¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración.
Angel Viñas
Editorial Crítica
Barcelona, 2019
Reseña de María Rosa de Madariaga (Fuente: Crónica Popular)
Angel Viñas
Editorial Crítica
Barcelona, 2019
Viñas comienza la Introducción de su último libro con la siguiente frase: “El título y subtítulo de este libro responden exactamente a su contenido”. Como sigue diciendo, se trata de un tema que ha generado abundante literatura, pero con una orientación diferente a la que en este libro se ofrece.
Desde hace años Viñas se viene esforzando en desvelar lo que podríamos llamar “la cara oculta de Franco”, es decir, toda una serie de hechos poco conocidos del vertiginoso ascenso de Franco al poder, tales como sus hábiles e inmorales métodos de enriquecimiento durante a guerra, y su recurso al asesinato, especialmente durante la última etapa de la conspiración. También Viñas se impuso la tarea de desbaratar algunos mitos forjados por Franco, como el del “oro de Moscú” o el de la destrucción de Guernica. Después de tantas mentiras (Viñas las califica, irónicamente, de “mentirijillas”) para “redorar su imagen”, no cabe sino tachar a Franco de “impostor”, vocablo que, como Viñas nos recuerda, significa, según la definición de la RAE, “Suplantador, persona que se hace pasar por quien no es”.
En este nuevo libro Viñas se propone demostrar que, si los nazis no estaban comprometidos con los preparativos de la sublevación anteriores al 18 de julio, los fascistas italianos sí lo estaban. Se trata de una investigación, iniciada en 2013, que culmina con este libro, en el que Viñas expone, con documentos fiables, parte de los comportamientos clandestinos de las personas empeñadas desde el primer momento en derrocar la República por la fuerza de las armas. Para ello, tuvieron que contar con la connivencia fascista de Italia, y la financiación del banquero multimillonario Juan March. De estas cuestiones se ha hablado con frecuencia, no siempre con base documental, que Viñas nos aporta y completa ahora.
Este ramillete de conspiradores precoces estaba compuesto de monárquicos, cuyos esfuerzos estuvieron fundamentalmente encaminados a alcanzar dos objetivos: obtener armamento moderno y crear una situación que justificara la sublevación militar. En todo esto desempeñó un papel fundamental el tándem Sanjurjo-Calvo Sotelo, seguido por el jefe del partido monárquico Renovación Española, Antonio Goicoechea, Pedro Sainz Rodríguez, el general Orgaz, el teniente coronel Valentín Galarza, y otros muchos militares y civiles monárquicos, entre los que Viñas cita al propio rey en el exilio, Alfonso XIII, y el propietario del diario ABC, Torcuato Luca de Tena.
Para la adquisición de armamento moderno, los monárquicos recurrieron desde 1932 a la Italia fascista. Aunque esta información no es nueva, la mayoría de las acciones clandestinas no estaban documentadas, excepto por dos autores citados por Viñas, Ismael Saz y Martin Heiberg. Los conspiradores monárquicos recurrieron en primer lugar a Italia porque siempre encontraron simpatía hacia su pretensión en las altas esferas fascistas. Sin embargo, los archivos italianos registran pocas huellas de estos contactos, ya que éstos se produjeron en general al margen de los conductos diplomáticos habituales, mientras que al régimen fascista tampoco le interesaba dejar demasiada constancia de su buena disposición a intervenir en los asuntos internos de la República española y prestar apoyo a los que se habían propuesto destruirla. Las obras que han abordado hasta ahora el tema adolecen de ciertas carencias, que Viñas señala sobre la base de fuentes de archivo españolas e italianas.
En esta obra desempeña un papel primordial el banquero Juan March, el financiador más importante de la conspiración monárquica y de la adquisición de aviones modernos para apoyar el golpe de unos jefes y oficiales próximos a la UME (Unión Militar Española). Muchos de los conspiradores monárquicos contra la República habían sido soportes de la dictadura del general Primo de Rivera. El proyecto monárquico fracasó por toda una serie de circunstancias, como fueron la desaparición de Calvo Sotelo y de Sanjurjo, y la aparición en el primer plano de la escena del general Francisco Franco, que “se autoerigió un monumento como si hubiera sido el inspirador del golpe”. Con razón Viñas dice que el calificativo que mejor le conviene es el de impostor.
