Luca es un periodista de la Gazzetta di Bologna (diario de centro derecha) que el 20 de julio de 2001 decide acudir para ver con sus propios ojos lo que está ocurriendo en Génova, donde han matado a Carlo Giuliani. Alma es una anarquista alemana que ha participado en los enfrentamientos, y con Marco (del grupo de los organizadores locales del Social Forum) está buscando a los “dispersados” del grupo. Nick es un ejecutivo francés que ha acudido a Génova para asistir al seminario de la economista Susan George. Anselmo es un anciano militante sindical que ha participado en el desfile pacífico contra el G8. Bea y Ralf están de paso pero buscan un lugar donde dormir, antes de seguir viaje…Max es un oficial de la policía que ha tomado la decisión de no participar en la carga, para evitar una tragedia. Todos ellos, y muchos otros, se encontraban aquella noche dentro de la Escuela Díaz “donde la policía desencadenó un infierno”…
El 22 de julio de 2001, último día de la reunión del G8 en Génova (*), poco antes de medianoche, más de 300 policías asaltaron la Escuela Díaz, donde dormían algunos de los militantes anti-globalización que asistían a los actos paralelos a la cumbre, y donde estaba instalado el “centro de prensa” del Foro Social alternativo.
Dentro de la escuela se encontraban en aquel momento 90 activistas, la mayoría estudiantes procedentes de distintos países europeos – “convencidos de poder construir un mundo mejor que el que han heredado”-y un grupo de periodistas extranjeros, disponiéndose a pasar la noche. A la vista de la policía, todos levantaron las manos en señal de rendición. Impertérritos, los miembros de “las fuerzas del orden” actuaron con una violencia calculada y frenética, golpeando indiscriminadamente a jóvenes y mayores, hombres y mujeres, dando lugar a escenas de sadismo y a episodios de auténtica tortura y ensañamiento.
Dos días antes, en los enfrentamientos, la policía había matado a un joven. El mártir del G8 de Génova se llamaba Carlo Giuliani y tenía 23 años. Era estudiante de Historia y habría hecho el servicio civil en Amnistía Internacional; también había tenido problemas por adicción, había pasado un tiempo en una clínica y cuando murió llevaba dos semanas inscrito como voluntario en la Asociación Nacional de Lucha contra el Sida.
La película Díaz, no limpiéis esta sangre, estrenada en España el 30 de noviembre de 2012, dirigida por Daniele Vicari, reconstruye los hechos desde el punto de vista de la policía, los manifestantes, las víctimas y los periodistas que se vieron atrapados en la tragedia.
Al final de la noche había 93 detenidos, muchos de los cuales fueron torturados y violentados en el cuartel-prisión de Bolzaneto, y 87 heridos, entre ellos uno en coma. Sus declaraciones dieron origen al proceso de 29 policías, 27 de los cuales fueron condenados por lesiones, falsedad y calumnia (algunos acumularon varias condenas), aunque la mayoría de los delitos habían prescrito en el momento de la sentencia de casación, el 14 de julio de 2011. Como el código penal italiano no contempla el delito de tortura, 44 de las condenas dictadas fueron por “abuso de autoridad contra detenidos y violencia”. El 2 de octubre de 2012 se hicieron públicas “las motivaciones de la sentencia de casación”: los jueces escribieron que la conducta violenta de la policía en la irrupción en la Escuela Díaz “desacreditaron a la nación a los ojos del mundo entero”. Además, los jueces mencionan que los imputados construyeron “conscientemente un falso marco acusatorio en perjuicio de los detenidos”.
Díaz, no limpiéis esta sangre es una película coral, polifónica, sin “estrellas, un docufilm, docudrama, de una noche que algunos consideran “para olvidar” y otros piensan que hay que recordar, para que no vuelva a repetirse nunca… Una obra cinematográfica de denuncia social, “hasta el punto de parecer el apéndice natural de un telediario”.
No hay duda de que las secuencias que muestran la violentísima actuación policial en la escuela Díaz y las torturas en el cuartel de Bolzaneto “hacen visible, por primera vez, lo ocurrido aquella noche”, como escribía Angel Mastrandea en el diario de la izquierda Il manifestó, coincidiendo con el estreno de la película en Italia, la primavera pasada. Un mérito que le reconoce el resto de la crítica del país porque “es muy fuerte el peligro del olvido y hay un empeño ‘oficial’ que lleva once años intentando borrar aquellos hechos de la memoria colectiva”. Incluso aunque, según algunos críticos, la película se salga a veces de la “estricta verdad procesal”, no haya dedicado el tiempo ni el espacio suficientes al asesinato de Carlo Giuliani y no diga una palabra “sobre el papel de dos enfermeros que tuvieron que abandonar la administración penitenciaria por denunciar las torturas de Bolzaneto”, ni sobre el final de la carrera del oficial de policía, apellidado Andreassi, que se negó a participar en la masacre de la escuela, que acabó aquella misma noche, “hechos todos ampliamente documentados”.
