El arte de lo imposible: el comunismo ficticio de Nanni Moretti
La belleza es la suspensión de lo inevitable,
de lo necesario, de lo que nos aplasta. El comunismo podría haber sido
otra cosa, es decir, ‘podría aún serlo’. Eso nos dice la última película
del director italiano, una chaladura maravillosa
“El cine no es el reflejo de la realidad sino la realidad del reflejo”
(Jean-Luc Godard)
En medio del apocalipsis climático y de la guerra permanente, de la crisis económica y la debacle de la izquierda, la última película de Nanni Moretti nos habla de felicidad pública, de vida colectiva y del comunismo como Sol del futuro. ¿Cómo es posible, con la que está cayendo? ¿Está chalado Nanni Moretti?
Corregir la Historia
Van spoilers. Un poco al estilo de Tarantino, en su film Nanni Moretti corrige la Historia: alentado por la rebelión de una pequeña agrupación de barrio, el Partido Comunista Italiano rompe con la URSS y condena el aplastamiento de la revuelta húngara de 1956, manteniendo así la dignidad y la llama del comunismo originario. La promesa de una felicidad colectiva en este mundo, sostenida sobre una justicia y una igualdad reales.
Nada de esto ocurrió verdaderamente. La dirigencia del PCI se alineó
con el PCUS, tildó la insurrección húngara de “contrarrevolucionaria” y
su líder Togliatti llegó a escribir: “Se está con la propia parte
incluso cuando se equivoca”. Fue un punto de quiebre en el comunismo
internacional: los tanques soviéticos sofocaban la revuelta de los
trabajadores húngaros ¡organizados en soviets!
¿Cómo entender el gesto? ¿Se trata de una falsificación histórica, la frivolidad juguetona de autor endiosado, pura y simple nostalgia por lo que pudo ser y no fue? ¿Cuál es la naturaleza de la chaladura de Nanni Moretti?
La eficacia política del arte
Según la teoría estética del filósofo alemán Herbert Marcuse, el arte y la ficción no se limitan a reflejar lo dado, a representar la realidad, sino que la transfiguran y trascienden.
El arte es la “fantasía infantil tomando forma”, el resto que quedó por fuera de la instalación del principio de realidad y juega ahora con la materia del mundo. De ahí la naturaleza siempre ambivalente de la “fuerza de ilusión” del arte: es tanto compensación y consolación por la miseria de la vida que llevamos, como protesta contra ella y subversión.
La verdad de la ficción –y su potencia política– no consiste por
tanto en “reflejar bien” la realidad, en representar fielmente la maldad
del poder y la bondad de los oprimidos, en transmitir tal o cual
ideología correcta contra las ideologías falsas.
Esta concepción sigue siendo dominante. Juzgamos que una obra –canción o película, performance o fotografía– es política si critica o denuncia, si revela y muestra. Lo político en el arte se considera un tema, un mensaje o un contenido y la forma puro medio o canal. La “posición de clase” del autor o la autora aparece como una condición determinante para juzgar en qué bando está la obra.
Pero si nos tomamos en serio que el arte y la ficción no reflejan la realidad, desplazamos la mirada: el potencial emancipador de la obra reside en la forma estética misma. En la organización de sus materiales, en su ritmo, en su estilo. No sólo “lo que dice”, sino cómo lo dice. No de lo que nos informa, sino lo que da a ver y sentir, lo que permite desear e imaginar.
¿Cuál es el efecto político de la forma estética? La capacidad de suspender los modos de ver y sentir dominantes, de proponer nuevos objetos y nuevas conexiones entre ellos, de transportarnos a otro mundo de sensibilidad. No la contrainformación, sino otra apertura al mundo. La redefinición de la realidad.
Esta eficacia, dice Marcuse, es “mediada, huidiza e indirecta”. ¿Qué significa eso? Frente a la propaganda en cualquiera de sus formas, que pretende siempre incrustarse de modo inmediato y directo en la cabeza del espectador, el verdadero arte extraña e interrumpe, abre un espacio de libertad para el receptor, su efecto no se deja anticipar, programar o calcular de antemano.
El arte no cambia la realidad, puede en todo caso cambiar a los que la cambian. Por eso cuando alguien le dice a Moretti en la película que su obra es subversiva, él sólo responde subido a su patinete: “Venga, no exageres”.
Las potencialidades de la historia
“Lo que ha sido establecido por la ciencia puede ser modificado por el recuerdo. El recuerdo puede hacer de lo incumplido (la felicidad) algo cumplido y de lo cumplido (el dolor) algo incumplido”
(Walter Benjamin)
El arte y la ficción no son fieles a lo dado, sino a lo que podría ser. No a lo que hay que ver y sentir, sino a lo que podría verse y sentirse. A las potencias, los potenciales, las potencialidades. No a la historia necesaria, sino a la posible.
La ficción de Moretti suspende la inevitabilidad de lo que fue y es. La historia se vuelve contingente y no necesaria. Podría haber sido de otro modo. Esto no es ninguna “bella mentira”, sino una comprensión profunda del hecho histórico.
La verdad “ficticia” de Moretti contra la verdad “literal” de la
Historia: el comunismo podría haber sido esta vida colectiva, esta
fiesta de los sentidos, esta reunión de lo cotidiano y lo circense de
que gozamos en su película. Un comunismo que se baila y se canta,
protagonizado por los “cualquiera” como agentes de la historia.
Una promesa de felicidad. No la felicidad obligatoria del totalitarismo, el borrado de la individualidad en favor de la masa homogénea o el sueño de un ser humano angelical. Los personajes de Moretti –empezando por él mismo– son neuróticos, excesivos, fracasan sentimentalmente. Pero las existencias individuales se bañan en un clima distinto, un principio de esperanza, un sol de futuro. Es lo que hoy nos falta tanto.
Incluso Togliatti aparece transfigurado en la escena final de la película, con su rostro feliz e iluminado al haberse liberado del terrible peso de la necesidad histórica, del así es y ha de ser, del right or wrong, my party.
El cine se vuelve custodio de los mundos posibles sacrificados para que el mundo sea lo que es. Hace memoria de lo que no existió.
Y poco importa si Moretti puede presentar certificado de “clase proletaria”, como piden las miradas policiales que pretenden clavarnos en nuestras condiciones de origen, de pertenencia, de partida. El ser humano es esta apertura, esta potencialidad de trascender lo dado, esta invitación a ir más allá. La gran ficción desborda siempre su contexto inmediato.
La belleza es la suspensión de lo inevitable, de lo necesario, de lo que nos aplasta. Afirmación de lo posible, de lo libre, de lo abierto. El comunismo podría haber sido otra cosa, es decir, podría aún serlo. Eso nos dice esta chaladura maravillosa de Nanni Moretti.
Amador Fernández Savater. Fuente: CTXT
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