Los vencedores del 18 de julio construyeron en torno a las causas y orígenes del golpe toda una leyenda, destinada a encontrar explicaciones y justificaciones, carentes totalmente de valor historiográfico, en opinión de Viñas. Sin embargo, algunas de ellas subsisten en la sociedad española, como la denunciada ya por Southworth para la primavera de 1936, así como otras muchas, entre las que cabe mencionar las elecciones fraudulentas de febrero de 1936, el terror rojo con el asesinato de Calvo Sotelo, y el plan comunista para apoderarse del gobierno. Viñas clasifica esas explicaciones y justificaciones en seis categorías:
- La ilegitimidad de la Segunda República desde sus orígenes;
- El carácter “revolucionario” de la Segunda República, promovido por la izquierda;
- La agresión a la que fueron sometidos la Iglesia, los militares y los propietarios;
- La política encaminada a la destrucción de la unidad de la PATRIA (con mayúsculas)
- La incapacidad del gobierno, considerado ilegítimo por los monárquicos, de mantener, después de las elecciones de 1936, el orden público e impedir que la situación condujera a una revolución, que era menester prevenir a toda costa;
- Por último, aunque no por ello menos importante, el peligro de que España, una vez “marxistizada,” cayera en las garras de Moscú, dentro de la estrategia comunista de penetrar en Europa occidental para asestar un golpe mortal a la civilización cristiana de Occidente.
Esta retahíla de justificaciones del golpe de julio de 1936, repetido machaconamente en 1931-1933, y en la primavera de 1936, ha experimentado cierto aggiornamento tras el final de la guerra fría, el hundimiento de la URSS y el debilitamiento de los partidos comunistas en el mundo occidental. Las leyendas fueron evolucionando y adaptándose a los intereses del momento. En este libro, Viñas insiste en que solo presta una atención muy limitada al discurso político e ideológico de la época, para centrarse sobre todo en “actuaciones”, particularmente en las “encubiertas”, relacionadas con la trama civil y militar monárquica, en las ramas alfonsina y carlista, algunas de las cuales son conocidas, mientras que otras, no.
De las 501 páginas del libro, ochenta y cuatro comprenden un extenso anexo documental, los agradecimientos del autor, las fuentes primerias y la bibliografía, el listado de siglas y abreviaturas, el índice onomástico y temático, y el índice general, mientras que, en el resto, es decir, la Introducción, 16 capítulos y las conclusiones, Viñas va desgranando las diferentes etapas por las que fue atravesando la conspiración contra la República.
Hay una cosa evidente, que Viñas pone de relieve: la importancia de la trama civil monárquica contra la Republica desde el primer momento, es decir, desde el 14 de abril de 1931, en que un grupo de futuros conspiradores se reunió para planear la destrucción del nuevo régimen reformista y modernizador. De las tres derechas antirrepublicanas, la “accidentalista”, “legalista” y “posibilista”, que terminaría siendo acaudillada por el abogado salmantino José María Gil Robles, la carlista , y, por último, la “monárquica pura y dura”, compuesta fundamentalmente por miembros de la nobleza de “la sangre y de la espada”, junto con gran parte de la oligarquía financiera y terrateniente, y que, pese a tener una representación parlamentaria muy minoritaria, fue, no obstante, la más letal para la República.
Frente a las leyendas urdidas por la derecha reaccionaria antirrepublicana y difundidas hasta la saciedad por los franquistas y los neofranquistas para justificar el golpe militar de julio de 1936, centradas sobre todo en el peligro comunista, particularmente después de octubre de 1934, y, de nuevo, tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, Ángel Viñas demuestra con abundante documentación sólida y fiable que, desde su inicio en abril de 1931, la suerte de la República ya estaba echada.
Reseña de María Rosa de Madariaga (Fuente: Crónica Popular)