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"UN PARTIDO DE OBREROS", DE FRIEDRICH ENGELS, EN EL 125 ANIVERSARIO DE SU MUERTE

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UN PARTIDO DE OBREROS

Friedrich Engels

Con gran frecuencia los amigos y simpatizantes nos han advertido: “Manteneos lejos de los partidos políticos”. Y estaban cargados de razón en lo concerniente a los actuales partidos políticos de Inglaterra. Un órgano obrero, por su orientación, no debe pertenecer ni a los whigs ni a los tories, ni a los conservadores ni a los liberales, incluso ni a los radicales en el sentido moderno de la palabra partido.

Conservadores, liberales, radicales, todos representan únicamente los intereses de las clases dominantes y los distintos matices de las opiniones que imperan entre los landlords, capitalistas y pequeños comerciantes. Si llegan a representantes de la clase obrera, no la representan en absoluto. La clase obrera tiene sus intereses propios, tanto políticos como sociales. Cómo defendió lo que consideraba sus intereses sociales, lo demuestra la historia de las tradeuniones y del movimiento por la reducción de la jornada de trabajo. Pero la defensa de sus intereses políticos la deja casi enteramente en manos de los tories, whigs y radicales, de gentes de la clase dominante, y durante casi un cuarto de siglo la clase obrera de Inglaterra se ha conformado con ir a la zaga del “gran Partido Liberal”.

Tal posición política no es digna de la clase obrera más organizada de Europa. En otros países los obreros han sido mucho más activos. En Alemania hace ya más de diez años que existe un partido (el Social-demócrata), que posee diez bancas en el Parlamento y cuyo progreso ha asustado tanto a Bismarck, que ha hecho aprobar las infames medidas represivas de las que hablamos en otro artículo. Pero, a despecho de Bismarck, el partido obrero no deja de crecer; sólo en la semana pasada ha ganado dieciséis puestos en el consejo municipal de Mannheim y uno en el Parlamento de Sajonia. En Bélgica, Holanda e Italia han seguido el ejemplo de los alemanes; en cada uno de estos países existe un partido obrero, si bien las restricciones electorales son muchas para que de momento puedan enviar diputados al órgano legislativo. En Francia el partido obrero se halla justamente ahora en pleno proceso de organización; en las últimas elecciones el partido obrero ha conseguido la mayoría en varios consejos municipales, y en las elecciones generales de octubre de este año conquistará sin duda algunos puestos en la Cámara. Incluso en Norteamérica, donde el paso de los obreros a granjeros, comerciantes o capitalistas es aun relativamente fácil, los obreros consideran necesario organizarse en partido independiente. En todos los sitios, el obrero lucha por el poder político, por la representación directa de su clase en los órganos legislativos: en todos los sitios menos en Gran Bretaña.

Ahora bien, jamás había sido en Inglaterra tan general como ahora la convicción que los viejos partidos políticos están condenados a desaparecer, que las viejas palabras de orden han perdido el sentido, las viejas consignas se han derrumbado y las viejas panaceas no producen ya efecto. Los hombres pensantes de todas las clases empiezan a comprender que debe ser trazado un nuevo camino y que este camino únicamente puede ir en dirección a la democracia. Pero en Inglaterra, donde la clase obrera industrial y agrícola forma la enorme mayoría de la población, democracia significa, ni más ni menos, la dominación de la clase obrera. Que esta clase obrera se prepare, pues, a cumplir la tarea que le aguarda: a la dirección de este vasto imperio; que comprenda la responsabilidad que va a recaer inevitablemente sobre ella.

El mejor modo de conseguirlo es utilizar la fuerza que ya se encuentra en sus manos, la mayoría que de hecho posee en todas las ciudades grandes del reino, para enviar al Parlamento a personas de su propio seno. Valiéndose del derecho electoral concedido a los inquilinos, sería fácil enviar al Parlamento a cuarenta y cincuenta obreros, y esta afluencia de sangre completamente fresca sería, en verdad, muy necesaria. Incluso con este número de obreros, el Parlamento no podría convertir ya más y más, como ahora ocurre, la ley agraria irlandesa en un bluff agrario irlandés es decir, en la ley de compensación a los landlords irlandeses; no podría oponerse a las demandas de que se haga un reajuste de los distritos parlamentarios, de que se castigue de veras el soborno y que los gastos de las elecciones corran a cuenta del fisco, como se acostumbra a hacer en todos los sitios menos en Inglaterra. etc. Más aún, en Inglaterra un partido realmente democrático sólo es posible como partido obrero.

Los hombres cultos de las otras clases (que no son tantos como se nos quiere hacer creer) pueden incorporarse a este partido e incluso representarlo en el Parlamento después que hayan demostrado su sinceridad. Así ocurre en todos los sitios. En Alemania, por ejemplo, los representantes de los obreros no siempre son obreros. Pero ningún partido democrático, ni en Inglaterra ni en ningún otro lugar, logrará éxitos efectivos si no tiene un definido carácter proletario. Si se renuncia a esto no se conseguirá nada, como no sea secta y engaño.

Y esto es todavía más cierto para Inglaterra que para los otros países. Por desgracia, ha habido bastantes engaños de parte de los radicales después del hundimiento del primer partido obrero que conoció el mundo, el partido cartista. Sí, pero los cartistas fueron derrotados sin conseguir nada. ¿Es esto así? De los seis puntos de la Carta del Pueblo, dos, el secreto del sufragio y la abolición de las restricciones por motivos de propiedad, son ahora ley del país. El tercer punto, el del sufragio universal, se ha implantado, siquiera sea aproximadamente, en forma de derecho electoral para los inquilinos; el cuarto, distritos electorales iguales, va a ser implantado seguramente, como reforma prometida por el actual gobierno. De modo que el fracaso del movimiento cartista ha conducido a la realización de casi la mitad de su programa. Y si el solo recuerdo de la pasada organización política de la clase obrera ha podido conducir a estas reformas políticas, y fuera de ellas a otras reformas sociales, ¿qué resultados traerá la existencia real de un partido político obrero respaldado con cuarenta o cincuenta representantes en el Parlamento?

Vivimos en un mundo en el que cada uno debe preocuparse de sí mismo. Pero la clase obrera inglesa permite que de sus intereses se preocupen los landlords, capitalistas y pequeños comerciantes y sus lacayos, los abogados, periodistas, etc. No es extraño que las reformas en interés de los obreros se apliquen con tal lentitud y en dosis tan miserables. Es suficiente que los obreros de Inglaterra lo deseen y de ellos dependerá la aplicación de cualquier reforma social o política, que su situación requiera ¿Por qué, entonces, no hacer ese esfuerzo?

Publicado como editorial en The Labour Standard, 23 julio 1881, en F. Engels, “El sistema de trabajo asalariado”. Artículos de The Labour Standard, Editorial Progreso, Moscú, 1975, pp. 39-42.

Fuente: El Sudamericano

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