La última sesión de Cortes de la República
Dolores Ibarruri
Poco duró la vida normal del Parlamento constituido después de la victoria del 16 de Febrero. La agresividad de las fuerzas derrotadas iba en aumento, a medida que veían consolidarse la unidad de las izquierdas y fortalecerse su voluntad de dar impulso a la revolución democrática que la confabulación reaccionaria durante el bienio negro había paralizado. En el campo y en las ciudades se sentía el enrarecimiento del ambiente. Los sangrientos sucesos de Yeste, en los que resultaron dieciséis campesinos muertos por la Guardia Civil al servicio de los terratenientes, habían estremecido a todo el país. Una interrogación danzaba constantemente ante nosotros. ¿Qué preparan las fuerzas reaccionarias?
A mediados del mes de junio se anunció que la CEDA iba a hacer una interpelación al Gobierno sobre el orden público. Para la osadía de los cedistas no había bardas. Era algo realmente intolerable que los culpables del desorden, los que rebajaban los salarios a los obreros de las ciudades y a los obreros agrícolas, la misma gente que azuzaba a la Guardia Civil contra los campesinos hambrientos y profería amenazas diciendo que preferían que las cosechas se perdiesen a pagar los salarios estipulados en las bases del trabajo; quienes armaban mercenarios para asesinar a los hombres conocidos por sus ideas democráticas, se atreviesen a interpelar al Gobierno sobre el orden público.
Sólo podía comprenderse tal atrevimiento cuando se examinaba la posición política de los hombres que figuraban en los partidos que componían el Frente Popular, ya que en la debilidad de éste, estaba la fuerza de sus contrarios. No era un secreto para nadie que ciertos dirigentes republicanos, y aun algunos socialistas, estaban molestos porque los trabajadores planteaban reivindicaciones. Y las frases de Albornoz en Asturias sobre la impaciencia de los presos, se repetían con demasiada frecuencia en las tertulias y en los pasillos del Congreso, en relación con las luchas de los obreros por el aumento del salario, por el mejoramiento de sus condiciones de vida.
Los diputados de la CEDA eran el tercer oído de los terratenientes y capitalistas, que percibían hasta el más débil suspiro de las Magdalenas republicanas y querían apoyarse en ellas para abrir una brecha en el bloque de izquierdas. El anuncio de la interpelación cedista fue como un trallazo asestado en pleno rostro al Gobierno y al Frente Popular. Los derechistas querían ir muy lejos al presentar en el Parlamento su proposición no de ley. Las fuerzas de izquierda se agruparon en torno al Gobierno para la batalla parlamentaria. Aquella tarde del 16 de junio, un mes justo antes de la sublevación, había un ambiente de pelea en el Parlamento español.
Los periodistas y fotógrafos recogían impresiones y hacían fotografías. Todo el mundo tenía la impresión de que aquella sesión parlamentaria sería una sesión histórica. De ella podía salir la derrota del Gobierno, que en aquellos momentos hubiera significado la derrota del Frente Popular, o, por el contrario, la derrota de las fuerzas derechistas, que abiertamente se lanzaban a la ofensiva.
Cada parte contendiente preparaba sus armas; los comunistas nos habíamos reunido a mediodía, y en aquella reunión se acordaron las líneas fundamentales de mi intervención, puesto que era yo quien debía intervenir en el debate en nombre del P.C. Los socialistas habían nombrado a Enrique de Francisco para que interviniese, y los republicanos, a Marcelino Domingo.
Antes de comenzar la sesión, los pasillos y salones de la Cámara parecían una colmena. Idas y venidas, comentarios, augurios, entrevistas, miradas cargadas de odio, sonrisas irónicas, ceños fruncidos, inquietudes, de todo había entre los que se disponían a atacar y los que estaban preparados para la defensa.
A los comunistas, lo que nos preocupaba era que en lugar de ser el Gobierno quien iniciase la ofensiva contra los enemigos de la República, fuesen éstos, envalentonados por la tolerancia de aquél, los que se lanzaran al ataque. Hasta entonces había sido la minoría comunista quien con su firmeza daba un nuevo tono a la Cámara. Aquella tarde nuestras armas iban a medirse con las de nuestros más encarnizados enemigos.
