Humor surrealista y profundas reflexiones teológicas se dan la mano en una de las últimas películas de Buñuel. El argumento es mínimo: dos mendigos parten de Francia, inspirados por Dios Padre, para hacer el camino de Santiago. A lo largo del viaje se les van mostrando las atrocidades, herejías, supersticiones y fanatismos en los que ha estado implicada la religión católica a lo largo de su historia. He seleccionado una escena que ilustra muy bien la doctrina de una de las variantes que compitió durante siglos con el cristianismo oficial: el gnosticismo. Según éste el hombre se compone de un principio luminoso, el alma, y un principio oscuro y malvado, el cuerpo. Como decían los órficos y Platón el cuerpo es la cárcel del alma. Sin embargo, en lugar de una moral represiva, la consecuencia que los gnósticos extraen de este dualismo radical es que cuanto más se entregue el cuerpo a imperfecciones como la lujuria más brillará en su toda su pureza el principio divino, el alma. Sus costumbres eran, por tanto, bastante libertinas, tal y como se muestra en el fragmento que puedes ver más arriba. Por desgracia, Prisciliano, el líder de la secta, fue condenado por hereje y decapitado en 385.
A lo largo de la película, además de justificar el ateísmo en variadas ocasiones, Buñuel deja traslucir cierta ambigüedad respecto al tema religioso. Dice odiar tanto la ciencia y la tecnología que teme terminar por creer en Dios. El positivismo científico, que reduce el mundo a la mera realidad empírica, era algo que a Buñuel le horrorizaba. Entendía que la sensibilidad religiosa o artística eran imprescindibles para completar nuestra experiencia del mundo dando cabida a lo irracional, los sueños, lo espiritual, el caos…
En definitiva, una lección magistral de teología y filosofía que no debes perderte. Otros temas que Buñuel trata con rigor y claridad son la predestinación, el pecado original, la gracia, la transubstanciación, la naturaleza humana o divina de Cristo y la Inquisición.
Fuente: Punto Crítico