Un fotolibro descongela imágenes de la era soviética 30 años después
Un viaje a Moscú al principio de la Perestroika. Un militante socialista que sueña con ser fotógrafo. Una serie fotográfica que languidece en un cajón en São Paulo durante casi tres décadas. Un fotolibro que descongela como por milagro el momento histórico que cambió la vida de decenas de miles de personas. Una paleta de colores delicada, junto a un tono poético y casi lírico. Estos son los elementos que conforman Pagode Russo, el último libro del fotógrafo y comisario brasileño Iatã Cannabrava.
«Fue mi primer ensayo fotográfico. Ni era consciente de ello mientras lo hacía, pero estaba usando la misma película, la misma cámara, la misma reflexión y el mismo pensamiento», cuenta Iatã, que en 1985 viajó a Moscú para participar en el Festival Mundial de la Juventud y de los Estudiantes por la Paz Mundial y la Solidaridad de los Pueblos. Cannabrava era entonces un joven izquierdista, hijo de exiliados políticos, que creció en Cuba y que, sin querer y sin saberlo, fue testigo del inicio del fin de la Guerra Fría.
«En aquella época, tenía un dilema enorme entre ser militante y fotógrafo. Cuando fui a Rusia como militante político, llevé la cámara por si acaso», recuerda. Tras asistir a unos encuentros bilaterales con Bulgaria, descubrió que no aguantaba más la militancia y resolvió salir a la calle para hacer fotos del evento en el que estaba participando. «En esto reside la originalidad del libro: fotografiar siendo, al mismo tiempo, objeto de las miradas. Yo desfilaba en las avenidas principales con las banderas socialistas y era visto por el público. Al mismo tiempo, aprovechaba estos paseos para tomar fotos», relata Iatã.
Fue en tierras rusas donde nació el fotógrafo documental y el reportero gráfico que trabajó durante años en los principales periódicos de Brasil, como la Folha de S. Paulo, O Estado de S. Paulo y la revista Veja, entre otros, antes de convertirse en un exitoso comisario y productor cultural, fundador del Estudio Madalena y director del festival internacional de fotografía Paraty em Foco.
Durante años, Cannabrava se dedicó a organizar exposiciones dentro y fuera de Brasil, más de una en España, y a producir sus propios trabajos, hasta convertirse en una de las personalidades más destacadas de la fotografía latinoamericana. Mientras tanto, las fotos de Rusia seguían en un cajón, en su casa de São Paulo. De vez en cuando abría su caja del tesoro, mostraba las fotos a algún amigo, pero no sabía realmente qué hacer con ellas. «Nunca las miré con los ojos de quien fuese a hacer algún trabajo», reconoce.
Por una de aquellas casualidades que hacen que la vida se parezca a una novela rusa, Iatã se casó con Ekaterina Kholmogorova, una moscovita que hoy vive en São Paulo. «Un día ella me preguntó si yo realmente conocía Moscú y yo le respondí: ‘No solo la conozco, sino que te lo demuestro’. Cuando Ekaterina vio las fotos, se indignó porque nunca había hecho nada con ellas», recuerda Iatã. Fue entonces cuando comenzó un delicado proceso de edición a cuatro manos.
«Yo hice una primera limpia. El primer criterio fue eliminar todo lo que podía resultar exótico o extraño. Dejé solo las fotos de mi paseo banal por Moscú», relata el fotógrafo. Ekaterina, que es diseñadora gráfica, tuvo un papel fundamental en la edición final de Pagode russo, un nombre inspirado en el título de una canción del famosísimo Luiz Gonzaga, que aquel verano sonaba en todo Brasil. «Ayer soñé que estaba en Moscú, danzando pagode ruso en el bar Cossacou», cantaba el padre del baião, un género musical típico del Nordeste. «Yo a los 23 años me desperté en mi propio bar Cossacou», bromea Iatã.
Con 47 fotos y 60 páginas y el título escrito en ruso, el libro está impreso en España. «Allí tenían el papel que yo quería, que daba el tono que yo quería. El libro de fotografía hoy es un fetiche. Solo lo haces si consigues completar el juego de narrativa visual con un proyecto y una sensibilidad», explica Iatã. «En el último taller de narrativas visuales que he dado hace poco en el Festival de Fotografía de Tiradentes, en Minas Gerais, he preguntado a los alumnos qué es un fotolibro. De los 20, 18 respondieron que lo primero que hacen al abrirlo es sentir su olor. El fotolibro es un viaje sensitivo», asegura.
