En la historia de la narrativa española escrita a partir de 1939 hay tres títulos que marcan un nuevo rumbo en la manera de escribir novelas: La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos, y La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo de Mendoza. No afirmo que sean las tres mejores novelas de esa época, pero sí las que marcaron un camino nuevo por el que después transitaron los novelistas coetáneos.
Cuarenta años después de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, la editorial Seix Barral, donde apareció la novela por primera vez, la ha vuelto a editar pero con un título distinto: Los soldados de Cataluña. En la fotografía que acompaña a este texto se puede ver la portada de la edición de 2015, que incluye la de 1975. Dentro del libro se ofrece la explicación a este curioso cambio de título. Y la historia es bien interesante.
Ya en una fecha tan temprana como la del 23 de diciembre de 1936 se dictó un decreto del bando sublevado por el que se prohibía en toda la zona nacional la “publicación y circulación de libros e impresos pornográficos, marxistas o disolventes”. Desde 1937 funcionaron comisiones de censura , unificadas en 1941 bajo el control de la Delegación Nacional de Propaganda. Hasta el año 1966, en que se publicó la Ley de Prensa e Imprenta, subsistió la censura previa para toda las publicaciones que se publicaban en España. Los principios de la religión católica y del “Movimiento”, estricta y minuciosamente interpretados, eran objeto de los censores.
A partir de 1966, con la desaparición de la censura previa, la situación cambió en parte, pero no radicalmente, pues la empresa editorial se podía encontrar con que la censura, “a posteriori”, impidiera la distribución y venta de un libro o una revista previamente editados, con el consiguiente perjuicio económico. Para no arriesgarse a esa eventualidad, la mayoría de las editoriales seguían sometiendo voluntariamente sus libros a la censura previa. En algunos casos, si la censura no permitía la publicación del libro en España, la editorial lo publicaba en México o Argentina, esperando que, al menos pudiera circular clandestinamente en España. Así algunos afortunados pudieron leer en su día Señas de identidad, de Juan Goytisolo, Si te dicen que caí, de Juan Marsé, o la narrativa completa de Francisco Ayala, por citar solo tres casos significativos.
Los estudiosos del tema nos han proporcionado abundantes ejemplos de la actuación de la censura y hasta de la participación de algunos de ellos (el más famoso, el futuro premio Nobel Camilo José Cela), casi todos ellos centrados en los años cuarenta y cincuenta. Se sabía que, con el tiempo, la censura se iba volviendo más tolerante (al menos en la cuestiones de sexo y de religión), pero esta publicación de Los soldados de Cataluña nos muestra que todavía en 1973 (aunque la novela se publicó en 1975, el informe es de 1973) seguía con los patrones de los años cuarenta.
Ante todo, los formularios: Cada libro sometido a la censura “voluntaria” era leído, al menos, por dos censores diferentes, cada uno de los cuales escribía su informe en un modelo como el que aparece en la fotografía adjunta. El censor debía responder, primero, a las siguientes cuestiones:¿Ataca al Dogma? ¿A la moral? ¿A la Iglesia y a sus Ministros? ¿Al Régimen y a sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen?
Respondidas estas preguntas, el censor emitía su informe. Por lo que se deduce del informe sobre la novela de Mendoza, la censura ya se había relajado, pues ninguno de sus dos censores rellenan esa parte introductoria.
Redactados los informes, eran enviados a la Dirección General de Cultura Popular del Ministerio de Información y Turismo y era el titular de ese organismo el que autorizaba o no la publicación y en qué condiciones o con qué cambios o supresiones.
Veamos ahora algunas “perlas” del contenido de uno de los dos informes: Empieza rotundo, sin complejos: Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza. Resume a continuación el argumento, todo mezclado con historias internas de los miembros de la sociedad, casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir.
Por lo demás–añade el censor– no hay religión ni sexo, y aunque aparecen en la escena algunos anarquistas, aparecen más como pistoleros que como políticos, y desde luego no hay nada que parezca propaganda. Por el contrario hay un capítulo en el que se ridiculiza la teoría del amor libre de las mujeres anarquistas.
Por todo ello, el censor concluye que se considera AUTORIZABLE.
El otro informe censor es más comedido y hasta valora algunos aciertos de la novela para concluir también que puede ser AUTORIZABLE.
De acuerdo con estos informes, el entonces Director General de Cultura Popular autoriza la publicación del libro, pero aconseja el cambio de título. Viene esto a cuento de que el primero de los censores había escrito a mano El título no tiene relación alguna con el contenido de la obra por lo que aconsejaba cambiarlo, consejo que hace suyo el Director General.
Y en este caso nos encontramos con una de las paradojas de la censura: en este caso (como en algunos otros más: recuérdese el final de Viriadiana, de Buñuel, o ciertas supresiones a obras de Cabrera Infante o Juan Marsé impuestas por la censura y que, después, los autores celebraron) la decisión censora propicia, en mi opinión, una mejora de la propuesta editorial. En la edición de Los soldados de Cataluña no se explica si el título con el que apareció finalmente la novela fue decisión del autor, del editor o de ambos a la vez. Pero sí que parece que La verdad sobre el caso Savolta, además de más sugerente/intrigante, se amolda mejor al contenido de la novela que el anodino Los soldados de Cataluña. Queda ahora por saber cuál de los dos títulos quedará para la historia. Si de mí dependiera, no habría duda: La verdad sobre el caso Savolta de siempre.