Tampoco se habla del papel de los políticos de la época, “tan solo al final se menciona a Berlusconi aunque no la visita que el ministro de Justicia, Roberto Castelli, hizo al cuartel de Bolzaneto aquella noche”. “Yo- dice Daniele Vicari al periodista Federico Gironi en Comingson.it- soy cineasta, no político. Para mi, lo fundamental es hacer películas que tengan sentido y estén dignamente elaboradas desde el punto de vista cinematográfico. Por eso, mi película no sigue los pasos clásicos del cine político italiano, sino los hechos procesales, elaborados de manera personal. Por eso también la acción dramática de la película se estructura sobre la historia, y no sobre la ideología que la preside”.
Eso es algo a tener en cuenta: antes que un panfleto, Díaz es una película, pero es también una película militante y un alegato a favor del respeto a las reglas de la convivencia democrática Y también es un testimonio del horror que a veces impregna la realidad. Aunque no todo el mundo haya encontrado en ella exactamente lo que esperaba.
“No limpiéis esta sangre” es el mensaje que la activista Alma deja escrito en un pedazo de papel de estraza que recoge del suelo, sujeto con cinta adhesiva a una de las paredes pringosa de churretes. Sangre como la de Génova -o la de las celdas de la ESMA argentina y los calabozos iraníes- no hay que limpiarla nunca. Tiene que servir de herramienta para la memoria.
Mientras, a puerta cerrada y con un despliegue policial de “seguridad” nunca conocido hasta entonces, los ocho grandes decidían el futuro del resto de la humanidad, en la calle los movimientos anti-globalización y altermundistas se manifestaban en sesión continua y respondían a la brutalidad policial –también inédita hasta entonces-, lo que acabó generando graves enfrentamientos que culminaron en la muerte del joven Carlo Giuliani.
Posteriormente, el estado italiano fue objeto de diversas condenas civiles por los abusos cometidos por sus policías, contra los que se abrieron hasta 250 procedimientos judiciales por lesiones finalmente archivados ante la imposibilidad de identificar a los agentes responsables. También se juzgó a varios manifestantes.
Ilsa Lund. (Fuente: Crónica Popular)
El 22 de julio de 2001, último día de la reunión del G8 en Génova (*), poco antes de medianoche, más de 300 policías asaltaron la Escuela Díaz, donde dormían algunos de los militantes anti-globalización que asistían a los actos paralelos a la cumbre, y donde estaba instalado el “centro de prensa” del Foro Social alternativo.
Dentro de la escuela se encontraban en aquel momento 90 activistas, la mayoría estudiantes procedentes de distintos países europeos – “convencidos de poder construir un mundo mejor que el que han heredado”-y un grupo de periodistas extranjeros, disponiéndose a pasar la noche. A la vista de la policía, todos levantaron las manos en señal de rendición. Impertérritos, los miembros de “las fuerzas del orden” actuaron con una violencia calculada y frenética, golpeando indiscriminadamente a jóvenes y mayores, hombres y mujeres, dando lugar a escenas de sadismo y a episodios de auténtica tortura y ensañamiento.
Dos días antes, en los enfrentamientos, la policía había matado a un joven. El mártir del G8 de Génova se llamaba Carlo Giuliani y tenía 23 años. Era estudiante de Historia y habría hecho el servicio civil en Amnistía Internacional; también había tenido problemas por adicción, había pasado un tiempo en una clínica y cuando murió llevaba dos semanas inscrito como voluntario en la Asociación Nacional de Lucha contra el Sida.
La película Díaz, no limpiéis esta sangre, estrenada en España el 30 de noviembre de 2012, dirigida por Daniele Vicari, reconstruye los hechos desde el punto de vista de la policía, los manifestantes, las víctimas y los periodistas que se vieron atrapados en la tragedia.
