Netflix estrena el documental del true crime más famoso de la Alemania contemporánea
Esta crítica se ha escrito tras ver la miniserie completa y contiene algunos spoilers
Qué duda cabe que uno de los hechos más apasionantes de esta época que nos ha tocado vivir fue la caída del muro de Berlín. Más allá del simbolismo en sí, el fin de la guerra fría (aunque a esas alturas podríamos calificarla de tibia), supuso un acercamiento entre los bloques enfrentados impensable durante 40 años. La perestroika impulsada por Gorbachov amenazaba (porque así lo veían) la supervivencia económica de los países satélites del Pacto de Varsovia. La gran Unión Soviética, otrora paraguas del comunismo, de la mano del propio Gorbachov, comenzó a recabar apoyo financiero de los países europeos capitalistas, fundamentalmente de la entonces RFA (República Federal Alemana), algo que no causó furor precisamente entre sus vecinos comunistas (RDA). Se estaba gestando en las dos Alemanias un caldo de cultivo que desembocaría en una época tan tumultuosa como apasionante, donde uno de sus zénit fue la muerte de Detlev Rohwedder.
Entre 1989 y 1990 se acuerdan los primeros pasos para la reunificación alemana. El choque entre el país capitalista y el comunista debía suavizarse en todos los ámbitos de la sociedad, pero el más preocupante de todos era cómo hacer encajar la maquinaria pública de la RDA en el nuevo formato de país. La RDA contaba con más de 15.000 empresas públicas de gran calado (agrícolas y ganaderas, acererías, factorías de vehículos, astilleros, etc.), con una gran masa de empleados (funcionarios a la sazón) y una deuda ciertamente galopante. La colonización capitalista (realmente es lo que fue) preocupaba sobremanera a ambos gobiernos, y para desarrollar el proceso se creó una empresa pública llamada Treuhandanstalt (conocida coloquialmente como Treuhand), cuyo objetivo era la de reconvertir y privatizar ese conglomerado de empresas comunistas e introducirlas en la economía de mercado. Para dirigirla optaron por Detlev K. Rohwedder, empresario y político socialdemócrata que había trabajado en los gobiernos de Brandt y Schimdt. Corría mediados de 1990.
Naturalmente, los alemanes (aún) del este, no vieron con buenos ojos la política laboral y económica que se cernía sobre ellos. Sabían que pasarían del pleno empleo a una tasa de desempleo monumental, así que la oposición no se hizo esperar: las huelgas y manifestaciones se realizaron por doquier intentando boicotear el trabajo de la Treuhand, que seguía inmersa en el proceso para la que fue creada. Sin embargo, en abril de 1991, un hecho conmocionó a las dos Alemanias: Rohwedder es asesinado por un francotirador mientras trabajaba en su casa por la noche. Su mujer, presente en la habitación, resulta herida. Nace el caso más famoso de la historia de la Alemania reciente, y que aún está inconcluso.
Detlev Rohwedder, un crimen perfecto, es un true crime al uso, no descubre nada nuevo, salvo por la manera de enfocar, y también de embocar, las teorías que se brindan a lo largo de cuatro capítulos sobre la autoría del asesinato de Rohwedder. Es ese su punto fuerte y el que me atrapó para poder degustar la miniserie prácticamente de un tirón. Y es que, aun hoy en día, sigue levantando controversias entre todos aquellos policías, investigadores y periodistas que trabajaron en él, y eso que han pasado 29 años. Algo que relata muy bien la miniserie. Si bien el primer capítulo nos introduce en el asesinato en sí y nos relata la figura del protagonista, el segundo, tercer y cuarto capítulo nos propone un viaje en el tiempo para contextualizar la situación política de ambos estados, la situación de Rohwedder con respecto a ese contexto y el origen de la teoría sobre el posible autor del magnicidio.
