Valencia en la memoria republicana
El 7 de noviembre de 2016 se inauguraba en Valencia la Exposición Valencia, capital de la República (1936-37), coincidiendo con el 80 aniversario del traslado del Gobierno de la República a la ciudad levantina. La Exposición, organizada en el Centro Cultural La Nau de la Universidad de Valencia, estaba al principio prevista hasta el 19 de febrero de 2017, pero, dado el interés suscitado, se decidió prolongarla hasta el 26 de marzo.
Valiosísimo complemento de la Exposición es el magnífico catálogo (353 páginas), en lengua valenciana, con una traducción al castellano, en el que colaboraron destacados expertos, la mayoría profesores de la Universidad de Valencia, con artículos documentadísimos sobre los diferentes temas tratados visual y textualmente en la Exposición.
La tarea que le esperaba a aquel Gobierno era titánica, ya que quedaba mucho por hacer, o como bien dijo el artista plástico valenciano- pintor, cartelista, escultor-, Rafael Pérez Cantel: “Tot està per fer” (“Todo está por hacer”).
El traslado a Valencia no significaba que Madrid hubiese dejado de ser la capital de España, sino que, temporalmente, el Gobierno de la nación había decidido establecerse en la ciudad levantina. El contexto en el que el Gobierno de la Segunda República se trasladó a Valencia es de todos conocido. Ante el asedio al que estaba sometida la capital por las tropas franquistas, el Gobierno republicano decidía trasladarse a Valencia que, durante casi once meses, hasta finales de octubre de 1937, se convirtió en la ciudad de la cultura, de las decisiones políticas importantes y de los cambios que apuntaban a una nueva sociedad más igualitaria y democrática.
El traslado a Valencia significó la instalación en edificios de la ciudad levantina de los diferentes ministerios y otros organismos, empezando por la Presidencia de la República y la del Gobierno.
Después del Gobierno monocolor de José Giral, constituido únicamente por ministros de los partidos republicanos, el de Francisco Largo Caballero, al que Azaña, presidente de la República, pidió formar nuevo Gobierno, trataba de que éste fuera lo más acorde posible con la coalición del Frente Popular. Constituido en septiembre de 1936, el nuevo Gobierno, además del socialista Largo Caballero, que ocupaba junto con la Presidencia, la cartera de Guerra, estaba integrado por otros cinco socialistas, entre los cuales destacaban Julio Álvarez del Vayo, en Estado (Asuntos Exteriores), Indalecio Prieto, en Marina y Aire, y Juan Negrín, en Hacienda; dos comunistas Jesús Hernández, en Instrucción Pública, y Vicente Uribe, en Agricultura; dos de Izquierda Republicana, y uno de Unión Republicana; y, por último, dos ministros en representación del nacionalismo vasco y del nacionalismo catalán, respectivamente. De este Gobierno frentepopulista no formaban parte los anarquistas, aunque entre ellos, ya fuera entre las bases o entre los dirigentes de la CNT, iba imponiéndose cada vez más la idea de entrar a formar parte del Gobierno.
En la reorganización ministerial llevada a cabo por Largo Caballero el 4 de noviembre de 1936, no hubo cambios respecto de los ministros socialistas, que siguieron siendo los mismos, ni tampoco de los dos ministros comunistas, pero sí los hubo con la entrada de cuatro ministros anarquistas de la CNT, entre otros García Oliver, en Justicia, y Federica Montseny, en Sanidad, así como con la incorporación de dos nuevos ministros de Izquierda Republicana, Julio Just, en Obras Públicas, y Carlos Esplá, en Propaganda. Los dos ministros de partidos nacionalistas, uno del PNV y el otro de Esquerra Republicana, pasaban a ser ministros sin cartera. Sería este Gobierno el que tomaría la decisión de trasladarse a Valencia.
La Exposición está compuesta por más de 450 carteles, fotografías, periódicos y archivos. La mayoría de los carteles, algunos de Josep Renau, son vehementes llamamientos a la lucha en diversos frentes: la alfabetización, la educación popular, la cultura, la sanidad y la salud pública, la defensa de la República, la liberación de la mujer, la protección de la infancia. Los hay también contra los acaparadores que, aprovechándose de la escasez de alimentos, detraían víveres para, luego, venderlos más caros en el mercado negro.
