El sueño de una cosa
Pasolini, Pier Paolo
Editorial Mardulce
2019
266 páginas
Realidad y anhelos de los cuerpos. Reseña de Israel Paredes
Escrita entre 1948 y 1949, pero publicada en 1962, El sueño de una cosa (Mardulce, 2019) es la primera novela de Pier Paolo Pasolini, en la cual se pueden encontrar algunos elementos claves en su prosa y en su poética posterior, tanto literaria como cinematográfica, aunque denota en varios aspectos su condición de obra temprana.
“Ya eran amigos; hacía tanto que los dos jóvenes ansiaban conocerse, que se miraban; una vez se había dado casi una pelea entre ellos por culpa de un involuntario empujón que se habían dado bailando; y era desde entonces que se amaban. Ahora, después de las primeras palabras, comenzaban a entrar en sus palabras un entusiasmo, un calo que volvía bella cualquier cosa: la idea de ir a tomar algo, lo más común que podía hacerse en ese momento, les pareció estupenda; y especialmente después de haber bebido no uno, sino dos o tres vasos de vino, estaban pendientes uno de los labios del otro como si ciertas cosas, la organización de una kermés, la eficacia de una pequeña orquesta de baile y las chicas del Gruaro fuesen temas tratados por primera vez desde la creación del mundo”.
Niní Infant, Milio Bortolus y Eligio Pereisson, son los tres protagonistas de El sueño de una cosa, novela dividida en dos partes, cada una correspondiente a un año, los mismos de su escritura, 1948 y 1949, y que conversa entre sí. Tres personajes que se adecuan a los imaginarios tanto de la narrativa como de gran parte del cine de Pasolini: jóvenes de vidas sencillas, pobres, campesinos. Viven en Ligugnana (Udine) pero marchan a la Yugoslavia de Tito en busca de trabajo en los días en que el país estaba siendo procesada por la Kominform; en algunos casos, también movidos por vivir el sueño de un país comunista que, sin embargo, les muestra una realidad cruda; tras llevar a cabo varios trabajos y enfrentarse a diferentes problemáticas, regresan a Italia de nuevo. Tanto en un viaje como en otro, se muestran y sienten expatriados. De su propia tierra; también de aquella en la que piensan que serán acogidos como parte de una clase obrera necesitada. Pero, como casi siempre en Pasolini, la realidad es dura y se manifiesta sin miramientos.
“Luego será evidente que el mundo ha tenido desde hace mucho tiempo el sueño de una cosa…”. Pasolini extrae de esta cita el título de su novela. Se trata de una frase perteneciente a una carta de Karl Marx a Arnold Ruge en septiembre de 1943. Pero ¿qué es esa cosa para Pasolini? Aunque no intenta dar una respuesta clara a esa pregunta, sí, al menos, pretende acercarse a su plasmación literaria mediante una narración compuesta por cuadros narrativos, algunos de los cuales podrían perfectamente funcionar a modo de relatos independientes, dado que poseen sentido interior propio, aunque queden reforzados por su relación con el conjunto.
Pasolini problematiza la vida de sus tres personajes protagonistas y de quienes los rodean, especialmente Cecilia, un personaje que Pasolini compone con una ternura muy diferente al resto, casi como una figura inserta en un paisaje del cual parece no formar parte. Una joven cuya timidez y belleza la confieren un misterio casi fantástico, irreal, en los contornos de un espacio narrativo de gran dureza al que dota de una luminosidad de la que carecen las vidas de los jóvenes. Aunque, como muestra el arranque de la novela, las luchas políticas o los deseos constantes por un presente y un futuro mejor, Pasolini no niega los sueños y los anhelos de los jornaleros; pero, a su vez, tampoco olvida la situación en la que se encuentran. Para mostrar ambas facetas de lo real, aquello que podría ser y aquello que en verdad es, Pasolini se esfuerza, en ocasiones en exceso, en componer unas descripciones que transmiten la realidad física en la que se mueven desde un punto de vista de evocación literaria; pero también logra que el lector pueda sentir de alguna manera la aridez, la penuria, la desolación. Y Pasolini lo hace mediante un detallismo que busca dar forma literaria a lo físico a la par que trascenderlo con un lirismo que, en ocasiones, produce imágenes extrañas, aunque sean reconocibles.
