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"LA NOCHE DE VARENNES", PELICULA DE ETTORE SCOLA

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Título original: Il mondo nuovo
Año: 1982
Duración: 131 min.
País: Italia
Dirección:Ettore Scola
Guión: Sergio Amidei,Ettore Scola. Novela:Catherine Rihoit
Música: Armando Trovajoli
Fotografía: Armando Nannuzzi
Reparto:Jean-Louis Barrault,Hanna Schygulla,Marcello Mastroianni,Harvey Keitel,Jean-Claude Brialy,Daniel Gélin,Andrea Ferréol,Michel Piccoli,Laura Betti,Dora Dol
Sinopsis: Siglo XVIII. Crónica de un viaje que comparten Luis XVI, María Antonieta, Casanova, el novelista francés Restif de la Bretonne, una de las damas de compañía de la reina y el estadounidense Thomas Paine.
 
Recuerdo una manifestación en Roma a principios de los ochenta. Grandiosa, parecía ilimitada. Las banderas del PCI parecían un bosque interminable. Aquello parecía caótico pero tenía su orden interno. Mis amigos eran duchos y sabían donde estaba la cúpula donde tenían algún conocido. Al llegar al rincón de los secretarios no fue me difícil distinguir a Ettore Scola (n. 1931), al que conocía por las revistas de cine. Estaba allí rodeado de gente hablando como una suerte de Vittorio Gassman en el papel de intelectual agitador y socarrón. No hubo manera de saludarlo, y decirlo algo parecido: “Aquí un espectador que aprecia altamente su obra”. Cierto, Ettore era el cineasta más representativo del “partito”, tanto es así que llegó a ser ministro de cultura del gobierno alternativo de la oposición comunista. Su cine sin embargo no ha tenido nada de oficialista, normalmente ha ido más allá de aquel “compromiso histórico” finalmente logrado: el “patito” se ha integrado en la sociedad. Como diría uno de sus personajes, no ha cambiado el mundo sino que el mundo les ha cambiado a ello. Sin embargo, estos han sido frutos amargos para  Ettore que ha seguido haciendo su cine, y que se puso al servicio del Foro Social de Génova.

       Dos palabras sobre su obra. Guionista antes que realizador (se ha dicho que su cine es “literario”), sigue siendo todavía uno de los directores más respetados del cine italiano, de los pocos que nos llegan con regularidad. Aunque debutó como realizador en los años sesenta, sus primeros éxitos no llegaron hasta la década siguiente. Entre los más recordables se encuentran Brutos, sucios y malos (1974), un crudo retrato de una familia en un suburbio romano que ilustra el criterio de Buñuel según el cual los pobres no tienen porque ser buenos; Una jornada particular (1977), la más sensible y popular (Flotach la representó en un teatro de Barcelona),  crónica íntima entre un homosexual (Marcello) y una ama de casa (Sofía), ambientada en la Italia que recibe la visita “gloriosa” de Hitler; La terraza (1979), una amarga reflexión sobre el destino de la intelectualidad de izquierdas, etc.  La lista es larga, y en los años ochenta han dado sus mejores películas. Además de La noche de Varennes, hay que destacar Le bal (1983), peculiar visión de la historia de Francia entre 1936 y 1968, a través de la música popular y el baile, y nos detenemos aquí para coger el hilo otro día.

                Este Scola metido a historiador busca a alguien para hacer un reportaje de los hechos, y para ello se fija en un escritor del siglo XVIII, Nicolás Restif de la Bretonne (1734-1806), interpretado por el veterano actor Jean-Louis Barrault, y aquí nos permitimos hacer un inciso porque el personaje lo merece.

