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LA TENDENCIA INCONFORMISTA

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Un amplio grupo de escritores españoles ha coincidido en señalar que tras la crisis ni los valores ni los acuerdos de la Constitución de 1978 sirven para responder a las nuevas inquietudes

En 2014 una pequeña editorial navarra, Alkibla, puso en marcha Te cuento, una colección que perseguía reescribir, a la luz de los nuevos y angustiosos tiempos, los cuentos clásicos. Ni la edulcoración ni los tópicos servían para dar la medida justa de la realidad. Tampoco en los cuentos. Sus directores, Carolina Martínez y el fotógrafo Clemente Bernard (autor de los excelentes reportajes que acompañan cada volumen), encargaron la revisión a autores comprometidos con el nuevo espíritu transformador inaugurado en 2008 tras la recesión mundial. En el catálogo están algunos de los principales escritores de esta tendencia inconformista.

Isaac Rosa (Sevilla, 1974) convirtió a El flautista de Hamelín en un político neoliberal que emprende la limpieza racial de su pueblo con argumentos que suenan familiares. Belén Gopegui (Madrid, 1963) se convierte en la “justiciera de los cuentos” y arremete contra el Andersen cruel de Las zapatillas rojas. Marta Sanz (Madrid, 1967) reinventa una Blancanieves en la que el espejo de la madrastra, harto de escuchar mentiras, se revuelve contra la tradición manida; José Ovejero (Madrid, 1958) revive la tragedia de los sin papeles en La Sirenita, y el poeta Juan Carlos Mestre junto al politólogo Juan Carlos Monedero, entre otros, recrean, en un estilo profundamente lírico, La Cenicienta.

La indignación, la resistencia y el inconformismo, representados en los movimientos populares que culminaron en el 15M, no solo alteraron los conceptos políticos y pusieron contra las cuerdas el bipartidismo alentado por la Constitución de 1978 sino que también cambiaron los postulados morales e ideológicos de buena parte de la cultura española. La literatura, en concreto, volvió a las barricadas. La resignación y la docilidad emanadas del estado del bienestar atribuido a la Transición no servían para afrontar los tiempos convulsos abiertos a partir de la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, el estallido en España de la burbuja inmobiliaria y el río de víctimas que dejó a su paso.

La crisis económica, aliada a los intereses de las minorías y de los grandes grupos financieros, zarandeó muchos de los postulados pactados en la Transición. Fue una toma de conciencia colectiva que obligó a revisar los viejos axiomas. La extensión aniquiladora del desempleo probó que el derecho al trabajo era un deseo especulativo; los miles y miles de desahucios, que las atribuciones constitucionales de una vivienda digna eran pura filfa; que el derecho a la enseñanza y a la sanidad gratuita y universal corrían grave peligro por la tendencia indisimulada a la privatización de las políticas neoliberales. Y que las garantías constitucionales sobre la libertad y la seguridad, e incluso sobre la difusión libre de ideas y pensamientos, quedaban mermadas en la práctica si se convertían en principios vicarios de la economía.

Aunque no existe una novela crítica sobre la Transición, un amplio grupo de escritores españoles coincidió en que ni los valores ni los acuerdos de la Constitución de 1978 servían para responder a las nuevas inquietudes.

Pablo Gutiérrez (nacido en Huelva, precisamente en 1978) reconstruyó la fractura de la economía mundial y las consecuencias que desató sobre las clases medias en una novela clave, Democracia, publicada por Seix Barral en 2011. Gutiérrez reconstruye, a lo largo de cuatro años, la tragedia de un parado común, encadenado de por vida a una hipoteca que no puede pagar y golpeado por las fracturas de los derechos sociales.

No fue el único que convirtió en material literario desde su origen el huracán de la crisis. Alberto Olmos, nacido en Segovia en 1975, el año en que los historiadores fijan el inicio de la Transición, se sumó también en 2011 a la corriente crítica con Ejército enemigo (Mondadori), un artefacto contra la impostura que esconde la solidaridad, que fue destacado como una de las novelas del año. Autor poco complaciente con las clasificaciones simplistas, Olmos volvió en 2014 a la carga con Alabanza, un relato que anticipa un mundo donde la literatura ya no existe.

