"EL ARTE DE NUESTROS DÍAS" (1918)
Libremente y sobre lo libre queremos hablar hoy, en el día de la Unión de Trabajadores del Arte, en el día de la fiesta del arte. Vistamos entonces nuestras almas con galas festivas y pasemos este día alegre y agradablemente. No vamos a renegar hoy, ni tampoco a reírnos malévolamente de esos viejecitos con togas deshilachadas que de manera pomposa se hacen llamar “profesores”. Tendámosles mentalmente, pues, nuestra mano y apretemos con fuerza las suyas, pues estos viejos y pesados sueños son las mortecinas páginas de los libros del pasado. Mejor, olvidemos eso. A nosotros, que tenemos nuestros pensamientos en los días futuros, no nos resultan espantosos esos sueños tan pesados. Porque somos jóvenes, como la primavera, como nuestra libertad. Ahora, somos libres en el arte, libres no sólo en el exterior, de forma aparente, sin las protestas torcidas de los días pasados, cuando, con las caras maquilladas y las muecas de un payaso, gozábamos interiormente de los males del arte. No, ahora vemos la libertad, es nuestra y por eso creo profundamente en el gran arte de nuestros días. El hermoso arte de la contemporaneidad: es lo más juvenil, limpio y hermoso que personificamos en él.
¿Quién se queda al margen de nuestros días? ¿Quién los vive con indiferencia? Los brillantes avances, los saltos titánicos del proletariado son como el sol: ¡cómo nos gustaría dibujar miles de piedras preciosas multicolores y tallar en ellas esta lucha heroica de las masas proletarias! ¡Qué triste parecía el artista en aquellos días grises y prosaicos de la vida! ¿Cómo pudo él encarnar y representar a nuestro pueblo? Y hablo de pueblo, pues el artista es sólo un miembro más de ese pueblo. ¡Y qué orgullosos de su propio pueblo deben sentirse los artistas de nuestros días al realizar su gran trabajo creativo! ¡Cómo nos gustaría hablar en términos luminosos del arte, de la belleza, de esa faceta de nuestra vida, cuando paseamos en sueños nuestra mirada por las líneas y colores bajo el ruido sordo de nuestro trabajo creativo, bajo el zumbido y los silbidos de las máquinas!
El colectivo artístico debe hablar límpida e infantilmente, con colores, de sí mismos y plasmar sus sentimientos en los templos de la modernidad. Nuestros pensamientos deben ser claros, claros y hermosos. Deben ser brillantes y alegres, deslumbrantes de sol, como la libertad. ¡Que no encuentren mezquindad en ellos como en esa fotografía de la vida, gris y repelente, como una eterna rumia! ¡Da igual que, vistos así, de manera superficial, se muestren insolentes, parezcan inacabados o resulten incomprensibles! ¡Que los gritos de las canciones, los colores y las líneas se alcen libremente desde el pincel y que a los pequeño-burgueses obtusos les parezcan absurdos! ¿Acaso están dotados para advertir ese baile festivo de colores que sale del pincel, esa esbelta retahíla de líneas que hablan de la belleza de las fábricas, del trabajo y la creación colectiva? Los cuadros de esta contemporaneidad son como un sueño, un claro y brillante sueño infantil, que no tiene cabida en el marco de la realidad. Son cuentos, cuentos del proletariado que crea su propia vida resplandeciente. Contemplen con mirada penetrante el alma de esos cuadros y verán con qué claridad, con qué fuerza se representa en ellos todo lo que crea el proletariado. Hemos amado nuestros días y nuestro arte. Se trata de nuestra vida y del gran, poderoso y creativo comienzo de nuestro pueblo creador.
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Tenemos ante nosotros un enorme trabajo. Amistosamente, codo con codo, nos ponemos a la tarea y comenzamos a tejer el gran e invisible tapiz de nuestras obras sobre el fondo rojo de nuestros días. Grande, sonoro y brillante como el Sol y rojo como el vivo emblema de la lucha revolucionaria.
¡Gloria a los creadores del pasado, a aquellos artistas que, como etapas brillantes de aquel camino largo y gris del arte burgués, nos regalaron grandes ejemplares de belleza! ¡Gloria a esos profetas que, viviendo en un entorno gris y superficial, supieron vislumbrar los sueños diamantinos del futuro! No caerán en el olvido y nosotros avivaremos su fe aún con más resplandor con la luz única, enorme y resplandeciente de la libertad. Su fe es la nuestra. Olvidemos ese pasado gris y sirvamos gozosos a nuestro Arte, pues ¿qué puede ser más resplandeciente que la libertad y el arte libre?
Publicación original en ruso: Deineka, Aleksandr, “Iskusstvo náshij dniey”, Nash dien (19 agosto 1918), p. 12.Traducción del texto original ruso de Rafael Cañete.
Fuente: Aleksander Deineka (1899-1969). Una vanguardia para el proletariado. Fundación Juan March