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"LOS OFENDIDOS", UN DOCUMENTAL SALVADOREÑO QUE EXPLORA LA RELACIÓN ENTRE MEMORIA E IMPUNIDAD

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Título original Los ofendidos
Año 2016
Duración 82 min.
País El Salvador
Dirección Marcela Zamora
Guion Marcela Zamora
Fotografía Alvaro Rodriguez
Sinopsis Este documental pone el foco en la necesidad de reconstruir la memoria histórica a través de testimonios que dan cuenta de los crímenes perpetrados en la guerra civil de El Salvador durante los años 80.

El general David Munguía Payés, ministro de Defensa de El Salvador, entra en la sala.

Allí lo esperan Marcela Zamora y el equipo técnico del documental Los ofendidos, estrenado este jueves en México, en el Festival de documental iberoamericano de la memoria en Morelos.

Con su aire de despiste continuo y falsa tartamudez, el militar se sienta en el borde de un sillón de cuero. Parece tenso. Lleva puesto un uniforme verde de combate. Nadie se camufla una mañana de martes para una entrevista a menos que el disfraz sea el mensaje.

Zamora pone frente a él el “Libro amarillo”, un documento elaborado por el Estado mayor militar y la policía nacional en 1987, en plena guerra civil salvadoreña, y lo deja hablar.

Munguía Payés dice: “Ese libro se comienza a elaborar identificando a aquellas personas que eran consideradas comunistas y dañinas al régimen, las cuales deberían ser capturadas y en algunos casos hasta eliminadas. Yo ni me daba cuenta, andábamos en el terreno, entrábamos y salíamos(…). Lo que estaba sucediendo en la retaguardia no lo sabíamos. No sé cuál es el punto sobre ese libro”.

Zamora lo interrumpe: “¿Le digo cuál es?”.

Munguía Payés titubea. “Para mí no es tanto que haya listas de nombres”, dice, “sino si en realidad se cometieron errores, si algunas de esas personas se persiguieron para ser eliminadas”.

Zamora estalla con esa suavidad firme, sin agresión, que imprime su sello de narradora y, a la vez, de reportera a los documentales que dirige: “El tercer nombre de este libro es Rubén Ignacio Zamora Rivas, mi papá. Lo capturó la policía y lo torturaron durante 33 días”, le dice.

Munguía Payés tartamudea su respuesta después de un silencio incómodo: “Es un episodio muy triste en el marco de la guerra, seguro se dieron esas cosas y cosas peores”.

Es habitual que alguien filme un documental para dialogar con su padre.

Lo es, también, que esa conversación íntima, familiar, privada por definición, una vez proyectada sobre una pantalla, se eleve a la categoría de cuestionamiento generacional. Que sirva para que una hija entienda las decisiones que tomó su padre, especialmente si el padre es uno de los actores principales de la historia del país.

Lo que es menos habitual es que ese diálogo no se base en el conflicto padre-hija y muestre, en cambio, un acuerdo —rápido y del que no estamos acostumbrados a ser testigos— entre ambos, entre las mentes lúcidas de dos generaciones.

Zamora deja que su padre se explique. Llora escuchándolo leer un poema de Roque Dalton. Zamora admira a su padre y su documental trasluce ese amor. Como el que le tiene a cada una de las otras tres víctimas de la tortura, a las que muestra con una empatía tal que no se ahorra en la edición de audio los ruidos ahogados de la emoción que le provoca rememorar la barbarie, por ejemplo, con el médico torturado Juan Romagoza.

La guerra civil de El Salvador fue, como todas las guerras civiles, un espacio para la tortura y la represión. Un partido sangriento que además terminó en empate y amnistía, imposición de olvido e impunidad.

El padre de Marcela Zamora, Rubén, fue líder político de la insurgencia salvadoreña durante la guerra. Y regresó tras varios años de exilio obligado para ser uno de los gestores de los acuerdos de paz. Hizo política. Fue, también, el primer candidato a la presidencia por la izquierda en la posguerra. Aceptó una primera amnistía que no dejaba impunidad y no aceptó la segunda, la que dejó a las víctimas abandonadas, imposibilitadas de acceder a la justicia. Las dejó olvidadas, silenciadas, ofendidas.

Hay víctimas que son un país. Zamora las retrata y su padre las explica sin rabia, porque las entiende. Porque fue víctima. “Lo que tenemos es una amnistía que es inconstitucional, porque amnistías absolutas por delitos de lesa humanidad no existen. Lo que el país necesita es la verdad. Para poder reconciliarse es necesario saber cuál es la verdad, que se reconozcan los hechos para poder perdonarlos”, dice Rubén Zamora, enfrentado en la pantalla —a través del montaje que hace su hija— con la figura de Carlos Eugenio Vides Casanova, jefe máximo de la represión durante la guerra, deportado de los Estados Unidos a El Salvador en abril de 2015, y todavía impune por sus crímenes.

Marcela Zamora hace periodismo documental. Crónica visual de largo aliento. Indaga el pasado para hablar del presente.

Su cámara fue una de las primeras que siguió, en María en tierra de nadie, el viaje de las centroamericanas rumbo a Estados Unidos. Son las víctimas indirectas de la guerra civil y la represión que su nueva película detalla. Es el viaje de quienes dejan a sus hijos solos para buscar un futuro y los entregan, sin querer, a las pandillas que ahora asedian, extorsionan y asesinan a la población.

También denunció la esclavitud en Las muchachas, en el que contó la historia de la mujeres que llegan a la ciudad escapando de la guerra y la pobreza en sus pueblos y, por obligación y supervivencia, también dejan a sus hijos solos y sin oportunidades.

Mostró también que el país es un Cuarto de los huesos salpicado de fosas comunes que llevan abriéndose desde hace más de tres décadas, y en las que los pandilleros no dejan de arrojar cadáveres; o, remontándose al pasado, ha detallado masacres como Las Aradas, que el Estado ya cometía en los años ochenta del siglo pasado.

Su obra recorre la historia de su país desde que nació. Y además, marca una ruta.

Los ofendidos”, dice Zamora, “debe ser un documental para reflexionar sobre la verdad”.

“Para poder perdonar hay que saber a quién perdonar”, agrega. Los torturados y torturadas que entrevista Zamora, lejos de pedir venganza, piden la verdad. Apegada a ciertas reglas de la profesión periodística, Zamora no quiere decirlo en voz alta porque no dice nada en voz alta, pero Los ofendidos no es nada más ni menos que el aporte del género documental a la estocada final contra la impunidad que carcome su país.

Fuente: The New York Times en español

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