Como buen conocedor y gourmet del fotolibro, Iatã Cannabrava sabía exactamente lo que estaba buscando. «Quería un papel suave, de leves tonos calientes, que fuese offset, nada de papel brillante, con más textura, aspereza, un papel que respirase». No lo encontró en ninguna gráfica brasileña y acabó imprimiendo el libro en Madrid. «Las artes gráficas españolas tienen un gran patrimonio: normalmente, el dueño de la empresa es un técnico que sabe operar las máquinas. Esto ofrece un cuidado muy especial para un libro pequeño, simple, naif, ingenuo como es Pagode russo, que cuenta algo tan brutal y tan poco naif como el fin de la Guerra Fría», destaca Iatã.
El libro, que en breve va a ser distribuido en Europa, es un homenaje a su esposa Ekaterina y a su hijo Iván. «Es una anticipación de memoria. ¿Por qué nuestra memoria tiene que comenzar el día en que nacemos? En realidad, puede comenzar el día que uno quiere. Durante la edición, me acordé mucho de la peli de Tim Burton, Big Fish, donde el protagonista decide averiguar si las historias que su padre le contaba durante su infancia son verdaderas. En realidad, creemos las historias que queremos, y las recordamos y las contamos de la forma que queremos. Los hechos son los hechos y la vida es la vida. Cómo vamos a contar esta vida en el futuro tiene que ver con nuestra ideología o religión. Yo decidí contar mi vivencia en Moscú y el fin de la era soviética de una forma lúdica y divertida, por eso llamé el libro Pagode russo», reflexiona Iatã.
Cannabrava rechaza la idea de que su libro sea una especie de cápsula del tiempo. Lejos de ser un libro histórico, Pagode Russo es actual y confunde el pasado, el presente y el futuro en imágenes que quedaron congeladas en el tiempo. «Es un trabajo hecho en un tiempo, que ganó importancia en otro tiempo y que fue expuesto en otro tiempo. En realidad, no tiene tiempo. Pasado, presente y futuro son la misma cosa. No se puede medir todo con el tiempo», afirma.
30 años después, el ensayo se caracteriza por su mirada simple, dirigida hacia escenas urbanas sin trascendencia, temas y gente común. Lo ordinario tiene más importancia que lo extraordinario y lo banal tiene más valor que lo especial. «Esta cosa de ser transeúnte, una persona invitada que pasea por las calles de Moscú, me permitió tener una gran levedad a la hora de fotografiar. No había nadie en aquella época haciendo fotos con levedad», dice el fotógrafo.
En una época en que muchos, incluso la izquierda, miraban a Rusia como a un país hostil y cerrado, Cannabrava hizo un retrato diferente, de forma afectiva, cariñosa. «Yo esperaba encontrar un montón de policías y generales violentos, personas agresivas, y eso que era hijo de militantes de izquierda y yo mismo de izquierda… La izquierda siempre tuvo la visión de la que Unión Soviética era de un lugar de mucha paliza. Y puede ser que fuese un lugar muy duro para quien vivía allí, pero para mí aquello fue un paseo con una levedad inigualable», asegura.
Cannabrava se refiere varias veces a la ingenuidad de la antigua URSS. «El proyecto socialista era muy inocente. En Cuba hoy todavía hay mucha inocencia, muchas personas que todavía creen en el proyecto. No es que no sea real o posible, no quiero entrar en esta cuestión. Pero la forma en que las personas creen en las revoluciones es siempre muy inocente. Y la forma como las revoluciones expulsan a su burguesía hace que la población que se queda sea aun más inocente. Hay cierta infantilidad en la Unión Soviética de aquella época, mezclada a la brutalidad americana».
La Rusia de hoy poco tiene que ver con aquella que fotografió en el principio de la era Gorbachov. Hace dos años, Cannabrava volvió a Moscú junto a su familia. Los cambios son innegables. «La ingenuidad se ha vuelto holgazanería y se ha mezclado con la dificultad y con la ambición por crecer, por ser algo más. Todo el mundo en Moscú quiere tener un coche enorme y ser rico. Hay mucho alcohol y prostitución, y al mismo tiempo el pueblo sigue siendo ingenuo, maravilloso y la ciudad linda, pero llena de coches. En mi época yo conocí una ciudad sin carros: había grandes avenidas para pocos tranvías. Hoy Moscú es una de la ciudades con más tráfico en el mundo», concluye el fotógrafo.