Entre los ejes o bloques temáticos en torno a los cuales se articula la Exposición, merecen especial mención algunos, a los que vamos a referirnos.
En primer lugar, las mujeres, las cuales adquieren un protagonismo político y social que no habían conocido hasta entonces. Se asiste en aquellos años a una creciente politización de la mujer, su incorporación al trabajo remunerado y también a empleos reservados antes a los hombres. Las mujeres van a participar ampliamente en la vida política, cívica y cultural. Crearán organizaciones propias y desarrollarán en la retaguardia múltiples actividades culturales y asistenciales. Ya desde su inicio, la Segunda República había propiciado la participación de la mujer en la actividad política y su movilización social, pero la guerra contribuyó a incrementarlas, con la incorporación de un número creciente de mujeres trabajadoras a los sindicatos obreros: la UGT había pasado de 18.000 afiliadas en 1929 a más de 100.000 en 1936, mientras que la CNT decía tener más de 142.000 afiliadas.
Con el traslado masivo de los hombres al frente, las necesidades económicas y la falta de brazos en la producción propiciaron un incremento de las mujeres en fábricas y talleres, así como en las faenas agrícolas. El decreto de noviembre de 1936, de Largo Caballero, de reorganización de las Milicias Populares y la difusión de la consigna “Hombres al frente, mujeres al trabajo; hombres al frente, mujeres a la retaguardia” impulsó desde Valencia la incorporación de las mujeres al trabajo. Después de este decreto, Mundo Obrero explicaba esta consigna con las siguientes palabras:
“En los primeros días de la sublevación, las mujeres supieron comprender que lo urgente era hacer crecer el entusiasmo de que se lanzaban a la lucha, y se unieron a ellos, empuñando a su vez las armas. Las mujeres han cumplido su deber. Pero ahora el deber principal es reintegrarse a la retaguardia. La marcha de la nación no debe ser interrumpida por la falta de brazos. Esos brazos deben ser aportados por la mujer. En montones de pancartas llevadas por mujeres se podía leer: “Fábricas y talleres para nosotras. Los hombres al frente. Viva la CNT-UGT”.
La presencia de una mujer, la anarquista Federica Montseny, al frente del Ministerio de Sanidad del Gobierno Largo Caballero desde noviembre de 1936, imprimió nuevo impulso al movimiento de emancipación femenino. La Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) desempeñó en este sentido un importante papel durante los años de la República y de la guerra. Creada en 1933 como organización unitaria de mujeres de diferentes ideologías, ya fueran republicanas, socialistas, comunistas o no adscritas a ningún partido político, llegó a tener durante la guerra 60.000 afiliadas, convirtiéndose en la organización femenina más importante en territorio republicano.
Otro eje temático importante de la Exposición es el relacionado con la Sanidad y las políticas de Salud. Con la proclamación de la Segunda República se inicia un periodo de importantes reformas, en las que la sanidad rural pasó al primer plano de la acción política. La Conferencia de Higiene Rural, celebrada en Ginebra en 1931 por la Sociedad de Naciones, fue una iniciativa del Gobierno español. No hay que olvidar que la mayoría de la población española vivía en el medio rural, y que era particularmente importante fomentar la higiene de los hábitos de vida mediante la educación y la propaganda, sin olvidar la coordinación de políticas públicas de Salud. Dentro de esta preocupación del Gobierno de la República por la salud pública, un paso más fue la creación el 4 de noviembre de 1936 del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que no tenía precedentes, al que se le adjudicaron competencias que anteriormente dependían sobre todo de los ministerios de Gobernación (Interior) y de Trabajo. La creación de este Ministerio por el Gobierno del Frente Popular coincidió con el traslado de dicho Gobierno a Valencia, por lo que su puesta en marcha se va a realizar desde la ciudad levantina. El nuevo Ministerio impulsó la creación de un Consejo Nacional de Sanidad y de otro de Asistencia Social.
