La primera parte de este texto,”Revoliútsiya i iskusstvo”, se escribió en octubre de 1920 y se publicó en Kommunistícheskoye prosveschéniye; la segunda fue el resultado de una entrevista ofrecida en Petrogrado con ocasión del quinto aniversario de la Revolución de Octubre y se publicó en Krásnaya gazeta, 1922. El texto, evidentemente, refleja ciertos acontecimientos de aquella actualidad, en particular la promulgación del plan de Lenin de llevar a cabo una propaganda monumental (basado fundamentalmente en las medidas tomadas por el gobierno revolucionario en Francia a comienzos de la década de 1790; de ahí la referencia a la Revolución Francesa) y el restablecimiento del mercado artístico privado en 1921. En el texto se ponen de manifiesto también los gustos artísticos y personales de Lunacharski, por ejemplo su amor por la música y el teatro.
"REVOLUCIÓN Y ARTE", DE ANATOLI LUNACHARSKI (1920-1922)
Para un Estado revolucionario como el soviético, la cuestión de su relación con el Arte se plantea de la siguiente manera: ¿puede la revolución dar algo al arte o el arte dar algo a la revolución? Naturalmente, el Estado no abriga la pretensión de obligar a los artistas a que abracen por la fuerza las ideas y los gustos revolucionarios. Esta pretensión forzada sólo podría engendrar falsificadores del arte revolucionario, cuando la primera cualidad, la primera premisa del verdadero arte se basa precisamente en la sinceridad del artista.
Pero, además de estas formas violentas, existen otras: la persuasión, el estímulo, la educación y formación adecuada de nuevos artistas. Todas estas medidas también deben ser empleadas para inspirar el arte de manera revolucionaria.
Una característica extrema del arte burgués de los últimos tiempos era su absoluta carencia de contenido. Pero incluso si hubieran dispuesto de un arte con contenido, sería, por así decirlo, una criatura del pasado. El formalismo puro ha golpeado de lleno todas las disciplinas artísticas: la música, la pintura, la cultura y la literatura. Naturalmente, también el estilo artístico sufre las consecuencias de esa realidad. De hecho, ningún estilo de la última época de la burguesía —incluyendo el propio estilo de vida; por ejemplo, la arquitectura aplicada a la vivienda— pudo promover nada que no fuera un absurdo y extravagante eclecticismo. Sus experimentaciones formales sólo degeneraron en excentricidad y procedimientos efectistas, o en una particular, pero no menos elemental, pedantería, adornada con toda una serie de intelectualismos de difícil digestión, pues la auténtica formalización artística se determina por sí misma, no es el resultado de una búsqueda formal, sino el descubrimiento de una forma general válida para todas las épocas, para todas las capas masivas de la población, con unas ideas y unas percepciones absolutamente características.
Estas ideas y percepciones merecedoras de encontrar una expresión artística brillaban completamente por su ausencia en la sociedad burguesa de los últimos decenios.
En cambio, la revolución ha engendrado una ideología de una amplitud y profundidad admirables, que ha inflamado a su alrededor sensaciones de gran tensión perceptiva, sensaciones heroicas y complejas.
Naturalmente, los viejos artistas asisten a este suculento contenido revolucionario no sólo en un estado de impotencia absoluta, sino también con un desconocimiento absoluto. Incluso les parece estar en presencia de una corriente bárbara de pasiones primitivas y pensamientos estrechos; esa es su la conclusión a la que han llegado, producto de sus propias deducciones. A muchos de sus representantes —por cierto, los de mayor talento— se les podría hacer comprender, desembrujarlos, por decirlo así, de manera muy simple: abriéndoles los ojos. Sobre todo, habría que tener especial consideración con la juventud artística, que en líneas generales es mucho más receptiva y puede educarse ya en la misma cresta de las llamas revolucionarias. Por todo ello, confío mucho en la influencia de la revolución sobre el arte. Por decirlo de manera sencilla, confío en salvar y sacar al arte de la peor forma de decadentismo que es el formalismo puro, para atribuirle su auténtico destino, la expresión potente y contagiosa de las grandes ideas y las grandes emociones humanas.
Pero al mismo tiempo, el Estado tiene otro objetivo constante en su actividad cultural, que es precisamente extender por todo el país la representación figurativa de los pensamientos, sentimientos y acciones de la revolución. Desde este punto de vista, el Estado se pregunta: a este propósito ¿puede sernos útil el arte? La respuesta acude sola a nuestra mente: si la revolución es capaz de proporcionar un alma al arte, el arte será capaz de convertirse en la boca de la revolución.
