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YEVGUENKO, A DOS AÑOS DE SU PARTIDA

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Un análisis de Autobiografía Precoz. La poesía como elaboración del trauma

Los occidentales se asombran a veces de oírnos hablar así con respecto a nuestro pasado. Pero evocar el pasado es, para nosotros, pensar en nuestro porvenir. Queremos conservar todo lo positivo que haya en nuestra herencia y dejarle al pasado lo que le pertenece” (Yevtushenko; p. 156).

Introducción
 
El presente artículo está basado en la lectura del libro Autobiografía Precoz, del poeta y escritor ruso Yevgueni Yevtushenko (1932-2017).
Yevtushenko, es una de las figuras señeras de la llamada Generación de los 601, nombre con el que se conoció a aquélla camada de jóvenes radicalizados que desencadenaron una verdadera innovación en el campo político y cultural durante en la Unión Soviética postestalinista, y que a pesar de haber sido abiertamente críticos del régimen anterior, no dejó de reivindicar los ideales del comunismo y la revolución. Dicha renovación artística, influyó tanto en la narrativa y la poesía como en el cine y en el teatro.
La obra aquí analizada, constituye uno de los textos canónicos del periodo postestalinista. El autor ruso, desde una narrativa autocentrada, denuncia los horrores del estalinismo a partir del relato de sus propias vivencias personales infantiles-juveniles.
Se trata, de un ejercicio de rememoración y evocación que, aunque precoz, está cargado de una profunda afectividad. El texto recorre diferentes estados emotivos, que oscilan entre la melancolía y la nostalgia, y que, a pesar del trauma del horror estalinista, el autor evidencia la necesidad de preservar un sentimiento de la esperanza fundado en la afirmación del ideal revolucionario.
Yevtushenko, nació en la tercera década del siglo XX. Desde luego, no vivió el periodo de la Rusia revolucionaria durante la Primera Guerra Mundial y era apenas un niño cuando tuvo lugar la persecución y represión –en su momento cúlmine– a los opositores del régimen estalinista. Durante su juventud, presenció los funerales de Stalin y posteriormente fue una de las figuras más representativas del mundo de las letras durante la renovación cultural soviética de los años cincuenta y sesenta.
En este trabajo intentaremos mostrar, en primer lugar, cómo en esta autobiografía, al escribir la historia desde la primera persona, se escribe también el trauma, atravesados por una esperanza, no sin melancolía, en que la Rusia comunista y el mundo entero recuperen los ideales revolucionarios previos a la burocratización del régimen soviético. Por fuera de un eclecticismo, el autor se convierte, luego de haber abrazado las banderas del régimen soviético y haber presenciado el funeral de Stalin, en un crítico del mismo y de los horrores del régimen, mostrándolo en una imagen dialéctica terrorífica, que nos hacen pensar en el esfuerzo constante por la elaboración del duelo, lo que mostraremos en un segundo lugar.

