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64 AÑOS DE LA MUERTE DEL POETA COMUNISTA TURCO HAZIM HIKMET

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Reproducimos este capítulo dedicado a Hazim Hikmet de Romanticismo militante, el libro de ensayos biográficos de la escritora y militante del PSUC, Teresa Pámies, editada por Galba, Barcelona, 1976.

Nazim Hikmet fue un militante romántico química­mente puro, tan puro que se tomó al pie de la letra el XX Congreso del PCUS. La lectura de su obra, el cono­cimiento de su itinerario militante, ofrece uno de los ejemplos más estimulantes de integridad revoluciona­ria, sin ese halo de mártir que envuelve algunos héroes del combate militante.

Nazim fue un romántico «incorregible». No «escar­mentó» jamás ni ante los golpes de los sátrapas turcos ni frente a las «faenas» de los burócratas de la Unión de escritores soviéticos a la que perteneció estando emigra­do en Moscú. Cierto que en esa actitud quijotesca no estuvo solo, ni siquiera en la Unión de Escritores de la URSS pues, afortunadamente para la literatura y el so­cialismo, con Nazim estaba un Tvardovski, otro gran poeta, otro romántico militante hasta la muerte. Las características de ambos —aun siendo diferentes en mu­chas cosas— fue una especie de obstinación en perma­necer «dentro» aunque todo les empujara a «salirse», aunque todo se hizo para «echarlos».

Jean Paul Sartre dijo una vez: «Cuando uno se hace expulsar del partido comunista empieza a dar vueltas por ahí y un día se encuentra en la derecha.». Pues bien: Kazim no permitió que le echaran ni se fue. Y nunca se encontró en la derecha. Lo consiguió sin caer en las garras de la contemporización, aferrándose a su romanticismo inveterado, actuando como el que está en su casa. Pudo hacerlo porque no tenía ambiciones de mando, porque —como explica en su estupenda autobio­grafía—:

«Yo no seré primer ministro, etc. no me tienta en absoluto esta clase de ocupación...»

El «carrerismo» es algo ajeno al romántico militan­te, esto no quiere decir que esté contra «los primeros ministros» pues el mismo Nazim tuvo auténtica admi­ración y afecto por su camarada Fidel, otro romántico, aunque de rasgos diferentes y en un contexto muy es­pecial.

El romántico militante no se deja domesticar ni ma­nipular. Nazim lo demostró en catorce años de cárcel en la tierra natal, en su largo exilio moscovita condicio­nado, a menudo, por disposiciones burocráticas y desmoralizantes que no lograron mutilarle el alma. Porque el suyo fue un romanticismo a lo Fucik, a lo Bachir; complemento o cimiento de un espíritu rebel­de y generoso.

Hay quien reprocha a Nazim haber «caído» en la trampa que puso Khrushev con su informe se­creto al XX Congreso, al escribir su obra de teatro Ivan Ivanovich, representada en Stalinabad y en Riga con gran éxito pero todavía inédita en Moscú, un Moscú que no acaba de desestalinizarse. Sin embargo, en unas declaraciones a «Lettres Francaises» (antes de que los estalinistas se cargaran «Lettres Francaises») el .propio Nazim Hikmet explica que no cayó en ninguna trampa, que no siguió ninguna consigna «a la moda», que con su obra Ivan Ivanovich era, sencillamente, consecuente consigo mismo, con su visión y su concepto del socialismo. Combatía el sectarismo como lo com­batió siempre y el romántico es, intrínsecamente, anti­sectario. Los «edictos» inquisitoriales no le amargaron.

No reaccionó como un artista quisquilloso y narcisista; no tuvo esos arranques de amor propio tan frecuentes en los creadores «censurados». ¿No querían su Ivan Ivanovich? ¿Le cerraban los escenarios moscovitas? Bien, pero no le harían «arreglar» la obra, no le obli­garían a pulirla al gusto del burócrata de turno; tam­poco le cortarían las alas de poeta. No se recluiría en una «dacha» del Mar Negro o de los bosques de Kuntsevo para escribir poemas de encargo, en «la línea», sus­ceptibles de ganarle el «Premio Lenin»; no reacciona­ría desentendiéndose de las injusticias que presenciaba o intuía porque el romántico no soporta las injusticias. Tampoco se lió la manta a la cabeza dando pretextos a los inquisidores para deshacerse del «engorroso poe­ta turco». No utilizaría su famoso nombre y las tribu­nas que le abría en occidente para poner verdes a los burócratas de la Unión. Nazim seguiría en la brecha con su talante irónico y lírico a la vez, moviéndose entre burócratas y sátrapas pero no sólo entre sátrapas y burócratas sino también junto a las «almas gemelas» como Alexander Tvardovski, el autor del inmortal Soldado Tiomkin, jel poema épico más extraordinario que se haya escrito jamás sobre la epopeya soviética.

