Título original: La ciutat cremada
País: España
Año: 1976
Duración: 145 min
Guión: Antoni Ribas, Miquel Sanz
Intérprete: Ángela Molina, Pau Garsaball, Jeannine Mestre, Montserrat Salvador, Francisco Casares, Xabier Elorriaga, Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez
Director de fotografía: Teo Escamilla
Producción: Ferran Repiso
Música: Manuel Valls Gorina
Director: Antoni Ribas
SINOPSIS
En 1899, un grupo de soldados españoles regresa a Barcelona tras perder la guerra de Cuba. Entre ellos están Frederic Palau, miembro de la burguería barcelonesa, y su amigo Josep, de origen más humilde, pero retornado con un buen fajo de dólares. Las sobrinas de Frederic, Roser y Remei, pronto se encandilan de Josep, que termina casándose con una de ellas, aunque la atracción sexual con su cuñada nunca acaba de desaparecer. A lo largo de una década, hasta la Semana Trágica de 1909, en la que las clases obreras se levantaron en una rebelión popular, seguimos la evolución del ambiente político y social de Barcelona a través de las vicisitudes de la familia Palau. En su seno confluyen los intereses de la alta burguesía, sacudida por la pérdida de sus negocios en las colonias, y los de la clase obrera, a cuyos intereses Josep tiene una especial sensibilidad, pues nunca ha olvidado sus humildes orígenes.
Federico Mare, en "Furia en la ciudad de Las Ramblas a 100 años de la Semana Trágica de Barcelona", en La Quinta Pata, el 27 de julio de 2009, escribió:
Barcelona es, en los albores del siglo XX, una gran ciudad en una España todavía agraria, monárquica y clerical en sus estructuras profundas; una España en la que el fraude y el clientelismo de los «caciques» asegura el predominio político —ora conservador, ora liberal— de una aristocracia terrateniente retrógrada. Merced a la magnitud y el dinamismo de sus industrias, la metrópoli catalana se ubica cómodamente a la vanguardia del naciente capitalismo ibérico. Su vitalidad cultural y su cosmopolitismo contrastan fuertemente con el clima oscurantista reinante en el resto del país. Es la Barcelona de los arquitectos modernistas: Gaudí, Domènech, Puig i Cadafalch… La Barcelona del pintor Picasso y el poeta Maragall. Pero es también la meca del catalanismo como movimiento cultural y político —en 1901 se funda la Lliga Regionalista, y seis años después el Institut d'Estudis Catalans.
Pero la «Ciudad de las Ramblas» es también —como tantas otras ciudades del mundo afectadas por la Segunda Revolución Industrial— escenario de agudas y crecientes tensiones sociales. Sus obreros trabajan y viven en condiciones infrahumanas; condiciones que los llevan pronto a organizarse sindicalmente y movilizarse en pos de reivindicaciones tan elementales como la jornada de ocho horas y el derecho de huelga. El pujante movimiento proletario de Cataluña lleva, desde sus orígenes mismos, el sello indeleble del anarquismo, corriente ideológica con un enorme arraigo en España, y que tiene en Barcelona su principal epicentro a nivel mundial. En 1907 se crea —a partir de una alianza táctica entre socialistas, anarquistas y republicanos— la central sindical Solidaritat Obrera, precursora inmediata de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo).
Sobre este telón de fondo estalla, a fines de julio de 1909, una de las más virulentas y recordadas insurrecciones populares del siglo XX: la Semana Trágica de Barcelona. Más allá de sus importantes efectos políticos de corto plazo —como la renuncia del presidente Antonio Maura, la crisis de la hegemonía conservadora y el desprestigio de la guerra colonial en Marruecos—, el levantamiento marca un verdadero hito en el desarrollo del movimiento obrero y libertario español, a la vez que le otorga a la causa catalanista una dimensión pública nunca antes vista.