El deseo comunista atravesado por la melancolía
 
Muchos ven en la poesía de Yevtushenko un eclecticismo en su posicionamiento respecto de la URSS, lo que parece dejarlo asentado el autor en su propia autobiografía:
“ (…) Las ideas nuevas, los sentimientos nuevos que se encuentran en mis poemas, existían en la sociedad soviética mucho antes que comenzara yo a escribir. cierto no habían recibido aún la forma poética. Pero si no hubiera sido yo, otro los habría expresado (…) Ustedes dirán que me contradigo de una página a otra, que después de haber alabado el individualismo indivisible del poeta, me presento como un cantor de las ideas colectivas” (Yevtushenko; p. 11)
Además, en muchos pasajes del libro, expresa un profundo respeto y nostalgia por los ideales revolucionarios fundacionales de la Unión Soviética durante el periodo leninista, a los que juzga traicionados. “Veneraba y sigo venerando, los ideales románticos, de los hombres y los campesinos que, en 1917, tomaron por asalto el palacio de invierno. Por tal razón los hombres rapaces, interesados, siempre serán ante mis ojos traidores a la revolución” (Yevtushenko; p. 45).
El pasado, valorado como objeto afectivo en Yevtushenko, tal vez explica la oscilación emotiva que enhebran los relatos en su autobiografía. Ante sus ojos, los valores fundacionales de la revolución, identificados en la figura de Lenin y proyectados en el entorno de su tiempo, se revelan como traicionados. La traición encarna en la figura de Stalin, y el autor denuncia lo que a su juicio constituye la gran felonía histórica contra su pueblo:
“(…) Stalin era lo contrario de Lenin. La base del pensamiento del pensador de la república soviética puede resumirse en una máxima: ‘El comunismo debe estar al servicio   de los hombres’. La convicción de Stalin era justamente la inversa: Todos los hombres deben estar al servicio del comunismo” (Yevtushenko; p. 88).
En Yevtushenko, como se señalara anteriormente, la nostalgia por el pasado revolucionario se revela como nostalgia colectiva y es, a la vez, su estado de afectividad individual y de empatía transgeneracional, ya que él no ha vivido en persona la Rusia del ‘17. El poeta rememora un pasado que también es suyo, del que participa afectivamente, íntimamente, pues le despierta imágenes y sensaciones que integran el paisaje familiar de su infancia y de su juventud: “En mi casa, la palabra revolución no fue pronunciada jamás con el énfasis de los discursos oficiales. La decíamos lenta, tierna, casi severamente; pues la revolución era la religión de mi familia” (Yevtushenko; p. 12).
El autor inscribe afectivamente la idea de revolución en una dimensión religiosa y familiar. Es la evocación de quien deplora la pérdida del paraíso en el que alguna vez habitaron sus compatriotas, expresada acaso a la manera de quien imagina y rememora el vientre materno o el hogar en el que también habitaron sus hermanos. Como se dijo, la nostalgia en Yevtushenko es participativa de una nostalgia colectiva. También su dolor se muestra participativo de un dolor colectivo. Resuenan aquéllas palabras de Lenin afirmando que Rusia había “engendrado su marxismo en el dolor”. De ahí que la metáfora de lo materno y el nacimiento no sean ociosos. La revolución como alumbramiento doloroso de una nueva era que deviene en pérdida colectiva :  “Una madre ama con mayor intensidad al niño que ha engendrado en el dolor. De igual manera, un pueblo que ha pagado con su sangre y sus lágrimas para lograr un ideal, lo quiere aún más” (Yevtushenko; p. 48)
A continuación, deviene el miedo disciplinador y el horror coercitivo que impiden elaborar el debido duelo colectivo por el ideal perdido y por quienes murieron defendiéndolo. Pérdidas que no fueron aceptadas. Depresiones subterráneas, que la razón burocrática no puede registrar ni castigar, pues en la Rusia de Stalin nadie es un fin en sí mismo. Dice Yevtushenko: “El estalinismo es la teoría que considera a los hombres como simples engranajes de una gran empresa industrial. Aplicada a la vida, esta teoría dio resultados terroríficos” (Yevtushenko; p. 48).
