Olof Palme, Primer Ministro de Suecia, Harald Edelstam embajador en Chile, Tencha Bussi viuda de Allende y Conjunto Cuncumen, 1974
Discurso pronunciado por el Primer Ministro sueco, Olof Palme, el día 14 de septiembre, en Malmö, en un mitin por Chile organizado por la sección del partido socialdemócrata de la provincia de Escania.
¡Compañeros!
Ha transcurrido un año, un largo año, desde el día en que el Gobierno de Salvador Allende, democráticamente elegido por el pueblo chileno, fue derribado por uno de los golpes militares más brutales y sangrientos de la historia de América Latina.
Nos hemos reunido hoy aquí para expresar nuestra condena por el terror que sigue imperando en Chile, pero también para manifestar nuestro homenaje y nuestra solidaridad al pueblo chileno que hoy está viviendo sus horas más difíciles.
Hace exactamente cuatro años, ganó Allende la elección presidencial, apoyado por la izquierda unida, tanto la política como la sindical. Fue una victoria que hizo nacer la esperanza de transformación pacífica de una sociedad clasista injusta y degradante. Reivindicaciones como tierra para cultivar, escuelas y hospitales para los niños, trabajo y comida para todos, un futuro más seguro, independencia nacional aparecían como claras posibilidades. Uno de los rivales de Allende en la elección presidencial, el candidato del partido demócrata-cristiano, el más grande del país, presentaba en su programa electoral reivindicaciones semejantes. Por eso Allende, que en la elección no había conseguido la mayoría absoluta, obtuvo una aplastante mayoría en el parlamento chileno, institución que, según la constitución, debe designar al presidente en caso de empate.
Existen motivos que me obligan a subrayar esta circunstancia. En los sectores de la derecha se insiste en que Allende gobernaba en contra de la voluntad de la mayoría del pueblo.
El nuevo gobierno puso en marcha una impresionante labor reformadora bajo el signo del socialismo democrático. Las condiciones de vida de la mayoría del pueblo mejoraron: se crearon más de 200.000 nuevos puestos de trabajo. Más de 75.000 familias recibieron tierras de cultivo. La mortalidad infantil descendió considerablemente; se multiplicó por diez la incorporación de la clase obrera a la enseñanza tanto secundaria como superior. Se crearon grupos como Cuncumén y Quilapayún, que recogieron la tradición popular en los campos de la música y la danza y fueron un gran estímulo para la amplia actividad cultural que se desarrolló en todo el país. Pablo Neruda fue nombrado embajador de su patria en París. Chile se convirtió en el centro cultural de América Latina. Se logró limitar la dependencia extranjera, la economía y la vida laboral fueron democratizadas: las inmensas minas de cobre, el nervio vital del país, fueron nacionalizadas, así como las minas de hierro y salitre.
El pueblo trabajador de Chile apoyaba esta política. En las elecciones municipales de abril de 1971, la coalición gubernamental, a pesar de la aplastante superioridad propagandística de la oposición, avanzó vigorosamente y obtuvo el 50 por ciento de los votos.
El gobierno de Allende se hizo peligroso por su enraizamiento popular. Peligroso para los adinerados y privilegiados, para los intereses extranjeros y las grandes empresas. Aterrorizados por la idea de que Allende pudiese lograr sus metas, las fuerzas derechistas iniciaron una contraofensiva. Aumentaron los actos de sabotaje, las empresas multinacionales iniciaron sus conspiraciones, se organizó la fuga de capitales, se pusieron todo tipo de obstáculos a los proyectos de reforma, los indispensables préstamos y créditos extranjeros no fueron concedidos.
Lo importante era conseguir "desestabilizar" el gobierno de Allende, como se dice en ciertos círculos.
A la propaganda de derechas le corresponde sostener que el golpe militar fue, en realidad, una consecuencia lógica de la política socialista de Allende. Si se siembra socialismo, se cosecha fascismo, suelen decir. Este es un argumento que recuerda los que se emplearon contra otro líder popular que intentó democratizar su país en circunstancias difíciles: Alexander Dubcek.
Ahora, el mismísimo cabecilla del golpe, general Pinochet, ha revelado la verdad en más entrevistas y discursos recientes.
Los planes para derribar a Allende por la violencia se comenzaron a elaborar ya en abril de 1972, es decir, 17 meses antes del golpe. Los planes se fueron puliendo poco a poco, los detalles se prepararon minuciosamente.
Contra todo pronóstico, el día 4 de marzo de 1973 el gobierno de la Unidad Popular logró mantener sus posiciones en las elecciones generales. Según el señor Pinochet, los militares conjurados comenzaron, 16 días más tarde, a elaborar un plan de acción que se ejecutaría en septiembre.
Con esto queda pulverizado el mito de que los militares intervinieron para salvar al país del caos económico y político, para salvaguardar la constitución o para adelantarse al supuesto golpe de la izquierda, llamado "plan Z". Lo único que queda es la violencia desnuda, la violencia que iba a detener, a cualquier precio, los afanes de reforma de Allende.
En la crítica del Chile de Allende, que está de moda, si bien con de signo contrario, entre la gente de extrema izquierda, ha ido surgiendo la idea de que una política radical que pretenda conseguir la igualdad en un país es incompatible con la democracia. También hemos oído argumentos semejantes aplicados a Suecia, cuando el movimiento obrero ha impulsado la realización de reformas importantes para la mayoría de la población. Pero sabemos muy bien que la democracia no es un privilegio, una exclusiva de una sociedad inalterable. Al contrario: la condición necesaria para la democracia es la constante actividad reformadora. Así es en Suecia, así fue, y lo sigue siendo, en Chile.
