Memoria de la melancolía
María Teresa León
Prólogo de Benjamín Prado
Editorial Renacimiento.
Sevilla, 2020
464 páginas
22,90 euros
Reseña de Isabel Bellido
Diario de Sevilla
María Teresa León
Prólogo de Benjamín Prado
Editorial Renacimiento.
Sevilla, 2020
464 páginas
22,90 euros
Antes de ser esposa de Rafael Alberti, María Teresa León fue sobrina de María Goyri. Recolectora oral de romances por las tierras del Cid junto a Ramón Menéndez Pidal, fue una de las primerísimas mujeres en licenciarse y doctorarse en Filosofía y Letras en España, aunque le estaba prohibido pisar los pasillos y tuviese que ir escoltada por el profesor. Por ella "a la niña se le iba a desarrollar junto con las trenzas un principio de crítica. Esta niña terminará mal". Esta niña es María Teresa León, que se nombra a veces en su Memoria de la melancolía en tercera persona, como si así fuese a estirar el recuerdo."No sé quién solía decir en mi casa: hay que tener recuerdos. Vivir no es tan importante como recordar. Lo espantoso era no tener nada que recordar, dejando detrás de sí una cinta sin señales". Recuerda María Teresa León durante casi 450 páginas en las que no da respiro su infancia de niña que leía a Alejandro Dumas; pasa breve y conscientemente por su primer y frustrado matrimonio (tenía 17 años); piensa en su madre muerta (la llama: ¡mamá!), en sus viajes por Latinoamérica, Rusia, China. Pero todo lo recuerda con España "anudada a la garganta" (esa debía ser la cinta a la que se refería) desde su exilio de treinta y ocho años. Aprieta España, y hasta ahoga, porque lo que hay en estas memorias es el relato de una guerra interminable.
Con Memoria de la melancolía, que sale a la venta el próximo día 22, la editorial Renacimiento inaugura la Biblioteca María Teresa León, dirigida por Benjamín Prado (aunque de ella ya había publicado El viaje a Rusia de 1934 y Teatro) para honrar y recuperar a una autora maltratada: tras su regreso, "parte de su bibliografía, que había aparecido en sellos de Argentina y alguno de México, no llegó a editarse en su país, o en algunos casos, lo hizo en colecciones muy minoritarias". Probablemente leer su autobiografía sea la mejor forma de comenzar a enmendar el agravio. Lo que es seguro es que estamos ante una obra excelsa, que además se dirige a unos jóvenes que somos nosotros, que deberíamos haber sido hace 50 años, justo cuando se publicó por primera vez en la editorial argentina Losada.
María Teresa León, que fundó revistas y escribió artículos, novelas y guiones cinematográficos. María Teresa León, que educó, cantó y animó en la Guerra; que fue parte de empresas teatrales y de colectivos culturales; que supervisó el traslado de las obras del Prado, de Toledo, de El Escorial. María Teresa León, que hablaba por la radio, que traducía. "Siempre haciendo algo. ¿Por qué estaremos siempre haciendo algo las mujeres? En las manos no se nos ven los años sino los trabajos". Y sin embargo qué poquito hemos podido verla a ella, que se sabía "la cola del cometa" de Alberti cuando a finales de los sesenta escribía, precisamente a mano, estas memorias suyas en cuadernos casi escolares desde su casa del Trastévere, en Roma, donde pasó sus últimos años de exilio.