El poeta se rebela ante la propuesta civilizatoria del estalinismo. Se rehúsa la idea del utilitarismo burocrático de los que mandan sobre las masas disciplinadas que obedecen en virtud del miedo. Percibe un pueblo deprimido y asimilado como masa de maniobra para la gran maquinaria estatal-industrial-productivista.
Sus palabras refieren a la deificación del trabajo, erigido como “algo superior a los hombres” (y mujeres). La vida espiritual del pueblo del que forma parte, ese territorio identitario en el que se celebran las tradiciones, en el que se conjuran los dolores y se veneran a los muertos, ha quedado relegada a un ámbito accesorio, pues toda la narrativa se dispone a reverenciar el nuevo culto estatal del trabajo, y olvida a quienes trabajan. “Así, el acero se convirtió en el héroe principal de muchas novelas” (Yevtushenko; p. 89).
El Acero (сталь) como materia y el Trabajo como forma se erigen como el horizonte último para la literatura y la poesía. De acero (сталь) también es aquél hombre que se eleva como nuevo sujeto de veneración político-cultural. Stalin ( Сталин ), literalmente el hombre de acero en ruso, encarnaba el rostro visible del culto oficial. Y el poeta, aún esperanzado, reflexiona:
"Amas a Stalin y crees en él, pero mira a tu alrededor: ha hecho colocar en todas partes sus retratos, ha mandado hacer obras de teatro y películas en su honor; en cualquier periódico todos los días su nombre es glorificado cuando menos cien veces; hay estatuas en bronce o en piedra, hasta en las aldeas más pequeñas. ¿Lenin habría permitido tal culto a la personalidad? Quizá el ideal de Stalin no es el que te imaginas. Quizá él sea responsable también de todas las suciedades que te repugnan" (Yevtushenko; p. 101)
El autor, se las ingenia para ejercer nuevas formas de resistencia en contra del culto oficial por la trinidad del Trabajo, el Acero y el Hombre de Acero. Rechaza la idea de escribir según los parámetros impuestos por el culto oficial. “(…) No componía más que versos íntimos y los consideraba una forma de protesta contra la poesía oficial” (Yevtushenko; p. 101). Vuelve a afirmarse en la tradición del poeta-combatiente, y desata una lucha inclusive consigo mismo, con la conciencia propia, pues necesitaba creer en Stalin a pesar suyo. Otra vez, la participación. La necesidad de creer era colectiva, y no era ajena al propio poeta. La ilustra con este ejemplo terrible:
“(...) Querer explicar el culto de la personalidad de Stalin por la sola violencia, es elemental. Para mí, es innegable que Stalin ejercía una especie de encanto hipnótico. Es un hecho que muchos viejos bolcheviques, detenidos y torturados, seguían creyendo que fueron perseguidos sin que él lo supiera. No habrían admitido jamás que él personalmente ordenara su desdicha. Muchos de ellos, al volver de la tortura escribían con su sangre, sobre los muros de sus celdas: ¡Viva Stalin!” (Yevtushenko; p. 15)
A los ojos de Yevtushenko, dicha necesidad de creer está en el ethos de su pueblo. Pervive la necesidad de lo trascendente como escape de la depresión, de ahí que en algún punto se abrigara la esperanza del resurgimiento del fervor revolucionario de 1917. Sin embargo, da cuenta de cómo esa necesidad de creer, esa necesidad de lo trascendente, fue aprovechada por el régimen estalinista para instituir una suerte de “optimismo oficial” ejecutado a partir de la propaganda, las festividades oficiales y las artes. Afirma el poeta que
“(…) El optimismo oficial era de rigor en todas partes. Rostros de obreros mecánicamente sonrientes y caras de koljosianos2 nos esperaban en las portadas de todos los libros. Todas las novelas y relatos tenían un desenlace edificante. Los pintores consagraban casi todas sus telas a los banquetes gubernamentales y a otras festividades solemnes” (Yevtushenko; p. 86)