Surgido en plena guerra, el Ministerio de Sanidad procuró sobre todo evitar que brotaran epidemias, con cuyo fin la salud pública tuvo que adaptarse a la situación bélica, con pobres recursos y un presupuesto ínfimo, dado que la campaña militar dejaba exhaustas las arcas públicas. Los problemas a los que había que hacer frente eran numerosos, sobre todo los de la organización sanitaria, el estado epidemológico de la población y los problemas que planteaba la evacuación de los refugiados. El modelo adoptado por el gobierno de la República en los servicios de salud pública se inspiraba directamente en las directrices del Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones. Se trataba de unificar el funcionamiento a partir de un organismo central en Madrid, dotado de una serie de secciones técnicas dedicadas a: epidemología, estadística, lucha antituberculosa, antileprosa, antipalúdica, antitracomatosa, anticancerosa, contra la mortalidad infantil, sanidad marítima y de fronteras, transportes, escuela nacional de sanidad, instituto de terapéutica experimental, instituto nacional de salud pública, higiene mental y lucha antialcohólica e higiene industrial.
El Ministerio creó la “cartilla sanitaria del combatiente”, y, pensando en que el estado de guerra tendría repercusiones en las condiciones psíquicas de los soldados, creó dos casas de reposo para combatientes de la Marina y del ejército del Aire. También se preocupó de las condiciones de acogida, mantenimiento y educación de los niños abandonados y de la creación de hogares infantiles, no solo para esos niños, sino también para los huérfanos de guerra, aunque en eso las competencias del Ministerio de Sanidad interferían con las del Ministerio de Instrucción Pública. No obstante, el Ministerio de Sanidad se encargará de la evacuación de los niños fuera del país. Fue durante la instalación del Gobierno republicano en Valencia cuando se empezó a organizar la Escuela de Puericultura y se sentaron las bases para la creación del Instituto de Higiene de la Alimentación.
A mediados de 1937 se intensificó la lucha antivenérea, con campañas de propaganda y de educación sexual, que incluían la distribución de preservativos. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos del Gobierno de la República, la guerra colapsó el normal funcionamiento de los servicios de sanidad, lo que, unido a las deficiencias alimentarias, contribuyó a que fuera imposible evitar la progresiva degradación de las condiciones de salud de la población.
En el ámbito del arte y de la cultura visual, asistimos en Valencia a un extraordinario resurgir de la creatividad artística de vanguardia. Frente al esteticismo de décadas anteriores, se pone de relieve la función social del arte y el compromiso del artista con la sociedad. La Dirección General de Bellas Artes, con Josep Renau al frente, dependía del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, dirigido por el comunista Jesús Hernández. Con el Ministerio colaboró estrechamente la organización Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, que contaba con su sección de Artes Plásticas.
La propaganda política encontró su máxima expresión en el cartelismo. Como señalaba Josep Renau, el cartelismo publicitario sirvió de modelo para el cartel político y de guerra. Para Renau, el cartel político debía constituirse como posible recipiente de un impulso nuevo de creación. En el cartelismo de la guerra predominaba el realismo como medio más eficaz de transmitir su mensaje más rápido y nítidamente. No obstante, otras corrientes como el expresionismo tuvieron también cabida en la plástica valenciana.
El periódico mural fue otro de los medios expresivos del arte de guerra. Era una producción gráfica y textual, fomentada por el Subcomisariado de Propaganda, y que servía en el frente para informar y educar a los soldados.
Valencia se convirtió en capital de la Cultura de la República, con una proyección internacional y la mirada del mundo entero puesta en ella. No era para menos: el 4 de julio de 1937 se inauguraba en la sala de sesiones del Ayuntamiento el II Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, en el que participaron intelectuales de la talla de André Malraux, Tristan Tzara, Alejo Carpentier, Octavio Paz y Pablo Neruda. Fue un gesto extraordinario de solidaridad de los intelectuales antifascistas del mundo entero con la República española.
El 2 de octubre de 1937 tenía lugar la última sesión de las Cortes republicanas celebrada en Valencia. El 31 de octubre el Gobierno hacía público el decreto por el cual anunciaba su traslado a Barcelona, en vista de la gravedad de la situación militar provocada por la caída del Norte en manos franquistas. Valencia recobraba la calma de una ciudad de provincias, sin olvidar, no obstante, la extraordinaria y enriquecedora experiencia de once meses de “capitalidad”, que esta Exposición ha sabido plasmar con notable sensibilidad y acierto.
María Rosa de Madariaga (Fuente: Crónica Popular)
El 7 de noviembre de 2016 se inauguraba en Valencia la Exposición Valencia, capital de la República (1936-37), coincidiendo con el 80 aniversario del traslado del Gobierno de la República a la ciudad levantina. La Exposición, organizada en el Centro Cultural La Nau de la Universidad de Valencia, estaba al principio prevista hasta el 19 de febrero de 2017, pero, dado el interés suscitado, se decidió prolongarla hasta el 26 de marzo.