Sí, hay mucho trabajo que hacer en la guerra. Hay que ir a Móstoles y convencer a las mujeres para que dejen ir a los niños a las colonias de protección de Levante. Hay que dinamitar, por poco, el puente de Toledo sobre el Tajo. Hay que proveer al pueblo de canciones. Hay que llevar pistola. Hay que entrar en el Prado "bajando una escalerilla insospechada" con una linterna para evacuarlo sin suficiente madera para embalajes ni camiones de transportes. Y hay que aguantar, encima, los reproches de los periodistas ingleses: "hay que dar vaselina a las piezas o algo que las libre del óxido… aceite. Yo me eché a reír: ¡Aceite! Eso quisieran los madrileños (…) ¿Por qué no nos pregunta usted cuántos niños mató el bombardeo último?". Mira que hizo cosas María Teresa León, pero lo de salvaguardar el Tesoro Artístico no tiene igual. Memoria de la melancolía también es una emocionante crónica de los esfuerzos de la República por proteger las obras de arte de Toledo, de El Escorial o del Prado, una tarea hercúlea y en ocasiones improvisada en la que María Teresa León reprocha (y no será la primera vez) el abandono internacional: "no vino en nuestro socorro (…) ningún técnico, ningún especialista, ningún director de ningún museo de Europa". Sí ayudaron los que no sabían siquiera leer, protagonistas a veces de tan discutidas salvajadas, para lo cual dejo hablar, de nuevo, a María Teresa León: "(…) vi el retrato del cardenal Tavera con la cabeza separada del tronco por un tijeretazo (…) ¿Cómo podíamos nosotros reclamar respeto por el arte si nadie les había enseñado que existía esa palabra? Pregunté, bajando la voz: ¿Sabes leer? Me contestó, riéndose: No he tenido tiempo, la siega es tan larga…".
"¿Hasta cuándo?", "¿Dónde está?", "¿Te acuerdas?", "¿Verdad?". Memoria de la melancolía está repleta de preguntas dirigidas a los exiliados que comparten soledad, pero también a nosotros. Si María Teresa León escribe "¿tendremos siempre que contar con la muerte para solucionar los problemas de España? ¿Nunca con la justicia?", entonces es irremediable pensar en la reciente muerte de Billy el Niño; si habla de patria entendemos qué claro tenían ellos ("hombres y mujeres obedientes a otra ley y a otra justicia que nada tenemos que ver con lo que vino") su significado: "nos hemos seguido matando por la estrechez mental de los nacionalismos, por los banqueros, por las grandes empresas, por los trust, por los políticos que no se creen seguros si no hay en sus inmediaciones algún general en que apoyarse, general que, luego, lo reemplazan gustosos por otro para restablecer el orden. Morir por todo, menos por esa palabra con que nos empujan hacia la muerte: la patria".
Memoria de la melancolía también nos advierte de que nuestros recuerdos son los otros, que en este caso además son ilustres: Picasso, Unamuno, Neruda, Machado, Rosa Chacel, Louis Aragon, Rubén Darío, Bertolt Brecht, Frida Kahlo y muchos más (hasta Stalin) recorren la memoria de María Teresa León. Por cada uno, una anécdota si no inédita, insólita (Lorca tardaba mucho en cruzar la calle; Camus preguntaba cuando quería conocer a alguien con quién estaba cuando la guerra de España: "si me dice con Franco, no vuelvo a saludarlo"). En cierto momento este libro deviene en esquela: muere Hemingway, muere Paul Éluard, muere Cernuda, muere Ramón Gómez de la Serna.
Muere la propia María Teresa León en 1988 en una residencia de Majadahonda. En 1977 regresaba, por fin, a España, pero no lo sabía porque tenía alzheimer. "Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos. Regresaremos con la ley, os enseñaremos las palabras enterradas bajo los edificios demasiado grandes de las ciudades que ya no son las nuestras. Nuestro paraíso, el que defendimos, está debajo de las apariencias actuales. También es el vuestro. ¿No sentís, jóvenes sin éxodo y sin llanto, que tenemos que partir de las ruinas, de las casas volcadas y los campos ardiendo para levantar nuestra ciudad fraternal de la nueva ley?". Llegaron, pero casi simbólicamente. Traían la memoria, pero un nuevo mundo con la OTAN debajo del brazo se avecinaba. En 1987, un año antes de su muerte, Basilio Martín Patino estrenaba Madrid. "La guerra es mejor olvidarla", dicen varias chicas en la película. "¿Otra película sobre la Guerra Civil?" siguen diciendo chicos y chicas y hombres y mujeres y ancianos y ancianas. "Recuerden", nos dice María Teresa León.
Reseña de Isabel Bellido
Diario de Sevilla