Estaba muy nerviosa, pues comprendía la trascendencia de aquella sesión, en la cual el Partido Comunista iba a ser la fuerza de choque en la lucha contra la CEDA y contra toda la reacción española, representada por sus más destacados jefes, Gil Robles y Calvo Sotelo, que eran los que iniciarían el ataque contra el Gobierno.
Comenzó la sesión aprobándose algunos asuntos de trámite y el primer artículo de un proyecto de ley que modificaba la vieja ley de Orden Público.
A continuación, el presidente anunció la lectura de una proposición no de ley. Era la proposición de la CEDA pidiendo al Gobierno explicaciones «acerca del estado subversivo en que vive España».
Gil Robles defendió la proposición. Y después de una enumeración de hechos, atribuidos a las fuerzas que componían el Frente Popular, terminaba diciendo que él no quería que se rompiese el Frente Popular porque deseaba que el fracaso arrastrase a todos los partidos que lo integraban, afirmando que «se preparaban ya los funerales de la democracia»...
Después de él intervino Enrique de Francisco, en nombre de la minoría socialista, el cual cortésmente se disculpaba porque, obligado por un penoso deber, se veía forzado, él, tan modesto, a contender con un hombre tan destacado como el «Sr. Gil Robles»...
La intervención del representante socialista dejó fría a la Cámara y llenó de indignación a muchos diputados socialistas, que esperaban una intervención más firme y más política de su representante.
La agresividad del sector derechista crecía a medida que observaba el ambiente de la Cámara.
Por eso, con la intervención del antiguo ministro de la dictadura de Primo de Rivera, Calvo Sotelo, que era una amenaza y un desafío, se creyó que al Gobierno le quedaban pocas horas de vida. En el discurso hábil y demagógico del jefe derechista hubo un cálido elogio para las fuerzas de la CNT, la actuación de cuyos líderes, desde el 16 de febrero, consistía en forma acusadísima en hacer el juego a las derechas.
A Calvo Sotelo contestole de manera cumplida Casares Quiroga, como presidente del Gobierno. Y Casares Quiroga, recogiendo las amenazas del ex ministro de la dictadura, responsabilizó a Calvo Sotelo de las actividades de las fuerzas derechistas contra la República y contra el pueblo.
Después del jefe del Gobierno intervine yo. Puse de manifiesto la maniobra de las derechas que querían presentarse como víctimas, siendo ellas las autoras responsables de los hechos que creaban el desorden y la inquietud. Denuncié los manejos que contra la República se realizaban, así como el contrabando de armas a través de la frontera de Navarra, armas dedicadas a la preparación de un golpe de Estado.
Hice un análisis de los hechos que precedieron a octubre y reivindiqué la memoria de los asesinados por las fuerzas represivas.
Resalté el jesuitismo y la hipocresía de las fuerzas de derechas, que no vacilaban en recurrir a las mentiras más infames, como la de los niños con los ojos saltados, la de las muchachas violadas, «la de la carne de cura vendida a peso» y la de los guardias de Asalto «quemados vivos», para producir en las masas un sentimiento de repulsión hacia el glorioso movimiento insurreccional de Octubre.
Examiné a la luz fría de los hechos las causas que motivaban las huelgas y que producían el estado de inquietud y de intranquilidad en todo el país.
Terminaba mi discurso diciendo: «Ni los ataques de la reacción, ni las maniobras más o menos encubiertas de los enemigos de la democracia, lograrán quebrantar ni debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en el Gobierno que lo representa.
Pero es necesario que el Gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir el peso de la ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la legalidad, y que en este caso concreto no son los obreros ni los campesinos.
Si hay generalitos reaccionarios que en un momento determinado, azuzados por elementos como Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Gobierno, hay también soldados heroicos, como el cabo de Alcalá, que pueden meterlos en cintura.
Cuando el Gobierno se decida a cumplir más rápidamente que hasta ahora el programa del Frente Popular e inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los trabajadores dispuestos, como el 16 de Febrero, a aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más el Bloque Popular.
Dirigiéndome al jefe del Gobierno dije: «Señor Casares Quiroga, para evitar las «perturbaciones» que tanto molestan a Gil Robles y a Calvo Sotelo, para terminar con el estado de desasosiego que existe en España, no basta con hacer responsables de lo que pueda ocurrir a un señor Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los bandos del Gobierno.
Hay que encarcelar a los terratenientes que lanzan a la miseria y al hambre a los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de Octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho.
Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia, señores ministros y señor Casares Quiroga, no habrá un Gobierno que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de España se levantarán para luchar contra todas esas fuerzas, que, por decoro, no se debiera tolerar que se sentasen ahí.
Mis palabras, expresión de la política y de la posición del Partido Comunista, hallaron una aprobación calurosa en todo el país.
Los acontecimientos se encadenaban con ritmo febril. Las derechas tenían prisa por salir de aquella situación. La tierra les iba faltando bajo los pies y querían despejar la incógnita, terminando de una vez.
Seguían la táctica de atacar, no olvidando el proverbio español de que «el que da primero, da dos veces».
En aquellos días llegó a Madrid el camarada Jesús Monzón, de Navarra, a informar a la dirección del Partido de la situación de aquella región y a denunciar ante el Gobierno las actividades de la reacción Navarra, que a la luz del día se preparaba para la guerra.
En el conjunto de los pueblos de España, Navarra ha sido algo aparte. Constituía una fortaleza de la reacción, para la que no contaba ni la instauración de la República, ni el progreso de España.
En Navarra ha tenido el tradicionalismo reaccionario un baluarte que ha figurado como inaccesible a la democracia, por las debilidades de los diferentes gobiernos republicano-socialistas, que, temerosos de enfrentarse con las fuerzas tradicionalistas, han abandonado en manos de éstas a los obreros y a los campesinos navarros.
Los descendientes de los viejos carlistas vivían en Navarra organizados y encuadrados en los grupos de requetés con una disciplina de hierro , con fanatismo religioso y con jerarquías intocables.
Todo era casi igual que en 1876. Lo único que había cambiado era el armamento. En 1936, los requetés navarros estaban armados no con los viejos fusiles y pistolones enterrados al terminarse la guerra carlista, sino con máuseres y ametralladoras modernas.
Y esa organización militar, medio carlista, medio fascista, hacía constantes ejercicios y prácticas de tiro, desfiles militares y maniobras, que las autoridades toleraban sin tomar ninguna medida para ponerles freno.
Las elecciones en Navarra se realizaron bajo la presión de estas fuerzas. Y a pesar del Frente Popular y de los abnegados esfuerzos de los socialistas y de los comunistas de Pamplona por cambiar la situación, los carlistas continuaban siendo los amos de la región. Al comenzar la sublevación militar fascista, contra los núcleos de demócratas existentes en Navarra se ensañó con salvaje violencia la locura criminal de requetés y fascistas, llenando de dolor y de luto a centenares de familias.
El camarada Monzón llegaba a Madrid en representación del Frente Popular de Navarra, para denunciar los alijos de armas que constantemente se hacían por Vera del Bidasoa y por diferentes puntos del Pirineo Navarro, y a pedir al Gobierno que tomase medidas para cortar los desmanes de los cristeros y el desarme de su organización.
Yo acompañé al camarada Monzón a visitar a Casares Quiroga, el cual, aunque prometió dictar algunas disposiciones, tomó un poco a broma el peligro del fascismo, considerando que los comunistas veíamos fascistas por todas partes.
Con aquel criterio tan irresponsable, dejó que las cosas continuaran como hasta entonces.
Y al estallar la sublevación militar-fascista varios millares de requetés navarros fueron la fuerza de choque del Ejército franquista, sobre todo en el Norte, por negligencia del Gobierno republicano, que no fue capaz de atraerse Navarra al campo de la democracia, ni de poner fuera de combate a los conspiradores y animadores de la sublevación.
La confianza que el Partido Comunista tenía en las masas populares, en los obreros, en los campesinos, en todos los trabajadores, no era compartida por todos los hombres que militaban en los partidos del Frente Popular.
Ante las dificultades que encontraba el Gobierno por el sabotaje económico y político del gran capital, de la alta finanza y de los terratenientes, surgían en el interior del Frente Popular voces pesimistas, agoreras, que tendían a deprimir los espíritus, a paralizar el impulso revolucionario de las masas, a frenar las iniciativas del Gobierno y a crear el clima político propicio para la claudicación ante las derechas.
El Partido Comunista salió al paso de este pesimismo desde las columnas de Mundo Obrero.
...«Es tremendamente infantil —decíamos en el órgano del Partido— la idea de que el enemigo va a dejarse vencer sin ninguna resistencia. Eso, «alarmados» o «alarmistas», había que preverlo. El pánico no ha sido nunca un punto de partida adecuado para llegar a conclusiones justas.
