Título: Silencio y grito
Título original: Csend és kiáltás
Año: 1967
Duración: 73 min.
País: Hungría
Director: Miklós Jancsó
Guión: Gyula Hernádi, Miklós Jancsó
Fotografía: János Kende (B&W)
Reparto: Mari Töröcsik, József Madaras, Zoltán Latinovits, Andrea Drahota, András Kozák, István Bujtor, Ida Siménfalvy, János Koltai, Sándor Siménfalvy
Sinopsis: La historia se enmarca dentro de la inestabilidad política en el año 1919 tras el intento de toma del poder por parte de los comunistas. El ejército reprime a las fuerzas insurgentes y un joven comunista se oculta en un area rural. Un oficial del ejército conoce al joven porque fueron amigos en la infancia. Es ocultado en una pequeña granja, pero el enfrentamiento entre ambos amigos es inevitable...
Precisamente eso es lo que pretende hacer Miklós Jancsó, un director que tenía desde hacía mucho tiempo en el punto de mira pero que, por unas circunstancias u otras no había podido disfrutar hasta ahora. El interés del director húngaro es penetrar en las manifestaciones psíquicas y físicas del terror, más que en un análisis propiamente político de la época en sí, éste último surge de forma intrínseca en la mente del espectador que tiene un cierto conocimiento del momento histórico que Jancsó está abordando (en cualquier caso hay que tener en cuenta que el director ideó esta película para una audiencia húngara que, obviamente, estaría familiarizada con el periodo en cuestión). Sea como fuere la película comienza con las imágenes del desfile triunfal de las fuerzas del ejército blanco en Bucarest, encabezadas por su líder, el almirante Miklós Horthy, montado en un caballo blanco (símbolo distintivo del poder desde los tiempos de Roma). He aquí, pues, los triunfadores de la guerra civil que habría enfrentado entre 1918 y 1919 a las fuerzas conservadoras frente al Ejército Rojo de la República húngara de los Consejos instaurada por Bela Kun al frente del Partido Comunista húngaro. No obstante Jancsó no sólo pretende introducirnos al periodo histórico en cuestión, sino, además, mostrarnos quién estaba detrás de lo que vamos a ver a continuación (las jerarquías del poder).
Tras la victoria, se produjo la desbandada de los comunistas que habían sobrevivido, de modo que el nuevo régimen de Horthy desencadenó una brutal represión cuyo único objetivo era instaurar el terror en la sociedad húngara y arrancar de raíz la semilla del comunismo para así asegurar la pervivencia del orden tradicional. De esta manera se produce la irrupción de las fuerzas de seguridad a lo largo y ancho del país, especialmente en las zonas rurales, donde muchos fugitivos se refugiaron. Allí, en un páramo desolado con horizontes que revelan la insignificancia del hombre -lo cual recuerda inmediatamente a la granja de "Satantango" (es obvio que Tarr conocía a la perfección películas como ésta, que forman parte de la mejor tradición del cine húngaro)- se sucede la acción acompañada por los ladridos sin respuesta de los perros. No obstante, el nuevo estado se va a encontrar con que entrar en el mundo campesino suponía entrar en una realidad paralela que se regía por unos patrones de comportamiento muy diferentes a los típicos de Budapest (todo estado moderno se encuentra con un reto similar, algo particularmente visible en la Europa que va del siglo XIX al XX. En España los caciques y la Iglesia eran quienes servían de correa transmisión allí donde el estado no llegaba de forma efectiva). Por primera vez el estado húngaro muestra su deseo de disciplinar y encuadrar a esa población sometiéndola a estrictas regulaciones, lo cual habla a las claras de su vocación totalitaria.
Como veníamos comentando, se produce un enorme despliegue militar en la zona. Toda la población está bajo vigilancia ante la posibilidad de que se oculten entre ellos fugitivos comunistas. La represión es implacable. No obstante, en este caso nos encontramos con una particularidad, y es que el oficial al mando de las actividades represivas, Kémeri, es un viejo amigo de uno de los más buscados comunistas, el joven y apuesto István. Jancsó nos está planteando cómo en las situaciones de guerra civil lo político se mezcla con lo personal y las lamentables consecuencias que se derivan de esta situación. De hecho su relación se había enfriado por el paso de los años y carecía de toda profundidad humana debido al resentimiento causado por los acontecimientos. Muchas familias y amistades se vieron rotas debido a éstos fenómenos, de hecho, como el propio Kémeri sugiere, la experiencia colectiva de la Primera Guerra Mundial forjó tanto fascistas como comunistas, quizás la guerra civil húngara sea el primer ejemplo de ello.