José Manuel Pérez Carrera.
Profesor de Literatura, crítico literario y Director del Taller de Lectura de AMESDE.
Fuente: Crónica Popular
Cuarenta años después de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, la editorial Seix Barral, donde apareció la novela por primera vez, la ha vuelto a editar pero con un título distinto: Los soldados de Cataluña. En la fotografía que acompaña a este texto se puede ver la portada de la edición de 2015, que incluye la de 1975. Dentro del libro se ofrece la explicación a este curioso cambio de título. Y la historia es bien interesante.
Ya en una fecha tan temprana como la del 23 de diciembre de 1936 se dictó un decreto del bando sublevado por el que se prohibía en toda la zona nacional la “publicación y circulación de libros e impresos pornográficos, marxistas o disolventes”. Desde 1937 funcionaron comisiones de censura , unificadas en 1941 bajo el control de la Delegación Nacional de Propaganda. Hasta el año 1966, en que se publicó la Ley de Prensa e Imprenta, subsistió la censura previa para toda las publicaciones que se publicaban en España. Los principios de la religión católica y del “Movimiento”, estricta y minuciosamente interpretados, eran objeto de los censores.
A partir de 1966, con la desaparición de la censura previa, la situación cambió en parte, pero no radicalmente, pues la empresa editorial se podía encontrar con que la censura, “a posteriori”, impidiera la distribución y venta de un libro o una revista previamente editados, con el consiguiente perjuicio económico. Para no arriesgarse a esa eventualidad, la mayoría de las editoriales seguían sometiendo voluntariamente sus libros a la censura previa. En algunos casos, si la censura no permitía la publicación del libro en España, la editorial lo publicaba en México o Argentina, esperando que, al menos pudiera circular clandestinamente en España. Así algunos afortunados pudieron leer en su día Señas de identidad, de Juan Goytisolo, Si te dicen que caí, de Juan Marsé, o la narrativa completa de Francisco Ayala, por citar solo tres casos significativos.
Los estudiosos del tema nos han proporcionado abundantes ejemplos de la actuación de la censura y hasta de la participación de algunos de ellos (el más famoso, el futuro premio Nobel Camilo José Cela), casi todos ellos centrados en los años cuarenta y cincuenta. Se sabía que, con el tiempo, la censura se iba volviendo más tolerante (al menos en la cuestiones de sexo y de religión), pero esta publicación de Los soldados de Cataluña nos muestra que todavía en 1973 (aunque la novela se publicó en 1975, el informe es de 1973) seguía con los patrones de los años cuarenta.
Ante todo, los formularios: Cada libro sometido a la censura “voluntaria” era leído, al menos, por dos censores diferentes, cada uno de los cuales escribía su informe en un modelo como el que aparece en la fotografía adjunta. El censor debía responder, primero, a las siguientes cuestiones:¿Ataca al Dogma? ¿A la moral? ¿A la Iglesia y a sus Ministros? ¿Al Régimen y a sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen?
Respondidas estas preguntas, el censor emitía su informe. Por lo que se deduce del informe sobre la novela de Mendoza, la censura ya se había relajado, pues ninguno de sus dos censores rellenan esa parte introductoria.
Redactados los informes, eran enviados a la Dirección General de Cultura Popular del Ministerio de Información y Turismo y era el titular de ese organismo el que autorizaba o no la publicación y en qué condiciones o con qué cambios o supresiones.
Veamos ahora algunas “perlas” del contenido de uno de los dos informes: Empieza rotundo, sin complejos: Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza. Resume a continuación el argumento, todo mezclado con historias internas de los miembros de la sociedad, casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir.
Por lo demás–añade el censor– no hay religión ni sexo, y aunque aparecen en la escena algunos anarquistas, aparecen más como pistoleros que como políticos, y desde luego no hay nada que parezca propaganda. Por el contrario hay un capítulo en el que se ridiculiza la teoría del amor libre de las mujeres anarquistas.
Por todo ello, el censor concluye que se considera AUTORIZABLE.
El otro informe censor es más comedido y hasta valora algunos aciertos de la novela para concluir también que puede ser AUTORIZABLE.
De acuerdo con estos informes, el entonces Director General de Cultura Popular autoriza la publicación del libro, pero aconseja el cambio de título. Viene esto a cuento de que el primero de los censores había escrito a mano El título no tiene relación alguna con el contenido de la obra por lo que aconsejaba cambiarlo, consejo que hace suyo el Director General.
Y en este caso nos encontramos con una de las paradojas de la censura: en este caso (como en algunos otros más: recuérdese el final de Viriadiana, de Buñuel, o ciertas supresiones a obras de Cabrera Infante o Juan Marsé impuestas por la censura y que, después, los autores celebraron) la decisión censora propicia, en mi opinión, una mejora de la propuesta editorial. En la edición de Los soldados de Cataluña no se explica si el título con el que apareció finalmente la novela fue decisión del autor, del editor o de ambos a la vez. Pero sí que parece que La verdad sobre el caso Savolta, además de más sugerente/intrigante, se amolda mejor al contenido de la novela que el anodino Los soldados de Cataluña. Queda ahora por saber cuál de los dos títulos quedará para la historia. Si de mí dependiera, no habría duda: La verdad sobre el caso Savolta de siempre.
José Manuel Pérez Carrera.
Profesor de Literatura, crítico literario y Director del Taller de Lectura de AMESDE.
Fuente: Crónica Popular