"ABJURACIÓN DE LA TRILOGÍA DE LA VIDA"
Creo, ante todo, que nunca y en ningún caso se debe temer ser instrumentalizado por el poder y su cultura. Hay que comportarse como si esa peligrosa eventualidad no existiera. Lo que cuenta, antes que nada, es la sinceridad y la necesidad de lo que hay que decir. No hay que traicionarlo bajo ningún concepto, y mucho menos callando diplomáticamente por prejuicio.
Pero también pienso, a continuación, que es necesario saber darse cuenta de hasta qué punto hemos sido instrumentalizados, eventualmente, por el poder integrador. Y en este caso, si resulta que la propia sinceridad o la necesidad han sido utilizadas y manipuladas, creo que además se debe tener el valor de abjurar de ellas.
Yo abjuro de la Trilogía de la vida, aunque no me arrepienta de haberla hecho. En realidad no puedo negar la sinceridad y la necesidad que me impulsaron a la representación de los cuerpos y de su símbolo culminante, el sexo.
Esa sinceridad y esa necesidad tienen varias justificaciones históricas e ideológicas.
Ante todo, se insertan en la lucha por la democratización de la “libertad de expresión” y por la liberación sexual, que fueron dos momentos fundamentales de la tensión progresista de los años cincuenta y sesenta.
En segundo lugar, en la primera fase de la crisis cultural y antropológica iniciada a finales de los sesenta–cuando empezaba a triunfar la irrealidad de la subcultura de los mass media y, por tanto, de la comunicación de masas–, el último baluarte de la realidad parecían ser los cuerpos “inocentes”, con la arcaica, oscura y vital violencia de sus órganos sexuales.
Por último, la representación del erotismo, visto en un ámbito humano recién superado por la historia, pero todavía presente físicamente (en Nápoles, en Oriente Medio), era algo que me fascinaba personalmente como autor y como ser humano individual.
Ahora, todo se ha vuelto del revés.
Primero: la lucha progresista por la democratización expresiva y por la liberación sexual ha sido brutalmente superada y trivializada por la decisión del poder consumista de imponer en este punto una tolerancia tan amplia como falsa.
Segundo: también la “realidad” de los cuerpos inocentes ha sido violada, manipulada y pisoteada por el poder consumista; es más: esa violencia sobre los cuerpos se ha convertido en el más macroscópico de los datos de la nueva época humana.
Tercero: las vidas sexuales privadas (como la mía) han sufrido tanto el trauma de la falsa tolerancia como el de la degradación de los cuerpos, y lo que en las fantasías sexuales era dolor y alegría se ha convertido en engaño suicida, en tedio informe.
II
Sin embargo, que no se les ocurra pensar a quienes criticaban con disgusto o desprecio mi Trilogía de la vida que mi abjuración conduce a sus “deberes”.
Mi abjuración lleva a algo distinto. Me horroriza decirlo, y busco antes de decirlo, como es mi auténtico “deber”, elementos que retrasen ese momento. Que son:
a) el insoslayable dato de hecho de que, aun si quisiera seguir realizando films como los de la Trilogía de la vida, no podría; porque he acabado odiando los cuerpos y los órganos sexuales. Naturalmente, me refiero a estos cuerpos y a estos órganos sexuales. Esto es, a los cuerpos de los nuevos jóvenes y muchachos italianos, a los órganos sexuales de los nuevos jóvenes y muchachos italianos. Se me objetará:
“A decir verdad, en la Trilogía de la vida no representabas cuerpos y órganos sexuales de nuestro tiempo, sino los del pasado”.
Es cierto; pero durante algún tiempo pude hacerme ilusiones. El degradante presente quedaba compensado por la supervivencia objetiva del pasado o por la posibilidad, por consiguiente, de volver a evocarlo. Pero hoy la degeneración de los cuerpos y de los sexos ha cobrado efecto retroactivo. Si quienes entonces eran así y asá han podido convertirse ahora en esto y lo otro, eso significa que potencialmente ya lo eran; por tanto, también su modo de ser de entonces queda, desde el presente, desprovisto de valor. Si los jóvenes y los muchachos del subproletariado romano –que son, por otra parte, los que he proyectado en la antigua y resistente Nápoles y luego en los países pobres del Tercer Mundo son ahora inmundicia humana, eso quiere decir que también entonces lo eran potencialmente. Eran, pues idiotizados, constreñidos a ser adorables, míseros criminales obligados a ser golfillos simpáticos, bellacos ineptos obligados a parecer santamente inocentes, etcétera. El hundimiento del presente implica también el hundimiento del pasado. La vida es un montón de ruinas insignificantes e irónicas; mientras ocurría todo esto, mis críticos, dolidos o despreciativos, tenían, como decía, estúpidos “deberes” que seguir imponiendo: eran “deberes” relativos a la lucha por el progreso, el mejoramiento, la liberalización, la tolerancia, el colectivismo, etcétera. No se daban cuenta de que la degeneración se ha producido justamente mediante una falsificación de sus valores. ¡Y ahora parecen estar muy contentos! Satisfechos de pensar que la sociedad italiana ha mejorado indudablemente, o sea, que se ha vuelto más democrática, más tolerante, más moderna, etc. No perciben la oleada de delitos que inunda Italia: dejan este fenómeno para las páginas de sucesos y le niegan todo valor.
