Desde finales de la década de 1980, la situación internacional de Sudáfrica era cada vez más insostenible y el sistema de segregación había terminado por aislarla del resto del mundo. En 1989, Frederik de Klerk asumió la presidencia del país y comenzó a explorar la posibilidad de acabar con el apartheid, lo que incluía la liberación de los prisioneros del movimiento antiapartheid lo que incluía a su propio líder, Nelson Mandela, que en 1964 había sido condenado a cadena perpetua por conspiración y sabotaje contra el Gobierno.
Después de 27 años encarcelado, Nelson Mandela salía de la prisión de Victor Verster el 11 de febrero de 1990. Su liberación fue el primer paso para el comienzo del fin del apartheid en Sudáfrica. Desde 1948, la minoría blanca del país había construido un entramado de leyes para mantenerse en el poder que impusieron una fuerte segregación racial y la discriminación de la población no caucásica. Y este sería un gran paso para terminar con dicha injusticia.
Su encarcelamiento había convertido a Mandela en un símbolo de la lucha por los derechos de la población negra y a su salida de la prisión miles de personas lo aclamaron y lo vitorearon. Una vez en libertad, el objetivo de Madiba (nombre con el que se le conocía cariñosamente) fue el de la unión de todo el país y que la rabia y la frustración tras décadas de discriminación no derivasen en violencia y en una guerra civil entre blancos y negros.