Valiosísimo complemento de la Exposición es el magnífico catálogo (353 páginas), en lengua valenciana, con una traducción al castellano, en el que colaboraron destacados expertos, la mayoría profesores de la Universidad de Valencia, con artículos documentadísimos sobre los diferentes temas tratados visual y textualmente en la Exposición.
La tarea que le esperaba a aquel Gobierno era titánica, ya que quedaba mucho por hacer, o como bien dijo el artista plástico valenciano- pintor, cartelista, escultor-, Rafael Pérez Cantel: “Tot està per fer” (“Todo está por hacer”).
El traslado a Valencia no significaba que Madrid hubiese dejado de ser la capital de España, sino que, temporalmente, el Gobierno de la nación había decidido establecerse en la ciudad levantina. El contexto en el que el Gobierno de la Segunda República se trasladó a Valencia es de todos conocido. Ante el asedio al que estaba sometida la capital por las tropas franquistas, el Gobierno republicano decidía trasladarse a Valencia que, durante casi once meses, hasta finales de octubre de 1937, se convirtió en la ciudad de la cultura, de las decisiones políticas importantes y de los cambios que apuntaban a una nueva sociedad más igualitaria y democrática.
El traslado a Valencia significó la instalación en edificios de la ciudad levantina de los diferentes ministerios y otros organismos, empezando por la Presidencia de la República y la del Gobierno.
Después del Gobierno monocolor de José Giral, constituido únicamente por ministros de los partidos republicanos, el de Francisco Largo Caballero, al que Azaña, presidente de la República, pidió formar nuevo Gobierno, trataba de que éste fuera lo más acorde posible con la coalición del Frente Popular. Constituido en septiembre de 1936, el nuevo Gobierno, además del socialista Largo Caballero, que ocupaba junto con la Presidencia, la cartera de Guerra, estaba integrado por otros cinco socialistas, entre los cuales destacaban Julio Álvarez del Vayo, en Estado (Asuntos Exteriores), Indalecio Prieto, en Marina y Aire, y Juan Negrín, en Hacienda; dos comunistas Jesús Hernández, en Instrucción Pública, y Vicente Uribe, en Agricultura; dos de Izquierda Republicana, y uno de Unión Republicana; y, por último, dos ministros en representación del nacionalismo vasco y del nacionalismo catalán, respectivamente. De este Gobierno frentepopulista no formaban parte los anarquistas, aunque entre ellos, ya fuera entre las bases o entre los dirigentes de la CNT, iba imponiéndose cada vez más la idea de entrar a formar parte del Gobierno.
En la reorganización ministerial llevada a cabo por Largo Caballero el 4 de noviembre de 1936, no hubo cambios respecto de los ministros socialistas, que siguieron siendo los mismos, ni tampoco de los dos ministros comunistas, pero sí los hubo con la entrada de cuatro ministros anarquistas de la CNT, entre otros García Oliver, en Justicia, y Federica Montseny, en Sanidad, así como con la incorporación de dos nuevos ministros de Izquierda Republicana, Julio Just, en Obras Públicas, y Carlos Esplá, en Propaganda. Los dos ministros de partidos nacionalistas, uno del PNV y el otro de Esquerra Republicana, pasaban a ser ministros sin cartera. Sería este Gobierno el que tomaría la decisión de trasladarse a Valencia.
La Exposición está compuesta por más de 450 carteles, fotografías, periódicos y archivos. La mayoría de los carteles, algunos de Josep Renau, son vehementes llamamientos a la lucha en diversos frentes: la alfabetización, la educación popular, la cultura, la sanidad y la salud pública, la defensa de la República, la liberación de la mujer, la protección de la infancia. Los hay también contra los acaparadores que, aprovechándose de la escasez de alimentos, detraían víveres para, luego, venderlos más caros en el mercado negro.
Entre los ejes o bloques temáticos en torno a los cuales se articula la Exposición, merecen especial mención algunos, a los que vamos a referirnos.