En cualquier caso la represión es selectiva y ejemplar, como aviso para aquellos que se atrevan a levantar su voz contra la nueva autoridad. Llama la atención el modo en que los perseguidos son asesinados, desde la lejanía y con un tiro por la espalda, para que diera la impresión de que se les disparó mientras trataban de huir (muy similar a la Ley de Fugas aplicada en España durante la represión franquista y, antes, durante el pistolerismo anarquista en Barcelona). La película se abre con una escena de este tipo. Uno de los policías militares explica que "mataría a mi propio padre si me fuera ordenado", lo cual da fe de la potencialidad eliminacionista que radica en los ejércitos a causa del no cuestionamiento del principio jerárquico y, por lo tanto, de las órdenes emanadas de éste. Todo queda justificado en base al cumplimiento del deber y, entre otras cosas, esto fue lo que hizo posible tantos de los desastres que asolaron el continente europeo en el pasado siglo. Kémeri también dice a Istvan que si lo mata por su cabezonería no estará haciendo más que su trabajo.
Es interesante ver cómo la policía política se encarga de justificar los crímenes de la represión como delitos comunes. Así pues, los campesinos son forzados a inculparse como autores materiales de los hechos haciéndolos dejar las huellas dactilares en los efectos personales de los asesinados y forzándolos a tocar los cadáveres.
También hay violencia intimidatoria, lo cual se observa en los tratos vejatorios a los que son sometidos los campesinos, especialmente Károly, o los abusos de poder llevados a cabo sobre las mujeres por parte de los policías militares. Este sería otro de los mecanismos para extender el terror. Esto lleva a la población rural a huir de los represaliados como si de la peste se tratara, ya que, como uno de los campesinos le recuerda a Kémeri, ellos tienen que seguir con sus vidas: así pues, los ideales chocan con la realidad una vez más.
Fuente: FilmAffinity
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Título original: Csend és kiáltás
Año: 1967
Duración: 73 min.
País: Hungría
Director: Miklós Jancsó
Guión: Gyula Hernádi, Miklós Jancsó
Fotografía: János Kende (B&W)
Reparto: Mari Töröcsik, József Madaras, Zoltán Latinovits, Andrea Drahota, András Kozák, István Bujtor, Ida Siménfalvy, János Koltai, Sándor Siménfalvy
Sinopsis: La historia se enmarca dentro de la inestabilidad política en el año 1919 tras el intento de toma del poder por parte de los comunistas. El ejército reprime a las fuerzas insurgentes y un joven comunista se oculta en un area rural. Un oficial del ejército conoce al joven porque fueron amigos en la infancia. Es ocultado en una pequeña granja, pero el enfrentamiento entre ambos amigos es inevitable...
Precisamente eso es lo que pretende hacer Miklós Jancsó, un director que tenía desde hacía mucho tiempo en el punto de mira pero que, por unas circunstancias u otras no había podido disfrutar hasta ahora. El interés del director húngaro es penetrar en las manifestaciones psíquicas y físicas del terror, más que en un análisis propiamente político de la época en sí, éste último surge de forma intrínseca en la mente del espectador que tiene un cierto conocimiento del momento histórico que Jancsó está abordando (en cualquier caso hay que tener en cuenta que el director ideó esta película para una audiencia húngara que, obviamente, estaría familiarizada con el periodo en cuestión). Sea como fuere la película comienza con las imágenes del desfile triunfal de las fuerzas del ejército blanco en Bucarest, encabezadas por su líder, el almirante Miklós Horthy, montado en un caballo blanco (símbolo distintivo del poder desde los tiempos de Roma). He aquí, pues, los triunfadores de la guerra civil que habría enfrentado entre 1918 y 1919 a las fuerzas conservadoras frente al Ejército Rojo de la República húngara de los Consejos instaurada por Bela Kun al frente del Partido Comunista húngaro. No obstante Jancsó no sólo pretende introducirnos al periodo histórico en cuestión, sino, además, mostrarnos quién estaba detrás de lo que vamos a ver a continuación (las jerarquías del poder).