Pero la llamada, con ánimo simplificador, literatura de la crisis no era nueva ni se circunscribía a una preocupación temporal. Tenía una procedencia identificada —la escritura del compromiso, representada por el gran Rafael Chirbes, cuya novelas Crematorio y En la orilla coincidieron en los escaparates con las de los autores más jóvenes— y las circunstancias que la hicieron reverdecer no eran transitorias. El inconformismo o la sublevación patentes en buena parte de la literatura española a partir de 2008 no eran una preferencia argumental o esteticista, sino un reflejo de la calle y de la pesadumbre que la crisis económica había incrustado en la sociedad. Había que rebelarse contra las ideas recibidas y contar lo que pasaba en la calle.

El citado Isaac Rosa es otro de los autores medulares del fenómeno. Escribió, entre otras, dos novelas de gran alcance: La mano invisible (Seix Barral, 2011), un relato sobre la deshumanización del mundo laboral favorecida por el desempleo, y La habitación oscura (Seix Barral, 2013), un recuento muy crítico de una generación, la del autor, desarbolada por los maremotos económicos.

“La Constitución”, reflexiona Rosa en uno de sus habituales artículos, “no era ni tan buena como dicen sus defensores, ni tan mala como sostienen sus detractores. Salvo algunos puntos blindados (la monarquía, por ejemplo, aunque ese es un tema que no contemplan hoy los principales partidos), era un texto muy abierto a interpretación. Lo decisivo estos años ha sido la correlación de fuerzas sociales y políticas. De haber sido otra, aquel texto del 78 servía para convertirnos en una Suecia sin cambiar una coma, pero no fue así, y lo que algunos creyeron un suelo, acabó siendo un techo en ciertos temas”.

Marta Sanz es otra de las grandes referencias de la novela del descontento con una bibliografía amplia y reconocida. En Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2012) tomó el toro de la Transición por los cuernos y revisó con qué mimbres fue construido el nuevo modelo de mujer. Frente a los aspectos en apariencia liberadores —el fin de los antiguos y más opresivos tabúes— Sanz revela el coste de la transformación: la conversión de la mujer en una mercancía erótica al servicio de la mercadotecnia.

Daniela Astor… es una novela sobre la Transición que procura no usar la nostalgia como artefacto que reduce el pasado a eufemismo”, sostiene Sanz en una entrevista. “Estoy de acuerdo en que en esta novela hay una lectura crítica de la Transición española que, para ser eficazmente crítica, debía poner también en tela de juicio las formas ideológicas y los géneros de prestigio que se inauguran en dicho periodo histórico”.
Belén Gopegui no puede faltar tampoco en esta sintética enumeración que incumbe, aunque no se citen, a otros muchos autores que se han ido incorporando a la novela de las trincheras. Desde 2009 ha publicado Deseo de ser punk (Anagrama, 2009), Acceso no autorizado (Mondadori, 2011) y El comité de la noche (Penguin Radom House, 2014).

Rafael Reig, autor de Un árbol caído (Tusquets, 2015), un áspero relato sobre la Transición; el editor y crítico literario Carlos Pardo; el andaluz Daniel Ruiz García o Gonzalo Torné, autor de Divorcio en el aire, son otros nombres de la narrativa de la revuelta, que también ha puesto en circulación ensayos como No tan incendiario (Periférica, 2014) de Marta Sanz; La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) de David Becerra; Un pistoletazo en medio de un concierto (Editorial Complutense, 2008) de Gopegui, o El asco indecible (Pamiela, 2013) de Miguel Sánchez-Ostiz. Un movimiento (o como se llame) que habría sido diferente sin la colaboración de editores como Constantino Bértolo desde Caballo de Troya.

Pero la marea de la disconformidad continúa, no se ha agotado, quizá porque la crisis ya es un endemismo malsano, porque la literatura inconformista siempre ha estado viva o porque la rebeldía es consustancial al trabajo creativo.

Alejandro V. Garcia

Fuente: Mercurio, nº 178 (Febrero 2016)

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