Porque le es muy fácil a un escritor famoso dar el espectáculo ante millones y millones de espectadores para «vengarse» de los mediocres, los envidiosos, los imbéciles que en un momento dado puedan tener las riendas de todo. ¡Vaya berrinche que se habrían pega­do los burócratas si Nazis Hikmet les hubiera ridiculizado desde las páginas del «Sunday Times»! Pero a Nazim Hikmet no le interesaba el «Sunday Times»; le importaba un bledo el «Sunday Times»; sabía con qué facilidad puede utilizar el capitalismo mundial la justa denuncia de un militante injustamente tratado por los suyos. Pero el militante sabe quiénes son los suyos y no los dejará, ni siquiera dejará al burócrata, ni sátrapa, al inquisidor, al imbécil comisario de turno. Seguirá allí, machacando con sus versos, con su acción militante; seguirá incordiando, molestando día y noche, pinchan­do y quitándole el sueño al «celoso guardián del tem­plo». ¡Qué más quisiera éste que ver huir al moscardón impertinente!

Han hecho todo para arrancarme de mi Partido, pero les salió mal.

No he sido achicharrado bajo los ídolos que se derrumban...*

Y esto era difícil para el exiliado Nazim Hikmet. Duro oficio es el exilio 5 escribió en versos estremecedores. También en Moscú, no porque algunos le hicieran marranadas sino porque era consciente de que, en cierto modo, usufructuaba la revolución que hicieron otros. Como le ha hecho decir Semprún a Ben Barka en la película L'Attentat, «el exilio destruye al militante». El exilio fue duro para el romántico mili­tante Nazim Hikmet porque le faltaba el pulso de su pueblo. Por esto, el conjunto de poemas Duro oficio es el exilio constituye uno de los cantos más hermosos y revolucionarios que se hayan inspirado jamás en la tierra natal. Y la calidad de este vínculo es otro de los rasgos del militante revolucionario romántico.

Nazim se ha descrito a sí mismo en la autobiografía escrita el año 1961, en Berlín Este, una de las capita­les socialistas que le vieron deambular, cantando, como otrora hiciera el exiliado Pablo Neruda por esas mismas calles: ¡Ay, cuándo<, cuándo, cuándo; ay, cuándo...

Nos dice Nazim que nació en 1902 en Anatolia; que fue nieto de pacha, estu­diante comunista en Moscú, poeta desde la edad de ca­torce años. Dice que fue inquilino de cárceles y hués­ped de grandes hoteles; que conoció el hambre y tam­bién la huelga de hambre; que a los treinta años qui­sieron ahorcarlo y a los cuarenta y uno le dieron el Premio Mundial de la Paz; que a los treinta y seis había recorrido, en seis meses, cuatro metros cuadrados de cemento; que a los cuarenta y nueve voló de Praga a La Habana en 18 horas; que nunca vio a Lenin pero montó guardia junto a su féretro en 1924 y en 1961 lo visitó en su Mausoleo. Que en 1951 marchó hacia la muerte en compañía de un camarada, cruzando el mar. En 1952 esperó la muerte cuatro meses tendido boca arriba.

He tenido celos demenciales

de las mujeres que amé;

he engañado a mis mujeres

pero nunca hablé mal de mis amigos

a sus espaldas.

He bebido sin embriagarme,

de pura felicidad; he ganado siempre el pan

con el sudor de mi frente;

Si he mentido

es porque me he avergonzado de alguien

pero también he mentido

sin motivo alguno.1

Dice haber viajado con todos los medios de locomo­ción no asequibles a todo el mundo, pero, desde 1921, no ha puesto los pies en una mezquita, en una iglesia, en una sinagoga ni en la casa del hechicero,

aunque a veces

me he leído la buena ventura

en el poso del café

Me publican en treinta o cuarenta lenguas pero en Turquía estoy prohibido en la mía.