Tras la victoria, se produjo la desbandada de los comunistas que habían sobrevivido, de modo que el nuevo régimen de Horthy desencadenó una brutal represión cuyo único objetivo era instaurar el terror en la sociedad húngara y arrancar de raíz la semilla del comunismo para así asegurar la pervivencia del orden tradicional. De esta manera se produce la irrupción de las fuerzas de seguridad a lo largo y ancho del país, especialmente en las zonas rurales, donde muchos fugitivos se refugiaron. Allí, en un páramo desolado con horizontes que revelan la insignificancia del hombre -lo cual recuerda inmediatamente a la granja de "Satantango" (es obvio que Tarr conocía a la perfección películas como ésta, que forman parte de la mejor tradición del cine húngaro)- se sucede la acción acompañada por los ladridos sin respuesta de los perros. No obstante, el nuevo estado se va a encontrar con que entrar en el mundo campesino suponía entrar en una realidad paralela que se regía por unos patrones de comportamiento muy diferentes a los típicos de Budapest (todo estado moderno se encuentra con un reto similar, algo particularmente visible en la Europa que va del siglo XIX al XX. En España los caciques y la Iglesia eran quienes servían de correa transmisión allí donde el estado no llegaba de forma efectiva). Por primera vez el estado húngaro muestra su deseo de disciplinar y encuadrar a esa población sometiéndola a estrictas regulaciones, lo cual habla a las claras de su vocación totalitaria.
Como veníamos comentando, se produce un enorme despliegue militar en la zona. Toda la población está bajo vigilancia ante la posibilidad de que se oculten entre ellos fugitivos comunistas. La represión es implacable. No obstante, en este caso nos encontramos con una particularidad, y es que el oficial al mando de las actividades represivas, Kémeri, es un viejo amigo de uno de los más buscados comunistas, el joven y apuesto István. Jancsó nos está planteando cómo en las situaciones de guerra civil lo político se mezcla con lo personal y las lamentables consecuencias que se derivan de esta situación. De hecho su relación se había enfriado por el paso de los años y carecía de toda profundidad humana debido al resentimiento causado por los acontecimientos. Muchas familias y amistades se vieron rotas debido a éstos fenómenos, de hecho, como el propio Kémeri sugiere, la experiencia colectiva de la Primera Guerra Mundial forjó tanto fascistas como comunistas, quizás la guerra civil húngara sea el primer ejemplo de ello.
En cualquier caso la represión es selectiva y ejemplar, como aviso para aquellos que se atrevan a levantar su voz contra la nueva autoridad. Llama la atención el modo en que los perseguidos son asesinados, desde la lejanía y con un tiro por la espalda, para que diera la impresión de que se les disparó mientras trataban de huir (muy similar a la Ley de Fugas aplicada en España durante la represión franquista y, antes, durante el pistolerismo anarquista en Barcelona). La película se abre con una escena de este tipo. Uno de los policías militares explica que "mataría a mi propio padre si me fuera ordenado", lo cual da fe de la potencialidad eliminacionista que radica en los ejércitos a causa del no cuestionamiento del principio jerárquico y, por lo tanto, de las órdenes emanadas de éste. Todo queda justificado en base al cumplimiento del deber y, entre otras cosas, esto fue lo que hizo posible tantos de los desastres que asolaron el continente europeo en el pasado siglo. Kémeri también dice a Istvan que si lo mata por su cabezonería no estará haciendo más que su trabajo.
Es interesante ver cómo la policía política se encarga de justificar los crímenes de la represión como delitos comunes. Así pues, los campesinos son forzados a inculparse como autores materiales de los hechos haciéndolos dejar las huellas dactilares en los efectos personales de los asesinados y forzándolos a tocar los cadáveres.
También hay violencia intimidatoria, lo cual se observa en los tratos vejatorios a los que son sometidos los campesinos, especialmente Károly, o los abusos de poder llevados a cabo sobre las mujeres por parte de los policías militares. Este sería otro de los mecanismos para extender el terror. Esto lleva a la población rural a huir de los represaliados como si de la peste se tratara, ya que, como uno de los campesinos le recuerda a Kémeri, ellos tienen que seguir con sus vidas: así pues, los ideales chocan con la realidad una vez más.
Fuente: FilmAffinity
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