Título original: Por primera vez
Dirección: Octavio Cortázar
Montaje: Caita Villalón.
Iluminación: Antonio Chao.
Música: Raúl Gómez.
Sonido: Ricardo Istueta, Eugenio Vesa.
Fotografía: José López "Lopito" (B&W).
Títulos: Delia Quesada.
Producción: Manuel J. Mora.
Productora: Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) / Lombarda Industria Cinematografia.
Intervienen: Equipo de cine móvil del ICAIC, habitantes de Los Mulos, Cuba.
País de Producción: Cuba
Año: 1967
Duración: 09 min.
El documental cubano "Por primera vez" (1968), dirigido por Octavio Cortázar, recoge la experiencia de una comunidad rural de las sierras del oriente de la Isla, donde llega "por primera vez" el cine, gracias a los cines móviles creados con este fin por la Revolución. Por el recurso del cine en el cine, el espectador recibe las diferentes emociones que a un público de niños y hombres del campo le transmite el ver el primer filme de sus vidas, y que éste sea "Tiempos modernos" de Charles Chaplin. El cortometraje, en más de un sentido emblemático de la documentalística cubana de todos los tiempos, también lo será por su cartel, ya que no siempre a un buen filme le correspondió un buen cartel, y viceversa. En él, Muñoz Bachs apela al cromatismo contrastante del pop art, por entonces, dominante en el diseño gráfico cubano, así como al icono por antonomasia del cine: Charlot.
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco, publicado en Icónica el 17 de julio de 2017
Cuando uno entra en el viejo edificio del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos –el famoso ICAIC–, el más visible de la céntrica Avenida 23 que parece partir en dos la zona de El Vedado, en La Habana, difícilmente se imagina que de ese gran bloque blanco de concreto y ventanas en hileras al estilo más elemental de Bauhaus emergió en la década de los sesenta eso que algunos todavía se empeñan en llamar “el nuevo cine cubano”. Y eso que el lobby, sólo separado de la calle por algunas escalinatas y una mesita de registro en donde un vigilante toma de mal modo tus datos antes de dejarte pasar, anticipa las antiguas glorias del Instituto con un despliegue de artefactos cinematográficos en desuso, colocados ahí como en un homenaje a las tres décadas que siguieron a su fundación en 1959: cámaras de 35 mm., grandes lámparas y una que otra butaca de madera rodeadas por los muros del salón, completamente llenos de carteles del cine nacional, esos que se hicieron famosos por sus dotes gráficos, resplandecientes de influencias soviéticas en la revolución socialista del Caribe, y cuyas copias en serigrafía nos llevamos algunos turistas melancólicos para colgarlos en la sala de nuestras casas.
Tal vez, el de Por primera vez, de 1967, perdido entre la multitud de esos afiches apretados uno junto a otro en el lobby del ICAIC, no es el mejor si se le compara con los trabajos más destacados de toda la portentosa producción gráfica a la sombra del Instituto, resultado de la labor de una generación de buenos diseñadores reclutados para promocionar tanto al cine cubano de la Revolución como a las películas extranjeras que pasaban por sus filtros y se proyectaban en las salas de la isla durante los años sesenta y setenta. Del fondo verde olivo del cartel emerge la figura infantil de un Chaplin que se asoma cubierto hasta la cintura por plantas y flores de colores en un arreglo de intención psicodélica, pero no wow. En su lado derecho, la tipografía, también desigual, que anuncia los créditos de la película: «Documental cubano de Octavio Cortázar. Premio San Gregorio en el Festival de Valladolid, España». La verdad, nada que le haga suficiente justicia a un filme como ese, que con apenas nueve minutos de duración y unos cuantos segundos más, es, seguramente, la obra más corta en haber alcanzado el aura de clásico dentro la vasta filmografía cubana de ese tiempo.
Aunque su director, Octavio Cortázar (La Habana, 1935), quien estudió en Europa al igual que otros cineastas agrupados en torno al ICAIC como Tomás Gutiérrez Alea o Julio García Espinosa –si bien a diferencia de aquellos, no lo hizo en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, sino en la entonces más socialista Academia de Cine de Praga (FAMU)– llegó a dirigir por lo menos dos largometrajes de ficción –entre ellos el popular drama revolucionario y juvenil de 1978 El brigadista–, Por primera vez debe ser su película más importante; y definitivamente no por eso de haber ganado ese «premio San Gregorio del Festival de Valladolid», sino por representar, a fuerza de entusiasmo, ternura y oficio documental, uno de los panfletos cinematográficos más dulces y sinceros producidos por la maquinaria audiovisual de la Revolución cubana.
