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60 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE ALBERT CAMUS

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 "LOS ALMENDROS", de ALBERT CAMUS

« ¿Sabe usted», decía Napoleón a Fontanes. Lo que mas me admira de este mundo? La impotencia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable queda vencido siempre por el espíritu.» Bien vemos que los conquistadores son siempre melancólicos. De alguna manera es menester pagar el precio el precio de tanta gloria vana, pero lo que era verdadero hace cien años respecto del sable no lo es hoy respecto al tanque de guerra. Los conquistadores han dejado su huella y el triste silencio de los lugares carentes de espíritu se estableció durante años sobre una Europa desgarrada. En la época de las horribles guerras de Flandes los pintores holandeses podían tal vez pintar los gallos de sus corrales. Hemos olvidado asimismo la guerra de los Cien Años y sin embargo las oraciones de los místicos de Silesia viven aun en algunos corazones. Más hoy las cosas han cambiado; también los pintores y los monjes son movilizados: somos solidarios de este mundo. El espíritu perdió aquella garantía real que un conquistador hubo de reconocerle; ahora se agota maldiciendo la fuerza en su imposibilidad de dominarla. Algunas buenas gentes dicen que eso es un mal. Nosotros no sabemos si lo es, pero si sabemos que existe. Es menester componérselas tal es la conclusión que aquí se impone. Para ello basta saber lo que queremos. Y lo que queremos es precisamente no inclinarnos ante el sable ni dar jamás razón a la fuerza que no este al servicio del espíritu.

Verdad es que se trata de una obra sin término. Pero aquí estamos nosotros para continuarla. No creo en la razón suficientemente para adherirme a la idea del progreso, ni tampoco en ninguna filosofía de la historia., pero a lo menos creo que los hombres nunca dejaron de avanzar en el proceso de adquirir conciencia de su destino. No hemos superado aun nuestra condición y sin embargo cada vez la conocemos mejor. Sabemos que nos hallamos en una situación contradictoria, pero también que tenemos que rechazar la contradicción y hacer todo lo que sea preciso para reducirla. Nuestro cometido de hombres estriba en hallar aquellas formulas capaces de apaciguar la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un cometido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo; he ahí todo.

Conozcamos, pues, bien lo que queremos; afirmémonos en el espíritu aun cuando la fuerza para seducirnos asuma la forma de una idea o de un consuelo. Lo principal consiste en no desesperar. No prestemos demasiado oído a quienes proclaman el fin del mundo. Las civilizaciones son mueren tan fácilmente y aun cuando este mundo tuviera que desplomase, ello acontecería después que otros mundos se hubieren hundido. Verdad que nos encontramos en una época trágica. Pero es asimismo cierto que demasiadas gentes confunden lo trágico con lo desesperado. «Lo trágico», decía Lawrence, «debería ser como un gran puntapié aplicado a la desgracia».He aquí un pensamiento sano y de aplicación inmediata .Existen hoy muchas cosas que merecen tal puntapié.

Cuando yo habitaba en Argel, durante el invierno aguardaba siempre con paciencia porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Consuls se cubrirían de flores blancas. Y entonces me maravillaba al ver como esa nieve frágil resistía todas las lluvias y vientos del mar. A pesar de todo, cada año perduraba el tiempo necesario para que se preparara el fruto.

No ha de verse en esto un símbolo. No conquistaremos nuestra libertad con símbolos; para lograrla es menester algo más serio. Simplemente quiero significar que a veces, cuando el peso de la vida se hace más abrumador en esta Europa aun colmada de su desgracia, me vuelvo hacia esos países resplandecientes, donde existen aun tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado para no saber que ellos constituyen la tierra elegida donde pueden equilibrarse la contemplación y la intrepidez. El meditar en el ejemplo que nos ofrecen proporciona una enseñanza con la condición de que no queramos otra cosa que salvar el espíritu; es menester pues, ignorar sus virtudes dolientes y exaltar su fuerza y prestigio. Este mundo está envenenado en desgracias en que parece complacerse. Esta enteramente librado a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No colaboremos con nuestra ayuda. Es vano llorar por el espíritu; basta con trabajar por él.

Pero, ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Para él son la firmeza de carácter, el gusto, el “mundo”, la clásica felicidad, la dulce altivez, la fría frugalidad del sabio. Hoy más que nunca son necesarias esas virtudes y cada cual puede escoger aquella que más convenga a su naturaleza. Frente a la enormidad de la partida en que nos hallamos empeñados no olvidemos en todo caso la firmeza de carácter. No me refiero a aquella que en los estrados electorales acompaña al fruncimiento de cejas y a las amenazas, sino aquella que resiste a todos los vientos del mar en virtud de su blancura y de su savia. Ella es la que en el invierno del mundo preparará el fruto.

De El verano, 1940 

Fuente: Plaza de las palabras


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