Con serenidad las cosas se ven y se comprenden mejor.
Examinen la situación y reconocerán que no es achacable a los trabajadores, cualquiera que sea su significación, el trastorno que se produce en nuestro camino hacia una España democrática.
Ahí está la política de la reacción y del fascismo, o de las derechas, para hablar su lenguaje, en la calle y en el Parlamento.
Vean los métodos de conspiración que emplean en las finanzas y en los cuartos de banderas. Examinen de dónde parten las provocaciones y el sabotaje al régimen y las agresiones al Frente Popular; de dónde viene ese ruido de espuelas y espadones con que se trata de atenazar los movimientos del Gobierno favorables a las masas populares. El Partido Comunista ha expuesto repetidas veces la imperiosa necesidad que tenemos de dar vida a los Frentes Populares. No nos cansamos de repetir que toda la política actual debe basarse en esos órganos de unidad de todo el pueblo.
Y en este sentido, la Asamblea de Alcaldes y delegados de los Frentes Populares de Jaén es un ejemplo que va a ser seguido en breve por Toledo. Estas asambleas populares son las que señalan el camino a seguir.
El Frente Popular, como célula viva en cada aldea, en cada pueblo, con el Ayuntamiento como órgano ejecutor de esa política y con un programa adecuado a las necesidades de vencer a un enemigo poderoso y organizado. Fl Frente Popular, nacional, parlamentaria y extraparlamentariamente ayudando y empujando al Gobierno a realizar una política económica y social que dé satisfacción a las justas demandas de los trabajadores y masas campesinas y reduzca a polvo los siniestros planes de la reacción.
Si esto se hace, estamos seguros de que esas aves agoreras encontrarán el horizonte más alegre y despejado»...
Cada día aportaba una nueva inquietud. La evasión de capitales desmoronaba la economía del país. Se habían organizado agencias especiales, clandestinas, de evasión de dinero. Centenares de millones de pesetas iban a parar a los bancos franceses, ingleses o suizos. El valor de la peseta sufría bajas constantes y los productos que se adquirían en el extranjero costaban mayores dispendios, reflejándose en un encarecimiento general del coste de la vida y en un empeoramiento de la situación de las clases modestas del país, muy especialmente de los trabajadores.
El Gobierno tuvo un «rasgo» frente a los sembradores del hambre y especuladores de la moneda. Ordenó la detención de una veintena de individuos, complicados en los negocios de la «bolsa negra», y se tomaron algunas medidas para cortar esta sangría de dinero que arruinaba el organismo económico del Estado y llevaba el hambre a las masas.
Cada uno de los españoles que formaba en el Frente Popular o simpatizaba con él, se acostaba pensando qué sorpresa aportaría el nuevo día.
La turbulenta actuación de las derechas conseguía crear tal sensación de inseguridad y de peligro que se deseaba se descorriese la cortina para saber a qué atenerse.
La idea de la resistencia y la defensa ante un posible ataque reaccionario tomaba cuerpo en las masas. En un artículo de Política, órgano de Izquierda Republicana, se escribía el 28 de junio:
«Quien quiera tomar el Poder contra el pueblo ha de disputárselo en la calle al Gobierno legítimo. Y en la calle se encontrará frente al pueblo. Frente a todo el pueblo, porque el Ejército, en su entraña, también lo es...»
En esos días de peligro, se establecieron las bases para la unificación en Cataluña del Partido Comunista Catalán, del Partido Catalán Proletario, Federación Catalana del Partido Socialista Obrero Español y Unión Socialista de Cataluña, que el 21 de julio de 1936 habían de formar el Partido Socialista Unificado de Cataluña, que tanto contribuyó a organizar la resistencia y que con su acertada política minó profundamente las bases del anarquismo en el movimiento obrero catalán.
Chispazos contrarrevolucionarios.
El día 11 de julio, los fascistas valencianos asaltaron el local de Unión Radio de Valencia. Y después de haber cortado los hilos del teléfono, para operar con más tranquilidad, radiaron el siguiente comunicado:
«Unión Radio... Valencia. En estos momentos Falange ocupa militarmente el estudio de Unión Radio. ¡Arriba el corazón! Dentro de unos días la revolución sindicalista estará en la calle. Aprovechamos esta ocasión para saludar a todos los españoles y particularmente a nuestros correligionarios.»