En un tono muy similar al de los noticieros cinematográficos producidos en aquel tiempo por el mismo ICAIC para exhibirse los fines de semana en las salas cubanas y dar a conocer los avances de la Revolución, Por primera vez capta la esencia de uno de los proyectos de los años sesenta más recordados del Instituto, el de Cine Móvil, y con una premisa bastante simple: el camioncito del ICAIC, tripulado por dos señores y equipado con un proyector, una pantalla, bocinas, una planta de energía eléctrica y latas de películas, sale de La Habana –casi seguramente de ese mismo icónico edificio de la Avenida 23– para viajar por semanas e ir alcanzando los lugares más recónditos del país recién reorganizado por el régimen revolucionario. Por el día se instala en las escuelas y por la noche ocupa las plazas de los pueblitos con una encomienda principal: la de proyectar películas frente a muchos campesinos, niños y adultos, para quienes aquella podría ser su primera vez ante –como dicen los cursis– el milagro del cine. Tiempos modernos (Modern Times, 1937), por cierto, la cinta de Charles Chaplin seleccionada para tan especial ocasión en los alrededores de Guantánamo y Baracoa, la regiones del extremo oriental cubano donde fue filmado este pequeño documental, no es nada políticamente ingenua en un momento como el de 1967.
Puede ser que Por primera vez no sea una película muy elaborada; su estructura no tiene la osadía del montaje en las películas del también documentalista del ICAIC Santiago Álvarez o la profundidad estética y discursiva de los ensayos, transversales entre la ficción y el documental, de Tomás Gutiérrez Alea. Es más, su acercamiento a los personajes campesinos que retrata no va, en la mayoría de los casos, más allá de un emplazamiento de cámara reporteril y unas preguntas simples que cuando no se escuchan de la voz de Cortázar podrían adivinarse a través de las simples respuestas de los niños y mujeres que dan su testimonio. Aparte de en el uso un tanto sui generis de una música parecida al surf –obra, como en casi todas películas cubanas de la época, del heroico Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC–, o en la bella y funcional fotografía a cargo de un tal “Lopito”, el verdadero valor del filme está en otro lugar, y ahí sí que es absolutamente único: por un lado, en la hermosa instantánea que hace de ese ejercicio moderno de alfabetización audiovisual, si bien emulado en la política audiovisual de otros países de Latinoamérica (incluido México), único en su concepción y embebido de todo el espíritu utópico de un proyecto de revolución cultural en su cenit; por el otro, en la mirada sorprendida de los nuevos espectadores, fascinados bajo las luces y los sonidos de una nueva manera de entender el mundo, capturada ahí en toda su magnitud, y empacada y sellada para la posteridad.
Fuentes de información: Reseña Por Gustavo E. Ramírez Carrasco, publicado en Icónica el 17 de julio de 2017, Arsenal Berlin, IMDB, RebeldeMule, Tabakalera, Wikipedia (Octavio Cortazar), Filmaffinity.
Fuente: Naranjas de Hiroshima
Dirección: Octavio Cortázar
Montaje: Caita Villalón.
Iluminación: Antonio Chao.
Música: Raúl Gómez.
Sonido: Ricardo Istueta, Eugenio Vesa.
Fotografía: José López "Lopito" (B&W).
Títulos: Delia Quesada.
Producción: Manuel J. Mora.
Productora: Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) / Lombarda Industria Cinematografia.
Intervienen: Equipo de cine móvil del ICAIC, habitantes de Los Mulos, Cuba.
País de Producción: Cuba
Año: 1967
Duración: 09 min.
El documental cubano "Por primera vez" (1968), dirigido por Octavio Cortázar, recoge la experiencia de una comunidad rural de las sierras del oriente de la Isla, donde llega "por primera vez" el cine, gracias a los cines móviles creados con este fin por la Revolución. Por el recurso del cine en el cine, el espectador recibe las diferentes emociones que a un público de niños y hombres del campo le transmite el ver el primer filme de sus vidas, y que éste sea "Tiempos modernos" de Charles Chaplin. El cortometraje, en más de un sentido emblemático de la documentalística cubana de todos los tiempos, también lo será por su cartel, ya que no siempre a un buen filme le correspondió un buen cartel, y viceversa. En él, Muñoz Bachs apela al cromatismo contrastante del pop art, por entonces, dominante en el diseño gráfico cubano, así como al icono por antonomasia del cine: Charlot.
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco, publicado en Icónica el 17 de julio de 2017
Cuando uno entra en el viejo edificio del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos –el famoso ICAIC–, el más visible de la céntrica Avenida 23 que parece partir en dos la zona de El Vedado, en La Habana, difícilmente se imagina que de ese gran bloque blanco de concreto y ventanas en hileras al estilo más elemental de Bauhaus emergió en la década de los sesenta eso que algunos todavía se empeñan en llamar “el nuevo cine cubano”. Y eso que el lobby, sólo separado de la calle por algunas escalinatas y una mesita de registro en donde un vigilante toma de mal modo tus datos antes de dejarte pasar, anticipa las antiguas glorias del Instituto con un despliegue de artefactos cinematográficos en desuso, colocados ahí como en un homenaje a las tres décadas que siguieron a su fundación en 1959: cámaras de 35 mm., grandes lámparas y una que otra butaca de madera rodeadas por los muros del salón, completamente llenos de carteles del cine nacional, esos que se hicieron famosos por sus dotes gráficos, resplandecientes de influencias soviéticas en la revolución socialista del Caribe, y cuyas copias en serigrafía nos llevamos algunos turistas melancólicos para colgarlos en la sala de nuestras casas.