No hice la guerra, no bajé a ningún refugio anti-aéreo, no estuve en las rutas del éxodo, bajo los aviones volando bajo

pero en el umbral de los sesenta años me he enamorado.

En una palabra, camaradas:

hoy, en Berlín, reventando de nostalgia como un perro,

no puedo decir que he vivido como un hombre

pero, ¿qué puede ocurrirme aún

en lo que me queda de vida?8

Nazim no leyó en el poso del café que moriría a los sesenta, en Moscú, sin haber vuelto a ver el cielo de su Anatolia; que junto a su cadafalco velaría Alexander Tvardovski, el cual moriría diez años después y sería acompañado a la tumba por el «maldito» Alexander Solzhenitsín... Nada de esto le dijo a Nazim el poso del café pero estaba en la lógica de su vida.

Cuando yo «reventaba de nostalgia» en Praga conocí a Nazim Hikmet en un hotel de la Mala Strana. Iba con una capa azul absolutamente «decadente» a los ojos de muchos de sus camaradas. Parecía un vikingo de mele­na blanca, perfil romano; su risa a lo Vittorio de Sica, su mímica meridional y suave. Yo conocía algunos de sus poemas, sobre todo uno que entonces se difundió mucho, cuando en plena guerra fría el gobierno nortea­mericano prohibió al cantante y actor negro comunista, Paul Robenson que cantara en los escenarios, radio, manifestaciones ni actos públicos de ninguna clase. Nazim Hikmet, desde una cárcel de Es­tambul, escribió un poema que empezaba así:

No nos dejan cantar, hermano Robenson...

Le dije, en francés, que su poema me había gustado mucho y él me preguntó si no conocía el que había escrito para España. Confesé mi ignorancia y él indig­nado, casi anonadado. ¿Cómo era posible? ¿Una repu­blicana española que no conocía lo que un turco escri­bió sobre su revolución? Tardaría años en conocerlo.

España, nuestra juventud; España es una rosa ensangrentada que se abre sobre nuestros pechos, España nuestra invicta esperanza...

Y los viejos olivos descuartizados, y la tierra amarilla y la roja tierra perforada...

España cayó en el 39...10

Alguien me dijo: «Este turco es un aristócrata. Su abuelo fue un pacha.» Bueno, ¿y qué? Algunos se lo echaban en cara, cuando les convenía; otros lo enarbolaban como dato insólito de su curriculum, como de­mostración de «las transformaciones históricas», pero Nazim, en su novela autobiográfica Los románticosnos explica, en una prosa vigorosa y poética, cómo el nieto del pacha se convirtió en comunista.

La vida personal de Nazim Hikmet fue, lo que algu­nos suelen llamar, «un desastre» y otros califican de «drama». Abandonó las sedas y los perfumes de los palacios familiares siendo adolescente; estudios truncados, cárceles, exilio; volvió al país clandestinamente, amó a una mujer que le dio un hijo, salió sin conocer al hijo. No llegaría a conocerlo. Estaba enfermo del corazón y no permitieron que volviera al combate mi­litante clandestino. Erró por esos mundos, «reventan­do de nostalgia» y sin embargo, no hay nada más ju­biloso y transparente que la obra poética de Nazim Hikmet.

Al hijo que no conoció le ha dedicado muchas «na­nas», como aquellas que nuestro Miguel Hernández can­tara para su niño en la cárcel de Poitier. Nazim recor­daba, arrullaba a su hijo al otro lado del Mar Negro, desde las playas soviéticas de su exilio:

Memet, pequeño mío, te confio

al partido comunista turco.

Yo me voy

y estoy sereno.

La vida se me escurre

y se prolonga en ti,

en mi pueblo, para los siglos de ios siglos...12

Aquel gigante de hombre, aquel «turco rubio de ojos azules» que parecía una torre en la cresta de una ola, tenía el corazón enfermo.