“Más que blanca, la piel era de un color sin nombre, el de las vísceras, que nunca vieron la luz; en el reflejo de las mantas había como una mancha amarilla, pero más clara, donde no se distinguían ya los labios y tampoco las pupilas, que también se habían vuelto pálidas y opacas, como la carne. Sobresalían los huesos del rostro, alargándolo desde las mejillas hasta el mentón; tal vez era eso lo que había desfigurado a Eligio hasta el punto de volverlo irreconocible; pero eran sobre todo los ojos; lanzaba miradas aquí y allí, es verdad, como si buscase una vía de escape, una cara conocida, pero eran puros movimientos de las pupilas, que no tenían nada de consciente”.
Un naturalismo que no solo se traduce en esa composición literaria de un lugar y de un momento y de las figuras que pueblan uno y transitan el otro. También un naturalismo lleno de vitalidad para proyectar que los personajes, aunque respondan a posibles arquetipos, también hablan de personas reales. Sus actos cotidianos, los más alegres y los más tristes, los más combativos y los más derrotistas, los más desaforados y los más contenidos, todos ellos, dan cuenta de unas vidas que en su aparente sencillez resultan complejas. La mirada de Pasolini es coetánea a lo que relata, por lo que desde su presente realiza una crónica casi en tiempo real de su momento. Usa la literatura como vehículo político y crítico sin nostalgia alguna; pero, a su vez, anulando en gran medida el futuro. Suspende a sus personajes en el tiempo, habla del aquí y del ahora de sus vidas, y a partir de ahí interpela al lector para conmoverlo, pero también para conducirlo hacia reflexiones y discursos que surgen, en ocasiones, de manera clara, en otros, de forma más sutil. Pero sin olvidar que uno de los fines últimos de su literatura es dar voz a quien no suele tenerla mediante la literatura, mediante el arte.
Los campesinos pobres, los jornaleros y los pastores sin fortuna en la vida, aquellos que malviven a la intemperie o como pueden en sus hogares, pueblan las páginas de El sueño de una cosa, una novela siempre abierta a fugas narrativas que rompan lo sombrío de sus existencias. Que, en el fondo, no lo son tanto; o, al menos, no en todo momento. Los bailes, los deseos sexuales o las pequeñas alegrías de un instante otorgan luminosidad a su devenir y sirven como puntos de inflexión, si bien el retorno a la crudeza parece inexorable. Porque como novela de posguerra, El sueño de una cosa retrata un tiempo histórico en presente, y Pasolini usa la literatura para imprimirlo en sus páginas. Una novela en esencia materialista en cuanto a la elaboración de los espacios físico que no carecen de un lirismo evocador. El naturalismo de Pasolini crea siempre una rica dialéctica entre representar el mundo visible, tangible, y aquello que se esconde tras él para encontrar esa cosa con la que sueñan los jóvenes: pura y simplemente, poder vivir la vida de manera medianamente digna.
“Entonces los muchachos, dejando atrás cada vez más velozmente las últimas casas del pueblo -esparcidas entre las viñas y las últimas cañas de maíz, a lo largo de la ruta de Gruaro-, para no darse por vencidos comenzaron a cantar ellos también, con todas sus fuerzas, con voces que se perdían en el silencio de los campos fríos y verdosos: Avanti Popolo, allá riscossa, bendiera rossa… bandiera rossa…” (Cantan Bandiera Rossa (Bandera Roja), canción popular utilizada como himno por los socialistas y especialmente por los comunistas italianos).
