortadas, verjas, muros… La mayor parte de estos escollos, incluyendo los checkpoints permanentes de mayor envergadura, no están situados en la linea verde del 67, sino que restringen la libre circulación en el interior del territorio palestino reconocido. Y como hito fundamental en esta geografía de la ocupación y sus mecanismos de control, el Muro: alambre de espinos, zanjas, torres para francotiradores, vallas electrificadas, carreteras de uso militar, vigilancia electrónica, zonas de exclusión. Y un gobierno israelí que responde con más colonias, más apartheid, más violencia y represión a todo intento negociador.
Esta es la historia de Hani Amer, campesino natural de Massha, un pequeño pueblo en los alrededores de Qualquilia. Una familia marcada por la presencia del muro, que les ha despojado de sus tierras de cultivo y les ha obligado a vivir rodeados por un asentamiento de colonos judíos.
“Fue mi abuelo quien vivió la Nakba, pero ha sido una herencia impuesta, de generación en generación, hasta nuestros días"
Hebrón: Prisioneros en nuestras casas
Ben Gurion, que llegó a decir en vísperas de la invasión del 48: “una casa destruida no es nada. Destruid un barrio y empezaréis a producir alguna impresión”. Como si de una pesadilla macabra se tratase, Hebrón, y en concreto el barrio de Tel Rumeida, son hoy la reencarnación de este espíritu devastador. Calles vacías, casas abandonadas y fantasmas que deambulan por entre calles desiertas. Aquí se encuentra la histórica calle Shuhada, arteria principal de Hebrón que en un pasado no muy lejano fue el eje principal de uno de los zocos más activos y de mayor vitalidad de toda Palestina. Hoy imperan la decadencia y el abandono.
A partir de la guerra de los Seis Días Hebrón ha sufrido un sistemático proceso de aislamiento y bloqueo que ha enjaulado la ciudad entre barrotes, rejas, barricadas de alambre de púas, muros y checkpoints. Un implacable castigo colectivo que se trasforma casi en una cadena perpetua.
La historia de Hassan Hazze, habitante del barrio de Tel Rumeida, es la misma que la de cualquiera de sus vecinos. Con la única salvedad de que él se atreve a contarla a pesar de las represalias que esto pueda tener.
“Somos más que prisioneros en nuestras casas. Vivimos en una gran cárcel”
Bil’in: Mujeres de la Resistencia
Bi’lin es un pequeño pueblo a 25 km de Rammallah, la capital de Cisjordania. En abril de 2005 un pequeño grupo de habitantes organizaron el Comité de Resistencia Popular, organizando semanalmente protestas contra la expansión de la colonia israelí de Modi’in Illit, que en su “crecimiento natural” (como suelen denominar los lideres israelíes a la expansión de los asentamientos) necesitaba de una valla que la protegiese de las localidades palestinas cercanas. Dicha valla de seguridad confiscaba de facto el 60% de las tierras de cultivo de esta pequeña localidad eminentemente agrícola.
Los primeros días, los habitantes de Bil´in se manifestaban solos. Docenas de personas resultaban heridas y detenidas. Poco a poco empezó a sumarse más gente a las manifestaciones, y el modelo de resistencia pacífica contra el Muro comenzó a replicarse a lo largo de toda Cisjordania.
La historia de Amal Alkhateeb y de Najah Samara es la misma que la de otras muchas mujeres de Bil’in, que al ver a sus hijos golpeados, detenidos y torturados, no pueden hacer otra cosa que “salir a luchar todas las semanas”.
“Nuestra causa es justa, pero Israel sigue impune, nunca se expone a ser sancionado”
Nablus: Voces de la Intifada
El 28 de septiembre de 2000 Ariel Sharon visitó protegido con una escolta formidable de más de 1000 policías la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén. Quería ser un gesto de demostración de la soberanía judía en Jerusalén Este. Al día siguiente explotó la segunda Intifada, un alzamiento popular marcado por la imagen de niños lanzando pedradas a los tanques israelíes y por las muertes de civiles desarmados.
Durante la II Intifada, más de 600 niños palestinos murieron asesinados por el ejército israelí o por colonos judíos. 1500 críticamente heridos quedaron discapacitados de por vida. Muchos de estos casos se dieron en Nablus, ciudad especialmente castigada por ser considerada cuna de suicidas. A día de hoy, Nablus mantiene viva la memoria de la Intifada. Restos de bombardeos, edificios derribados, fotos de mártires que componen el paisaje de la ciudad más bonita de Palestina. Y el relato de estos niños, que hablan de dolor y violencia como algo cotidiano.
“Los soldados israelíes son inhumanos. Lo digo porque lo veo cada día”
Valle del Jordán: Sobrevivir en la Zona C
El Valle del Jordán o valle palestino es una de las zonas más ricas de Palestina en cuanto a recursos naturales. Una zona fértil, con una gran cantidad de acuíferos que garantizarían una vida tranquila para sus pobladores. Sin embargo, en 1967, después de la ocupación total de Cisjordania y la Franja de Gaza, Israel declaró de su propiedad todos los recursos hídricos, lo que implica que los palestinos tienen que obtener una licencia del ejército israelí antes de desarrollar cualquier infraestructura hídrica en su propia tierra.
Desde el año 1982, el control de todos los recursos hídricos de los palestinos paso a manos de la nueva autoridad israelí del agua, la Mekorot, que antes de tomar cualquier decisión eleva las consultas a los planificadores militares del país. El agua es, como vemos, una cuestión de seguridad nacional en Israel, y uno de los objetivos más importantes de la planificación sionista.
“Nosotros los palestinos no podemos combatir la ocupación de manera convencional, en una guerra cara a cara. En el valle nuestra guerra es otra, una guerra de existencia”.
Fuente: palestina.org