TANIA - POEMA DE NÂZIM HİKMET
El enemigo llegóa Yakroma en el norte de Moscú
y a Tula al sur de Moscú.
Y, a finales de noviembre
y a principios de diciembre
en el todo el frente
las reservas se agotaron.
Y a principios de diciembre
se presentó la más crítica situación.
Y a principios de diciembre
en las afueras de la ciudad de Vereiya en Petrishchevo
como la nieve sobre un cielo azul
los alemanes ahorcaron a una chica de 18 años.
Las chicas, quizás se comprometen cuando tienen 18 años,
pero a ella la ahorcaron.
Era moscovita,
era joven, era partisana.
Amó, comprendió, creyó
y actuó.
La niña que se balanceaba
de su largo y delgado cuello en el extremo de la soga
fue un ser humando en toda su grandeza.
Las manos de una joven chica recorren la oscuridad llena de nieve
como se pasan las páginas de la novela Guerra y paz.
En Petrishchevo, las líneas de teléfono fueron cortadas,
luego, una caballeriza del ejército alemán con 17 caballos fue prendida en llamas.
Al día la partisana fue capturada.
Frente al nuevo objetivo, la partisana fue capturada
repentinamente, desde atrás, con brusquedad.
Lleno de estrellas el cielo,
lleno de rapidez el corazón,
llena de pulso la muñeca,
llena de nafta la botella
y a punto de encender la cerilla.
Sin embargo, la cerilla no encendió.
Quiso sacar su pistola,
se abalanzaron
rápidamente la llevaron
rápidamente la trajeron.
Se paró firmemente la partisana en medio de la habitación:
en su hombro, una bolsa
en su cabeza, un gorro; en su espalda, un abrigo,
en sus piernas, unos valenki y calzones de algodón.
Los oficiales miraron de cerca a la partisana,
así como cuando una almendra está dentro de su corteza
ella era una chica como un retoño dentro de un gorro de piel, dentro de un valenki dentro de unos calzones de algodón.
En la mesa está hirviendo el samovar,
en un tablero de ajedrez hay cinco cinturones, una pistola
y una botella verde de coñac.
En el plato hay un salami de cerdo y sobras de pan.
Los dueños de la casa fueron enviados a la cocina
la lámpara estaba apagada
con el fuego del horno, la luz de la cocina rojizo se tornaba
y olía a cucaracha aplastada.
Los dueños de la casa: un niño, una mujer, un anciano,
entre sí se apretaron:
lejos del mundo se quedaron
a merced de los lobos en la cima de una montaña desértica.
Llegaron voces de la habitación contigua
Preguntan.
“¡No sé!” dice
Preguntan.
“¡No!” dice
Preguntan.
“¡No diré!” dice
“¡No sé!” dice, “¡No!” dice, “¡No diré!” dice
Y la voz que olvidó todas las palabras del mundo menos esas tres,
era pura como la piel sana de los niños
y recta como el camino más corto entre dos puntos
En la habitación contigua, un cinturón resonó
la partisana calló
la carne desnuda de un ser humano, un sonido emitió.
Cinco cinturones uno tras otro, resuenan.
Las serpientes saltan hacia el sol, mientras al caer, silban
vino a la cocina un joven oficial alemán
en la silla cayó colapsado
tapó sus orejas con las palmas de sus manos
y con sus ojos bien cerrados
y así permaneció inmóvil hasta el fin del interrogatorio.
En la habitación contigua cinturones resonaron.
Los dueños de la casa contaron:
200…
El interrogatorio de nuevo comenzó:
Preguntan. “¡No sé!” dice
Preguntan. “¡No!” dice
Preguntan. “¡No diré!” dice
La voz es arrogante,
ya no es pura,
estaba asfixiada como un puño que sangra.
Sacaron la guerrillera
en su cabeza ya no había un gorro; ni en su espalda, un abrigo;
ni en sus piernas unos valenki ni calzones de algodón
solo una camisa y un corto pantalón.
Sus labios se hincharon de tanto morderlos con sus blancos y jóvenes dientes.
Sangre en sus piernas, en su cuello, en su frente.
Sus brazos amarrados atrás con la soga
y sus pies desnudos en la nieve
a lado y lado con bayonetas
caminó la partisana.
Metieron a la partisana a la chioza de Vasili Kulik
se sentó sobre el asiento de madera.
Reflexionó dentro suyo de enojada manera.
Pidió agua.
El guardia no permitió que se la dieran.