               NicolásRestif de la Bretonne, novelista y utópico francés, llamado el “Rousseau del arroyo “ (Yonne, Auxerrois, 1734-París, 1806). Sus obras ple­nas de erotismo y sensualidad tuvieron su momento un extraordinario éxito. Aunque escribió alrededor de doscientos volúmenes ninguna de ellas sobrevivió, la única que, a juicio de un historiador, tiene «interés, es la titulada Monsieur Nicolás; pero este interés no es fácil hallarlo, ya que la obra cons­ta de 16 volúmenes y sólo vale la pena en unos cuantos párrafos" (José Mª Souvirón, Historia breve de la litera­tura francesa, Credsa, Barcelona, 1965, p. 112). La importancia de Restif es que ofrece un cuadro realista de la Francia de su tiempo y es uno de los primeros escritores que utiliza la novela como un arma de crítica social. Vivió hasta que fue joven en el campo, luego se trasladó a París donde comenzó a trabajar como aprendiz en una imprenta. Toda su vida y toda su obra estarán marcadas por la nostalgia de la comunidad agraria idealizada y por el rechazo de la ciudad, desigua­litaria y viciosa, así como por la suma de experiencias propias, lo que le convierten en un maestro de la autobiografía y de las confesiones. Su tendencia a consignar por escrito todo aquello que observaba hace que Restif sea el narrador de la vida cotidiana de la clase obrera parisina del siglo XVIII

       En algunos de sus libros, Restif describe una uto­pía comunista que cobra vida a través de una realidad que, aunque contemplada con mucho idealismo, es perfectamente identificable con la sociedad campesina que conoció su uto­pía era la de una comunidad en la que todos formaban parte de una gran familia, donde todos tenían sus bienes y donde la autoridad del padre y la Iglesia cuidaba el equi­librio y la ayuda mutua. No obstante, cuando estalló la revolución, el comunismo agrario de Restif se mostró con tintes muy moderados, aunque no hay duda que su obra contribuyó a la educación de miles de revolucionarios. Al­gunas de sus obras más destacadas son: La vida de mi pa­dre (1778), El campesino pervertido o los peligros de la ciu­dad (1775), El descubrimiento austral (1781), La escuela de los padres (1776), Carta de un mono: el Andrógrafo o ideas de un hombre honrado sobre un proyecto de reglamento propuesto a todas las naciones de Europa para llevar a cabo una reforma general de las costumbres y con ella conseguir la dicha del género humano (1782) y Tesmógrafo o Ideas de un hombre honrado sobre un programa de reglamento propuesto a todas las naciones de Europa (1789), dos uto­pías donde propone un programa moderado de reformas. Octaedro (BCN, 2002) ha publicado Sara o la última aventura de un hombre de cuarenta y cinco años, con un prefacio de Maurice Blanchot que estudia su polémica con de Sade. Y efectivamente, pudo ser alguien presente en esos acontecimientos gracias a su afición por los paseos nocturnos por las calles de París, que le valdrían el apodo de El Búho. Por ello, a Scola le gusta imaginarse a Restif sospechando la fuga de los reyes del palacio de Las Tullerías y le pondrá tras su pista hacia Varennes.

                  Acompaña a otro personaje de la épica, el famoso aventurero y seductor Gia­como Casanova (1725-1798), un inmenso Marcello Mastroianni. A sus sesenta y seis años, Casanova se siente cansado y se da cuenta de que con ese siglo XVIII que está finalizando se va toda su vida y el mundo que ha conocido. Ahora ni siquiera tiene la independencia suficiente para pasar tranquilamente los últimos años de su existencia. Un rico señor de Bohemia, el duque de Waldstein, explota sus dismi­nuidos talentos como bibliotecario y escritor de encargo. Otro personaje de la revolución será Thomas Paine, brillantemente encarnado por Harvey Keitel.