En primer lugar, las mujeres, las cuales adquieren un protagonismo político y social que no habían conocido hasta entonces. Se asiste en aquellos años a una creciente politización de la mujer, su incorporación al trabajo remunerado y también a empleos reservados antes a los hombres. Las mujeres van a participar ampliamente en la vida política, cívica y cultural. Crearán organizaciones propias y desarrollarán en la retaguardia múltiples actividades culturales y asistenciales. Ya desde su inicio, la Segunda República había propiciado la participación de la mujer en la actividad política y su movilización social, pero la guerra contribuyó a incrementarlas, con la incorporación de un número creciente de mujeres trabajadoras a los sindicatos obreros: la UGT había pasado de 18.000 afiliadas en 1929 a más de 100.000 en 1936, mientras que la CNT decía tener más de 142.000 afiliadas.
Con el traslado masivo de los hombres al frente, las necesidades económicas y la falta de brazos en la producción propiciaron un incremento de las mujeres en fábricas y talleres, así como en las faenas agrícolas. El decreto de noviembre de 1936, de Largo Caballero, de reorganización de las Milicias Populares y la difusión de la consigna “Hombres al frente, mujeres al trabajo; hombres al frente, mujeres a la retaguardia” impulsó desde Valencia la incorporación de las mujeres al trabajo. Después de este decreto, Mundo Obrero explicaba esta consigna con las siguientes palabras:
“En los primeros días de la sublevación, las mujeres supieron comprender que lo urgente era hacer crecer el entusiasmo de que se lanzaban a la lucha, y se unieron a ellos, empuñando a su vez las armas. Las mujeres han cumplido su deber. Pero ahora el deber principal es reintegrarse a la retaguardia. La marcha de la nación no debe ser interrumpida por la falta de brazos. Esos brazos deben ser aportados por la mujer. En montones de pancartas llevadas por mujeres se podía leer: “Fábricas y talleres para nosotras. Los hombres al frente. Viva la CNT-UGT”.
La presencia de una mujer, la anarquista Federica Montseny, al frente del Ministerio de Sanidad del Gobierno Largo Caballero desde noviembre de 1936, imprimió nuevo impulso al movimiento de emancipación femenino. La Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) desempeñó en este sentido un importante papel durante los años de la República y de la guerra. Creada en 1933 como organización unitaria de mujeres de diferentes ideologías, ya fueran republicanas, socialistas, comunistas o no adscritas a ningún partido político, llegó a tener durante la guerra 60.000 afiliadas, convirtiéndose en la organización femenina más importante en territorio republicano.
Otro eje temático importante de la Exposición es el relacionado con la Sanidad y las políticas de Salud. Con la proclamación de la Segunda República se inicia un periodo de importantes reformas, en las que la sanidad rural pasó al primer plano de la acción política. La Conferencia de Higiene Rural, celebrada en Ginebra en 1931 por la Sociedad de Naciones, fue una iniciativa del Gobierno español. No hay que olvidar que la mayoría de la población española vivía en el medio rural, y que era particularmente importante fomentar la higiene de los hábitos de vida mediante la educación y la propaganda, sin olvidar la coordinación de políticas públicas de Salud. Dentro de esta preocupación del Gobierno de la República por la salud pública, un paso más fue la creación el 4 de noviembre de 1936 del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que no tenía precedentes, al que se le adjudicaron competencias que anteriormente dependían sobre todo de los ministerios de Gobernación (Interior) y de Trabajo. La creación de este Ministerio por el Gobierno del Frente Popular coincidió con el traslado de dicho Gobierno a Valencia, por lo que su puesta en marcha se va a realizar desde la ciudad levantina. El nuevo Ministerio impulsó la creación de un Consejo Nacional de Sanidad y de otro de Asistencia Social.
Surgido en plena guerra, el Ministerio de Sanidad procuró sobre todo evitar que brotaran epidemias, con cuyo fin la salud pública tuvo que adaptarse a la situación bélica, con pobres recursos y un presupuesto ínfimo, dado que la campaña militar dejaba exhaustas las arcas públicas. Los problemas a los que había que hacer frente eran numerosos, sobre todo los de la organización sanitaria, el estado epidemológico de la población y los problemas que planteaba la evacuación de los refugiados. El modelo adoptado por el gobierno de la República en los servicios de salud pública se inspiraba directamente en las directrices del Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones. Se trataba de unificar el funcionamiento a partir de un organismo central en Madrid, dotado de una serie de secciones técnicas dedicadas a: epidemología, estadística, lucha antituberculosa, antileprosa, antipalúdica, antitracomatosa, anticancerosa, contra la mortalidad infantil, sanidad marítima y de fronteras, transportes, escuela nacional de sanidad, instituto de terapéutica experimental, instituto nacional de salud pública, higiene mental y lucha antialcohólica e higiene industrial.