¿Qué hicieron las autoridades ante esto, que era un aviso y una alarmante demostración de la audacia y de los propósitos de los fascistas? Simplemente radiar varias veces el himno de Riego y una alocución del Gobernador de Valencia.
Lo que no hicieron las autoridades, en parte y a su manera, lo hizo el pueblo. El Casino Central de la Derecha Valenciana fue asaltado por las masas, que le prendieron fuego e impidieron que los bomberos actuasen para sofocarlo.
Una enorme multitud se dirigió a la redacción del periódico monárquico La Voz Valenciana con el propósito de hacer allí lo mismo que habían hecho en el Casino de las Derechas, pero la policía lo impidió.
Más tarde, el restaurante «Vodka», lugar donde se reunían los señoritos falangistas, fue ocupado por los obreros y destrozados todos los enseres. La policía detuvo a algunos falangistas sospechosos de ser los autores del asalto a la Radio. En algunas barriadas de las afueras de la capital valenciana fueron incendiados círculos y casinos derechistas, resultando algunas personas heridas.
La respuesta que el pueblo daba a las provocaciones falangistas, era un anuncio de lo que días más tarde iba a ocurrir frente a la sublevación de los militares felones.
En Madrid continuaban desde hacía dos meses la huelga de Calefacción y Ascensores, la de los obreros de la Casa Quirós, de Gal y Floralia y la más importante, la de la Construcción, que englobaba a más de 80.000 obreros y que duraba ya excesivamente por la actitud de la patronal, dispuesta a alimentar y mantener el desasosiego en el país, desacreditar al Frente Popular y llevar la desesperación a los trabajadores.
El Plan de las derechas se perfilaba con nitidez. Los camaradas de Correos interceptaban cartas de provincias dirigidas a gentes de derecha, de Madrid, que decían cosas tan sustanciosas como éstas:
«Como Ud. sabe tengo un revólver «Smith» y yo quiero cambiarle por una buena pistola; porque según se va acercando eso, hay que prepararse con las armas, como lo estamos de corazón todas las derechas, hombres y mujeres.»
En la capital de la República, en algunos centros falangistas y de Renovación Española, fueron descubiertos depósitos de armas, de correajes y de uniformes de la Guardia Civil. El día 12 de julio fue asesinado por los pistoleros falangistas el teniente Castillo, joven oficial de los guardias de Asalto, conocido por sus ideas democráticas y antifascistas.
Ante la agresividad de las derechas, el Buró Político del Partido Comunista celebró una reunión, en la cual examinó la situación y las medidas urgentes que era necesario tomar y publicó una nota protestando contra las provocaciones fascistas, llamando al Gobierno a ser más enérgico contra los enemigos de la República y a las masas, a reforzar la lucha.
«Los elementos reaccionarios y fascistas acentúan la preparación del golpe de fuerza contra las libertades del pueblo —decía la nota del Partido Comunista.
La provocación de Valencia, a la que el pueblo ha respondido con energía y decisión, y el asesinato del teniente Castillo forman parte de su plan siniestro de sembrar la intranquilidad en el país y crear el ambiente propicio para provocar el golpe reaccionario.
Estos hechos llenan de indignación a todos los hombres honrados, que se ven a merced de las pistolas de los asesinos del fascismo.
Nuestro Partido, al mismo tiempo que protesta indignado contra los hechos criminales e invita al Gobierno a tomar medidas contra los enemigos del pueblo, llama a las masas populares de Madrid y de España entera al reforzamiento de la lucha contra el fascismo, contra el terrorismo criminal de estas bandas del crimen.
Todos los ciudadanos honrados, todos los trabajadores deben acudir al entierro del teniente Castillo, asesinado por los bandidos fascistas.
Demostrad que el pueblo está de una manera unánime contra los provocadores reaccionarios, contra sus crímenes y provocaciones.
Comité Central del Partido Comunista de España.»
No se concretó el Partido Comunista a publicar este comunicado. Se puso en relación con las organizaciones obreras del Frente Popular para organizar una acción conjunta, frente a los planes de la reacción.
A la reunión solicitada por nosotros acudieron en representación del Partido Comunista José Díaz y Vicente Uribe; de la Unión General de Trabajadores, Manuel Lois; por la Casa del Pueblo de Madrid, Edmundo Domínguez; por la Federación de Juventudes Socialistas, José Cazorla y Santiago Carrillo, y por el Partido Socialista, Lamoneda, Jiménez de Asúa, Vidarte, Cruz Salido, Prieto, De Gracia, Albar y Bujeda.