     Paine fue un revolucionario inglés de los dos mundos (Thelford, Norfolk, 1737-Nueva York, 1809), participó en la revolución americana y en la fran­cesa, su patria, según sus propias palabras, era la huma­nidad. Tomó partido por los colonos insurgentes y publicó, en 1776, su Common sense, cuyo inmenso éxito reforzó el partido independentista. En 1787 regresó a Gran Bretaña, donde se enzarzó en una dura polémica con Pitt. La revolución francesa le entusiasmó, y a las críticas contenidas en las Reflexiones sobre la revolución en Francia, del ex liberal Edmund Burke, Paine contestó con una apología, Los derechos del hombre (1791-1792), en la que defendía el derecho del pueblo a cambiar su gobierno de acuerdo con sus intereses. Perseguido por el  gobierno británico, se refugió en Francia (1792), donde recibió la ciudadanía francesa y un escaño en la Convención, pero fue mal visto por los jacobinos. Exiliado en Francia, Paine recibió el apoyo de los girondinos y llegó a ser elegido miembro de la Convención por el depar­tamento de Pas de Calais, después de haber obtenido la nacio­nalidad francesa. Sus simpatías por los girondinos le costaron ser encarcelado durante el Terror, y no fue puesto en libertad hasta la muerte de Robespierre. Durante el Directorio y el Consulado, Paine se fue distanciando de la actividad política, hasta que decidió regresar en 1802 a Estados Unidos, donde murió siete años después.

                Según Benjamín Farrington: “Los tories ingleses le persiguieron como a un pícaro… En los clubes de Londres se convirtió en moda llevar clavos TP (Tom Paine) en los tacones de sus botas para evidenciar cómo pisoteaban sus principios básicos. Fue proscrito y deste­rrado y sus libros quemados por el verdugo. Era conside­rado como un criminal común. En Norteamérica, los caba­lleros se hicieron eco del odio a Paine y detestarlo llegó a ser signo de respetabilidad”. Todavía rechazado por la bur­guesía norteamericana como ”un ateo asqueroso” (Theodor Roosevelt), Paine fue célebre en su época por sus escritos y en ello se muestra como un demócrata radical que cues­tiona los abusos de la propiedad privada. “Se convirtió en el abogado de la redistribución de la renta por medio de los impuestos y de un sistema de retiros pagados a los an­cianos por el Estado. Sobre la cuestión del suelo, como cada uno tiene un derecho natural a una parte igual de tierra, Paine, sin abolir la propiedad privada, quiere levantar un impuesto para todas las grandes haciendas. El producto de este impuesto servirá para compensar el perjuicio sufrido por todo ciudadano desprovisto de tierra; a cada uno de estos ciudadanos se le entregará, a la edad de 21 años, un pequeño capital y, a partir de los 50, una renta anual. Paine se sitúa así entre los precursores del Welfare State o Estado del bienestar y de la ideología laborista” (François Bedarida). En más de una ocasión, Richard Attenborough, se ha referido a un proyecto de filme sobre su vida.&nbsp

      Esta diligencia arranca con un espectáculo de titiriteros en París a orillas del Sena. Están ofreciendo una sesión de linter­na mágica en el que pasan revista a los principales aconteci­mientos de la Revolución. Scola rinde homenaje a estos precursores del cine, que considera como el más popular de todos los espectáculos existentes en aquella época. Resulta bien expresivo el nombre de la compa­ñía de titiriteros: El Nuevo Mundo. Porque, efectivamente, gracias a la magia de la representación, Scola sitúa al especta­dor en los comienzos de una nueva época en la que los episo­dios de la Revolución abren el camino.   Se representa la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, cuando "cinco mil parisinos salen de sus casas dejando a sus niños dormidos para edificarles otros destinos". De este hecho se pasa a la marcha de diez mil mujeres de París sobre Versa­lles, el 5 de octubre de 1789 exigiendo pan y el traslado de los reyes a París. La comitiva que regresa a la capital ya no está encabezada por los reyes y el delfín, sino por "el panadero, la panadera y el pequeño pastelero", pues "sus majestades asegu­ran el pan para todos".