El Ministerio creó la “cartilla sanitaria del combatiente”, y, pensando en que el estado de guerra tendría repercusiones en las condiciones psíquicas de los soldados, creó dos casas de reposo para combatientes de la Marina y del ejército del Aire. También se preocupó de las condiciones de acogida, mantenimiento y educación de los niños abandonados y de la creación de hogares infantiles, no solo para esos niños, sino también para los huérfanos de guerra, aunque en eso las competencias del Ministerio de Sanidad interferían con las del Ministerio de Instrucción Pública. No obstante, el Ministerio de Sanidad se encargará de la evacuación de los niños fuera del país. Fue durante la instalación del Gobierno republicano en Valencia cuando se empezó a organizar la Escuela de Puericultura y se sentaron las bases para la creación del Instituto de Higiene de la Alimentación.
A mediados de 1937 se intensificó la lucha antivenérea, con campañas de propaganda y de educación sexual, que incluían la distribución de preservativos. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos del Gobierno de la República, la guerra colapsó el normal funcionamiento de los servicios de sanidad, lo que, unido a las deficiencias alimentarias, contribuyó a que fuera imposible evitar la progresiva degradación de las condiciones de salud de la población.
En el ámbito del arte y de la cultura visual, asistimos en Valencia a un extraordinario resurgir de la creatividad artística de vanguardia. Frente al esteticismo de décadas anteriores, se pone de relieve la función social del arte y el compromiso del artista con la sociedad. La Dirección General de Bellas Artes, con Josep Renau al frente, dependía del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, dirigido por el comunista Jesús Hernández. Con el Ministerio colaboró estrechamente la organización Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, que contaba con su sección de Artes Plásticas.
La propaganda política encontró su máxima expresión en el cartelismo. Como señalaba Josep Renau, el cartelismo publicitario sirvió de modelo para el cartel político y de guerra. Para Renau, el cartel político debía constituirse como posible recipiente de un impulso nuevo de creación. En el cartelismo de la guerra predominaba el realismo como medio más eficaz de transmitir su mensaje más rápido y nítidamente. No obstante, otras corrientes como el expresionismo tuvieron también cabida en la plástica valenciana.
El periódico mural fue otro de los medios expresivos del arte de guerra. Era una producción gráfica y textual, fomentada por el Subcomisariado de Propaganda, y que servía en el frente para informar y educar a los soldados.
Valencia se convirtió en capital de la Cultura de la República, con una proyección internacional y la mirada del mundo entero puesta en ella. No era para menos: el 4 de julio de 1937 se inauguraba en la sala de sesiones del Ayuntamiento el II Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, en el que participaron intelectuales de la talla de André Malraux, Tristan Tzara, Alejo Carpentier, Octavio Paz y Pablo Neruda. Fue un gesto extraordinario de solidaridad de los intelectuales antifascistas del mundo entero con la República española.
El 2 de octubre de 1937 tenía lugar la última sesión de las Cortes republicanas celebrada en Valencia. El 31 de octubre el Gobierno hacía público el decreto por el cual anunciaba su traslado a Barcelona, en vista de la gravedad de la situación militar provocada por la caída del Norte en manos franquistas. Valencia recobraba la calma de una ciudad de provincias, sin olvidar, no obstante, la extraordinaria y enriquecedora experiencia de once meses de “capitalidad”, que esta Exposición ha sabido plasmar con notable sensibilidad y acierto.
María Rosa de Madariaga (Fuente: Crónica Popular)
Cartel que exalta la labor de alfabetización de las Milicias de la Cultura
La manifestación organizada por las mujeres de Valencia para pedir la ida al frente de todos los hombres en condiciones de hacerlo.
Llamamiento de la Agrupación de Mujeres Antifascistas
Cartel del Ministerio de Sanidad
Cartel de Josep Renau para el Ministerio de Agricultura
Cartel del Ministerio de Instrucción Pública
Cartel del Socorro Rojo Internacional de ayuda al niño
Cartel del Ministerio de Sanidad