Vinieron los soldados alemanes
y la rodearon como cucarachas
la empujaron, la golpearon.
Uno de ellos tomó las cerillas y las quemó una tras otra debajo de su mentón.
Otro, pasó una sierra por su espalda
hasta que los dientes de hierro se llenaron de sangre.
Luego se fueron a dormir.
Con la punta de su bayoneta, el guardia sacó a la partisana a la calle.
Los ojos azules de un niño
miran a través de los vidrios de una ventana:
el mundo cubierto de hielo,
bajo la nieve está la calle solitaria
cubierta de estrellas.
Desde los vidrios de una ventana
los redondos ojos azules de un niño.
Olvidarán lo que vio,
crecerá, se casará,
y en una noche de verano,
o en una siesta
de repente, a su sueño entrarán
los pies desnudo de la joven chica que pisan las estrellas en la nieve.
De un extremo al otro bajo la nieve
la solitaria calle bajo la nieve.
La partisana está sobre la nieve:
sus pies desnudos,
sus brazos atrás amarrados
solo un pantalón corto y una camisa,
camina delante de la bayoneta
de un extremo a otro viene y va.
El guardia tuvo frío y regresó a la choza.
Cuando el guardia se calentó, salió de nuevo.
Así continuó desde las 22 hasta las dos
la guardia cambió a las dos
y ahora, la partisana se quedó inmóvil sobre el asiento de madera.
La partisana
de dieciocho años
sabe que la matarán
morir y ser matada:
esta diferencia era borrosa en su rabia roja.
Era lo suficientemente joven y sana
para no temer a la muerte o entristecer por ella.
Ella mira sus pies desnudos:
estaban hinchados,
rojísimos, agrietados y congelados.
Pero la partisana
estaba por fuera del dolor.
Así como estaba dentro de su piel
también estaba dentro de su rabia y su fe.
A veces su madre viene a su mente
los libros escolares vienen a su mente
una vasija brillante de barro viene a su mente
puesta frente a una imagen de Ilich
y dentro, flores azulísimas.
Viene a su mente su niñez,
es tan cerca
que hasta los colores de su falda corta
con su mano, casi se podían tocar.
Viene a su mente el primer bombardeo aéreo,
vienen a su mente lo batallones de obreros que iban al frente
marchando y cantando en la calle
y los niños corriendo tras ellos.
A veces viene a su mente una estación del tranvía;
allá se despidió de su madre.
Viene a su mente una reunión del komsomol
es tan cerca
como un vaso de agua en una mesa con mantel rojo,
su voz entrecortada
con su mano, casi se podían tocar.
Y ahora, sin parar a descansar,
viene a su mente su propia voz:
en la habitación contigua la partisana se paró firmemente,
frente al enemigo, la voz se paró firmemente,
la voz que dijo “¡No!”
la voz que dijo “¡No diré!”
que hasta ocultó su nombre
para no decir nada al enemigo.
Su nombre era Zoya,
les dijo, mi nombre es Tania.
Tania,
en la cárcel de Bursa, tu retrato está frente a mí.
En la cárcel de Bursa.
Quizás, ni siquiera has escuchado el nombre de Bursa.
Mi Bursa, una tierra verde y suave.
En la cárcel de Bursa, tu imagen está frente a mí.
Ya no es el año de 1941
es el año de 1945.
Los tuyos,
Los nuestros, todos los del mundo honrado,
ya no luchan en las puertas de Moscú,
luchan en las puertas de Berlín.
Tania,
yo amo mi tierra
tanto como tú amas la tuya.
Tú estuviste en el komsomol, fuiste joven comunista,
yo, de 42 años, soy un viejo comunista,
tú rusa, yo turco,
pero ambos, comunistas.
Ellos te ahorcaron por amar tu tierra,
yo estoy en la cárcel por amar la mía.
Pero yo estoy vivo
y tú moriste.
Hace tiempo que no estás en el mundo,
realmente, te quedaste muy poco en él:
dieciocho añitos.
Ni siquiera te saciaste del calor de sol.
Tania,
eres la partisana ahorcada
yo, el poeta encarcelado.
Eres mi chicuela, mi camarada,
sobre tu retrato inclino mi cabeza:
tus cejas delgaditas
tus ojos como una almendra
pero no es posible que yo sepa los colores de tu ojos
pero según se escribe
eran castaño oscuro.
Los ojos de este color son populares en mi tierra también.
Tania,
qué cortos eran tus cabellos,
no son diferentes a los de mi hijo Mehmet.
Como la luz de la luna
llena al ser humano de sueño y tranquilidad.