Al final de la noche había 93 detenidos, muchos de los cuales fueron torturados y violentados en el cuartel-prisión de Bolzaneto, y 87 heridos, entre ellos uno en coma. Sus declaraciones dieron origen al proceso de 29 policías, 27 de los cuales fueron condenados por lesiones, falsedad y calumnia (algunos acumularon varias condenas), aunque la mayoría de los delitos habían prescrito en el momento de la sentencia de casación, el 14 de julio de 2011. Como el código penal italiano no contempla el delito de tortura, 44 de las condenas dictadas fueron por “abuso de autoridad contra detenidos y violencia”. El 2 de octubre de 2012 se hicieron públicas “las motivaciones de la sentencia de casación”: los jueces escribieron que la conducta violenta de la policía en la irrupción en la Escuela Díaz “desacreditaron a la nación a los ojos del mundo entero”. Además, los jueces mencionan que los imputados construyeron “conscientemente un falso marco acusatorio en perjuicio de los detenidos”.
Díaz, no limpiéis esta sangre es una película coral, polifónica, sin “estrellas, un docufilm, docudrama, de una noche que algunos consideran “para olvidar” y otros piensan que hay que recordar, para que no vuelva a repetirse nunca… Una obra cinematográfica de denuncia social, “hasta el punto de parecer el apéndice natural de un telediario”.
No hay duda de que las secuencias que muestran la violentísima actuación policial en la escuela Díaz y las torturas en el cuartel de Bolzaneto “hacen visible, por primera vez, lo ocurrido aquella noche”, como escribía Angel Mastrandea en el diario de la izquierda Il manifestó, coincidiendo con el estreno de la película en Italia, la primavera pasada. Un mérito que le reconoce el resto de la crítica del país porque “es muy fuerte el peligro del olvido y hay un empeño ‘oficial’ que lleva once años intentando borrar aquellos hechos de la memoria colectiva”. Incluso aunque, según algunos críticos, la película se salga a veces de la “estricta verdad procesal”, no haya dedicado el tiempo ni el espacio suficientes al asesinato de Carlo Giuliani y no diga una palabra “sobre el papel de dos enfermeros que tuvieron que abandonar la administración penitenciaria por denunciar las torturas de Bolzaneto”, ni sobre el final de la carrera del oficial de policía, apellidado Andreassi, que se negó a participar en la masacre de la escuela, que acabó aquella misma noche, “hechos todos ampliamente documentados”.
Tampoco se habla del papel de los políticos de la época, “tan solo al final se menciona a Berlusconi aunque no la visita que el ministro de Justicia, Roberto Castelli, hizo al cuartel de Bolzaneto aquella noche”. “Yo- dice Daniele Vicari al periodista Federico Gironi en Comingson.it- soy cineasta, no político. Para mi, lo fundamental es hacer películas que tengan sentido y estén dignamente elaboradas desde el punto de vista cinematográfico. Por eso, mi película no sigue los pasos clásicos del cine político italiano, sino los hechos procesales, elaborados de manera personal. Por eso también la acción dramática de la película se estructura sobre la historia, y no sobre la ideología que la preside”.
Eso es algo a tener en cuenta: antes que un panfleto, Díaz es una película, pero es también una película militante y un alegato a favor del respeto a las reglas de la convivencia democrática Y también es un testimonio del horror que a veces impregna la realidad. Aunque no todo el mundo haya encontrado en ella exactamente lo que esperaba.
“No limpiéis esta sangre” es el mensaje que la activista Alma deja escrito en un pedazo de papel de estraza que recoge del suelo, sujeto con cinta adhesiva a una de las paredes pringosa de churretes. Sangre como la de Génova -o la de las celdas de la ESMA argentina y los calabozos iraníes- no hay que limpiarla nunca. Tiene que servir de herramienta para la memoria.
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(*) Se conocen como “los hechos del G8 de Génova” los episodios de violencia que tuvieron lugar en la localidad costera italiana de Génova, entre el jueves 19 y el domingo 22 de julio de 2001, cuando en la ciudad de celebraban las reuniones del G8, el foro de los gobiernos de las ocho principales potencias más industrializadas del mundo, a saber Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Rusia, que se reúne anualmente sin fecha fija, aunque siempre entre mayo y julio.Mientras, a puerta cerrada y con un despliegue policial de “seguridad” nunca conocido hasta entonces, los ocho grandes decidían el futuro del resto de la humanidad, en la calle los movimientos anti-globalización y altermundistas se manifestaban en sesión continua y respondían a la brutalidad policial –también inédita hasta entonces-, lo que acabó generando graves enfrentamientos que culminaron en la muerte del joven Carlo Giuliani.
Posteriormente, el estado italiano fue objeto de diversas condenas civiles por los abusos cometidos por sus policías, contra los que se abrieron hasta 250 procedimientos judiciales por lesiones finalmente archivados ante la imposibilidad de identificar a los agentes responsables. También se juzgó a varios manifestantes.
Ilsa Lund. (Fuente: Crónica Popular)