No es la angina de pecho,

doctor;

mi corazón es fusilado

cada amanecer en Grecia...,13

Melancólico y jovial, tierno y apasionado, con un sentido del humor que irritaba al militante «irreprocha­ble», asceta y abstemio. Con su capa de cochero y su melena blanca sacaba de quicio a los «pulcros» de los despachos graves y silenciosos, como lo hiciera Maiakovski con su camisa color amianto y sus corbatas ex­travagantes. Pero lo que más les molestaba no era ese aspecto exterior tan heterodoxo sino el contenido, el alma de aquellos románticos audaces que también sa­bían levantar pedestales, sí, pero con sincera pasión, sin cálculo, sin prudencia ni camaleonismo.

Nazim fue un gran mujeriego pero catorce años de mazmorra y una muerte precoz no le dieron mucho tiempo para el amor: No aspiraba a ser «primer minis­tro» pero deseó, hasta el fin, lo más ambicioso que pueda desear un hombre: prolongarse en su pueblo al que, como Fucik amó al suyo, quiso tierna y rabiosa­mente, demostrándolo cuando hizo falta.

Charles Dotgynski describió en una larga carta-poema a Nazim Hikmet sobre el tema de la bondad, una de las condiciones del romanticismo revolucionario.

Entrad un día

en una farmacia

o en un «Prisunic»

y pedid, como si nada, cien gramos de bondad.



Presentaros un día

a casa de un amigo

querido desde la infancia;

a casa de la mujer amada

que os espera con los brazos abiertos



pedidles no la eternidad de sus noches,

sino un rayo de bondad.



Por doquier

os mirarán

como se mira a un loco,

ni siquiera os escucharán.



¿La bondad?

no se qué es eso, ¿la bondad?

¡invéntala!



Nazim Hikmet:

yo he descubierto

en tu mirada,

en tu voz,

la calidad más perfecta

de la bondad.14


Philippe Soupault, uno de los que mejor han estu­diado la obra literaria de Nazim Hikmet, ha llegado a desentrañar los misterios de la aparente contradicción entre esa bondad y la condición del militante que, se­gún Stalin, debía ser «de acero».

«Nazim Hikmet, gracias a su genio, a su prodigioso don de simpatía supo ofrecer, a quienes le leyeron y escucharon, la maravilla que emanaba de su valentía, de su experiencia, de su sinceridad, de su humanidad. Gracias a él, la poesía expresaba el entusiasmo y la es­peranza. Todo era posible, más aún: todo era probable.»15

La fraternidad, otro de los rasgos comunes a los románticos militantes, está presente en toda la obra y la acción de Nazim Hikmet.

«Su primer poema y el último, son poemas fraternales. Habla a los hombres, a sus her­manos, sobre su existencia íntima, sobre su amor, sus viajes, sus experiencias, no porque quiere "contarles su vida" sino porque desea asociarlos a su vida.»16

De sus primeros poemas, los de su adolescencia, po­dríamos entresacar las ideas esenciales que marcan toda su obra posterior, las de un romanticismo más puro por ser tan joven.

¡Qué quieres!

los amigos tenían hambre

y nos comimos el dinero de las violetas17



le dice a la muchacha-niña a la cual quiso llevar un ramo de violetas.

En vez de hacer un poema patético sobre el camarada que marcha al paredón, el año 1930 escribía Nazim:



Puede morir esta noche

por una bala que quemará su pecho y su chaqueta

esta noche ha ido hacia la muerte

con sus propias piernas —¿Tienes un cigarrillo? —me dice. —Sí —le digo. —¿Cerillas? —No,

la bala puede servirte, le digo.

Ha cogido el cigarrillo

y se ha ido. Tal vez ahora, tendido sobre el suelo

tiene un cigarrillo apagado en los labios y una herida en el pecho.

Se ha ido.

Signo de multiplicación: se acabó.18


En 1929, durante una huelga de tranvías en Estam­bul, Nazim, de 27 años escribió un poema insólito ti­tulado: La ciudad que perdió su voz. Parece un poema de Maiakovski: humor, vigor, denuncia, esperanza y una mayor eficacia que cualquier artículo político so­bre la huelga.