No se dan cuenta de que no hay solución de continuidad entre los que son técnicamente delincuentes y quienes no lo son; y que el modelo de insolencia, de falta de humanidad y de crueldad es el mismo para toda la masa de los jóvenes. No se dan cuenta de que en Italia hay incluso un toque de queda; de que la noche es desértica y siniestra, como en los siglos más negros del pasado; aunque como es natural ellos no lo viven pues se quedan en sus casas (tal vez regalándole modernidad a su propia consciencia con la ayuda del televisor). No se dan cuenta de que la televisión y lo que quizá es peor, la escuela obligatoria, han degradado a todos los jóvenes y muchachos a melindrosos, acomplejados y burguesuchos racistas de segunda fila; y consideran que esto no pasa de ser una coyuntura desagradable que sin duda se resolverá –como si una mutación antropológica fuera reversible–. No se dan cuenta de que la liberación sexual, en vez de dar soltura y felicidad a los jóvenes y a los muchachos, les ha vuelto infelices, cerrados y por consiguiente estúpidamente presuntuosos y agresivos; pero ni siquiera quieren ocuparse de todo esto porque los jóvenes y los muchachos les traen sin cuidado; fuera de Italia, en los países “desarrollados” –especialmente en Francia–, la suerte está echada desde hace tiempo. Hace tiempo que antropológicamente el pueblo no existe. Para los burgueses franceses, el pueblo está constituido por marroquíes o griegos, por portugueses o tunecinos. Los cuales no pueden hacer otra cosa, los pobres, que asumir lo más deprisa posible el comportamiento de los burgueses franceses. Y esto es lo que piensan tanto los intelectuales de derechas como los intelectuales de izquierdas; y lo piensan de idéntica manera.
III
Pues bien: es hora ya de afrontar el problema: ¿a qué me lleva abjurar de la Trilogía?
Me lleva a la adaptación.
Estoy escribiendo estas páginas el 15 de junio de 1975, día de elecciones. Sé que aún en el caso –muy probable– de una victoria de las izquierdas una cosa será el valor nominal del voto y otra su valor real. Lo primero pondrá de manifiesto una unificación de Italia modernizada en sentido positivo; lo segundo demostrará que Italia –aparte, naturalmente, de los comunistas tradicionales– es ya en su conjunto un país despolitizado, un cuerpo muerto cuyos reflejos son meramente mecánicos. O sea, que lo que vive Italia no es más que un proceso de adaptación a su propia degradación, de la que intenta liberarse sólo nominalmente. Tout va bien: en el país no hay masas de jóvenes criminaloides o neuróticos, o conformistas hasta la locura y la más absoluta intolerancia; las noches son seguras y tranquilas, maravillosamente mediterráneas; los secuestros, los atracos, los asesinatos sumarios, los millones de desfalcos y de robos son sólo material para las páginas de sucesos de los diarios, etcétera. Todo el mundo se ha adaptado: bien al no querer darse cuenta de nada o por medio de la más indiferente desdramatización.
Pero debo admitir que tampoco haberse dado cuenta o haber dramatizado preserva realmente de la adaptación o la aceptación. Pues yo mismo me estoy adaptando a la degradación y estoy aceptando lo inaceptable. Maniobro para reordenar mi vida. Estoy olvidando cómo eran antes las cosas. Los amados rostros de ayer empiezan a amarillear. Ante mí –implacable, sin alternativas– el presente. Y readapto mi compromiso para una mayor inteligibilidad (¿Saló?).
15 de junio de 1975
En II Corriere della Sera, 9 de noviembre de 1975
Fuente: Cartas Luteranas (El sudamericano)
* La denominada Trilogia della Vita o Trittico della Vita de Pier Paolo Pasolini, se compone de tres películas que recrean los cuentos eróticos más famosos de la Edad Media desde la Cristiandad al Islam: Il Decameron de Giovanni Boccaccio, I racconti di Canterbury de Geoffry Chaucer e Il fiore delle Mille e una notte.