De este modo, cada episodio aborda un posible autor. El primero (segundo en la miniserie) aborda la autoría por parte de la Fracción del Ejército Rojo. A principios de los 90 esta facción se estaba reconstruyendo de nuevo y su presencia en el ámbito internacional estaba en decadencia; los últimos atentados y acciones no habían dejado de ser una suerte de chapuzas con menos éxito del esperado, y buscaban un golpe que les colocara de nuevo en la primera plana de los periódicos. Un pasquín en forma de alegato reivindicando la autoría de la muerte de Rohwedder “hallado” en el lugar de los hechos supone el primer indicio que sigue la policía, algo que enseguida cae en saco roto por la apariencia de que tal pasquín ha sido colocado ex profeso para desviar la atención. Como curiosidad, y esto lo apuntan varias veces en la miniserie, el lugar desde donde se dispara estaba impoluto (como si un forense se hubiera encargado de limpiar el sitio mientras se asesinaba al político alemán).
El tercer episodio ahonda en la desmembración de la institución pública más temida de la RDA: la Stasi. El órgano fundamental de la inteligencia de la RDA fue durante sus 40 años de vida el mayor aliado de la KGB, auspiciador de grupos como la Fracción del Ejército Rojo, las Células Revolucionarias o el famoso Grupo Carlos, y el mayor emporio de información delicada de su propia población. Con más de 100.000 funcionarios en 1990 (la RDA tenía 16 millones de habitantes entonces) su disolución supuso millares de militares (todo su organigrama era militar) en el desempleo de la noche a la mañana, humillados y con ansias de venganza. Este episodio relata cómo el atentado lo realizó un grupo de trabajo altamente especializado, con formación militar y con recursos al alcance de su mano.
El cuarto y último aborda la clásica teoría de la conspiración que, más allá de lo rebuscada que resulta, no deja de ser interesante y verosímil. La población de la RDA vivía una constante desafección al proceso de reunificación por el temor al paro y la pobreza. Por otro lado, la política económica de Rohwedder apostaba por una paridad entre las privatizaciones y las reconversiones. Estos dos puntos son las bases por las que, según la miniserie, los autores intelectuales del asesinato procedían de la antigua RFA, de sus propios compatriotas. El razonamiento que hace el documental da para pensar.
Por un lado, estos autores pretendían golpear emocionalmente la opinión pública de la RDA dirigiendo las miradas a la Stasi y a la Fracción del Ejército Rojo y buscar un síndrome de culpabilidad. La otra reflexión es más perversa si cabe; según el documental, quizás, sólo quizás, Rohwedder no era todo lo privatizador que se esperaba de él y sus políticas no gustaban por igual en la RFA, hacía falta una persona que cambiara la deriva de la Treuhand. Al poco de su muerte, le sucedió en el cargo Birgit Breuel, quien sí optó por esa vía privatizadora. Tal es así, que a finales de 1994, el 94% de las empresas gestionadas por la Treuhand ya habían sido privatizadas.
Detlev Rohwedder, un crimen perfecto responde a un relato muy bien pergeñado de un momento clave en la historia alemana, mostrando hechos esenciales así como anécdotas en clave de humor. Impagables son las declaraciones del ministro de finanzas de aquella época, su relación con Gorbachov y Kohl; las actividades comerciales internacionales de la empresa pública comunista Kommerzielle Koordinierung (Ko-Ko) (ojo a la venta de plasma a la Cruz Roja en Munich); la fallida operación en contra de uno de los posibles autores del atentado (“La ley de Murphy sobrevoló la operación”). Sin embargo, y a pesar de la libertad con la que los entrevistados hablan, hay un impresión que no dejó de acudir a mí durante los cuatro capítulos: en mayor o menor medida, daba la sensación de que todos querían contar más de lo que cuentan. Quizás porque había demasiados intereses en lo que un periodista definió como “la nueva fiebre del oro”.
Juan Galonce
‘Detlev Rohwedder, un crimen perfecto’ está disponible en Netflix.
Fuente: Fuera de Series
VER TRAILER Y ENLACE A LA SERIE: https://www.netflix.com/es/title/81022994