Fuente: Revista de Letras
Pasolini, Pier Paolo
Editorial Mardulce
2019
266 páginas
Realidad y anhelos de los cuerpos. Reseña de Israel Paredes
Escrita entre 1948 y 1949, pero publicada en 1962, El sueño de una cosa (Mardulce, 2019) es la primera novela de Pier Paolo Pasolini, en la cual se pueden encontrar algunos elementos claves en su prosa y en su poética posterior, tanto literaria como cinematográfica, aunque denota en varios aspectos su condición de obra temprana.
“Ya eran amigos; hacía tanto que los dos jóvenes ansiaban conocerse, que se miraban; una vez se había dado casi una pelea entre ellos por culpa de un involuntario empujón que se habían dado bailando; y era desde entonces que se amaban. Ahora, después de las primeras palabras, comenzaban a entrar en sus palabras un entusiasmo, un calo que volvía bella cualquier cosa: la idea de ir a tomar algo, lo más común que podía hacerse en ese momento, les pareció estupenda; y especialmente después de haber bebido no uno, sino dos o tres vasos de vino, estaban pendientes uno de los labios del otro como si ciertas cosas, la organización de una kermés, la eficacia de una pequeña orquesta de baile y las chicas del Gruaro fuesen temas tratados por primera vez desde la creación del mundo”.
Niní Infant, Milio Bortolus y Eligio Pereisson, son los tres protagonistas de El sueño de una cosa, novela dividida en dos partes, cada una correspondiente a un año, los mismos de su escritura, 1948 y 1949, y que conversa entre sí. Tres personajes que se adecuan a los imaginarios tanto de la narrativa como de gran parte del cine de Pasolini: jóvenes de vidas sencillas, pobres, campesinos. Viven en Ligugnana (Udine) pero marchan a la Yugoslavia de Tito en busca de trabajo en los días en que el país estaba siendo procesada por la Kominform; en algunos casos, también movidos por vivir el sueño de un país comunista que, sin embargo, les muestra una realidad cruda; tras llevar a cabo varios trabajos y enfrentarse a diferentes problemáticas, regresan a Italia de nuevo. Tanto en un viaje como en otro, se muestran y sienten expatriados. De su propia tierra; también de aquella en la que piensan que serán acogidos como parte de una clase obrera necesitada. Pero, como casi siempre en Pasolini, la realidad es dura y se manifiesta sin miramientos.
“Luego será evidente que el mundo ha tenido desde hace mucho tiempo el sueño de una cosa…”. Pasolini extrae de esta cita el título de su novela. Se trata de una frase perteneciente a una carta de Karl Marx a Arnold Ruge en septiembre de 1943. Pero ¿qué es esa cosa para Pasolini? Aunque no intenta dar una respuesta clara a esa pregunta, sí, al menos, pretende acercarse a su plasmación literaria mediante una narración compuesta por cuadros narrativos, algunos de los cuales podrían perfectamente funcionar a modo de relatos independientes, dado que poseen sentido interior propio, aunque queden reforzados por su relación con el conjunto.
Pasolini problematiza la vida de sus tres personajes protagonistas y de quienes los rodean, especialmente Cecilia, un personaje que Pasolini compone con una ternura muy diferente al resto, casi como una figura inserta en un paisaje del cual parece no formar parte. Una joven cuya timidez y belleza la confieren un misterio casi fantástico, irreal, en los contornos de un espacio narrativo de gran dureza al que dota de una luminosidad de la que carecen las vidas de los jóvenes. Aunque, como muestra el arranque de la novela, las luchas políticas o los deseos constantes por un presente y un futuro mejor, Pasolini no niega los sueños y los anhelos de los jornaleros; pero, a su vez, tampoco olvida la situación en la que se encuentran. Para mostrar ambas facetas de lo real, aquello que podría ser y aquello que en verdad es, Pasolini se esfuerza, en ocasiones en exceso, en componer unas descripciones que transmiten la realidad física en la que se mueven desde un punto de vista de evocación literaria; pero también logra que el lector pueda sentir de alguna manera la aridez, la penuria, la desolación. Y Pasolini lo hace mediante un detallismo que busca dar forma literaria a lo físico a la par que trascenderlo con un lirismo que, en ocasiones, produce imágenes extrañas, aunque sean reconocibles.
