"ÉTICA Y POESÍA", DE JUAN GOYTISOLO
En el número doble 4/5 de la revista Octubre, dirigida por Rafael Alberti con fecha de octubre de 1933, figura un texto de Luis Cernuda titulado Los que se incorporan en el que el poeta sevillano manifiesta su adhesión al movimiento comunista -en el que militaban ya Alberti, María Teresa León, Emilio Prados, Serrano Plaja y otros escritores- en unos términos que no dejan lugar a dudas y merecen su reproducción in extenso:
"Este mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es necesario, es nuestro máximo deber enterrar tal carroña. Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate aprisionada. Esta sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire. La vida se salvará así".
Los estudiosos de la obra cernudiana (como Johannes Lechner o Philip Silver) o de la poesía comprometida de la época (Darío Puccini, Michel Lassus, Robert Marrast, etcétera) discutieron (y se discute aún) la seriedad de esta conversión efímera de un poeta tan reacio como el autor de Las nubes a las consignas de arte dirigido y a toda supeditación de la labor creativa a algo ajeno a la poesía misma. Aunque, según el testimonio de Juan Gil-Albert, Cernuda se declaró comunista en 1934, no ingresó nunca en el partido y, pese a su apoyo fiel a la causa antifascista, se mantuvo a prudente distancia desde fecha temprana de quienes defendían el arte "al servicio del pueblo".
El dilema que arrostraba Cernuda -y, como él, escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez y algunos compañeros de pluma de la generación de la Segunda República- se tornó apremiante tras la rebelión militar de julio de 1936 y la ejecución de García Lorca un mes más tarde. La bellísima elegía 'A un poeta muerto (FGL)' publicada en La Hora de España y censurada por el subsecretario de Instrucción Pública controlado por el PCE marca el distanciamiento definitivo de Cernuda del arte como instrumento de la causa revolucionaria.
Los horrores de la Guerra Civil suscitan en un poeta "a la deriva", dice, "en el naufragio de un país", unos sentimientos de dolor y de piedad por las víctimas admirablemente plasmados en su Elegía española (1). Las causas patrióticas o ideológicas, parece decirnos, son circunstanciales, pero no lo es en cambio el sufrimiento de los hombres y mujeres zarandeados por el vendaval de la historia. Lechner nos recuerda en su obra de referencia (El compromiso en la poesía española del siglo XX) las palabras del poeta Wilfred Owen, que combatió como voluntario en las filas republicanas: "My subject is War, and the Pity of War. The poetry is in the Pity". La belleza serena de los poemas cernudianos reunidos en Las nubes resiste en efecto el paso del tiempo y la caducidad ínsita no sólo a la mediocre y a veces repulsiva poesía perpetrada en el bando franquista sino también a la del ardor revolucionario vehiculado en las revistas de las Milicias Populares cuyo contenido figura en la Crónica general de la guerra civil, seleccionada por María Teresa León. España se había convertido en el campo de la batalla librada por Hitler y Mussolini y, con mayor prudencia, por la Unión Soviética (con la ignominiosa abstención de Francia e Inglaterra), y el poeta asistía desolado, no obstante su fidelidad nunca desmentida a la legalidad republicana, a una explosión de odio y de crueldad con la que no se podía identificar sin traicionarse a sí mismo. Como escribió dos décadas más tarde en sus Estudios sobre la poesía española contemporánea:
"La destrucción y la muerte, sea bajo tal o cual pretexto, no se pueden cantar ni mucho menos glorificar; quienes por ellas han tenido que pasar, y sobrevivieron a la catástrofe, acaso puedan utilizarlas más tarde, como experiencias humanas; pero en otro contexto, donde sería ya difícil reconocerlas bajo su apariencia bestial primera".
Esa expresión nítida de que la causa defendida, por digna que fuere, no podía prevalecer sobre el ars poetica ni los derechos humanos fue compartida por un pequeño núcleo de artistas que como Juan Ramón Jiménez, Gil-Albert o Benjamín Jarnés se proponían iluminar el presente sombrío -"de modo que también llegue la luz al frente opuesto", dirá el último- sin falsear la historia.
La guerra civil española anticipó así el conflicto ético de numerosos pensadores y artistas europeos que ante la barbarie nazi y la de quienes en nombre de la humanidad futura daban rienda suelta a su desprecio por la vida de sus contemporáneos de carne y hueso, supieron elegir la justicia por encima de sus convicciones políticas. Hoy podemos leer los versos de Las nubes con emoción idéntica a la de los que los leyeron en circunstancias tan dramáticas como las que vivió España entre 1936 y 1939. Lejos de toda propaganda y partidismo, revelan el dolor de un ser humano con la palabra bella y precisa de la poesía. Su exilio definitivo sería el de alguien que antepuso la dignidad de las víctimas al fragor de las armas: desde lejos, asistió a la victoria amarga de los sempiternos Caínes que, como escribió en el poema Un español habla de su tierra,"De todo me arrancaron / Me dejan el destierro"
* Este artículo apareció en la edición impresa de El País del Sábado, 31 de julio de 2010