El Museo Sorolla recibe cuatro cuadros extraordinarios del pintor valenciano, que fueron capturados durante la revolución cubana. Pertenecen a la familia Fanjul, multimillonarios en EEUU y protagonistas del deshielo entre ambos países.
Es el verano más ajado de todos. El barniz ha dejado de ser transparente, el sol y la suciedad lo han vuelto del color de la vainilla. El cuadro necesita una restauración urgente. O dos. La primera quizás suceda estos días, mientras descansa en la casa museo de Joaquín Sorolla, donde se exhibe como una de las piezas capitales de la extraordinaria exposición Sorolla en París. Las comisarias de la muestra, María López y Blanca Pons-Sorolla, han recibido la visita de restauradoras del Museo del Prado, ofreciéndose a trabajar sobre el impresionante Verano, un lienzo de 1904, uno de los más productivos del pintor valenciano. Ese año firmó cerca de 250 obras.
La otra restauración enfrenta a los Fanjul Gómez Mena contra el Estado cubano desde hace años, para recuperar las obras de arte expoliadas a la familia en 1959, con la Revolución dirigida por Fidel Castro. El imperio industrial de los Lilian Gómez Mena y Alfonso Fanjul era la tercera compañía de azúcar del mundo y una de las fortunas más importantes de la isla en los cincuenta. Tras el triunfo de la misma, salieron de la isla hacia los EEUU, donde sus hijos continúan con su negocio desde la Florida como la principal industria en endulzar al país.
Sorolla, Goya, Murillo o Caravaggio quedaron colgados en las paredes de la casa de los Fanjul, en la colonia de El Vedado. La familia escapó en el mismo avión que Fulgencio Batista. Pero allí quedó la hermana, al cuidado del edificio. Con la revolución cubana, y tras la expropiación de los inmuebles, la zona pasó de ser el lugar de residencia de los nuevos ricos de La Habana para transformarse en el centro político y administrativo de la capital de Cuba.
La familia creó falsos muros en la residencia para esconder las joyas artísticas. Durante unos años estuvo habitada por un primo lejano para simular mantener habitada la casa y evitar la expropiación. Pero la mansión de los Fanjul Gómez Mena fue convertida por el gobierno cubano en el Museo Nacional de Artes Decorativas, en 1964. También encontraron las pinturas.
Hoy Alfonso Fanjul vive en Palm Beach, se muestra contrario al embargo y es dueño de un imperio azucarero, aún mayor que el dejaron en Cuba, y amigo de congresistas y presidentes en los EEUU, a los que ha ido apoyando económicamente. Es uno de los fundadores más notables del movimiento anticastrista estadounidense y plantea el regreso de la bandera familiar a su tierra natal, con su empresa gracias al deshielo en las relaciones entre ambos países (en el que él ha trabajado con intensidad desde la era Clinton).
“Que se presten las obras es importante para saber que están en buen estado. Por eso es de agradecer el préstamo al Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba”, asegura a este periódico Blanca Pons-Sorolla. La primera vez que pasaron por España fue en 1985, en una exposición comisariada por Felipe Garín, con las 31 pinturas del artista en el museo de La Habana.
Las tensiones entre la familia y el museo estatal han amenazado a terceros en otras ocasiones que han viajado a España. La última vez fue al Prado y el abogado de la familia, como asegura el museo a este diario, advirtió con presentar una denuncia para que retirasen el visado al director, Miguel Zugaza, por acoger las obras. Nunca llegó a pasar.
Según ha podido saber EL ESPAÑOL por fuentes cercanas a la familia Fanjul, los propietarios legítimos de las obras han asumido que los cuadros pertenecerán siempre al museo nacional y han reducido la presión en el pleito. De hecho, se dedican a la compra de sus fondos expoliados. Hace unos años, la casa de subastas Durán puso a la venta un juego de paletas de Sorolla, que había sido incautada por el Estado cubano. La familia conoció el hecho y las volvió a adquirir. También ha pasado con algún cuadro.
Junto a Verano (1904), han llegado del museo de La Habana La hora del baño. Niña en la playa (1904), Elena entre rosas (1907) y Clotilde paseando en los jardines de La Granja (1907). Todas estas obras coinciden con un momento de optimismo y producción mayúscula en el pintor, que celebra en 1906 su primera exposición individual en París, con 470 pinturas. La muestra dispara su fama internacional. Las paredes estaban atestadas de cuadros y en un mes vendió 65 cuadros, el 15%. El galerista Georges Petit ganó 31.755 francos y Sorolla algo más de 200.000 francos.
Blasco Ibañez escribe de la obra de Sorolla en aquellos años que “aquello no es pintar, es robar a la naturaleza la luz y los colores”. Es un momento en el que el artista se aleja del naturalismo y potencia e intensifica, aún más, los colores. El mar está compuesto a golpe de manchas de pintura. Libre, rápida, directa, pincelada sin condicionales. “Este pintor valenciano ha encontrado su tesoro en el agua azul. Pero el dominio sobre los mares no lo ha conseguido Joaquín Sorolla en una tarde. Se dijera que tiene el brazo roto por el remo y el rostro abrasado por el sol”, escribe Juan Ramón Jiménez.
