El poema, incluido en la obra Poeta en Nueva York, recoge las
impresiones que el poeta acumuló durante su viaje a Estados Unidos en
1929. Lorca muestra la ciudad en toda su crudeza, con sus contrastes
sociales y económicos, con sus problemas raciales y de clase que azotan
de forma potente el lugar tras la crisis de Wall Street y sus
consecuencias que inicia el periodo de la Gran Depresión.
GRITO HACIA ROMA
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
Este poema de García Lorca nos muestra Nueva York como la gran ciudad que es, con sus claroscuros, referidos a las diferencias sociales, raciales y económicas y, al mismo tiempo, la riqueza que disfrutan únicamente unos pocos privilegiados. Las puntas de los rascacielos destacan sobre los edificios de las calles, las manzanas. Las personas han dejado de creer en Dios, quien sana las heridas del alma. La muerte ha dejado de ser algo importante, un ritual, para pasar a ser algo que no significa nada. La industrialización acaba con la infancia y la usa como mano de obra.
La muerte anida más que nunca, pero la fe se ha perdido. La gente que sufre y no tiene nada, prefiere morir. Estamos en el crack del 29. El poeta ataca y desea la muerte de aquellos que sólo buscan lo material, de los que no le importan las demás personas y que sólo buscan la riqueza.
El rico no piensa en el sufrimiento, no tiene en consideración la fe, el compartir y solo ve lo material. La elección del superficial implica la ceguera hacia el dolor, el sufrimiento, la necesidad de los demás. La realidad barre la ilusión, la ensoñación de que un futuro para las nuevas generaciones pueda ser mejor.
Todo se queda en lo superficial y no en la realidad. El amor queda desterrado a un lado. Para el poeta, el amor de verdad, el del ser humano real, está en los que menos tienen y siguen juntos a pesar del hambre y la muerte, la falta de trabajo y la desesperanza. Siempre habrá alguno que luche, que buscara la unión de los que menos tienen para buscar un futuro mejor, hasta que lo compren con dinero, hasta que se corrompa.
Los negros son en su mayoría empleados de hogar o trabajan en la hostelería. Únicamente podrán ser meritorios, como ocurría con la mayoría de los que aspiraban a ser actores. Las nuevas ricas se ocupan y se preocupan únicamente del bullicio de las fiestas y espectáculos. Sin embargo, para todos los oprimidos de Nueva York llegará un momento en que se levanten y reclamen que existen. Este grito hará temer a todos. Las personas buscan algo que decir. Todos tienen derecho a tener algo porque es lo natural y por qué, además, hay para todos.