La rebelión tiene como desencadenante el reclutamiento de reservistas para la impopular Guerra de Melilla (febrero-diciembre de 1909), una sangrienta contienda en el Marruecos español entre las tropas coloniales y la guerrilla rifeña. La huelga general antibélica convocada por Solidaridad Obrera para el lunes 26 de julio logra una adhesión total en Barcelona, y se propaga con éxito a varias otras ciudades de Cataluña, desarrollándose la jornada sin mayores incidentes. Pero el martes, al cundir la noticia del Desastre del Barranco del Lobo (mueren emboscados 153 reservistas en Marruecos, catalanes en su mayoría), la huelga general se transforma en una insurrección de enormes proporciones. Los obreros barceloneses levantan barricadas en las calles y se preparan para resistir el inminente despliegue de las fuerzas represivas. Sin embargo, y pese a la declaración de la ley marcial, tal despliegue queda prácticamente en suspenso, dado que el grueso de la policía y la guardia civil simpatizan con la causa de los insurrectos. Con todo, se registran algunos tiroteos.
Es entonces también cuando se produce un imprevisto y virulento giro anticlerical en la marcha de los acontecimientos. Numerosos templos, conventos y colegios religiosos de la ciudad son desalojados e incendiados. La «furia iconoclasta» incluye además varias acciones profanatorias; acciones que, debido a su tono macabro —carnavalesco por momentos— causan honda impresión en los contemporáneos. Se expresa así el viejo rencor de los sectores populares hacia una Iglesia consustanciada con el orden social que los oprime. Particularmente célebre es la exhumación y exhibición de catorce momias de monjas pertenecientes al Convento de las Jerónimas, seguida de una escena aún más dantesca —o rabelaisiana—: Ramón Clemente Garci, de veintidós años, carbonero y discapacitado, baila en medio de la calle con uno de los cadáveres. Pagaría con su vida esta osada recreación de la Danse Macabre medieval.
Atemorizadas por esta radicalización, las clases propietarias retiran su apoyo al movimiento. El comité de huelga, desbordado por la actuación espontánea de las masas, se revela incapaz de organizar y orientar la insurrección; insurrección que, por lo demás, al ser presentada por el gobierno nacional como «separatista», no consigue extenderse al resto del país, quedando de esa forma aislada. Para el jueves 29 —momento en que llegan las tropas del ejército— la rebelión ya ha iniciado su declive. No obstante, la resistencia popular desde barricadas y techos se prolonga hasta el sábado 31, obligando al gobierno nacional a enviar nuevos refuerzos.
Los saldos de la insurrección —y de la represión que acabó con ella— dan cuenta clara de su magnitud: no menos de 70 muertos, medio millar de heridos, más de un centenar de edificios quemados (80 de los cuales pertenecen a la Iglesia), miles de detenidos, cerca de dos mil procesados, 175 desterrados, 59 condenados a prisión perpetua y 5 ejecutados. Además, se clausuran los sindicatos y periódicos obreros.
Los fusilamientos tienen lugar el 13 de octubre de ese mismo año en el castillo de Montjuïc, la «Bastilla catalana». Entra las cinco víctimas fatales, «culpable» de haber «instigado» la sedición —cargo jamás probado—, está Francesc Ferrer i Guàrdia, el renombrado pedagogo libertario, artífice e impulsor de la Escuela Moderna. Otro es el motivo real de su ejecución: su compromiso militante con la educación laica, su lucha denodada contra el oscurantismo clerical.
La avalancha internacional de reclamos que genera este «ajuste de cuentas» es gigantesco, y mina aún más la legitimidad del gobierno español, ya seriamente afectada por la Guerra de Melilla y la Semana Trágica. Ocho días después de los fusilamientos, el presidente Antonio Maura, al comprobar que el rey Alfonso XIII le ha retirado su apoyo, presenta la renuncia. El Partido Conservador, sumido en el descrédito, se ve forzado a replegarse.
Las llamas de la Semana Trágica catalana se apagaron pronto, cierto. Pero lo que ella puso en movimiento —la lucha heroica de las masas ibéricas en pos de su emancipación— apenas había comenzado. De las cenizas de la insurrección, como un Ave Fénix, surge en 1910 la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), llamada a realizar una contribución decisiva durante la II República a la magna causa de la Revolución Española.