Se ejecutaba una suerte de “simulación de bienestar generalizado” (Kagarlitsky; p. 172) desde arriba. Yevtushenko confiesa que entabló una lucha denodada contra esta forma de “optimismo oficial” y que entró en una “lucha abierta contra esta concepción de optimismo” (Yevtushenko; p. 86), que lo llevó a confrontar posiciones con las personas que tributaban al culto oficial soviético desde el ámbito cultural. Sin embargo, establece salvedades. Afirma que “no se puede condenar demasiado rápidamente a todos los hombres que, en una u otra forma, contribuyeron a ese culto y que, para muchos artistas, “las loas a Stalin eran más el reflejo de su íntima tragedia que la manifestación de su bajeza” (Yevtushenko; p. 87). El escritor se exhibe contemplativo con la excepción en estos casos de aparente decadencia moral.
Las referencias de la vida espiritual de su pueblo constituyen una constante a lo largo del libro. De hecho, es notoria la referencia al dolor ancestral del pueblo ruso y de cómo dicho dolor, junto a la necesidad de creer, constituyen tal vez el carácter virtuoso de ese ethos popular al que refiere el poeta. Dice Yevtushenko que
“(…) El pueblo ruso ha sufrido probablemente más que ningún otro durante todos los siglos de su historia. Este duro pasado debió, creen algunos, avasallar su alma, matar su capacidad de creer en algo (…) Los países favorecidos por la geografía o por la historia, y que hoy son aparentemente los más ricos, sufren precisamente de la insuficiencia de su vida espiritual y del escepticismo de sus ciudadanos con respecto a los valores morales” (Yevtushenko; p. 46)3
Sin embargo, es esa misma dimensión espiritual la que, lacerada siempre desde arriba (en el autor campea siempre la caracterización del ethos popular como la esfera de lo moralmente elevado), será objeto de aviesas manipulaciones del poder oficial, en función de la defensa de sus propios intereses, a los efectos de crear odios artificiales como el antisemitismo. Yevtushenko encontrará una analogía entre el absolutismo y el estalinismo en cuanto a la creación de enemistades “implantadas desde arriba”, y afirma que
“(…) Es falso y hasta absurdo pretender que el antisemitismo resulta inherente al carácter del pueblo ruso. El antisemitismo le es tan extraño como a todo otro pueblo. El antisemitismo ha sido siempre y en todas partes implantado artificialmente, para servir a los peores intereses (…) El absolutismo zarista hizo lo imposible por implantarlo en Rusia y para lanzar sobre los judíos la cólera popular. Durante ciertos períodos de la vida de Stalin se resucitó, por otras razones, esta práctica abominable” (Yevtushenko; p. 96).
El antisemitismo, ese antagonismo artificial que refiere el poeta, es evocado a partir de una vivencia individual. Una antigua amistad de juventud, poeta como él pero consustanciado al extremo con el régimen, es rememorada dolorosamente por el autor como un ejemplo de las implicancias de la decadencia moral en las filas del estalinismo. Aquel joven y antiguo amigo -de quien solo conocemos una aparente inicial: K- había incubado un rabioso antisemitismo que convivía con una mesiánica militancia comunista. Yevtushenko lo recuerda con una gran desazón, y no encuentra una respuesta satisfactoria respecto de cómo era posible que una persona conciliara el ideal comunista con el antisemitismo. La amistad, naturalmente, se rompe. Y reflexiona: “El crimen más grande de Stalin no fue el terror, los arrestos y la exterminación de sus víctimas. No, el crimen de sus crímenes fue la descomposición de las almas humanas. Él era responsable de la decadencia moral del joven poeta K…” (Yevtushenko; p. 99).
Lejos de un supuesto eclecticismo, el poeta sella así la ruptura, y deriva a partir de ella su absoluto rechazo a esa élite burocrática, privilegiada, maniquea y mesiánica que a sus ojos se había erigido, injustamente, en la custodia moral del comunismo. Los veía como impostores, como falsos predicadores de un ideal del que se habían apropiado ilegítimamente: “(…) esos hombres que desacreditaban continuamente la gran idea leninista, consideraban el comunismo como su monopolio privado” (Yevtushenko; p. 100). De esta manera, el deseo comunista, atravesado por la melancolía, se encuentran presentes en esta escritura de la historia en primera persona.