Tal vez, el de Por primera vez, de 1967, perdido entre la multitud de esos afiches apretados uno junto a otro en el lobby del ICAIC, no es el mejor si se le compara con los trabajos más destacados de toda la portentosa producción gráfica a la sombra del Instituto, resultado de la labor de una generación de buenos diseñadores reclutados para promocionar tanto al cine cubano de la Revolución como a las películas extranjeras que pasaban por sus filtros y se proyectaban en las salas de la isla durante los años sesenta y setenta. Del fondo verde olivo del cartel emerge la figura infantil de un Chaplin que se asoma cubierto hasta la cintura por plantas y flores de colores en un arreglo de intención psicodélica, pero no wow. En su lado derecho, la tipografía, también desigual, que anuncia los créditos de la película: «Documental cubano de Octavio Cortázar. Premio San Gregorio en el Festival de Valladolid, España». La verdad, nada que le haga suficiente justicia a un filme como ese, que con apenas nueve minutos de duración y unos cuantos segundos más, es, seguramente, la obra más corta en haber alcanzado el aura de clásico dentro la vasta filmografía cubana de ese tiempo.
Aunque su director, Octavio Cortázar (La Habana, 1935), quien estudió en Europa al igual que otros cineastas agrupados en torno al ICAIC como Tomás Gutiérrez Alea o Julio García Espinosa –si bien a diferencia de aquellos, no lo hizo en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, sino en la entonces más socialista Academia de Cine de Praga (FAMU)– llegó a dirigir por lo menos dos largometrajes de ficción –entre ellos el popular drama revolucionario y juvenil de 1978 El brigadista–, Por primera vez debe ser su película más importante; y definitivamente no por eso de haber ganado ese «premio San Gregorio del Festival de Valladolid», sino por representar, a fuerza de entusiasmo, ternura y oficio documental, uno de los panfletos cinematográficos más dulces y sinceros producidos por la maquinaria audiovisual de la Revolución cubana.
En un tono muy similar al de los noticieros cinematográficos producidos en aquel tiempo por el mismo ICAIC para exhibirse los fines de semana en las salas cubanas y dar a conocer los avances de la Revolución, Por primera vez capta la esencia de uno de los proyectos de los años sesenta más recordados del Instituto, el de Cine Móvil, y con una premisa bastante simple: el camioncito del ICAIC, tripulado por dos señores y equipado con un proyector, una pantalla, bocinas, una planta de energía eléctrica y latas de películas, sale de La Habana –casi seguramente de ese mismo icónico edificio de la Avenida 23– para viajar por semanas e ir alcanzando los lugares más recónditos del país recién reorganizado por el régimen revolucionario. Por el día se instala en las escuelas y por la noche ocupa las plazas de los pueblitos con una encomienda principal: la de proyectar películas frente a muchos campesinos, niños y adultos, para quienes aquella podría ser su primera vez ante –como dicen los cursis– el milagro del cine. Tiempos modernos (Modern Times, 1937), por cierto, la cinta de Charles Chaplin seleccionada para tan especial ocasión en los alrededores de Guantánamo y Baracoa, la regiones del extremo oriental cubano donde fue filmado este pequeño documental, no es nada políticamente ingenua en un momento como el de 1967.
Puede ser que Por primera vez no sea una película muy elaborada; su estructura no tiene la osadía del montaje en las películas del también documentalista del ICAIC Santiago Álvarez o la profundidad estética y discursiva de los ensayos, transversales entre la ficción y el documental, de Tomás Gutiérrez Alea. Es más, su acercamiento a los personajes campesinos que retrata no va, en la mayoría de los casos, más allá de un emplazamiento de cámara reporteril y unas preguntas simples que cuando no se escuchan de la voz de Cortázar podrían adivinarse a través de las simples respuestas de los niños y mujeres que dan su testimonio. Aparte de en el uso un tanto sui generis de una música parecida al surf –obra, como en casi todas películas cubanas de la época, del heroico Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC–, o en la bella y funcional fotografía a cargo de un tal “Lopito”, el verdadero valor del filme está en otro lugar, y ahí sí que es absolutamente único: por un lado, en la hermosa instantánea que hace de ese ejercicio moderno de alfabetización audiovisual, si bien emulado en la política audiovisual de otros países de Latinoamérica (incluido México), único en su concepción y embebido de todo el espíritu utópico de un proyecto de revolución cultural en su cenit; por el otro, en la mirada sorprendida de los nuevos espectadores, fascinados bajo las luces y los sonidos de una nueva manera de entender el mundo, capturada ahí en toda su magnitud, y empacada y sellada para la posteridad.
Fuentes de información: Reseña Por Gustavo E. Ramírez Carrasco, publicado en Icónica el 17 de julio de 2017, Arsenal Berlin, IMDB, RebeldeMule, Tabakalera, Wikipedia (Octavio Cortazar), Filmaffinity.
Fuente: Naranjas de Hiroshima