Fuente: RebeldeMule
VER PELICULA:
https://www.veoh.com/watch/v113988421KmsWpTej
País: España
Año: 1976
Duración: 145 min
Guión: Antoni Ribas, Miquel Sanz
Intérprete: Ángela Molina, Pau Garsaball, Jeannine Mestre, Montserrat Salvador, Francisco Casares, Xabier Elorriaga, Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez
Director de fotografía: Teo Escamilla
Producción: Ferran Repiso
Música: Manuel Valls Gorina
Director: Antoni Ribas
SINOPSIS
En 1899, un grupo de soldados españoles regresa a Barcelona tras perder la guerra de Cuba. Entre ellos están Frederic Palau, miembro de la burguería barcelonesa, y su amigo Josep, de origen más humilde, pero retornado con un buen fajo de dólares. Las sobrinas de Frederic, Roser y Remei, pronto se encandilan de Josep, que termina casándose con una de ellas, aunque la atracción sexual con su cuñada nunca acaba de desaparecer. A lo largo de una década, hasta la Semana Trágica de 1909, en la que las clases obreras se levantaron en una rebelión popular, seguimos la evolución del ambiente político y social de Barcelona a través de las vicisitudes de la familia Palau. En su seno confluyen los intereses de la alta burguesía, sacudida por la pérdida de sus negocios en las colonias, y los de la clase obrera, a cuyos intereses Josep tiene una especial sensibilidad, pues nunca ha olvidado sus humildes orígenes.
Federico Mare, en "Furia en la ciudad de Las Ramblas a 100 años de la Semana Trágica de Barcelona", en La Quinta Pata, el 27 de julio de 2009, escribió:
Barcelona es, en los albores del siglo XX, una gran ciudad en una España todavía agraria, monárquica y clerical en sus estructuras profundas; una España en la que el fraude y el clientelismo de los «caciques» asegura el predominio político —ora conservador, ora liberal— de una aristocracia terrateniente retrógrada. Merced a la magnitud y el dinamismo de sus industrias, la metrópoli catalana se ubica cómodamente a la vanguardia del naciente capitalismo ibérico. Su vitalidad cultural y su cosmopolitismo contrastan fuertemente con el clima oscurantista reinante en el resto del país. Es la Barcelona de los arquitectos modernistas: Gaudí, Domènech, Puig i Cadafalch… La Barcelona del pintor Picasso y el poeta Maragall. Pero es también la meca del catalanismo como movimiento cultural y político —en 1901 se funda la Lliga Regionalista, y seis años después el Institut d'Estudis Catalans.
Pero la «Ciudad de las Ramblas» es también —como tantas otras ciudades del mundo afectadas por la Segunda Revolución Industrial— escenario de agudas y crecientes tensiones sociales. Sus obreros trabajan y viven en condiciones infrahumanas; condiciones que los llevan pronto a organizarse sindicalmente y movilizarse en pos de reivindicaciones tan elementales como la jornada de ocho horas y el derecho de huelga. El pujante movimiento proletario de Cataluña lleva, desde sus orígenes mismos, el sello indeleble del anarquismo, corriente ideológica con un enorme arraigo en España, y que tiene en Barcelona su principal epicentro a nivel mundial. En 1907 se crea —a partir de una alianza táctica entre socialistas, anarquistas y republicanos— la central sindical Solidaritat Obrera, precursora inmediata de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo).
Sobre este telón de fondo estalla, a fines de julio de 1909, una de las más virulentas y recordadas insurrecciones populares del siglo XX: la Semana Trágica de Barcelona. Más allá de sus importantes efectos políticos de corto plazo —como la renuncia del presidente Antonio Maura, la crisis de la hegemonía conservadora y el desprestigio de la guerra colonial en Marruecos—, el levantamiento marca un verdadero hito en el desarrollo del movimiento obrero y libertario español, a la vez que le otorga a la causa catalanista una dimensión pública nunca antes vista.