    Dejando atrás el mundo de la farsa, Ettore Scola se intro­duce en la imprenta y librería de Restif. Llama la atención que en ella se encuentren obras que narran la vida de Casanova y diversos ejemplares de Los Derechos del Hombre de Paine. Éste es un detalle rigurosamente histórico, ya que Restif im­primió en París esta obra en 1791, tras su prohibición en Inglaterra. Pero con su vida bohemia, a Restif no le va bien su negocio y pasa por unas dificultades­ económicas que nunca le abandonarían y es amenazad­o con un embargo preventivo de sus libros para hacer a sus deudas. Decidido a distraerse con sus habituales correrías nocturnas, el escritor acude a un burdel regentado una de sus antiguas conquistas, madame Faustine. La casa próxima al palacio de Las Tullerías y de allí vuelve preci­samente una hija de madame Faustine, que resulta ser sirviente la reina. Algo está sucediendo en el palacio en la noche 20 de junio de 1791, y ello estimula la insaciable curiosidad Restif; Se observa movimiento entre la servidumbre y se ve un carruaje. Accidentalmente, Restif, situado en una ruina; recibe un paquete que se ve obligado a entregar inmediatamente a una misteriosa dama que se lo pide, sin haber salido en ningún momento de su asombro. Sus sospechas y su imaginación hacen todo lo demás. Ahora está convencido que la familia real está a punto de escapar. Por eso, a la mañana siguiente se traslada a la plaza de Notre Dame para tomar la diligencia París-Verdún. Desde este instante, la película entra  de pleno en el esquema he clásico de las películas itinerantes, si bien aquí no son los indios de Gerónimo (¡que injusto fue este Ford¡), sino las conversaciones entre unos personajes que nos ilustran sobre lo dulce que era la vida antes de la revolución, y del comienzo de una nueva relación social en la que no falta un empresario (Daniel Gelin) que ve venir (aterrorizado) el movimiento obrero.

      El trayecto que se dirige a Verdún reúne a viajeros muy diversos, entre los que sobresale una dama de María Antonie­ta, la condesa Sylvie de la Borde (Hanna Schygulla), a la que acompaña su peluquero, Jacob (Jean-Claude Brialy), inmerso en sus trapos. Tam­bién viajan un magistrado, un comerciante, una viuda rica y una cantante de ópera. y entre todos estos personajes de ocasión está Thomas Paine, un extranjero que sin duda es el Paris entusiasta defensor de las ideas revolucionarias entre los está presente Restif, que se califica a sí mismo de “la voz que vive con el pueblo”. Éste pierde en el último instante la diligencia, pero no por ello se desanima, está convencido de que el monarca ha huido y que debe intentar alcanzarle. Pero tampoco piensa informar a las autoridades de lo que ha visto la noche anterior. Quiere toda la gloria posible para él sólo, como si fuera un reportero de los que no ceden nunca a nadie sus exclusivas.

        En su camino tras la diligencia, Restif se encuen­tra con Casanova, que viaja en una pequeña berlina. Ambos entablan amistad, y el vanidoso Restif se presenta a Casano­va citando algunos títulos de sus novelas, que el italiano debía haber leído, ya que menciona a Restif en sus interesantísimas memorias. Casanova y Restif logran alcanzar a la diligencia en la posta de Meaux. Allí, el escritor francés inicia una conversación con Paine y, ante un mapa de Francia desplegado, los dos comen­tan las posibilidades que tiene el rey de escapar. y llegan a la conclusión de que si Luis XVI logra cruzar la frontera y unirse a los austriacos será la vuelta al Antiguo Régimen y la guerra civil, “pues el pueblo no renunciará a lo logrado en dos años”. El interés de Restif por la fuga del rey contrasta con el distan­ciamiento con que Casanova observa los acontecimientos. Esto le va a hacer chocar con Paine en el siguiente diálogo, iniciado por el autor de Los Derechos del Hombre:

-«¿No está de acuerdo con lo sucedido desde 1789?»

-«Disgustaré a algunos, pero diré que no, porque todo se volvió feo –contesta Casanova-. Los cocheros y los sirvien­tes se sienten autorizados a ser insolentes. Me hace falta la bella Francia de antaño, donde todo era luminoso y armonioso, donde era bello vivir y se respetaba la dignidad. Eso es lo primero que se pierde. Quieren tener al pueblo como soberano y es el más tiránico y brutal de los soberanos."

-«¡Basta!, le prohíbo hablar así", le replica indignado Paine.

