Bertolt Brecht y Kurt Weill
Con Ute Lemper (Münster, 1963) sucede eso tan raro de que todo guarda alguna relación. Su propia vida, el mundo y el tema de sus canciones. La cantante alemana tiene ese punto de universalidad que irradian también las historias de sus admirados Bertolt Brecht y Kurt Weill, con cuya obra Los siete pecados capitales aterriza este fin de semana en el Auditorio Nacional de Madrid (hasta el domingo). Una versión en concierto de la ópera del compositor alemán que le viene al pelo para explicar muchos de los trazos del mundo actual. Porque Ute Lemper es muy política. Sigue todo lo que pasa en Europa, incluso con ese “increíble personaje teatral que es Berlusconi” que ha convertido unas elecciones en una broma infinita. La cantante, actriz y pintora, que abrazó la fama mundial en los musicales (primero en la versión vienesa de Cats, y luego en la londinense de Chicago), vive desde hace 15 años en Nueva York.
En Manhattan, no en EE UU. Que quede claro. “Aquí me siento muy libre y relajada. Pero no me gusta América. El resto es muy provinciano y moralista. Conservador. No quiero tener un pasaporte estadounidense, no lo necesito. Mis dos últimos niños han nacido ahí y lo tienen, y los dos primeros tienen un padre estadounidense y pasaporte alemán”, explica.
Los siete pecados capitales, como ya hicieron Brecht y Weill en Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, ofrece un retrato de la decadencia de un lugar como EE UU donde el dinero, la ligereza y la corrupción todo lo pueden. Un panorama visto por unos ojos, como la propia Lemper señala, de un comunista que está completamente fuera de la sociedad (en este caso Brecht, al mando del libreto en su última colaboración con Weill). “Pero la América que él describe es hoy 1.000 veces más extrema que lo que él creía. Fue muy profético, como con Mahagonny. Son las siete ciudades y las siete tentaciones. No hay espacio para el amor real en este mundo. El amor que puedes experimentar tiene que generar beneficio. No puedes enamorarte de un perdedor. Es la comercialidad sobre cómo puedes venderte a ese mundo. En la ira, por ejemplo, tienes que ser frío. Si no eres débil”.
Esa América ha mejorado un poco con Obama. Pero aquello no hay quién lo arregle, cree. “Él hace lo que puede, pero todo el mundo le sabotea. Aún así, está a años luz del otro lado. La gente en América es muy egocéntrica. Piensan que asistimos al fin del mundo y que ellos tienen la razón. No están en contacto con el mundo real. No saben nada de Europa, de la herencia recibida, de la crisis europea. Creen que puede controlar al resto de la humanidad. Es un mundo muy reaccionario, especialmente con la religión, la educación y la moral”, explica Lemper, a punto de lanzar un disco de canciones construidas a partir de 20 poemas de amor y una canción desesperada de Neruda. En español, y entre la chanson y el jazz.
Ella misma representa esa frontera entre la cultura popular y la alta cultura, sobre la que el propio Weill tan bien ha transitado. Entre el teatro musical, el cabaré y la ópera. Pero se ve que le molesta la etiqueta. O no la entiende. “Yo no estoy en la cultura popular. Soy una pequeña esquina. Canto música que no es necesariamente accesible. Pero lo hago en sitios pequeños, o en lugares más populares. No hay 15 músicos a mi alrededor, es algo directamente emocional que mete a todo el mundo en la historia”. Inclinada como nadie a eso que se consideró música degenerada en la Alemania nazi, la ha llevado con un cuidado exquisito por clubes y remotos lugares de todo el mundo. Pero cuando toca subirlo a un escenario con orquesta sinfónica, como lo hará estos tres días con la Orquesta Nacional de España (ONE) en el ciclo Ellas crean, no tiene ningún tipo de miedo. “Yo soy solo un instrumento en este papel de Anna”, dice en referencia a la necesidad de desdoblarse en esta versión en concierto entre la Anna que narra fríamente y la que sucumbe a los pecados.
Pese a las dificultades del mundo actual y esta Europa en caída libre, los paralelismos que encuentra con el tiempo en que fue creada esa música dejan en mal lugar al presente. Aunque nos libremos de una guerra. “Tenemos inflación, inestabilidad política… Pero aquello fue un tiempo de revolución cultural. Hoy no lo es. Todo está regido por lo comercial. Entonces se expresaban los valores y se reivindicaban los derechos a través del arte. Hoy es el dinero el que hace esas estructuras, incluyendo Internet o el mercado musical. En ese sentido, este tiempo es mucho menos interesante que los años 20. El arte hoy no es político, es puramente comercial. El de hoy es un mundo muy frío, en todos los aspectos de la cultura. No hay nada de impacto profundo e intelectual. La gente ya no necesita ni verse, todo son chats”.
Fuente: El Pais