Todos los reunidos estaban de acuerdo en reconocer la gravedad del momento y la necesidad de actuar conjuntamente ante cualquier eventualidad.
Se nombró una comisión compuesta por representantes de todas las organizaciones para que fuese a visitar al jefe del Gobierno y ofrecerse para la organización de la defensa del régimen, en el caso de que estallase un movimiento subversivo.
Paralelamente fue publicada por las fuerzas obreras encuadradas en el Frente Popular una nota que decía así:
«Conocidos los propósitos de los elementos reaccionarios, enemigos de la República y del proletariado, las organizaciones políticas y sindicales, representadas por los firmantes, se han reunido y establecido coincidencias absolutas y unánimes para ofrecer al Gobierno el concurso y apoyo de las masas que le son afectas, para todo cuanto signifique defensa del régimen y resistencia contra los intentos que puedan hacerse contra él. Esta coincidencia no es meramente circunstancial; por el contrario, se propone subsistir permanentemente, en tanto que las circunstancias lo aconsejen para fortalecer el Frente Popular y dar cumplimiento a los designios de la clase trabajadora, puestos en peligro por los enemigos de ella y de la República.
Por la UGT, Manuel Lois; por la Federación de Juventudes Socialistas, Santiago Carrillo; por el Partido Comunista, José Díaz; por la Casa del Pueblo, Edmundo Domínguez; por el Partido Socialista, Jiménez de Asúa.»
El Gobierno suspendió algunos periódicos reaccionarios y fueron detenidos grupos de gentes derechistas. A todas luces esto era insuficiente.
El día 13 de julio comenzaron a circular por Madrid los rumores de que Calvo Sotelo, el jefe más destacado de las fuerzas de derecha, había sido muerto.
¿Quién armó la mano homicida? Si en la muerte del Conde de Villamediana pudo decir el poeta que:
«el matador fue Bellido
y el impulso soberano»
en la muerte del jefe de las derechas, la responsabilidad directa era de quienes mantenían y alumbraban en España un clima de odios y de guerra civil. La responsabilidad era, no del Partido Comunista, como calumniosamente han afirmado los franquistas, sino de los que armaban la mano de los asesinos del teniente Castillo, del capitán Faraudo, del señor Pedregal, de los que atentaron contra Jiménez de Asúa y contra Largo Caballero.
Para cada uno de nosotros era evidente que la muerte de Calvo Sotelo no ayudaba a la causa de la República y, en cambio, aportaba nuevos argumentos antidemocráticos al arsenal de la contrarrevolución.
Las fuerzas de derecha quisieron hacer de la muerte de Calvo Sotelo una bandera y un ariete contra la República. El Gobierno salió al paso de estos propósitos suspendiendo las sesiones de Cortes durante ocho días, a lo que las derechas se oponían tenazmente.
Cinismo e impunidad.
En la reunión de la Comisión Permanente de las Cortes convocada por el presidente de la Cámara para aprobar la prórroga del estado de alarma en toda España, fueron pronunciados por los representantes de las fuerzas de derecha, especialmente por el conde de Vallellano y por Gil Robles, incendiarios discursos que eran ya la declaración de la guerra civil.
Tan graves eran las afirmaciones que se contenían en el documento que el conde de Vallellano leyó ante la Comisión Permanente de las Cortes, en nombre de las minorías tradicionalistas y de Renovación Española integrantes de lo que se llamaba Bloque Nacional, que el presidente de la Comisión advirtió que las declaraciones que podrían contribuir a enconar los ánimos y exacerbar las pasiones no se publicarían.
En aquella histórica sesión, mientras los representantes de las fuerzas de izquierda trataban de demostrar la responsabilidad de las fuerzas de derecha por el estado de inquietud que existía en el país, llamando a sus representantes a la reflexión, éstos no ocultaban sus propósitos de salirse del marco de la legalidad republicana, anunciando en trenos apocalípticos el estallido del complot que venían preparando desde su derrota en las elecciones de Febrero.
Y como una experiencia política para el futuro, y como una necesidad de profundizar más, y de saber ver a tiempo los cambios que se producen en la correlación de fuerzas en el campo de nuestros adversarios, y afinar nuestra política, quiero recordar el papel que de una manera invariable y un tanto subjetiva continuamos atribuyendo a Gil Robles, viendo en él la cabeza de la conspiración antirrepublicana que estaba en el aire, que se mascaba cuando ya el papel de Gil Robles, sin dejar de ser importante en el campo de las derechas, no era el determinante.