-«En la antigua Francia nadie con tanta insolencia me habría prohibido hablar. »

-«Las palabras pueden ser nocivas para la sociedad. »

-"Sí, pero… ¿prohibirlas? Es un camino hacia la tiranía», sentencia finalmente el viejo seductor italiano.

    Éste es un Casanova sigue conservando a su edad su arrogancia y ademanes de aristócrata. No en vano se hace llamar el caba­llero de Seingalt. En cambio Paine, un hombre que viene del Nuevo Mundo, donde ha defendido con su pluma otra revolu­ción, es capaz de enfrentarse a cualquiera con el total conven­cimiento de la superioridad absoluta de sus ideas. Más allá de las conversaciones polémicas, Restif se fija en el más mínimo detalle que le pueda dar una pista sobre el carruaje de los reyes. Todo indica que va por buen camino. Un jinete uniformado adelanta a la diligencia en su ruta hacia Sainte-Meinheould y en una parada Restif encuentra restos de comida, entre los que hay una botella de vino de la casa real.

   Otro de los antagonistas de Paine es la condesa de La Borde. La leal servidora de María Antonieta defiende al rey cuando Paine afirma: "Un rey que huye, cada minuto es menos rey". Pero en sus críticas Paine llega incluso a conde­nar el sistema monárquico: "Ningún gobierno es bueno. se enriquece siempre. Pero el peor de todos es el de la aristocra­cia y la monarquía. Son la estafa más tiránica de la humani­dad. Mi querido Jorge III de Inglaterra quería aprovecharse de más gente para seguir viviendo con lujo, pero en América…" Paine inglés clama también contra las cuatro mil fami­lias de la nobleza de Francia, y la condesa intenta argumen­tarle en vano.

-“Parece saber lo que Ocurre en la corte, pero ignora que esas cuatro mil familias contribuyen a los gastos reales ya obras de beneficencia.

-"El pueblo rechaza la beneficencia: tiene derechos”, replica Paine.

-“A los cuales deberían corresponder deberes -contraa­taca la condesa- el de respetar a su rey, que es de derecho divino. “

  -“Los aristócratas olvidaron sus deberes. Huyeron fuera olvidando al rey. En cuanto al derecho divino, ¿de dónde lo sacaron los aristócratas?, ¿tienen acceso a Dios y el pueblo no? Esto es sólo el modo de sucesión y el ver en el trono, después de un león, a un burro”.

   Desde este momento, en las diversas etapas del viaje hasta Varennes los diálogos se van haciendo cada vez más fluidos e interesantes. Ettore Scola pone en marcha toda una encuesta periodística en la que distintas personas van contando no sólo sus opiniones sino también su versión de los hechos que aca­ban de contemplar. y Restif, además de investigar, da su opinión cuando la condesa insiste en que el pueblo sigue que­riendo al rey y que lo recibirá con una gran fiesta. Entonces, el escritor replica con todo el resentimiento de un hombre al que su familia había pretendido sin éxito destinarlo al sacer­docio contra su voluntad: “Quizá tenga razón, señora, pero la gente cambió. El pueblo descubrió que era pobre…Empezó a preguntarse si después de los últimos fuesen los primeros y, ante esa incertidumbre, se ocupan de lo de ahora". Pero la condesa intenta recordar las aclamaciones del pueblo hacia su rey en un pasado reciente, como durante la inauguración solemne del puerto de Cherburgo, en 1786. Una vez más, Sylvie de la Borde vive el presente con los ojos en el pasado, pues para ella sus reyes incluso su religión.

   El final de la fuga del rey está próximo. La denuncia de Drouet, el jefe de postas de Sainte-Menehould que le ha reconocido, llevará a su definitivo arresto en Varennes. Es un mensajero que se dirige a París a comunicar la noticia a la Asamblea Nacional el que anuncia a todos la detención del rey, que se halla en casa de monsieur Sauce, fabricante de velas y especias. Al conocer la noticia, aquella misma noche, gentes de las aldeas cercanas se dirigen a Varennes con antorchas y can­tando La Carmañola. Con ellos irán también Restif y Paine. Casanova que está deseando marcharse y le pregunta a Restif:

-“¿Escribirás sobre los Borbones presos de un fabricante? Ni siquiera Shakespeare habría hecho una tragedia así. “

-“No escribo tragedias. Doy testimonio de lo que veo”, le dice Restif.

