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ADIÓS, GABO

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PERIODISTA QUE ENTRE LA EMPRESA Y LA VERDAD SUPO SIEMPRE ELEGIR LA VERDAD

Fuiste un gran escritor y un gran periodista, eso sí. Pero en lucha constante contra el poder.

Gabriel García Márquez acaba de morir en México. Acaba de morir un narrador y un periodista, que es mucho decir. Un narrador que supo transformar sus historias en novelas y cuentos, con reverberación propia en el seno de un universo extraído de la presunta nada, Macondo, y un periodista que cuando el dedo señalaba a la luna no miraba el dedo, ni miraba la cara oficial de la luna, sino la otra cara, oculta por los intereses. Un periodista que entre la empresa y la verdad supo siempre elegir la verdad, llegando a su culmen a través de su trabajo en la revista “Alternativa”, que funcionó hasta 1980 como un auténtico hito del periodismo.

Si hubiera que elegir una sola palabra para caracterizar su universo semántico e ideológico, esta sería sin duda “soledad”. Una soledad que recuerda a la de Egea cuando Gabo hablaba de la soledad del amor y de la soledad en el amor. De la soledad como derrota, tal como dijo en su discurso en Suecia: somos menos libres y más solitarios. Y esa era su gran metáfora, como hombre de su tiempo, sabiendo que el poder fragmenta, descompone, enfría y, sobre todo, divide, y deja al hombre solo, más allá incluso de su destino. Quizás de ahí parta su adscripción a apuestas transformadoras, sabiendo que lo único que demuestran nuestras derrotas es que estamos demasiados solos todavía, y que por eso era plenamente defendible su amistad con Fidel Castro y con el proyecto que representaba.

De forma usual se viene hablando de su producción como literatura del realismo mágico, en el seno del denominado boom latinoamericano. Y por ahí transitarán muchas notas necrológicas a partir de hoy. Como si hubiera funcionado más allá de la realidad, en un mundo especial, donde no se suda ni se siente sed. Y se repetirá esto a pesar de que él defendió que todas sus fuentes procedían de la realidad más estricta. Quizás lo que no se quiere ver es que en él, como en otros de su grupo, la magia es una forma de distancia que descascara las cosas, que las despoja de su rutina, del sentido común del tiempo estancado y cerrado de la resignación universal. La visión mágica de Gabo es casi una inversión del efecto de distanciamiento de Bertolt Brecht. Lo mismo que en el teatro épico se detiene la acción rutinaria, y alguien narra, y señala el lado no oficial de la realidad, en las novelas y relatos de García Márquez alguien levita, se detiene el sentido común y la ley de la gravedad, y se adivinan las verdaderas relaciones entre los personajes, infelices, solos y tan desventurados que cuando abren la lata del café descubren que no les queda ni siquiera una cucharadita. No es la magia del paraíso de la ingenuidad, sino más bien la derrota de las falsas ilusiones.

Lo mismo que Faulkner recompone el mundo en la región de Yoknapatawpha, sabiendo que solo la novela puede explicar la complejidad inabarcable de las cosas, García Márquez cambia las señales en Macondo, difumina los contornos de lo concreto y nos dice que, a pesar de lo que parezca, no hay dioses, solo hombres y mujeres que luchan por estar menos solos, es decir, por ser más libres y, siéndolo, poder amar de otra manera. Quizás esté ahí el sentido final de sus textos: en un nuevo concepto de libertad al margen de las fronteras acres del mercado y de las convenciones diarias del poder.

Descansa, Gabo. Que la tierra te sea leve. Habrá de nuevo, qué duda cabe, una batalla por la interpretación de las cosas. Ya sabes cómo es la lucha de clases. Intentaremos que no te conviertan en algo intemporal, mágico, inocente. Fuiste un gran escritor y un gran periodista, eso sí. Pero en lucha constante contra el poder.

Felipe Alcaraz

Fuente: Mundo Obrero


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