Ahora reina la violencia en Chile. El catálogo de brutalidades es atroz. Los avances sociales de decenios han sido pulverizados. Se ha puesto en marcha una aniquilación sistemática de la sociedad que estaba construyendo Allende. Decenas de miles de personas han sido asesinadas o han desaparecido. Cientos de miles de obreros han sido dejados cesantes. A los restantes se les ha alargado la jornada laboral sin compensación económica. Hay millones sin posibilidad alguna de procurarse el sustento. Aproximadamente la tercera parte de los profesores y alumnos de la universidad y las escuelas superiores han sido apartados de sus puestos docentes. Sindicatos, partidos políticos y otras asociaciones populares de carácter democrático han sido prohibidos. Continúan los consejos de guerra y la pantomima de los procesos políticos contra personas civiles y militares, cuyo único delito ha sido su lealtad a la constitución chilena y a la democracia. Miles de presos políticos han sido objeto, y lo son todavía, de tortura y de trato inhumano. Nos han llegado hasta aquí narraciones espeluznantes de la vida en los campos de concentración de Chacabuco, de Iquique, de Tejas Verdes y Pisagua, de las islas Dawson y Quiriquina.
Ya se están utilizando nuevos campos de concentración. Para poder llevan a cabo su amplísima labor represiva la Junta se ha visto obligada a llamar a filas a oficiales reservistas y jubilados. El terror continúa porque la Junta vive dominada por el miedo al pueblo. El cáncer marxista debe ser extirpado de raíz, proclama la junta para justificar su barbarie. Pero el imperio del terror afecta también a aquellos a quienes ni siquiera la Junta cuenta entre sus enemigos. Porque su política ha precipitado al país no sólo en la crisis moral sino también en una tremenda crisis económica. El hambre, la miseria y la indigencia vuelven a aparecer en el país. El año pasado la inflación llegó al 508 por ciento y se calcula que este año alcanzará el mismo nivel. Una serie de productos de primera necesidad se han visto afectados por aumentos de precio de hasta un mil por ciento. El salario mínimo de aquellos que tienen la suerte de tener un empleo apenas cubre una quinta parte de los que necesita una familia de dos hijos para comida y otros artículos de primera necesidad.
¿Cree el propio líder de la Junta en su afirmaci6n de que el 80 por ciento de la población apoya su régimen? Entonces, ¿para quién están destinadas las leyes de guerra y el estado de excepción? ¿Para proteger, acaso, esta supuesta mayoría y el poderosos aparato represivo contra el 20 por ciento restante? ¿Cuántos civiles cree la Junta que saldrían hoy día en su defensa? ¿En cuántos países serían recibidos como los representantes del pueblo de Chile?
Todos, incluso el líder la junta, conocemos las respuestas.
El pueblo chileno necesita nuestra ayuda. La resistencia contra la junta vive. Sabemos que se organizan huelgas y manifestaciones. Pinochet habla de que se han descubierto focos de resistencia, hospitales clandestinos y bancos de sangre, etc. Nos llegan de Chile peticiones de solidaridad. El movimiento obrero sueco continuará apoyando, tanto política como materialmente, a las fuerzas democráticas chilenas. La colecta organizada por el movimiento obrero en favor de Chile ha pasado ya la raya de los dos millones. Esta semana hemos entregado otro cuarto de millón de coronas al movimiento de liberación chileno. En breve se realizará otra entrega. Contribuiremos a mantener viva la repulsa que la opinión internacional siente por la junta. Anteayer, el primer ministro holandés y yo hicimos una declaración conjunta sobre Chile. Continuaremos las actividades de información en nuestro propio país. Continuaremos ayudando a los refugiados políticos chilenos tanto aquí, en Suecia, como en otros países. La causa de Chile es también nuestra.
La ola internacional de protestas que ha hecho de la Junta chilena un régimen aislado tanto moral como políticamente no es, ni mucho menos, una invención del "marxismo internacional". Es, por el contrario, la expresión de la repulsa mundial ante un sanguinario régimen ilegal, que ha pisoteado todos los derechos humanos.
La paz que, según nos dicen, reina ahora en Chile es una paz falsa, es la paz de las tumbas y del terror. El pueblo de Chile está soportando unos atroces sufrimientos. No sabemos cuánto tiempo va a durar esta situación. Pero, más tarde o más temprano, el sanguinario régimen chileno desaparecerá envuelto en su infinito envilecimiento y vergüenza, sin que lo lloren más que unos pocos, despreciado por todos los demócratas del mundo. A veces la violencia produce una sensación de desesperación. Existen terribles ejemplos de regímenes que han durado mucho tiempo apoyados únicamente en la violencia. Pero también sabemos que las ansias de libertad de los pueblos jamás pueden ser aniquiladas. Acabamos de ser testigos de ello en Portugal, que acaba de recobrar, después de 40 años, su libertad; y también en Grecia, después de siete años de dictadura militar. También seremos testigos de la misma transformación en Chile. Los tiranos llevan en sí mismos la semilla de su propia destrucción. "Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra. Y la hacen los pueblos."
Esta fue la Última alocución de Salvador Allende, poco antes de ser víctima del golpe militar.