Funerales de Stalin: El duelo y el trauma
 
Los pasajes más dramáticos de la obra están relacionados con los funerales de Stalin, realizados durante los días posteriores a su muerte, acaecida el 5 de marzo de 1953. Yevtushenko narra con suma crudeza las sensaciones contradictorias que le produjo el acontecimiento, y da cuenta de un hecho de connotaciones trágicas que sin dudas lo marcó de por vida.
Nuevamente, Yevtushenko se funde en el sentimiento de las masas. Resulta inevitable para el poeta participar de la sensación colectiva del duelo. “Rusia entera lloró. Eran lágrimas sinceras. Eran, tal vez, lágrimas de temor al futuro. Por mi parte, lloré como los otros” (Yevtushenko; p. 103). El duelo por Stalin es acaso también, la elaboración de ese otro duelo jamás elaborado por el ideal perdido y por los que murieron por él. De hecho, la tristeza por su partida se hizo extensiva aún entre quienes mantenían una posición crítica contra el régimen.
La densidad del acontecimiento doloroso se proyecta en todas las dimensiones del tiempo. Con la partida de Stalin, último gran referente del bolchevismo, se clausura definitivamente una etapa iniciada con aquel formidable magma revolucionario que después fue petrificado en virtud de la fría acción del arbitrio burocrático, ejercida por ese otrora todopoderoso Hombre de Acero a quien el tiempo finalmente ha vencido.
Pero nuevamente la tristeza convoca a la tragedia. El autor narra cómo aquella multitud apesadumbrada que iniciaba lentamente su descenso hacia la Casa de los Soviets para despedir “el cadáver del ídolo difunto” (Yevtushenko; p. 104), devino súbitamente en una avalancha incontenible de cuerpos que se abalanzaban contra muros, postes y camiones entre gritos de dolor y desesperación. El poeta estaba ahí, también siendo arrastrado por el torrente. Aparece el fulminante recuerdo del accidente fatal de una niña, al que refiere con pesar:
“(…) De pronto, una niña apresada contra el poste gritó de horror. No oí su grito en medio de las lamentaciones y de los suspiros, pero vi en su rostro como una imagen inolvidable del Apocalipsis. Sentí en mi cuerpo el quebrantamiento de sus huesos frágiles y horrorizado, cerré los ojos para no ver la mirada azul de esta niña agonizante” (Yevtushenko; p. 103).
Más aún, la masa humana que lo impulsaba en el descenso, hizo que de repente el poeta sintiera estar pisando “una cosa blanda”. No tardaría mucho en darse cuenta de que estaba pisando un cuerpo humano que, al igual que muchos otros, caían bajo el paso de la muchedumbre.
“(…) El torrente me impulsaba siempre. Bajo mis pies, sentí de pronto una cosa blanda. Tardé un momento en darme cuenta de que marchaba sobre un cuerpo humano. Agité con horror mis piernas y permanecí suspendido en la muchedumbre que descendía la pendiente. Durante un largo momento traté de no marchar sobre mis pies” (Yevtushenko; p. 105).
El horror lo paraliza. Mira a su alrededor y advierte que los camiones militares aparcados estrechaban el paso de las multitudes además de provocar aplastamientos. El poeta recuerda que la gente exigía a gritos que los quitaran, y que un oficial muy joven de la milicia respondía también estridente “¡No puedo hacer nada! ¡No tengo órdenes!” (Yevtushenko; p. 104).
Sin embargo, los cuerpos seguían aplastándose ante la impasible mirada del joven, quien sólo atinaba a expresar que no tenía órdenes para proceder a quitar los camiones. Esto desata la furia del poeta, quien encuentra repentinamente en esa imagen, el ejemplo más acabado del disciplinamiento burocrático característico del régimen instaurado por quien, en esos momentos, estaba siendo despedido con todos los honores del Estado soviético:
“Subitamente sentí la explosión de un odio salvaje contra la increíble bestialidad, la docilidad humana que había engendrado ese ‘no puedo hacer nada, no tengo órdenes’ (…) Por primera vez en mi vida, todo este odio se dirigió sobre un hombre que íbamos a enterrar. Pues en ese instante me di cuenta al fin: es él el responsable, es él quien ha engendrado ese caos sangriento porque es él quien ha inculcado a los hombres esta docilidad mecánica, esta obediencia ciega a las órdenes ‘de arriba’” (Yevtushenko; p. 106).
Despúes, la desesperación convoca a la salvación. El poeta refiere que logró junto a “otros muchachos corpulentos” (Yevtushenko; p. 106), a fuerza de gritos, insultos y puñetazos, formar vallas humanas para detener la avalancha y evitar mayores muertes por aplastamiento. Recuerda que por su accionar, algún suboficial le invitó a formar parte de la milicia. La tragedia le quitó todo ánimo de participar del ritual de despedida. Sin embargo, evoca que ante la pregunta de su madre respecto a si había visto a Stalin en su ataúd, respondió afirmativamente. “No mentí a mi madre. Ese día vi efectivamente a Stalin. El caos sangriento de su entierro, eso era él” (Yevtushenko; p. 107).

