Título: Epitafio / Dieciocho cantares de la patria amarga.
Autor: Yannis Ritsos
Traducción, prólogo y notas de Juan José Tejero
Versión en romances y cantares castellanos de Manuel García
Editorial: Point de Lunettes
Año de edición: 2013
168 páginas
Sinopsis del libro
Epitafio, basado en un acontecimiento real, es un treno desconsolado de veinte estrofas en el que una madre llora a su hijo muerto en medio de la calle. Dieciocho cantares de la patria amarga son 18 poemas breves de contenido político y popular en donde Ritsos anima al pueblo griego a liberarse de sus opresores. Ambas obras comparten la intensidad con la que fueron escritas.
Los Dieciocho cantares de la patria amarga fueron compuestos en el campo de concentración de Leros durante la última dictadura militar griega.
Yannis Ritsos (1909-1990) es uno de los más grandes poetas griegos de todos los tiempos y el más prolífico de todos. Su bibliografía abarca más de cien títulos entre los que también se incluyen obras de teatro y novelas. La riqueza de sus imágenes, su alcance universal y una exquisita sensibilidad para la lírica han encumbrado su poesía a lo más alto de la literatura del siglo XX, a la vez que su carismática personalidad y su integridad moral, que le mantuvo siempre al lado de los más débiles en los momentos más difíciles de la historia reciente de su país (la dictadura militar, la invasión nazi, la guerra civil, la dictadura de los coroneles), hicieron de él uno de los personajes más queridos de su tiempo. Epitafio y Dieciocho cantares de la patria amarga son dos de sus obras más emblemáticas, entre las que también destacan Sonata del claro de luna, Testimonios, Romiosyne o La señora de las viñas.
XVI
¿Qué mal has hecho tú, hijo mío? De tus justos esfuerzos
pediste la soldada a hombres injustos.
Pediste un poco de pan y te dieron un cuchillo,
pediste tu sudor y te cortaron la mano.
No eras mendigo tú para andar suplicando,
un corazón robusto y la cabeza siempre alta,
y se te echaron encima los cuervos rastreros,
y te bebieron la sangre, hijo mío, y te sellaron la boca.
Ahora tus manos están alicaídas, mi único lirio querido,
como dos pajarillos desvalidos y dignos de lástima
que plegaron sus alas y ya no aletean
y yo guardo entre mis manos pero no me cantan.
Oh, hijo mío, quienes te degollaron hallen degollados
a sus hijos y a sus padres y se ahoguen en su sangre.
Que en su sangre tiña de rojo mi vestido
y baile. Ay, mi niño, yo no debería estar llorándote.
XVI
¿Qué hiciste mal, hijo mío?
Por tus cumplidos afanes
pediste el sueldo a los hombres
que nunca cumplen con nadie.
Pediste pan y te dieron
cuchillo. Les reclamaste
tu sudor y ellos las manos
no dudaron en cortarte.
No eras tú mendigo, no,
para andar pidiendo. Antes
con la cabeza bien alta
ibas, y el gesto arrogante.
Y cayeron sobre ti
malvados cuervos cobardes
y te sellaron los labios
y te sorbieron la sangre.
Ahora, mi lirio, tus palmas
no se leen y no se abren.
Son pajarillos caídos
que me duelen y no laten
sus alas en son de vuelo
ni baten certero el aire;
yo los pondría en mis manos
aunque ellos ya no me canten.
Hijo mío, los que a ti
te degollaron, que hallen
a sus padres y a sus hijos
muertos, y que se atraganten
en su sangre, y que mi ropa
roja se manche y yo baile
sobre ella. Niño mío:
no me acostumbro a llorarte.
Autor: Yannis Ritsos
Traducción, prólogo y notas de Juan José Tejero
Versión en romances y cantares castellanos de Manuel García
Editorial: Point de Lunettes
Año de edición: 2013
168 páginas
Sinopsis del libro
Epitafio, basado en un acontecimiento real, es un treno desconsolado de veinte estrofas en el que una madre llora a su hijo muerto en medio de la calle. Dieciocho cantares de la patria amarga son 18 poemas breves de contenido político y popular en donde Ritsos anima al pueblo griego a liberarse de sus opresores. Ambas obras comparten la intensidad con la que fueron escritas.
Los Dieciocho cantares de la patria amarga fueron compuestos en el campo de concentración de Leros durante la última dictadura militar griega.
Yannis Ritsos (1909-1990) es uno de los más grandes poetas griegos de todos los tiempos y el más prolífico de todos. Su bibliografía abarca más de cien títulos entre los que también se incluyen obras de teatro y novelas. La riqueza de sus imágenes, su alcance universal y una exquisita sensibilidad para la lírica han encumbrado su poesía a lo más alto de la literatura del siglo XX, a la vez que su carismática personalidad y su integridad moral, que le mantuvo siempre al lado de los más débiles en los momentos más difíciles de la historia reciente de su país (la dictadura militar, la invasión nazi, la guerra civil, la dictadura de los coroneles), hicieron de él uno de los personajes más queridos de su tiempo. Epitafio y Dieciocho cantares de la patria amarga son dos de sus obras más emblemáticas, entre las que también destacan Sonata del claro de luna, Testimonios, Romiosyne o La señora de las viñas.
XVI
¿Qué mal has hecho tú, hijo mío? De tus justos esfuerzos
pediste la soldada a hombres injustos.
Pediste un poco de pan y te dieron un cuchillo,
pediste tu sudor y te cortaron la mano.
No eras mendigo tú para andar suplicando,
un corazón robusto y la cabeza siempre alta,
y se te echaron encima los cuervos rastreros,
y te bebieron la sangre, hijo mío, y te sellaron la boca.
Ahora tus manos están alicaídas, mi único lirio querido,
como dos pajarillos desvalidos y dignos de lástima
que plegaron sus alas y ya no aletean
y yo guardo entre mis manos pero no me cantan.
Oh, hijo mío, quienes te degollaron hallen degollados
a sus hijos y a sus padres y se ahoguen en su sangre.
Que en su sangre tiña de rojo mi vestido
y baile. Ay, mi niño, yo no debería estar llorándote.
XVI
¿Qué hiciste mal, hijo mío?
Por tus cumplidos afanes
pediste el sueldo a los hombres
que nunca cumplen con nadie.
Pediste pan y te dieron
cuchillo. Les reclamaste
tu sudor y ellos las manos
no dudaron en cortarte.
No eras tú mendigo, no,
para andar pidiendo. Antes
con la cabeza bien alta
ibas, y el gesto arrogante.
Y cayeron sobre ti
malvados cuervos cobardes
y te sellaron los labios
y te sorbieron la sangre.
Ahora, mi lirio, tus palmas
no se leen y no se abren.
Son pajarillos caídos
que me duelen y no laten
sus alas en son de vuelo
ni baten certero el aire;
yo los pondría en mis manos
aunque ellos ya no me canten.
Hijo mío, los que a ti
te degollaron, que hallen
a sus padres y a sus hijos
muertos, y que se atraganten
en su sangre, y que mi ropa
roja se manche y yo baile
sobre ella. Niño mío:
no me acostumbro a llorarte.