Cuando Gustave Caillebotte se adhirió al círculo de los impresionistas corrían los primeros años de la década de 1870; había comenzado a pintar bajo la influencia de Monet y sus amigos, primero de forma autodidacta y después pasando por la École des Beaux-Arts para estudiar Arte. Contaba con los recursos económicos necesarios para dedicarse a la pintura y era una excepción, en ese sentido, entre los impresionistas: podía permitirse comprar obras a sus amigos para ayudarlos y la colección que logró atesorar de esa manera la donaría al Estado francés a condición de que las expusiera, en buena parte, al público.
Cuando murió, en 1894, Renoir, que era su albacea, tuvo bastantes dificultades a la hora de hacer entrega de esos fondos: a los responsables de la política cultural en Francia les parecía inadmisible que un museo albergara estos trabajos; en aquella época numeroso público aún rechazaba el impresionismo y solo pudo concederse parte, incluyendo una obra del propio Caillebotte, Los cepilladores del parqué (1875), ahora en Orsay.
Se trata de una estampa del mundo laboral: pertenece al mismo género que Las planchadoras de Degas, Las limpiadoras de Paul Signac o La lavadora de vajilla de Camille Pissarro. Los impresionistas incorporan sus visiones de la esfera urbana del trabajo a las estampas campesinas que ya habían representado los autores de la Escuela de Barbizon; que Caillebotte, miembro de una burguesía privilegiada que eligió una vida bohemia, optara por un motivo como este sorprendió a sus contemporáneos, y que trabajadores sencillos, como estos cepilladores de parqué, fuesen dignos de ser representados en una obra de grandes dimensiones era una novedad aún provocadora.
De ahí que el jurado del Salón desestimara la pieza: Caillebotte no participó en la exposición oficial de la Academia con esta obra, como se había previsto, sino que la llevaría en 1876 a la segunda muestra impresionista. Nos presenta aquí a tres operarios arrodillados, con el torso desnudo, acuchillando el parqué de una estancia vacía. Predominan los tonos beige, marrones y negros y la luz que entra por el balcón del fondo causa un extraordinario efecto de contraluz al caer sobre la espalda y los brazos de los trabajadores.
Las rayas del barniz oscuro sobre el suelo brillan a contraluz mientras las franjas de madera ya acuchilladas hacen aparecer la luminosidad derivada de la puerta y convierten la sombra de los trabajadores en un reflejo obtuso. Nos ofrece asimismo el artista estudios de movimientos rítmicos, comparables a los de Degas en sus bailarinas o en sus caballos de carreras.
Fuente: masdearte