El “Deshielo” postestalinista 
 
La ausencia de Stalin marca el inicio de nueva etapa en la Unión Soviética. Son tiempos de crisis, en los que se percibe la inminencia de cambios profundos. Será también una nueva etapa para la actividad artística e intelectual. Se inicia así un nuevo periodo que se conocerá históricamente como el “periodo o era del deshielo de Jruschov”, en virtud de la novela de Ilya Erhenburg intitulada “El Deshielo”4, publicada en 1954, que daba cuenta de cómo la vida en general se hizo más tolerable. Ante la mirada del poeta, se revela un tiempo propicio para reflexionar sobre los acontecimientos, hábitos y verdades preestablecidas. En palabras del autor, “El día del entierro de Stalin marcó un cambio en nuestras vidas. A partir de ese día nos dimos cuenta que ya nadie pensaba por nosotros (…) En todo caso era necesario, en lo sucesivo, reflexionar, reflexionar y, otra vez, reflexionar” (Yevtushenko; p. 109).
Para Yevtushenko, se hacen patentes los peligros de las verdades elaboradas “desde arriba”. El clima político-cultural libera algunas ataduras para poner en palabras aquello que permanecía silenciado como producto del disciplinamiento. Se pueden expresar, por ejemplo, los dolores arrastrados de los tiempos de la Gran Purga. Y en este sentido, el caso de Lavrenti Beria, ex jefe de la policía y de la NKVD, ejecutado a instancias de Nikita Jrushchov a mediados de 1953 y señalado como el gran artífice de los encarcelamientos y las ejecuciones durante el periodo más duro de la represión estalinista, constituyó un acto de justicia para el poeta, quien recuerda que “La bala dirigida a la cabeza de Beria fue sólo justicia. Una justicia tardía, sí, pero tengo la impresión de que la justicia es un tren que siempre llega tarde” (Yevtushenko; p. 110).
Retornan a sus hogares los que estaban confinados en los campos de concentración siberianos. Los testimonios de la injusticia y el horror robustecen esa verdad que estaba silenciada. El poeta se confiesa confundido, pues no podía dejar de idealizar a Stalin en algún punto, y aún era incapaz de aceptar esa verdad de la que, según sus propias palabras, se había sustraído durante mucho tiempo.
Se siente en la obligación de reafirmar su condición de poeta en los marcos de la tradición y el compromiso político: “(…) el poeta en Rusia no desempeña el mismo papel que en otros países. En ruso, la palabra poeta es casi sinónimo de ‘combatiente’.” (Yevtushenko; p. 111) . Evoca los legados de Pushkin, Blok, Maiakovski y otras figuras que eran consideradas enemigos por los tiranos. Es el fin de su etapa de poeta lírico. Ahora es momento de encontrar un nuevo registro y rendirse ante la evidente Rusia, que “(…) desde el Báltico hasta el Océano Pacífico, estaba en trance de reflexionar y buscar su camino” (Yevtushenko; p. 114).
Paulatinamente, comienza a prefigurarse una nueva generación de poetas y escritores jóvenes que darán cuenta del tiempo nuevo a través de la creación de un lenguaje artístico nuevo, en aras de combatir contra el pesimismo y la incredulidad que sobrevinieron a Rusia tras la muerte de Stalin. Son parte de una nueva intelligentsia5 joven y radicalizada que “(…) no estaban en absoluto dispuestos a esperar en forma pasiva que ocurriera la democratización. Se esforzaron por promoverla y chocaron contra las autoridades” (Kagarlitsky; p. 183). El fervor revolucionario reaparece. Se empieza a hablar de “la voz del escritor joven”, y Yevtushenko es quien empieza a ser escuchado. Simboliza, para muchos, la renovación de la poesía.
El proceso de liberalización puso de relieve la cuestión de la verdad, que se convirtió en la centralidad de la situación política-cultural tras la muerte de Stalin. La literatura y la poesía, gracias al impulso joven, comienzan a abordar temas de la vida concreta del país y sus habitantes. Yevtushenko dirá entonces que la poesía “debe, sobre todo ser sincera. No es cuestión de sonar sincera sino de ser sincera, ser honesta. El poeta y escritor joven debe escribir como piensa, como siente” (Kagarlitsky; p. 174).
El dogmatismo era otro de los obstáculos a superar. La democratización es ineluctable ante la mirada del joven poeta y sus coetáneos: “La minoría dogmática, vieja o joven, no puede nada contra esto, pues la mayor parte de los soviéticos — sobre todos los jóvenes — están ligados a las ideas de progreso y están dispuestos a hacerlas triunfar”.