La ciudad está vacía, completamente,

como mi bolsillo...

el asfalto se ha quedado mudo...19


Y en la ciudad paralizada por la huelga, describe tres borrachos, con pinceladas maestras; y el viento llevándose los carteles que anuncian los coches del se­ñor Ford, y las calles perforadas por el silbido de los policías, y la ciudad paralizada por la fuerza invencible de una decisión, la decisión de los conductores de tran­vía, unos desgraciados, piojosos, muertos de hambre que arrancan los carteles con la efigie del señor Ford,! carteles que se lleva el viento sobre el asfalto mudo, enmudecido por la decisión de unos piojosos; y tres borrachos que no se enteran,


Tres hombres tres hombres de pie;

el uno lleva un violín roto bajo el brazo, el segundo tocado de sombrero de copa y vestido de

frac,

y el tercero en cueros, como un mono peludo.

Y la calle se rasca la nuca:

hoy no habrá accidentes de circulación,

no se mueve ni una rueda,

no ronca un solo motor,

el viento -frunce el ceño...'20


Y cuando el combate en su Turquía natal le lleva hasta presidio, unas mazmorras sobre el mar como las del Conde de Montecristo; cuando sus compañeros, des­de la playa, le dicen adiós con los pañuelos rojos, el romántico militante dice:


Adiós, sin una palabra.

Las noches cerrarán el cerrojo.

Los años tejerán telarañas entre las rejas

y yo cantaré un canto de combate,

mi canto de prisión.


Volveremos a vernos, amigos míos,

sonreiremos juntos bajo el sol, combatiremos codo a codo...21

A este hombre le reprochaban algunos ser nieto de pacha, ponerse capa, tener mujeres, cantar por la calle, rechazar ofertas oficiales. Pero, en realidad, lo que les molestaba no era la capa, ni las mujeres en su vida, ni su origen aristocrático; les molestaba el hecho de que «ese turco» osara escribir una obra de teatro fus­tigando al burócrata, al «robot» estaliniano, al carrerista dentro de la sociedad soviética. Tampoco se lo perdonaron a Maiakovski, que no era turco ni nieto de pacha. ¿Qué se había creído el melenudo ése, el turco refu­giado? ¿Por qué no se iba a su país? ¿Por qué no se li­mitaba a escribir poemas al cielo de Anatolia? ¿Por qué había osado escribir ese Ivan Ivanovich que causó el deleite de los contrarrevolucionarios «agazapados» en Stalinabad y en Riga? En Moscú no se saldría con la suya. Moscú era la ciudadela de la «pureza de clase» y ese Ivan Ivanovich iría, sencillamente, al cesto. Y contento podía estar el insolente turco de que no fuera detenido ni desterrado pues en los añorados tiem­pos de Josif Vasirionovich, habría ido a parar a la cárcel o estaría haciendo malvas junto a Kamenev, Zinóviev y Bela Kun, ese extranjero que también se metió donde no le llamaban.

En plena hostilidad larvada contra Nazim, éste «osa­ba» declarar a «Lettres Francaises» después de haber permitido que «Temps Modernes» de Jean Paul Sartre publicase íntegro su Ivan Ivanovich:

«Considero que el escritor no debe temer abordar todas las cuestiones que se plantean en una sociedad en construcción, incluidas sus contradicciones.» 22

No opinaban igual los burócratas de la Unión de Es­critores. Exponer las contradicciones de la construc­ción del socialismo es «dar armas al enemigo de clase», tesis mil veces desbaratada por Lenin que dijo incan­sablemente: «La verdad es revolucionaria.» Y lo repite hoy Fidel Castro:

«Porque hay una diferencia entre el revolu­cionario y el reaccionario y es que el revolu­cionario no miente, no puede mentir; vive de convicciones íntimas, de motivaciones profun­das, Y la mentira es una violación del carácter; una violación de los sentimientos más íntimos del hombre; la mentira es el arma de los que no tienen razón, del que no tiene argumento, del que desprecia a los demás y, sobre todo, des-' precia al pueblo.

»El arma del revolucionario es la verdad.» 23

Pero la verdad, para los burócratas sectarios y ali­cortos es un «cuento». Falsifican la historia, sacan a Trotski de la historia de la revolución rusa, ponen Sta-lin donde no estaba, vuelven a quitarlo sacándolo de donde sí estaba; inventan contrarrevolucionarios en Praga, y fabrican procesos con pruebas «irrefutables». Contra esa verdad se levantó Nazim, toda su vida. Se engañó muchas veces pero en lo superficial. Y vio claro.

