En 1961 Fidel Castro pidió a los adolescentes cubanos dejar sus casas y sus estudios para irse al monte a enseñar el misterio de las letras a cientos de miles de compatriotas analfabetos. Recuerda uno de ellos, un niño de apenas 14 años, Silvio Rodríguez, que para esa primera tarea sobraron voluntarios porque cuando hay una epopeya a la vista los jóvenes de inmediato se suman a ella.
El documental Mi primera tarea, de la directora estadounidense Catherine Murphy, utiliza una entrevista con Silvio para recrear uno de los actos más justos y generosos de la nación cubana consigo misma, la Campaña de Alfabetización. El cantautor vuela hacia su adolescencia y revive aquellos días de hambre y felicidad, conviviendo con una familia de humildísimos carboneros en la ciénaga de Zapata.
Los relatos del poeta, a veces risueños y otras emocionados, se mezclan con imágenes de los jóvenes cubanos, casi niños, enseñando a hombres y mujeres hechos y derechos, algunos incluso ancianos. Llega al alma ver esas manos chiquititas ayudando a mover el lápiz a las enormes y encallecidas de los campesinos, las que solo habían manipulado la guataca y el machete.
Varias veces Silvio evoca las enseñanzas reciprocas, aquello que aprendieron enseñando, sus vivencias, lo que conocieron y cuanto crecieron en unos pocos meses. Descubrieron un mundo dentro de su propio país que ni siquiera sospechaban que existía, con una pobreza muchísimo más trágica y miserable que en los centros urbanos de donde procedían los pequeños maestros.
Armados con un lápiz
No se trataba solo de personas que no podían leer, el poeta recuerda que algunos ni siquiera sabían que el mundo es redondo. A los jóvenes cubanos de hoy en día les puede parecer una fábula pero quienes conocen los campos de América Latina saben que es muy real. Una vez un salvadoreño de las montañas de Chalatenango me dijo que ¨no me dirás que es fácil darse cuenta de que la tierra es redonda si nadie te lo explica¨.
Y en medio de todo aquel loco acto de primer amor adolescente, a la oposición anticastrista no se le ocurre mejor respuesta que asesinar a uno de esos niños. Manuel Ascunce tenía apenas un par de años más que Silvio y lo mataron en la misma zona a la que fue enviado. A raíz del peligro los chicos fueron evacuados y el futuro poeta trasladado a la Ciénaga de Zapata, a compartir letras y hambre con los carboneros.
Ha corrido mucha agua desde aquellos años. Se graduaron más de un millón de universitarios, los 3.000 médicos se convirtieron en 90.000 mil y muchos andan por el mundo combatiendo enfermedades y pandemias. Incluso los que emigran lo hacen con un bagaje que no tienen otros tercermundistas. En sus éxitos también está el esfuerzo de quienes un día de su adolescencia se lanzaron al monte armados de un lápiz y una cartilla.
Sin aquella primera tarea, sin llevar la educación a cada rincón del país nunca hubieran florecido todos los talentos de la nación. Los cubanos, sin importar su credo político, deberían agradecer a aquellos maestros que, siendo casi niños, construyeron los cimientos de una sociedad con un nivel educacional envidiable. Este documental es un tributo a ellos, bienvenido sea porque el amor siempre se debería pagar con amor.
Fuente: Mundo Obrero