Conclusión
 
Como vimos, para Yevtushenko, eran tiempos propicios para recuperar la dimensión del ideal revolucionario en su pureza, ideal al que siempre evocó desde la poesía en aras de reponer el espíritu de aquéllos tiempos gloriosos en los que todo parecía posible. Es, en suma, la poética de una nostalgia que, en su manto de opacidad, abriga secretamente el anhelo del imposible retorno que, por imposible, se transmuta en utopía. Retornar a ella como nostalgia alegre y como horizonte de salvación para la elaboración del horror. La narrativa de Yevtushenko es, en última instancia, la estetización de la historia para elaborar el trauma.
“Los occidentales se asombran a veces de oírnos hablar así con respecto a nuestro pasado. Pero evocar el pasado es, para nosotros, pensar en nuestro porvenir. Queremos conservar todo lo positivo que haya en nuestra herencia y dejarle al pasado lo que le pertenece” (Yevtushenko; p. 156).


Bibliografía
Yevtushkenko, Yevgueni, Autobiografía Precoz . México D.F., Ediciones Era, 1963.
Kagarlitsky, Boris, Cap. IV: El Deshielo , en Los intelectuales y el estado soviético. De 1917 al presente . Buenos Aires, Prometeo, 2005.

Notas

1 Con este término se alude al grupo poético formado por Yevgueni Yevtushenko, Robert Rozhdestvenski, Andrei Vozniesenski, Bella Ajmadulina y a toda un colectivo outsider que, en los círculos intelectuales soviéticos donde la gran mayoría creía en los postulados comunistas pero al mismo tiempo defendía una política revisionista, estaba a favor de una ampliación de libertades y, especialmente en la esfera creativa y artística. Este fenómeno se manifestó con especial fuerza en la literatura, en el cine, en el teatro y en el ámbito musical.
2 Koljosianos: Granjeros de cooperativas campesinas creadas durante el gobierno de Lenin y afines a su gobierno, destinadas a ocupar las tierras expropiadas a los terratenientes.
3 Yevtushenko reafirma su posición con matices bíblicos al agregar que “Cualesquiera que sean sus signos exteriores de riqueza, no creo que sus pueblos sean felices. La vieja palabra bíblica “No sólo de pan vive el hombre” me parece explicar el fondo de sus desgracias” (Yevtushenko, p. 46)
4 Sobre el término deshielo acuñado en virtud de la novela de Erhenburg, Yevtushenko dirá que no está de acuerdo, dado que “(…) Un deshielo puede producirse a mitad del invierno, y después sobrevenir un nuevo congelamiento total. Esta no es nuestra situación. Para mí, este periodo sólo podría definirse como una primavera” (Yevtushenko; p. 126).
5 Señala Kagarlitsky que, tras la muerte de Stalin, “una responsabilidad particularmente pesada recaía sobre los hombros de la intelligentsi a”, pues “…En el país no había una real alternativa política y de clase a la burocracia, pero sí existía una alternativa cultural y moral al estalinismo. Su portador era la intelligentsia , el único estrato social subordinado que en esa época había logrado un determinado nivel de madurez social. Fue en este estrato en el que la nueva conciencia se desarrolló con más rapidez, debido a la naturaleza misma del trabajo profesional de los intelectuales (…) La intelligentsia hablaba no sólo por sí misma sino también por toda la masa oprimida que aún no era capaz de convertirse en ‘una clase para sí’” (Kagarlitsky: p. 198)

Verónica Georges y Maximiliano Mendoza
Fuente Rebelión

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