Las palabras ya no me embriagan, ni las ajenas, ni las mías.24

Se hace vigilante, recordando el Bdéíe! de Fucik: una vigilancia que no tiene nada que ver con la descon­fianza, ajena al romántico.

He atravesado un bosque de ídolos abatiéndolos con mi hacha, ¡Con qué facilidad se desplomaban! puse a prueba mis creencias

y

-felizmente,

algunas no resultaron aleaciones.25


Ni siquiera pretende que todo fue de ley en sus convicciones. Y en esta constatación, en esta valerosa sinceridad se expresa también su romanticismo. Iba a por lo auténtico. Cuando le preguntaron lo que pen­saba de la consigna maoísta de «las cien flores», Nazim Hikmet contestó:

«Estoy a favor de «las cien flores» a condi­ción de que entre estas cien flores haya, por lo menos, una flor de arte socialista que no sea una flor de papel.»25


Notas

1. Nazim hikmet, Anthologie Poetique (París 1964).

2. Nazim hikmet, Ivan Ivanovich (Paris 1962).

4. 3. Alexander tvardovski, U Soldado Tiomkin. (Existe una ver­sión castellana en «Literatura Soviética», revista en varios idio­mas editada en Moscú.) Nazim hikmet, Anthologie Poetique, ob, cit.

5. Nazim hikmet, C'est un dur metier que l'exil (París 1957).

6. Poema de Pablo Neruda escrito en su exilio de Praga.

7. Nazim hikmet, Anthologie poetique, ob. cit.

8. Ibid.

9. Ibid.

10. Ibid.

11. Nazim hikmet, Les romantiques, novela (París).

12. Memet, hijo de Nazim Hikmet y Cecíle Harim, de Saló­nica.

13. Nazim hikmet, Anthologie Poetique, ob. cit.

14. Ibid.

15. Ibid.

16. Ibid.

17. Ibid.

18. Ibid.

19. Ibid.

20. Ibid.

21. Ibid.

22. Ibid.

23. Joan queralt, Apuntes de un viaje a Fidel, «Cuadernos para el Diálogo» (Madrid, junio 1973).

24. Nazim hikmet, Anthologie poetique, ob. cit.

25. Ibid.

Fuente: Kaos en la red

YO SOY COMUNISTA

Yo soy comunista
Porque no veo una mejor economía en el mundo que el comunismo.

Yo soy comunista
Porque sufro al ver a la gente sufrir.

Yo soy comunista
Porque creo en la utopía de una sociedad justa.

Yo soy comunista
Porque cada uno debe tener lo que necesita y dar lo que puede.

Yo soy comunista
Porque yo creo que la felicidad es la solidaridad humana.

Yo soy comunista
Porque yo creo que todas las personas tienen derecho a la vivienda, la salud, la educación, el empleo decente, la jubilación.

Yo soy comunista
Porque no creo en ningún dios.

Yo soy comunista
Porque nadie ha encontrado aún una idea mejor.

Yo soy comunista
Porque yo creo en los seres humanos.

Yo soy comunista
Porque espero que un día toda la humanidad sea comunista.

Yo soy comunista
Porque muchas de las mejores personas en el mundo fueron y son comunistas.

Yo soy comunista
Porque detesto la hipocresía y amo la verdad.

Yo soy comunista
Porque no hay distinción entre yo y los demás.

Yo soy comunista
Porque estoy contra el libre mercado.

Yo soy comunista
Porque quiero luchar toda la vida por el bien de la humanidad.

Yo soy comunista
Porque el pueblo unido jamás será vencido.

Yo soy comunista
Porque usted puedo cometer errores, pero no hasta el punto de ser un capitalista.

Yo soy comunista
Porque amo la vida y lucho a tu lado.

Yo soy comunista
Porque que muy pocas personas son comunistas.

Yo soy comunista
Porque algunos dicen ser comunista y no lo son.

Yo soy comunista
Porque la explotación del hombre por el hombre existe porque no hay comunismo.

Yo soy comunista
Porque mi mente y mi corazón son comunistas.

Yo soy comunista
Porque soy importante todos los días.

Yo soy comunista
Porque la cooperación entre los pueblos es el único camino a la paz entre los hombres.

