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"ESCARDADORAS", DE LAUREANO BARRAL

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Escardadoras
Laureano Barrau Buñol
1891
Óleo sobre lienzo
160,5 x 188 cm
Museo del Prado 

La obra muestra a unas mujeres en plena faena agrícola, mientras se afanan en sacar, con sus manos y la ayuda de una azada, las malas hierbas (o cardos) que han nacido semanas después de la siembra. Tras haberse formado en Roma y París y haber concurrido a diferentes exposiciones con sendas pinturas de historia, Barrau decidió instalarse en 1891 en Olot (Gerona), donde permaneció un par de años. Esta ciudad se estaba convirtiendo en un importante centro productor de imaginería religiosa en serie y aglutinaba para entonces a diferentes paisajistas catalanes, agrupados dentro de la escuela de Olot, que desarrollaron una particular visión de la naturaleza, de carácter melancólico. El sentido pictórico de este cuadro, con una entonación apagada y verdosa, y el tratamiento y profundidad del paisaje, con un efecto vaporoso del segundo término -donde otros campesinos se dedican a diversas tareas-, desvelan la relación del artista con aquellos presupuestos estéticos. A ello se suma la propia forma de interpretar el asunto, como una imagen plácida ajena a cualquier cuestionamiento reflexivo sobre la dureza del trabajo en el campo o sobre la abnegación cotidiana que marca la vida de estas campesinas.

No obstante, la crítica contemporánea señaló únicamente la relación de esta obra con la pintura francesa hasta el punto de criticar su dependencia de modelos extranjeros. En efecto, como se ha señalado, la obra recuerda a Les sarcleuses (Nueva York, Metropolitan Museum), que Jules Breton pintó en 1860. Es cierto que el argumento es similar, pero, sin embargo, la interpretación de Barrau difiere de forma notable de este cuadro y de gran parte de la obra de este pintor y de otros franceses que trabajaron este mismo tipo de temas. Barrau decide concentrar la escena en tan solo dos mujeres -frente a las seis de Breton- y eleva, además, la línea del horizonte, lo que enfatiza el protagonismo de los campos de labranza. También, frente a los contrastes lumínicos de los pintores franceses -que frecuentemente ambientaron estas escenas durante el atardecer o la puesta del sol- Barrau prefiere la entonación grisácea de un día nublado, que difumina de una forma muy tenue los últimos términos, donde el horizonte parece confundirse con la fina neblina. Por tanto, aunque es ineludible la relación con el realismo francés -y quizá por eso la recepción crítica de la obra en el Salón de 1892 fue tan positiva-, Barrau tuvo en cuenta también las prácticas de la escuela de Olot.

Esta fue, por otro lado, la primera de una serie de pinturas centradas en el trabajo de los campesinos que el artista realizó durante esta última década de siglo, en las cuales volvería a incluir a sus personajes en paisajes de horizontes muy elevados, sin apenas celajes y con un tratamiento similar de la vegetación 

(Martínez Plaza, Pedro J., en Barón, Javier, Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910), Museo Nacional del Prado, 2024).


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