“Como trabajadores, tenemos que decir que esta empresa siempre nos ha tratado con cariño y respeto” nos decían unos obreros desde un anuncio de televisión a principios de los 2000, cuya eficacia a la hora de humanizar a su famoso clan de patrones era bastante cuestionable. Resultaba poco espontáneo que esos trabajadores aludieran al cariño de sus patrones cuando seguramente iban a trabajar por dinero, porque el amor (afortunadamente) ya se obtiene en otros ámbitos de la vida y sin intereses económicos de por medio.
Inevitablemente me vino a la cabeza este anuncio ya en la primera escena de la nueva película de Fernando León de Aranoa, director y guionista casi siempre creador de cine social y comprometido, que entrega con El Buen Patrón su película más brillante, ingeniosa y mordaz. Elegida para representarnos en los Oscar, promete ser tan multipremiada o más que Los Lunes al Sol (2002) en la que -protagonizada también por Bardem y un emergente Luis Tosar- no podíamos sino empatizar con unos personajes que -afectados por la reconversión industrial- necesitan buscar trabajo para sacar sus vidas y a sus familias adelante. Ya conseguía entonces Aranoa remover conciencias a través de una brillante mezcla de humor y drama, fórmula que repite con éxito en esta ocasión.
En un ejercicio de “bilocación” entre clases sociales, Fernando León de Aranoa desarrolla la acción esta vez desde el punto de vista de un patrón dueño de la empresa Balanzas Blanco candidata a recibir un premio a la excelencia empresarial provincial. Javier Bardem da vida (porque hace más que interpretar) a ese patrón que nos recuerda tiempos más oscuros y pretéritos cuando el señorito Iván se creía dueño de sus empleados en la película de Mario Camus ‘Los Santos Inocentes’ (1984), adaptación de la novela homónima de Delibes. Como aquel, Julio Blanco, a pesar de enorgullecerse de haberse hecho a sí mismo, no ha tenido más mérito que haber heredado ni más esfuerzo que ir al notario, como le afea su mujer públicamente en una de las grandes escenas que nos obsequia la película.
Este personaje -cuyos escrúpulos y empatía son inversamente proporcionales a su carisma-. es uno de los más brillantes trabajos actorales de Bardem. Representa a esos burgueses que protegen sus intereses traspasando la vida personal de sus empleados, con un paternalismo tan condescendiente como manipulador. Los despidos son por el bien común y les duelen a ellos más que al padre de familia que se ve en la ruina de un día para otro por un ERE o por un ajuste siempre inevitable. El manido “me duele a mí más que a ti”.
La realidad es que no duda en llevarse por delante a cualquiera que ponga en peligro conseguir el premio empresarial que le falta en su vitrina. Utiliza también su situación de poder para ejercerla sobre sus becarias -en su doble situación de debilidad como trabajadoras y como mujeres- para ejercer también de macho cansado de su matrimonio que necesita nuevas parejas sexuales que le recuerden una juventud ya pasada.
Con un guion que consigue equilibrar (con la precisión de una balanza) el drama, la comedia, el cinismo y la ironía, un ritmo impecable y una dirección de los actores que saca lo mejor de cada uno. Incluso los secundarios tienen sus momentos propios en la narrativa.
Según avanza el metraje, el supuesto equilibrio del que alardea el patrón va haciendo aguas, lo que da lugar a escenas con un tono muy cómico. Es reconfortante ver a Julio Blanco enfrentándose con una serie de situaciones que se vuelven en su contra y escapan a su calculado control. Sin embargo “todo puede volver a equilibrarse, el secreto está en trucar bien la balanza”.
Especial atención a las expresiones faciales de Bardem que se lleva la atención de la cámara en unos primeros planos brillantes. ¿Es pronto para apostar por un Goya al mejor actor? El tiempo lo dirá…
Edurne Visaira Vicandi . Crítica cinematográfica
Fuente: Mundo obrero
TRAILER DE "EL BUEN PATRÓN"