“Sorolla coincide con el fauvismo en su honesto intento de recrear la pintura con la misma libertad y desembarazo de teorías que el naturalismo y el impresionismo, pero contando con el conocimiento de los efectos de las yuxtaposiciones de colores exaltados”, cuenta María López sobre la obra de estos años de pasión frenética por el color y la impresión violenta.
Pintó Verano cinco años después de Triste herencia, dos cuadros antagónicos incluidos en la muestra de Sorolla en París. Después de la tristeza, la alegría. De la denuncia, a la frivolidad. Los niños caminan por la playa, divertidos. “El verano es un espectáculo de la juventud, la luz… una etapa de la vida que atrae y permanece”, escribió cuando fue presentada en el Salón de París, Léonce Morand.
Esa era la aspiración del artista valenciano, la interpretación más “justa” de lo que vemos y pintarlo de una vez. Triunfó en esa edición, con aquel cuadro y con Sol de la tarde. La Hispanic Society of America le pagó 10.000 dólares por esta pintura y fue nombrado Miembro de Honor correspondiente por la Sociedad de Artistas Franceses. No le premiaron con la Medalla de Honor, no era francés. Era lo único que tranquilizaba a Degas, que salió de la galería Georges Petit odiando la habilidad de Sorolla.
Fuente: El Español
Sorolla, Goya, Murillo o Caravaggio quedaron colgados en las paredes de la casa de los Fanjul, en la colonia de El Vedado. La familia escapó en el mismo avión que Fulgencio Batista. Pero allí quedó la hermana, al cuidado del edificio. Con la revolución cubana, y tras la expropiación de los inmuebles, la zona pasó de ser el lugar de residencia de los nuevos ricos de La Habana para transformarse en el centro político y administrativo de la capital de Cuba.
Hoy Alfonso Fanjul vive en Palm Beach, se muestra contrario al embargo y es dueño de un imperio azucarero, aún mayor que el dejaron en Cuba, y amigo de congresistas y presidentes en los EEUU, a los que ha ido apoyando económicamente. Es uno de los fundadores más notables del movimiento anticastrista estadounidense y plantea el regreso de la bandera familiar a su tierra natal, con su empresa gracias al deshielo en las relaciones entre ambos países (en el que él ha trabajado con intensidad desde la era Clinton).
“Que se presten las obras es importante para saber que están en buen estado. Por eso es de agradecer el préstamo al Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba”, asegura a este periódico Blanca Pons-Sorolla. La primera vez que pasaron por España fue en 1985, en una exposición comisariada por Felipe Garín, con las 31 pinturas del artista en el museo de La Habana.
Las tensiones entre la familia y el museo estatal han amenazado a terceros en otras ocasiones que han viajado a España. La última vez fue al Prado y el abogado de la familia, como asegura el museo a este diario, advirtió con presentar una denuncia para que retirasen el visado al director, Miguel Zugaza, por acoger las obras. Nunca llegó a pasar.
Junto a Verano (1904), han llegado del museo de La Habana La hora del baño. Niña en la playa (1904), Elena entre rosas (1907) y Clotilde paseando en los jardines de La Granja (1907). Todas estas obras coinciden con un momento de optimismo y producción mayúscula en el pintor, que celebra en 1906 su primera exposición individual en París, con 470 pinturas. La muestra dispara su fama internacional. Las paredes estaban atestadas de cuadros y en un mes vendió 65 cuadros, el 15%. El galerista Georges Petit ganó 31.755 francos y Sorolla algo más de 200.000 francos.
Blasco Ibañez escribe de la obra de Sorolla en aquellos años que “aquello no es pintar, es robar a la naturaleza la luz y los colores”. Es un momento en el que el artista se aleja del naturalismo y potencia e intensifica, aún más, los colores. El mar está compuesto a golpe de manchas de pintura. Libre, rápida, directa, pincelada sin condicionales. “Este pintor valenciano ha encontrado su tesoro en el agua azul. Pero el dominio sobre los mares no lo ha conseguido Joaquín Sorolla en una tarde. Se dijera que tiene el brazo roto por el remo y el rostro abrasado por el sol”, escribe Juan Ramón Jiménez.
“Sorolla coincide con el fauvismo en su honesto intento de recrear la pintura con la misma libertad y desembarazo de teorías que el naturalismo y el impresionismo, pero contando con el conocimiento de los efectos de las yuxtaposiciones de colores exaltados”, cuenta María López sobre la obra de estos años de pasión frenética por el color y la impresión violenta.
Esa era la aspiración del artista valenciano, la interpretación más “justa” de lo que vemos y pintarlo de una vez. Triunfó en esa edición, con aquel cuadro y con Sol de la tarde. La Hispanic Society of America le pagó 10.000 dólares por esta pintura y fue nombrado Miembro de Honor correspondiente por la Sociedad de Artistas Franceses. No le premiaron con la Medalla de Honor, no era francés. Era lo único que tranquilizaba a Degas, que salió de la galería Georges Petit odiando la habilidad de Sorolla.
Fuente: El Español