¿Quién no comprende la gran fuerza que poseen la agitación y la propaganda políticas? ¿Pero qué es exactamente la agitación política? ¿En qué se diferencia de la propaganda pura, fría y objetiva, en el sentido de exposición de los hechos y estructuras lógicas de nuestra percepción y comprensión del mundo? Pues bien, la agitación política se diferencia de la mera propaganda en que aquella altera y afecta a los sentimientos de las personas que la oyen o la ven, influyendo directamente en su voluntad.
En cierto modo, enciende y obliga a brillar con todos sus colores y matices el contenido global de la predicación revolucionaria. Sí, lo he dicho bien, la predicación, pues nosotros somos precisamente eso: predicadores. La propaganda y la agitación política es la esencia de algo que no es otra cosa que la incesante predicación de una nueva fe que emana de un conocimiento profundo de las cosas.
¿Puede existir alguna duda de que, cuanto más artística sea esa predicación, con tanta más fuerza actuará? ¿Acaso no sabemos que el pintor-orador, el artista-publicista, encuentra con mucha más rapidez la vía que llega directamente a los corazones humanos que cualquier deslavazada fuerza artística? Desde este punto de vista, el propagandista colectivo, el predicador colectivista de nuestra era, el partido comunista, deberá armarse con todas las posibles variantes del arte, un arte que se convierte así en instrumento de agitación política. No sólo el cartel político, sino también el cuadro y la escultura —variantes artísticas menos volátiles que el primero, pero que pueden activar ideas y sensaciones más fuertes y profundas—, pueden convertirse en una especie de manual imprescindible para la asimilación de la verdad comunista.
Con frecuencia se ha catalogado el teatro como la gran tribuna, la cátedra excelsa de la predicación ideológica, por lo que no vale la pena abundar en esta idea. La música también ha jugado siempre un enorme papel en los movimientos políticos y sociales de masas. Basta sólo desplegar esta fuerza mágica de la música sobre los corazones de las masas para conducirlas al más alto grado de tensión y determinación.
Nosotros no estamos aún en situación de utilizar la arquitectura con fines propagandísticos, pero la construcción de iglesias representó en su día, y sigue representando, el recurso más potente, el arma última y determinante para influir al máximo en el alma social. De manera que, quizá en un futuro próximo, seamos capaces de que nuestros grandes edificios de vivienda colectiva puedan contrarrestar seriamente la capacidad de influjo de esas casas comunitarias del pasado que fueron los templos de todos los credos religiosos.
En cuanto a esas variantes artísticas nacidas en los tiempos más recientes, como el cine o la rítmica, también podrían ser utilizadas con grandes resultados. Resultaría ridículo extenderse aún más en esa capacidad de agitación y propaganda política tan inherente al cine, pues todos conocemos ya su capacidad de hipnotizar los ojos de cada espectador. Por otra parte, basta con pensar en el carácter tan masivo que pueden adquirir nuestros festejos revolucionarios, cuando podamos formar en nuestra enseñanza primaria auténticas masas de escolares, miles y miles de personas que actúen rítmicamente y terminen por considerarse, no ya una multitud informe, sino un ejército colectivo y pacífico con esa idea precisa y tan conocida de la actuación ordenada y sincronizada.
Sobre el marco de esas masas preparadas en la enseñanza obligatoria se promoverán otros grupos minoritarios de alumnos de nuestras escuelas de rítmica, que devolverán la danza a su puesto real. Una fiesta popular adorna el marco que le rodea, que suena a música y coros, expresa ideas y sentimientos, con espectáculos en determinados escenarios levantados a la intemperie, canciones en la calle, recitales de poesía en distintos lugares entre la muchedumbre, todo ello fundido en una acción general.
Esto era precisamente lo que soñaba, lo que aspiraba a conseguir la Revolución Francesa, lo que siempre tenían en mente los mejores hombres de Atenas, la democracia más culta que nunca existió, lo que nosotros aspiramos y estamos cerca de conseguir.
Sí, durante la marcha de los obreros de Moscú, al lado de nuestros amigos de la III Internacional, durante la fiesta en conmemoración de la Enseñanza General Obligatoria que se celebró después, durante el gran acto en la columnata de la Bolsa en Petrogrado, se sentía la cercanía de ese momento, cuando el arte, sin rebajarse lo más mínimo, al contrario, ganando con todo ello, se hizo expresión de las ideas y los sentimientos de todo el pueblo, ideas y sentimientos revolucionarios, comunistas.
Fuente: Aleksandr Deineka (1899-1969). Una vanguardia para el proletariado. Fundación Juan March
Anatoli V. Lunacharski (1875-1933) fue nombrado, tras la Revolución de Octubre, Comisario de Instrucción Pública desde 1917 hasta 1929. Junto a Alexander Bogdanov, Lunacharski fue uno de los fundadores del movimiento artístico proletario Proletkult. En 1933 fue nombrado embajador de la Unión Soviética en España, pero murió en Francia antes de tomar posesión del cargo.