-“Deseo ir a Verdún. No quiero asistir a ia muerte de un rey."

-“El pueblo no quiere su muerte.”

-“Al estar prisionero de un jefe de postas, es como si estu­viera muerto”, insiste por último Casanova.

   Nuevamente será el lúcido Casanova el que certifica el acta de defunción del Antiguo Régimen. Después de esta nueva humillación, que sitúa al rey cada vez más cerca de la muerte, Casanova quiere olvidarlo, pensando en tiempos mejores. Por ello, no se resiste cuando los lacayos del duque de Walstein aparezcan para conducirlo de vuelta al castillo de Bohemia, de donde saliera hace tiempo. La condesa de La Borde, inquieta por la suerte del rey, acompaña a Restif y a Paine en el carruaje hasta Varennes. Se han convertido en unas personas más entre la multitud de curiosos desplazada a la ciudad. y en la vida real, cuando hay una multitud difícilmente se puede distinguir a los grandes personajes en quien todos querían fijarse. Y, así pues, la cámara de Ettore Scola sólo muestra en esta escena clave los pies de los reyes, contemplados desde la escalera de la casa de Sauce. Sólo se les ve la cara a los dos niños. Luis XVI tendrá que escuchar el decreto de la Asamblea Constituyente que le ordena regresar a París. Nadie quiere creerse que el rey haya hecho este viaje para visitar a sus fieles de provincias ni tam­poco la versión difundida en la propia Asamblea de que el rey había sido secuestrado.

    Al mismo tiempo, en la calle se distribuyen ejemplares del periódi­co L ‘Ami du Peuple, de Marat, donde se insiste en que "el padre de los franceses abandonó su puesto y nos manda una guerra que durará años". Restif constata certeramente que "las caras de la gente del pueblo no eran caras conmovidas, ni tenían aspecto de unos niños que encuentran a su padre". Después del traslado de la familia real a París, Restif tiene la oportunidad de enterarse del contenido del paquete que le dieron por error en Las Tullerías. Se trata del traje de gala del rey, en color rojo, que llevaba el día de la inauguración del puerto de Cherburgo. Jacob, el peluquero, se encarga de vestir con esas ropas a un muñeco. Todo un símbolo del estado de cosas al que se ha visto reducida la Monarquía. Abstraída, la condesa de La Borde se inclina ante el muñeco y lo llama "Majestad".

    La película finaliza con otra intervención del teatro de títeres en París, que siguen representando nuevos avatares de la Revolución. Ahora incluyen la jornada del 21 de enero de 1793, cuando el rey subió al cadalso. Pero, como se ha visto, la Monarquía francesa había caído mucho antes, concretamen­te en la noche de Varennes. Una película que demuestra que Scola tiene una visión de la Historia en la que el protagonismo es sobre todo para la gente de la calle, que también vivió y protagonizó a su manera los hechos históricos. Ésta es una idea muy similar a la que Jean Renoir desarrolló en La Marsellesa. Pero, a pesar de todo, Scola tiene la necesidad de introducir en su película algunos personajes que existieron realmente, para dar cierta consistencia a la historia que quiere relatar, con todo lo cual consigue un ensamblaje que resulta al mismo tiempo ameno e ilustrador. Crítico y reflexivo, grave e irónico, duro pero comprensivo…

    En fin, casi una obra maestra, amén de una película que parece hecha para hacernos hablar seriamente de Historia. Posiblemente la hizo pensando en los militantes del “Partito”, que de haberlo de verdad, tendría una copia en todos sus locales, y la haría llegar como regalo suplementario de su periódico.

Fuente: kaos en la red

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https://ok.ru/video/1326845659738

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