Desde el fracaso de las derechas en las elecciones de Febrero, y aunque esto no se dijese públicamente por los interesados, el papel político de Gil Robles había descendido extraordinariamente. Este no aparecía para la extrema reacción como la figura y el jefe que ella necesitaba.
Y esto era tanto más cierto, cuanto que llevada la lucha política al terreno de la agresión abierta a la República y, con ello, a la guerra civil, no era Gil Robles el más apropiado para dirigir esta lucha, sino un hombre de otro tipo. A Gil Robles no le perdonaban haber abandonado el Ministerio de la Guerra, aunque allá hubiera colocado y dejado los hombres de la conspiración, ni tampoco le perdonaban la derrota de Febrero.
Gil Robles podía ser el hombre de los grandes discursos y de las frases pomposas; el hombre de la reacción y de la política de represión gubernamental. Thiers y Gallifet al mismo tiempo. Pero no el hombre capaz de encabezar y dirigir una sublevación. Y esto no lo ignoraban las fuerzas que estaban tras el jefe de la CEDA.
Fue hacia los militares hacia donde se orientaron las fuerzas derechistas. Y no es casual que fuese un militar quien tuviese en sus manos prácticamente los hilos de la conspiración, aunque en principio no fuese Franco. Este esperaba su hora y cuando ésta llegó, con el apoyo de Hitler, dio de lado a todas las fuerzas políticas de derecha que le respaldaron en la sublevación.
De la noche a la mañana y gracias a la eliminación «milagrosa» de Sanjurjo, Franco pudo nombrarse a sí mismo, con el voto decisivo de Canaris, agente destacado del espionaje alemán, Jefe del Estado y Caudillo de España «por la Gracia de Dios».
Y aunque fue el Partido Comunista el primero en denunciar los criminales manejos de los Franco y compañía, cuya peligrosidad era evidente, quizá no lo percibimos en toda su trágica hondura...
En aquella reunión de la Comisión Permanente de las Cortes, la voz de José Díaz, Secretario del Partido Comunista y diputado por Madrid, se alzó junto a las de los representantes socialistas y republicanos para responder a los discursos cínicos e insolentes de los representantes de las derechas.
«No podéis negar —dijo José Díaz—que estáis organizando complots. Estáis haciendo preparativos para un golpe de Estado, pero ¡tened cuidado! Todos nos hallamos vigilantes a fin de que no podáis llevar a España por el camino de la represión, del hambre y del descrédito. Haremos cuanto sea necesario para que la República no desaparezca de España. Y no consentiremos de ninguna manera que se pierda lo que ha costado tanta sangre y tanto esfuerzo conquistar.»
Ese mismo día, el Buró Político del Partido Comunista publicaba otro comunicado, llamando a todas sus organizaciones a ponerse en relación con las organizaciones regionales, comarcales y locales de Frente Popular para estar preparados ante cualquier eventualidad. El Partido Comunista no echaba en saco roto las amenazas derechistas. Se preparaba para hacerles frente. Estrechaba sus filas, establecía ligazón con otras fuerzas, se ponía al habla con militares leales y reforzaba las milicias obreras y campesinas.
«Los hechos de estos días han demostrado —declaraba el comunicado del Partido Comunista— el alcance de los planes sangrientos de la reacción y del fascismo, como ya nuestro Partido ha venido denunciando desde hace tiempo, en sus intentonas de imponer violentamente su dictadura salvaje y criminal. Frente a esas intentonas, una vez más, las masas populares se han puesto en pie, enérgica y rotundamente, como en el caso de Valencia.»
El día 16 de julio terminaba, con una victoria de los trabajadores, la huelga de los obreros de Calefacción y Ascensores, que había durado setenta y dos días. El mismo día se resolvió también con una victoria la huelga de los obreros de la Madera. En el polvorín contrarrevolucionario la mecha estaba encendida y el estallido era cuestión de unas horas.
D. I.
(Texto perteneciente a las Memorias de Dolores Ibarruri, publicadas —bajo el título «El único camino»— por Colección Ebro).
Tiempo de Historia nº 22, septiembre 1976
Fuente: Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores