Cartel de Cristobal Arteche anunciador de la Olimpiada Popular.
Antes de que se organizara en Albacete la base nodriza de las Brigadas Internacionales, fueron no pocos los extranjeros que participaron de manera activa en los primeros días del golpe militar en defensa de la legalidad constituida, la II República Española (1931-1939).
Desde el momento en que se conocen las consecuencias de la sublevación militar y, provenientes de países como Italia o Alemania donde se sufría la persecución provocada por el el fascismo, llegan a España voluntarios a luchar junto al gobierno republicano. A muchos les sorprendió el golpe en nuestro país por motivos políticos, económicos o profesionales, y deciden unir sus fuerzas a la de la República. También se unieron a ella buena parte de los atletas que se encontraban en Barcelona con la intención de participar en la Olimpiada Popular, en los parajuegos olímpicos organizados por España entre los días 19 a 26 de julio de 1936.
La Olimpiada Popular, que estuvo financiada por el Gobierno español (250.000 pesetas), francés (600.000 pesetas) y la Generalidad de Cataluña (100.000 pesetas), con la implicación de partidos de izquierda y movimientos obreros, iba a tener a la ciudad mediterránea como escenario en el que habría de desarrollarse la protesta más contundente ante la celebración de los XI Juegos Olímpicos que tendrían lugar en el Berlín de Hitler desde el día 1 al 16 de agosto de 1936, y en el que estaban representados 49 países con 4.066 deportistas.
En el mes de mayo de 1931, antes de acceder Adolf Hitler al poder, Berlín había sido elegida por el Comité Olímpico Internacional, sede de los XI Juegos Olímpicos a celebrar en agosto de 1936. Aunque el ascenso de Hitler al poder hiciera que algunos países, como por ejemplo los EE UU, se plantearan renunciar a formar parte de los mismos, lo cierto es que al final decidieron estar junto al resto de los 48 países participantes. Muchos de estos países estuvieron inscritos en los dos juegos, los oficiales de Berlín y los parajuegos de Barcelona. Caso de Francia, presente en las dos citas, que por un lado presentaría a sus atletas a la oficial de Berlín y por el otro, concedería subvenciones a la Olimpiada Popular de Barcelona. España a su vez presentó también en Berlín a algunos deportistas como los que integraban el equipo de hockey, si bien la asistencia a la ciudad alemana dependía de lo que las propias federaciones decidieran, y en 1936 la gran mayoría de la ellas renunciaron a estar en Berlín, por lo que España apenas estuvo presente en los juegos olímpicos oficiales.
El 18 de julio de 1936 se encontraban los atletas en el estadio de Montjuic en Barcelona, ensayando sus actuaciones para el día siguiente en que se inaugurarían los juegos. Nerviosos todo el día por las noticias del levantamiento militar, intentaban los gimnastas prestar atención a los ejercicios, cuando una voz por megafonía les anuncia que se había producido un sabotaje fascista en las instalaciones eléctricas, hecho que obligó a suspender los ensayos. ¿Hubo relación entre el golpe militar que un sector del Ejército estaba llevando a cabo en otros puntos del País y ese sabotaje contra la red eléctrica, cuya autoría los responsables del estadio atribuían a sectores fascistas? Aunque por megafonía se anunciaba que todo estaría solucionado para el día siguiente, esa misma noche del 18 de julio quedaron suspendidos todos los actos del día 19 y por supuesto las Olimpiadas Populares, la afrenta más directa que se hizo al régimen nazi quedó anulada como consecuencia del levantamiento de una parte del Ejército.
Se suspendió la Olimpiada Popular y también la Olimpiada Cultural que se iba a celebrar en paralelo con la primera. A Pau Casals, el gran violonchelista, compositor y director de orquesta barcelonés, la noticia de la sublevación le llegó la tarde noche del 18 de julio. Junto a su orquesta interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven que, como figuraba en el programa, habrían de interpretar en el Teatro Griego de Montjuic el día 19 de julio en la inauguración de los juegos. Ante los acontecimientos que se desarrollaron y la anulación del concierto, en aquel momento decidió, entre lágrimas, continuar con el ensayo y dirigiéndose a los músicos les expresó su deseo de: “Volver a tocar de nuevo esta sinfonía cuando vuelva la paz”. Pau Casals nunca más volvió a tocar en tierra española, tampoco lo hizo en Rusia, Alemania o Italia en señal de lucha contra los totalitarismos y dictaduras. El exilio hizo que el compositor fuera mundialmente conocido, valorado y sobre todo disfrutado. España comenzaba a perder a un futuro intelectual y cultural del que aún hoy no nos hemos recuperado.
En estas paraolimpiadas que se conforman con una clara oposición al nazismo y en defensa de valores democráticos, se había logrado reunir en Barcelona, a 23 delegaciones de países y cientos de atletas. Las nacionalidades de los participantes eran: estadounidense, inglesa, francesa, belga, checa, suiza, polaca, danesa, noruega, alemana, italiana… Entre ellos había algunos judíos. Es lógico pensar que buena parte de los mismos participara en las luchas que tuvieron lugar en la ciudad de Barcelona desde el mismo día del golpe hasta que se produjo el retorno a sus respectivos países. Algunos deportistas no regresaron a sus ciudades y pasaron a formar parte de las milicias populares primero y, más tarde, una vez organizadas, de las Brigadas Internacionales.
Ciertamente es un hecho que en el tablero internacional el gran beneficiado de la oportuna sublevación militar en España, el mismo día que debían comenzar las Olimpiadas Populares en Barcelona, fue la Alemania de Hitler. Todo en ese país estaba preparado para volver a ocupar el protagonismo que desde la I Guerra Mundial había perdido. Para ello adornó la ciudad, construyó un nuevo estadio deportivo con capacidad para 100.000 personas, suavizó (enlató) su política y su mensaje fascista ante los extranjeros y la prensa, siendo retirados los mensajes antisemitas y los carteles de prohibición dirigidos a los judíos que habían empapelado Berlín en las fechas anteriores a la inauguración de loa Juegos Olímpicos. Limpió las calles de Berlín: más de 800 gitanos fueron recluidos bajo vigilancia policial en el gueto de Marzahn.
Desde el día 2 de julio hasta finalizado agosto dejo de exisitir la denominada “hora de la policía”, consistente en el cierre de los establecimientos de ocio durante la noche, por lo que muchos restaurantes, locales de baile y bares tuvieron que aumentar el personal de trabajo, y en muchos de ellos se lucieron rótulos que decían “ Saludamos a los huéspedes del mundo entero”. El Ministerio de Comunicaciones alemán instaló en Berlín y Postdam dos televisores con el fin de que pudieran seguirse las principales pruebas deportivas; 4.000 empleados de correos de diferentes regiones alemanas se concentraron en Berlín con el fin de ampliar y mejorar el servicio postal, telegráfico y telefónico, además de aumentar las líneas y las estafetas de correos. Las celebraciones que la diplomacia alemana organizó para agasajar a los participantes y personalidades de los países participantes surtió el efecto perseguido, no pocos embajadores quedaron absolutamente eclipsados por el boato de las fiestas que les fueron ofrecidas.
Juegos Olímpicos de Berlín, 1936.
Toda la parafernalia propagandística dio resultado. Al igual que en los recientes juegos chinos, la falta de libertades y el respeto a los derechos humanos quedaron ocultos por el oropel y el brillo de la excelencia y vistosidad organizativa. Alemania ganó medallas deportivas, fue el país que más premios obtuvo, y volvió a recuperar parte del prestigio internacional, y con ello un lugar que había perdido al finalizar la I Guerra Mundial.
¿Pudo la Olimpiada Popular de Barcelona ensombrecer la vuelta del gigante? ¿Lo hubiera permitido Hitler?
Si las paraolimpiadas de Barcelona, también llamadas contraolimpiadas, eran la protesta de las bases obreras y partidos de izquierda, la participación de los brigadistas internacionales fue la respuesta singular de obreros, intelectuales, parados, políticos, fotógrafos, periodistas, poetas, etc. que creían, luchaban y soñaban por un mundo mejor, fundamentalmente por un mundo antifascista. Mientras Hitler aprovechaba la ocasión y el trampolín deportivo de los Juegos, la condena al nazismo y al fascismo, así como el respeto a los conceptos de democracia y de libertad, quedaron sepultadas en el verano de 1936 entre el deporte y la declaración oficial de no-intervención en la Guerra Civil Española.
María José Turrión (El País)
Antes de que se organizara en Albacete la base nodriza de las Brigadas Internacionales, fueron no pocos los extranjeros que participaron de manera activa en los primeros días del golpe militar en defensa de la legalidad constituida, la II República Española (1931-1939).
Desde el momento en que se conocen las consecuencias de la sublevación militar y, provenientes de países como Italia o Alemania donde se sufría la persecución provocada por el el fascismo, llegan a España voluntarios a luchar junto al gobierno republicano. A muchos les sorprendió el golpe en nuestro país por motivos políticos, económicos o profesionales, y deciden unir sus fuerzas a la de la República. También se unieron a ella buena parte de los atletas que se encontraban en Barcelona con la intención de participar en la Olimpiada Popular, en los parajuegos olímpicos organizados por España entre los días 19 a 26 de julio de 1936.
La Olimpiada Popular, que estuvo financiada por el Gobierno español (250.000 pesetas), francés (600.000 pesetas) y la Generalidad de Cataluña (100.000 pesetas), con la implicación de partidos de izquierda y movimientos obreros, iba a tener a la ciudad mediterránea como escenario en el que habría de desarrollarse la protesta más contundente ante la celebración de los XI Juegos Olímpicos que tendrían lugar en el Berlín de Hitler desde el día 1 al 16 de agosto de 1936, y en el que estaban representados 49 países con 4.066 deportistas.
En el mes de mayo de 1931, antes de acceder Adolf Hitler al poder, Berlín había sido elegida por el Comité Olímpico Internacional, sede de los XI Juegos Olímpicos a celebrar en agosto de 1936. Aunque el ascenso de Hitler al poder hiciera que algunos países, como por ejemplo los EE UU, se plantearan renunciar a formar parte de los mismos, lo cierto es que al final decidieron estar junto al resto de los 48 países participantes. Muchos de estos países estuvieron inscritos en los dos juegos, los oficiales de Berlín y los parajuegos de Barcelona. Caso de Francia, presente en las dos citas, que por un lado presentaría a sus atletas a la oficial de Berlín y por el otro, concedería subvenciones a la Olimpiada Popular de Barcelona. España a su vez presentó también en Berlín a algunos deportistas como los que integraban el equipo de hockey, si bien la asistencia a la ciudad alemana dependía de lo que las propias federaciones decidieran, y en 1936 la gran mayoría de la ellas renunciaron a estar en Berlín, por lo que España apenas estuvo presente en los juegos olímpicos oficiales.
El 18 de julio de 1936 se encontraban los atletas en el estadio de Montjuic en Barcelona, ensayando sus actuaciones para el día siguiente en que se inaugurarían los juegos. Nerviosos todo el día por las noticias del levantamiento militar, intentaban los gimnastas prestar atención a los ejercicios, cuando una voz por megafonía les anuncia que se había producido un sabotaje fascista en las instalaciones eléctricas, hecho que obligó a suspender los ensayos. ¿Hubo relación entre el golpe militar que un sector del Ejército estaba llevando a cabo en otros puntos del País y ese sabotaje contra la red eléctrica, cuya autoría los responsables del estadio atribuían a sectores fascistas? Aunque por megafonía se anunciaba que todo estaría solucionado para el día siguiente, esa misma noche del 18 de julio quedaron suspendidos todos los actos del día 19 y por supuesto las Olimpiadas Populares, la afrenta más directa que se hizo al régimen nazi quedó anulada como consecuencia del levantamiento de una parte del Ejército.
Se suspendió la Olimpiada Popular y también la Olimpiada Cultural que se iba a celebrar en paralelo con la primera. A Pau Casals, el gran violonchelista, compositor y director de orquesta barcelonés, la noticia de la sublevación le llegó la tarde noche del 18 de julio. Junto a su orquesta interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven que, como figuraba en el programa, habrían de interpretar en el Teatro Griego de Montjuic el día 19 de julio en la inauguración de los juegos. Ante los acontecimientos que se desarrollaron y la anulación del concierto, en aquel momento decidió, entre lágrimas, continuar con el ensayo y dirigiéndose a los músicos les expresó su deseo de: “Volver a tocar de nuevo esta sinfonía cuando vuelva la paz”. Pau Casals nunca más volvió a tocar en tierra española, tampoco lo hizo en Rusia, Alemania o Italia en señal de lucha contra los totalitarismos y dictaduras. El exilio hizo que el compositor fuera mundialmente conocido, valorado y sobre todo disfrutado. España comenzaba a perder a un futuro intelectual y cultural del que aún hoy no nos hemos recuperado.
En estas paraolimpiadas que se conforman con una clara oposición al nazismo y en defensa de valores democráticos, se había logrado reunir en Barcelona, a 23 delegaciones de países y cientos de atletas. Las nacionalidades de los participantes eran: estadounidense, inglesa, francesa, belga, checa, suiza, polaca, danesa, noruega, alemana, italiana… Entre ellos había algunos judíos. Es lógico pensar que buena parte de los mismos participara en las luchas que tuvieron lugar en la ciudad de Barcelona desde el mismo día del golpe hasta que se produjo el retorno a sus respectivos países. Algunos deportistas no regresaron a sus ciudades y pasaron a formar parte de las milicias populares primero y, más tarde, una vez organizadas, de las Brigadas Internacionales.
Ciertamente es un hecho que en el tablero internacional el gran beneficiado de la oportuna sublevación militar en España, el mismo día que debían comenzar las Olimpiadas Populares en Barcelona, fue la Alemania de Hitler. Todo en ese país estaba preparado para volver a ocupar el protagonismo que desde la I Guerra Mundial había perdido. Para ello adornó la ciudad, construyó un nuevo estadio deportivo con capacidad para 100.000 personas, suavizó (enlató) su política y su mensaje fascista ante los extranjeros y la prensa, siendo retirados los mensajes antisemitas y los carteles de prohibición dirigidos a los judíos que habían empapelado Berlín en las fechas anteriores a la inauguración de loa Juegos Olímpicos. Limpió las calles de Berlín: más de 800 gitanos fueron recluidos bajo vigilancia policial en el gueto de Marzahn.
Desde el día 2 de julio hasta finalizado agosto dejo de exisitir la denominada “hora de la policía”, consistente en el cierre de los establecimientos de ocio durante la noche, por lo que muchos restaurantes, locales de baile y bares tuvieron que aumentar el personal de trabajo, y en muchos de ellos se lucieron rótulos que decían “ Saludamos a los huéspedes del mundo entero”. El Ministerio de Comunicaciones alemán instaló en Berlín y Postdam dos televisores con el fin de que pudieran seguirse las principales pruebas deportivas; 4.000 empleados de correos de diferentes regiones alemanas se concentraron en Berlín con el fin de ampliar y mejorar el servicio postal, telegráfico y telefónico, además de aumentar las líneas y las estafetas de correos. Las celebraciones que la diplomacia alemana organizó para agasajar a los participantes y personalidades de los países participantes surtió el efecto perseguido, no pocos embajadores quedaron absolutamente eclipsados por el boato de las fiestas que les fueron ofrecidas.
Juegos Olímpicos de Berlín, 1936.
Toda la parafernalia propagandística dio resultado. Al igual que en los recientes juegos chinos, la falta de libertades y el respeto a los derechos humanos quedaron ocultos por el oropel y el brillo de la excelencia y vistosidad organizativa. Alemania ganó medallas deportivas, fue el país que más premios obtuvo, y volvió a recuperar parte del prestigio internacional, y con ello un lugar que había perdido al finalizar la I Guerra Mundial.
¿Pudo la Olimpiada Popular de Barcelona ensombrecer la vuelta del gigante? ¿Lo hubiera permitido Hitler?
Si las paraolimpiadas de Barcelona, también llamadas contraolimpiadas, eran la protesta de las bases obreras y partidos de izquierda, la participación de los brigadistas internacionales fue la respuesta singular de obreros, intelectuales, parados, políticos, fotógrafos, periodistas, poetas, etc. que creían, luchaban y soñaban por un mundo mejor, fundamentalmente por un mundo antifascista. Mientras Hitler aprovechaba la ocasión y el trampolín deportivo de los Juegos, la condena al nazismo y al fascismo, así como el respeto a los conceptos de democracia y de libertad, quedaron sepultadas en el verano de 1936 entre el deporte y la declaración oficial de no-intervención en la Guerra Civil Española.
María José Turrión (El País)