Allí donde se quiere tener esclavos,
hay necesidad de toda la música posible..
—Lev Nikolaevitch Tolstoï
Justo cuando el coro de la orquesta del Palau de la Música entonaba el famoso «Abrazaos, hombres, ahora!» del Oda a la Alegría de Schiller convertido en una de las composiciones más insignias de toda la historia de la música, la Sinfonía núm. 9, en Re menor, op. 125 de Beethoven, estallaba el levantamiento militar de los contrarios al gobierno legítimo de la república española. Era el ensayo general del acto inaugural de la Olimpiada Popular que debía celebrarse en Barcelona entre el 19 y el 26 de julio de 1936 y Pau Casals era su director. Como si se tratara de una intención perversa del destino, la interpretación de la pieza quedó truncada en este preciso momento. Llegaban las primeras noticias de un golpe de estado ideado por las fuerzas contrarias al gobierno legítimo de la Segunda República Española.
Todo el transcurso del conflicto bélico fue acompañado de una sutil pero persistente banda sonora. De inicio a fin, los dos grandes bloques tuvieron sus melodías, canciones y obras enaltecedoras en momentos de escepticismo con la causa, de luto por la caída de amigos, familiares o compañeros de lucha y de esperanza en los momentos de desánimo generalizado. Como el antropólogo español Luis Díaz Viana asevera, —y por muy cruel que pueda parecer por la concepción mayoritaria de lo que es la música en Europa por su esencia fundacional del continente y la teorización filosófica que la rodea y la intenta definirse—, «todas las guerras y revoluciones se hacen al son de cánticos y músicas».
En este sentido, la lista de reproducción musical del bando republicano quedaría iniciada por una de las más célebres composiciones de la historia. Y aunque no tuviera la oportunidad de presentarse como tal himno merece, Casals se opuso a las órdenes de un oficial que se había presentado en el Palau para pedir la suspensión del ensayo porque, tal como se sabía, aquella «noche habría un alzamiento militar en toda España [y por tanto] el concierto y el Olímipada habían quedado suspendidos». Así, en lugar de acatar las órdenes de inmediato, el violonchelista catalán se dirigió a músicos e intérpretes con las siguientes palabras: «No sé cuando nos volveremos a reunir; os propongo que, antes de separarnos, todos juntos ejecutamos la sinfonía». Alzó la batuta y el ensayo se reanudó, con la consternación latente en el aire de aquel hecho insólito, pero resonaron las palabras últimas de Schiller: «ahora que un gran beso / inflama los cielos…».
Del «No pasarán» de aquel 39 en permanecieron pocas cosas intactas. La historia es siempre violenta y deshonesta, y se escribe con el trazo de los que ganan las batallas e imponen su visión. También fue eso lo que sucedió en el campo de la música. Si bien es cierto que gracias a la expedición clandestina que hicieron un grupo de siete jóvenes italianos en el verano de 1961 por recopilar cánticos y canciones antifranquistas —que culminaría en el disco Canti della Resistenza spagnola1939-1961 (Italia Canta, 1961)—, conocemos al menos las melodías más reconocidas de los milicianos republicanos, en el campo de la clásica sigue habiendo un vacío importante de obras y compositores no sólo simpatizantes sino altamente comprometidos con los ideales de una España libre y antifascista, responsable con la vertiente humana de la vida en sociedad.
Entre ellas, algunas de las composiciones más destacables tienen su origen más remoto en otras revoluciones europeas. Este es el caso de la Canción del Frente Unido—originalmente, Einheitsfront—, compuesta por vienés Hanns Eisler, quien compuso la melodía para un poema de Bertolt Brecht. Discípulo directo de Arnold Schönberg y compositor sinfónico de obras notables como la Deutsche Sinfonie, Op. 50 y la que se convertiría en el himno nacional de la RFA a partir del 49, la Auferstanden aus Ruinen, Eisler formó parte del movimiento cultural de la Alemania de entreguerras llamado «November-gruppe», en el que el bullicio de un conflicto inacabado se mezclaba con la ilusión utópica y común de las revoluciones de este principio de siglo. Así pues, en cuanto a la composición que nos ocupa no era la primera vez que Eisler utilizaba los versos del famoso dramaturgo y poeta comunista alemán: los dos intelectuales se conocieron en 1925 y trabajaron juntos en este proyecto de un arte de vanguardia liderado por la izquierda, un arte funcional que aspiraba y representaba los anhelos de justicia y libertad.
Otro caso es el de la popularmente sabida como Canción de Bourg-Madame. Febrero de 1939, Madrid aún no ha caído pero es noticia que la resistencia republicana está débil y ha sufrido numerosas bajas y traiciones, también internacionales. Un grupo de milicianos de la Brigada Mixta Nº. 143 del Ejército Popular de la República enfila camino al exilio, después de su derrota oficialmente en enero del mismo año, cerca del río Gayá (Tarragona). Entre el mito y la historia, el nacimiento de esta música republicana se encuentra en una aldea inconcreto de la región occitana de Bourg-Madame, por donde pasaban los supervivientes con quimeras constantes y desesperación, a partes iguales. La leyenda dice, pues, que un profundo silencio invadía toda la ruta del exilio, pero que al darse cuenta de que un grupo de franquistas los miraban de lejos, se inventaron una letra completamente improvisada sobre la melodía de la Konarmieiskaia—La armada a caballo, en español— del compositor, pianista y director de orquesta ruso Dimitri Pokrass.
Otro cántico olvidado es lo que los cerca de cinco mil brigadistas alemanes que vinieron al inicio de la guerra, llevaron desde el centro de Europa, junto con la determinación y la valentía de luchar por unos ideales comunes. Así pues, los integrantes del batallón Thälmann, enseñaron a sus compatriotas republicanos la famosa obra de Paul Dessau, violinista brillante, compositor de ópera desde muy joven y miembro del partido comunista alemán, Die Thaelmann Kolonne, ideada para la ocasión y pieza que rezuma a la perfección la fraternidad entre pueblos y el compromiso social y político que los voluntarios de todo el mundo adoptaron en este siglo revoltoso.
El último ejemplo de esta índole es el del himno oficial de la CNT, el sindicato anarquista mayoritario desde su fundación en 1910. Conocida por el lema más repetido durante la vuelta como nombre, A las barricadas!, la canción popular es una versión de la Warszawianka polaca, la canción de las milicias socialistas anti-saristas de la revolución de 1905, creada por el compositor Józef Pławiński y con la letra del poeta Wacław Święcicki, ambos sindicalistas a favor de la recuperación del estado polaco bajo la tutela imperturbable del Imperio Ruso; un ejemplo que a pesar de no poderse clasificar estrictamente bajo la etiqueta de «música clásica», se ha convertido en uno de los más insignes símbolos musicales de este periodo.