Tu cara larga y delgadita
tus orejas un poco grandecitas.
Aún tu cuello es cuello de niña:
uno entiende que el brazo de ningún hombre lo ha abrazado todavía.
Y un hilo de los flecos, cuelga del cuello de tu camisa:
¡Qué lindos adornos, mujer pequeñita!
Llamé a los amigos. Ellos ven el retrato:
- Tania,
tengo una niña de tu edad.
- Tania,
mi hermano tiene tu edad.
- Tania,
mi amada, tiene tu edad.
Nuestra tierra es cálida
Nuestras chicas también se convierten rápidamente en mujeres.
- Tania,
somos amigos de las niñas de tu edad que están en la escuela, en la fábrica, en el campo.
- Tania,
tú moriste
cuánta gente pura fue asesinada y está siendo asesinada,
pero yo,
me parece como si fuera vergonzoso decírtelo,
hace siete años que estoy sin poder poner mi vida en riesgo en la lucha
vivo bien a pesar de estar en la mazmorra.
Amaneció y vistieron a Tania,
pero ya no tenía su gorro, ni sus valenki, ni su abrigo,
ellos los robaron.
Trajeron su bolsa:
en la bolsa, las botellas de nafta, las cerillas, la bala, la sal y el azúcar.
En su cuello colgaron las botellas,
pusieron la bolsa en su espalda.
También escribieron en su pecho:
“PARTISANA”.
Instalaron la horca en la plaza del pueblo.
Los jinetes sacaron la espada,
la infantería hizo un círculo
obligaron a los campesinos a ver.
Dos cajones, uno sobre el otro,
dos cajones de pasta,
sobre los cajones
la soga aceitosa se balancea,
la punta de la soga tiene un nudo.
La partisana fue subida a su trono.
Los brazos
de la partisana atrás amarrados,
firmemente debajo de la soga se paró.
Pusieron el nudo en su largo y delicado cuello.
Un oficial aficionado a la fotografía,
un oficial, en su mano una cámara: Kodak,
un oficial una foto tomará.
Tania gritó a los koljosianos dentro del nudo
“Hermanos, no entristezcan.
Son días de coraje.
No dejen respirar a los fascistas,
quémenlos, destrúyanlos, asesínenlos…”
Un alemán golpeó la boca de la partisana,
de la boca blanca y cerrada de la joven chica sangre caía.
La partisana volteó hacia los soldados y continuó:
“Somos doscientos millones.
¿Se puede ahorcar a doscientos millones?
Me podré ir
pero los nuestros vendrán.
Ríndanse mientras puedan…”
Los koljosianos lloraron.
El verdugo tiró de la soga.
El delicado cuello del cisne se está asfixiando
las puntas de los pies de la partisana se están estirando
y ELLA gritó a la vida:
“Camaradas,
Adiós.
Camaradas,
la lucha es hasta el final.
Escucho los sonidos de las herraduras,
¡Los nuestros vendrán!”
El verdugo dio una patada a los cajones de pasta,
cayeron los cajones de pasta.
Y Tania se balanceó en la punta de la soga.
un oficial, en su mano una cámara: Kodak,
un oficial una foto tomará.
Tania gritó a los koljosianos dentro del nudo
“Hermanos, no entristezcan.
Son días de coraje.
No dejen respirar a los fascistas,
quémenlos, destrúyanlos, asesínenlos…”
Un alemán golpeó la boca de la partisana,
de la boca blanca y cerrada de la joven chica sangre caía.
La partisana volteó hacia los soldados y continuó:
“Somos doscientos millones.
¿Se puede ahorcar a doscientos millones?
Me podré ir
pero los nuestros vendrán.
Ríndanse mientras puedan…”
Los koljosianos lloraron.
El verdugo tiró de la soga.
El delicado cuello del cisne se está asfixiando
las puntas de los pies de la partisana se están estirando
y ELLA gritó a la vida:
“Camaradas,
Adiós.
Camaradas,
la lucha es hasta el final.
Escucho los sonidos de las herraduras,
¡Los nuestros vendrán!”
El verdugo dio una patada a los cajones de pasta,
cayeron los cajones de pasta.
Y Tania se balanceó en la punta de la soga.
Traducción del turco: Colectivo Avrora
Tomado de: Hikmet, Nâzım. Bütün şiileri. İstanbul: Yapı Kredi Yayınlan, 2008. pp 1408 - 1417
Fuente: Colectivo Avrora
Fuente: Colectivo Avrora