“Más que blanca, la piel era de un color sin nombre, el de las vísceras, que nunca vieron la luz; en el reflejo de las mantas había como una mancha amarilla, pero más clara, donde no se distinguían ya los labios y tampoco las pupilas, que también se habían vuelto pálidas y opacas, como la carne. Sobresalían los huesos del rostro, alargándolo desde las mejillas hasta el mentón; tal vez era eso lo que había desfigurado a Eligio hasta el punto de volverlo irreconocible; pero eran sobre todo los ojos; lanzaba miradas aquí y allí, es verdad, como si buscase una vía de escape, una cara conocida, pero eran puros movimientos de las pupilas, que no tenían nada de consciente”.
Un naturalismo que no solo se traduce en esa composición literaria de un lugar y de un momento y de las figuras que pueblan uno y transitan el otro. También un naturalismo lleno de vitalidad para proyectar que los personajes, aunque respondan a posibles arquetipos, también hablan de personas reales. Sus actos cotidianos, los más alegres y los más tristes, los más combativos y los más derrotistas, los más desaforados y los más contenidos, todos ellos, dan cuenta de unas vidas que en su aparente sencillez resultan complejas. La mirada de Pasolini es coetánea a lo que relata, por lo que desde su presente realiza una crónica casi en tiempo real de su momento. Usa la literatura como vehículo político y crítico sin nostalgia alguna; pero, a su vez, anulando en gran medida el futuro. Suspende a sus personajes en el tiempo, habla del aquí y del ahora de sus vidas, y a partir de ahí interpela al lector para conmoverlo, pero también para conducirlo hacia reflexiones y discursos que surgen, en ocasiones, de manera clara, en otros, de forma más sutil. Pero sin olvidar que uno de los fines últimos de su literatura es dar voz a quien no suele tenerla mediante la literatura, mediante el arte.
Los campesinos pobres, los jornaleros y los pastores sin fortuna en la vida, aquellos que malviven a la intemperie o como pueden en sus hogares, pueblan las páginas de El sueño de una cosa, una novela siempre abierta a fugas narrativas que rompan lo sombrío de sus existencias. Que, en el fondo, no lo son tanto; o, al menos, no en todo momento. Los bailes, los deseos sexuales o las pequeñas alegrías de un instante otorgan luminosidad a su devenir y sirven como puntos de inflexión, si bien el retorno a la crudeza parece inexorable. Porque como novela de posguerra, El sueño de una cosa retrata un tiempo histórico en presente, y Pasolini usa la literatura para imprimirlo en sus páginas. Una novela en esencia materialista en cuanto a la elaboración de los espacios físico que no carecen de un lirismo evocador. El naturalismo de Pasolini crea siempre una rica dialéctica entre representar el mundo visible, tangible, y aquello que se esconde tras él para encontrar esa cosa con la que sueñan los jóvenes: pura y simplemente, poder vivir la vida de manera medianamente digna.
“Entonces los muchachos, dejando atrás cada vez más velozmente las últimas casas del pueblo -esparcidas entre las viñas y las últimas cañas de maíz, a lo largo de la ruta de Gruaro-, para no darse por vencidos comenzaron a cantar ellos también, con todas sus fuerzas, con voces que se perdían en el silencio de los campos fríos y verdosos: Avanti Popolo, allá riscossa, bendiera rossa… bandiera rossa…” (Cantan Bandiera Rossa (Bandera Roja), canción popular utilizada como himno por los socialistas y especialmente por los comunistas italianos).
Fuente: Revista de Letras