La rebelión tiene como desencadenante el reclutamiento de reservistas para la impopular Guerra de Melilla (febrero-diciembre de 1909), una sangrienta contienda en el Marruecos español entre las tropas coloniales y la guerrilla rifeña. La huelga general antibélica convocada por Solidaridad Obrera para el lunes 26 de julio logra una adhesión total en Barcelona, y se propaga con éxito a varias otras ciudades de Cataluña, desarrollándose la jornada sin mayores incidentes. Pero el martes, al cundir la noticia del Desastre del Barranco del Lobo (mueren emboscados 153 reservistas en Marruecos, catalanes en su mayoría), la huelga general se transforma en una insurrección de enormes proporciones. Los obreros barceloneses levantan barricadas en las calles y se preparan para resistir el inminente despliegue de las fuerzas represivas. Sin embargo, y pese a la declaración de la ley marcial, tal despliegue queda prácticamente en suspenso, dado que el grueso de la policía y la guardia civil simpatizan con la causa de los insurrectos. Con todo, se registran algunos tiroteos.
Es entonces también cuando se produce un imprevisto y virulento giro anticlerical en la marcha de los acontecimientos. Numerosos templos, conventos y colegios religiosos de la ciudad son desalojados e incendiados. La «furia iconoclasta» incluye además varias acciones profanatorias; acciones que, debido a su tono macabro —carnavalesco por momentos— causan honda impresión en los contemporáneos. Se expresa así el viejo rencor de los sectores populares hacia una Iglesia consustanciada con el orden social que los oprime. Particularmente célebre es la exhumación y exhibición de catorce momias de monjas pertenecientes al Convento de las Jerónimas, seguida de una escena aún más dantesca —o rabelaisiana—: Ramón Clemente Garci, de veintidós años, carbonero y discapacitado, baila en medio de la calle con uno de los cadáveres. Pagaría con su vida esta osada recreación de la Danse Macabre medieval.
Atemorizadas por esta radicalización, las clases propietarias retiran su apoyo al movimiento. El comité de huelga, desbordado por la actuación espontánea de las masas, se revela incapaz de organizar y orientar la insurrección; insurrección que, por lo demás, al ser presentada por el gobierno nacional como «separatista», no consigue extenderse al resto del país, quedando de esa forma aislada. Para el jueves 29 —momento en que llegan las tropas del ejército— la rebelión ya ha iniciado su declive. No obstante, la resistencia popular desde barricadas y techos se prolonga hasta el sábado 31, obligando al gobierno nacional a enviar nuevos refuerzos.
Los saldos de la insurrección —y de la represión que acabó con ella— dan cuenta clara de su magnitud: no menos de 70 muertos, medio millar de heridos, más de un centenar de edificios quemados (80 de los cuales pertenecen a la Iglesia), miles de detenidos, cerca de dos mil procesados, 175 desterrados, 59 condenados a prisión perpetua y 5 ejecutados. Además, se clausuran los sindicatos y periódicos obreros.
Los fusilamientos tienen lugar el 13 de octubre de ese mismo año en el castillo de Montjuïc, la «Bastilla catalana». Entra las cinco víctimas fatales, «culpable» de haber «instigado» la sedición —cargo jamás probado—, está Francesc Ferrer i Guàrdia, el renombrado pedagogo libertario, artífice e impulsor de la Escuela Moderna. Otro es el motivo real de su ejecución: su compromiso militante con la educación laica, su lucha denodada contra el oscurantismo clerical.
La avalancha internacional de reclamos que genera este «ajuste de cuentas» es gigantesco, y mina aún más la legitimidad del gobierno español, ya seriamente afectada por la Guerra de Melilla y la Semana Trágica. Ocho días después de los fusilamientos, el presidente Antonio Maura, al comprobar que el rey Alfonso XIII le ha retirado su apoyo, presenta la renuncia. El Partido Conservador, sumido en el descrédito, se ve forzado a replegarse.
Las llamas de la Semana Trágica catalana se apagaron pronto, cierto. Pero lo que ella puso en movimiento —la lucha heroica de las masas ibéricas en pos de su emancipación— apenas había comenzado. De las cenizas de la insurrección, como un Ave Fénix, surge en 1910 la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), llamada a realizar una contribución decisiva durante la II República a la magna causa de la Revolución Española.
Fuente: RebeldeMule
VER PELICULA:
https://www.veoh.com/watch/v113988421KmsWpTej