Yo soy comunista
Porque la responsabilidad de tanta miseria de la humanidad es de todos aquellos que no son comunistas.

Yo soy comunista
Porque no quiero el poder personal, sino el poder del pueblo.

Yo soy comunista
Porque nadie ha logrado convencerme de que no lo sea

TRAIDOR A LA PATRIA

«Nâzim Hikmet sigue traicionando a su patria.
Ha dicho: "Somos a medias una colonia del imperialismo americano".
Nâzim Hikmet sigue traicionando a su patria».
Esto lo ha sacado publicado un periódico de Ankara, a tres columnas y con exclamaciones en negrita,
en un periódico de Ankara, al lado de la fotografía del almirante Williamson,
el almirante americano sonríe de oreja a oreja dentro de un cuadrado de 66 centímetros
América ha donado 120 millones de liras a nuestro presupuesto, 120 millones de liras.
«Hikmet ha dicho: "Somos a medias una colonia del imperialismo americano".
Nâzim Hikmet sigue traicionando a su patria».

Sí, soy un traidor a la patria, si ustedes son patriotas, si ustedes aman
a su país, entonces yo soy un traidor a mi país, un traidor a mi patria.
Si la patria son sus fincas,
si la patria son sus cajas fuertes y los talonarios de cheques que guardan dentro,
si la patria es morir de hambre en las cunetas,
si la patria es tiritar de frío como perros y en verano retorcerse por culpa del paludismo,
si la patria es chuparnos nuestra roja sangre en vuestras fábricas,
si la patria son las pezuñas de vuestros agaes,
si la patria es vuestro devocionario, la porra del policía,
la patria, vuestros fondos, vuestros salarios,
la patria, las bases, las bombas, los cañones de la armada americana,
la patria, no liberarse de nuestras podridas tinieblas
entonces yo soy un traidor a la patria.
Escriban a tres columnas, con exclamaciones en negrita:
"Nâzim Hikmet sigue traicionando a su patria"

Hazim Hikmet Y Pablo Neruda

"AQUÍ VIENE NAZIM HIKMET", POEMA DE PABLO NERUDA

NAZIM, de las prisiones
recién salido,
me regaló su camisa bordada
con hilos de oro rojo
como su poesía.

Hilos de sangre turca
son sus versos,
fábulas verdaderas
con antigua inflexión, curvas o rectas,
como alfanjes o espadas,
sus clandestinos versos
hechos para enfrentarse
con todo el mediodía de la luz,
hoy son como las armas escondidas,
brillan bajo los pisos,
esperan en los pozos,
bajo la oscuridad impenetrable
de los ojos oscuros
de su pueblo.
De sus prisiones vino
a ser mi hermano
y recorrimos juntos
las nieves esteparias
y la noche encendida
con nuestras propias lámparas.

Aquí está su retrato
para que no se olvide su figura:

Es alto
como una torre
levantada en la paz de las praderas
y arriba
dos ventanas:
sus ojos
con la luz de Turquía.

Errantes
encontramos
la tierra firme bajo nuestros pies,
la tierra conquistada
por héroes y poetas,
las calles de Moscú, la luna llena
floreciendo en los muros,
las muchachas
que amamos,
el amor que adoramos,
la alegría,
nuestra única secta,
la esperanza total que compartimos,
y más que todo
una lucha
de pueblos
donde son una gota y otra gota,
gotas del mar humano,
sus versos y mis versos.

Pero
detrás de la alegría de Nazim
hay hechos,
hechos como maderos
o como fundaciones de edificios.

Años
de silencio y presidio.
Años
que no lograron
morder, comer, tragarse
su heroica juventud.

Me contaba
que por más de diez años
le dejaron
la luz de la bombilla eléctrica
toda la noche y hoy
olvida cada noche,
deja en la libertad
aún la luz encendida.
Su alegría
tiene raíces negras
hundidas en su patria
como flor de pantanos.
Por eso
cuando rie,
cuando ríe Nazim,
Nazim Hikmet,
no es como cuando ríes:
es más blanca su risa,
en él ríe la luna,
la estrella,
el vino,
la tierra que no muere,
todo el arroz saluda con su risa,
todo su pueblo canta por su boca.

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