Diego Rivera pintó sus Murales de la Industria en Detroit financiado por Edsel Ford (el hijo del fundador la Ford Motor Company). Era la época del New Deal, cuando grandes los desastres económicos eran arreglados por el estado, y hasta los multimillonarios arrimaban el hombro. Eran otros tiempos…
Rivera pudo meter así sus ideas sobre la colectividad y la importancia de todos y cada uno de los engranajes para que una maquinaria funcione.
¿Qué tiene que ver la vacunación con la industria? Bueno. Ahora lo vemos claro ¿verdad…? Simplemente cada uno de estos engranajes debe estar sano. Eso es algo que cualquiera puede entender.
Rivera quiso dejar claro que hasta para la industria del automóvil la ciencia es esencial. Todo está relacionado con algo más en un nivel u otro y en el fondo no hay individualidad. Alguno podrá pensar que sí somos individuos, que somos libres, que si trabajamos duro conseguiremos nuestros sueños, que nadie da nada a cambio de nada, que los pobres son pobres por que quieren, que el libre mercado es la solución, que si lo sentimos muy fuerte la economía se regula sola, que en Alemania puedes conducir por la Autobahn a la velocidad que quieras…
Pero si pasa algo grave —y cada dos por tres pasa, y seguirá pasando— siempre resulta que la única opción es contar los unos con los otros. Y por supuesto con la ciencia.
Al final, si lo pensamos científicamente y no con fe en supercherías neoliberales, todas las cosas, incluidas las creencias, acciones e intenciones, independientemente de si son similares u opuestas, se entrelazan formando una conciencia unificada.
Para su mural, lógicamente el artista realizó estudios como este, en el que se representa la vacunación de un bebé. Por supuesto, hubo controversia. Algunos sectores críticos estaban descontentos con la idea de que Rivera hiciera una especie de parodia del nacimiento de Jesucristo, con su mula y su buey, y la Virgen, San José y los pastores vestidos con batas de científicos, pero en el fondo esa es la salvación de la humanidad: un niño sano.