LA CULTURA, PATRIMONIO DEL PUEBLO
Los poetas que fueron compañeros de camino del proletariado español hoy son sus camaradas de guerra. Algunos llevan fusil: Miguel Hernández va con el «Campesino»; Lorenzo Varela, con el tren blindado. Ellos conocen ya las balas, y la verdad de la muerte, y el agobio de una ciudad sitiada, y el ruido del motor; ellos sienten por su sangre todo el torrente de fe de nuestra España abierta, con su pecho sangrando y sus lirios rojos de esperanza.
Un poeta no necesita morirse para saber lo que es la muerte, ni ser Aquiles para conseguir ser Homero. Yo he visto a la poesía llegar de Málaga con Emilio Prados, y sé que está nutriéndose de poesía en Asturias César Arconada. He visto a miles de campesinos escuchar los poemas de Alberti y a los niños de Cataluña repetir en sus colegios: “Catalanes: Cataluña -vuestra hermosa tierra-, tan de vuestros corazones como tan hermana nuestra...”
Y en los frentes andaluces, resonar la franca canción de Serrano Plaja, y aplaudir los hombres barbudos, los hombres silenciosos, los fuertes y duros hombres de la guerra, la gracia más que juvenil, niña aún, de Antonio Aparicio. Y todos vosotros, a través de la radio, ¿no escuchasteis con ansia al poeta León Felipe, aquel poeta que vino de Panamá a partir nuestro pan de lágrimas?
Hace unos días se alejaba Antonio Machado, poeta mayor. Y se alejaba de Madrid con tanta pena al ver que sus pies no responden ya a sus bríos, que el comandante Carlos y todos esos jóvenes jefes del 5.° Regimiento que combaten pensando en el futuro, estuvieron suspensos, conmovidos.
Cuando el 5° Regimiento quiere estar de fiesta, cuando viste su traje de lujo y descansa de las tareas circunstanciales de la guerra, se ocupa de los sabios, de los pintores, de los poetas y músicos: olvida el presente, y son los hijos de los milicianos los que ve con roda la avaricia que le permite el enorme egoísmo del triunfador, porque la guerra es tránsito, y la guerra se hace para afirmar la vida, y la vida es paz.
Pensando en ello, pensando en la paz, los hombres de la guerra ponen a salvo a los intelectuales que han de entregar a sus hijos el patrimonio cultural de España.
Todo aquel que haya visto la guerra, visto la guerra con el corazón, no con los ojos, sentido la guerra con las entrañas, no con la piel, sabe que la cultura está amenazada. Defensa de la cultura, defensa de nuestro porvenir, defensa de nuestro derecho a encontrarnos cantando en una vida nueva: defensa de nuestros poetas, de nuestra poesía, eso es lo que se llevan en sus fusiles los soldados del pueblo.
El miliciano de la aldea más lejana, el que no puede aprender a leer, el que sabe que por tradición oral la sabiduría del pueblo comprende perfectamente que es el fascismo el que quema los libros, mientras nosotros guardamos en nuestros museos el viejo arte religioso: que son los enemigos los que convierten las custodias de los antiguos orfebres en lingotes de oro con que poder pagar al extranjero la destrucción de España; que son los incultos generales facciosos, que jamás visitaron el Prado ni la Biblioteca Nacional, los que han mandado incendiarlos.
La poesía está hoy en su propia casa, viviendo cada hora de nuestra defensa de Madrid, de nuestra defensa de España. No importa que el gran poema culto no se haya escrito todavía. A la poesía popular española le basta y sobra, por ahora, con el arte llano del decir, con su austeridad castellana, para cantar las hazañas más grandes en viejo romance español.
2 diciembre 1936.
MARIA TERESA LEÓN