La Balada de los Héroes Op. 14
fue compuesta como pieza de ocasión para el Festival de Música para el Pueblo
durante su edición de 1939. Dedicada a todos aquellos que lucharon o perecieron
en las Brigadas Internacionales, fue un tributo honorable a aquellos que habían
contribuido a un desesperado esfuerzo, aunque fallido, por salvar la democracia
en España. Compuesta para una orquesta con gran sección de percusiones
incluyendo xilófono, bombo, tarola, tom, látigo y címbalos, una fanfarria
ex-scena, gran coro, la pieza es una puesta musical de poemas por Auden y el
poeta socialista Randall Swingler.
La obra se divide en tres partes, comenzando
con una marcha fúnebre al estilo mahleriano. Las trompetas ex-scena entonan su
canto, seguido por la melodía principal en los chelos, tomada de hecho de la
aventura radiofónica de Britten El Rey
Arturo, así como gran parte del material musical de la obra. El coro entona
entonces un poema de Swingles “aquellos que esperáis en vuestros portones”,
llamando a aquellos que murieron o regresan vencidos a casa, siguiendo la
melodía en los violínes y en las cuerdas alzando continuamente el tono: “A ustedes
hablamos, incontables hombres de Inglaterra/ para recordaros que aún yace
grandeza entre ustedes”, siguiendo este esquema minimalista en tiempo de bolero
hasta llegar a un dramático clímax “ellos fueron hombres que odiaban la muerte
y que amaban la vida/…/hombres que deseaban crear en vez de destruir”,
gradualmente descendiendo a la oscuridad de donde vinieron, como si fuera una
marcha de espíritus en realidad. Las trompetas entonan de nuevo, esta vez
acompañadas de gritos de batalla por todos lados. El segundo movimiento “Danza
de la Muerte” está basado en el Adiós de Auden. Esta comienza con veloces
cuerdas que cargan hacia las primeras líneas del poema “Adiós digo al clamor
civilizado del cuarto de estudio”; era en efecto el fin de las soluciones diplomáticas,
de las obras de belleza, de las negociaciones con ramas de olivo; los asuntos
se resolvían con violencia (gas y bombas) porque “el Diablo rompió su pacto y
se alzó”, creando musicalmente una división entre los coros masculino y
femenino; las cuerdas, alientos, metales, finalmente uniéndose en las palabras
“carga al fuego – un deseo de tormenta”. El bombo deja entrar marchando a las
legiones de la oscuridad: cañones, bombarderos, ametralladoras “al ser la orden
de la trompeta, de la ira, del tambor”. La música caótica comienza de nuevo
“los cielos se alumbran como árbol navideño/…/la humanidad vive pero debe
morir” creando finalmente una veloz y
zigzagueante danza con la muerte. El
final es un recitativo para tenor solo con coro, de nuevo sobre un poema de
Auden. El canto elegiaco del tenor se combina con la música tenebrosa de los
metales y las percusiones ya que “el posible verano se ha ido y las armas se
escuchan por doquier en las colinas”. Los despojos de guerra se evocan: valles
desolados, pestilencia omnipresente; Europa yace en la oscuridad / ciudades,
torrentes y bosques, una imagen premonitoria de aquello que vendría. A pesar de
ello, Britten tiene esperanzas: mezclando la última parte del poema de Auden
con aquél de Swingler, sueña entonces con la construcción de un mundo mejor:
mensajes secretos de paz volarán en palomas invisibles sobre los continentes y
construiremos una ciudad donde sea el amor quien mande, donde el enemigo y el
cobarde serán perdonados; tal y como si fuera la utopía del Cristo. Los
instrumentos pasan entonces a tocar acordes en mayor mientras el coro grita
“perdonadlos… “, “¡honradlos, honradlos!”. La música se disipa al silencio,
clamando por el reposo de las almas. Sin embargo, la música fúnebre del
principio regrese, de nuevo con signos proféticos “luchad por la paz, por la
libertad y por ustedes”, concluyendo la obra con fanfarrias, esta vez
premonitorias de guerra.
La obra de Britten se estrenó el 5 de abril de 1939; cuatro días antes, la Guerra civil había concluido con la victoria de los insurrectos falangistas. A pesar del mal momento, la Balada es considerada su primer gran logro, curiosamente casi seguido de su segundo más grande y más maduro, la Sinfonía de Requiem, Op. 20, sólo dos años después.
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