Los ecos de la revolución y de un cine que erigía sus Estados Generales con Jean-Luc Godard, François Truffaut y Claude Lelouch a la cabeza, llegaron el 13 de mayo de 1968 también a la cita cinéfila más importante de Europa, el Festival de Cannes, que días más tarde se clausuró sin palmarés.
EFE Aquél día, Godard, Truffaut, Lelouch y Berri llegaron para hacerse eco de la revuelta parisina; el 15 de mayo, Roman Polanski, Monica Vitti y Louis Malle, miembros del jurado, anunciaron su adhesión a la protesta, y los directores concurrentes Milos Forman, Alain Resnais y Carlos Saura -que competía con "Peppermint Frappe"- retiraron sus filmes.
La sala del Palacio de Festivales de Cannes, sede del certamen cinematográfico, se convirtió en el centro de acalorados discursos políticos y, finalmente, el día 19 de mayo, los organizadores, por primera y, hasta ahora, última vez, anunciaron que la 21 edición del concurso cinematográfico más importante de Europa quedaba interrumpida y clausurada.
Ese mayo de 1968 estaba teniendo muchas particularidades pero, entre otras, la de ser la única revolución en la que el cine tomó una parte sumamente activa en el conflicto. Se puede decir que hasta germinal.
La revuelta fue, de alguna manera, la culminación de las libertades formales y temáticas que desde hacía diez años habían alimentado a la "nouvelle vague" y que, poco a poco, se fueron armando de un poder político que les hizo testigos de excepción del devenir histórico.
De hecho, Godard y Chris Marker, entre otros, capturaron también, sin darse cuenta, los secretos del fracaso, del rápido desvanecimiento de los ideales con la victoria contundente del general De Gaulle meses más tarde y, desde luego, también toda la trayectoria de una generación marcada por el desencanto.
Godard radiografió "avant la letre" lo que regurgitaba dentro del movimiento en "La chinoise" (1967), un ejercicio que mezclaba la exaltación y la autocrítica de los valores obreros esgrimidos por la burguesía acomodada que, por cierto, no se estrenó en España hasta 2006.
El propio director de "Le Mepris" (1963) participó ese mismo año junto a Marker, Resnais y Joris Ivens en la cinta coral "Loin du Vietnam", que forjó las simpatías con el maoísmo y con el leninismo.
El detonante para la acción, en cambio, llegó cuando Henri Langlois, fundador de la Cinemateca Francesa -de la que toda la nueva hornada de cineastas se consideraban sus "hijos"-, fue cesado de su cargo por el entonces ministro de Cultura, el literato André Malraux, en febrero.
El gremio entero puso el grito en el cielo y se desencadenaron las protestas que, con Godard a la cabeza, fueron confeccionando el texto que llamaban, como si fuera un eco cinematográfico de 1789, los "Estados Generales del Cine".
Llegado mayo, juntaron sus fuerzas con las protestas estudiantiles y obreras y la situación desembocó en el celebrado colapso, la toma de Cannes y, meses después, el desplome ideológico.
Mientras Godard proseguía su inmersión en el cine político y creaba el grupo "Dziga Vertov" -en honor a un cineasta vanguardista soviético de principios del siglo XX-, con voluntad de seguir inculcando y defendiendo un cine revolucionario en formas y en fondo, Jean Eustache y Philippe Garrel tomaban el relevo del sentimiento que Romain Goupil resumiría en 1982 en el título de su documental "Mourir à 30 ans" (Morir a los treinta años).
Efectivamente, aquel Mayo del 68 se convirtió en lo que pudo ser y no fue, en una decepción fantasmagórica que preñaba cada fotograma de la intensa "La maman et la putain" (1973), de Eustache -que se suicidó en 1981-, crónica de cuatro horas sobre la exasperación.
También Louis Malle volvió al tema en 1990, con "Milou a Mai", aunque optó por un tono más cómico y ácido, entre el inconformismo y la crítica a la retórica del movimiento.
Garrel, el mismo que había aportado imágenes de los antidisturbios en el filme colectivo "Actua I" (1968), se dedicó a experimentar con el lenguaje en "Les hautes solitudes" (1974), pero volvió a ofrecer cine de primer orden para retratar, con la perspectiva que otorga el tiempo, la época que marcó el punto de inflexión en su cine en su obra maestra "Les amants reguliers" (2005).
En ella, el protagonista era su propio hijo, como una especie de testigo para las nuevas generaciones, y fue él, Louis Garrel, el que dos años antes había protagonizado la mirada opuesta y romantizada que Bertolucci, un poco de oídas, había creado de ese París del 68 en "Soñadores" (2003).
Fuente: Levante-emv