Robert Guédiguian adapta al cine el síndrome de Estocolmo de periodista José Antonio Gurriarán
Víctima accidental de un atentado en 1980, empatizó con la causa armenia de sus verdugos
Comprenderlo todo es perdonarlo todo. En los límites de esa idea se mueve Una historia de locos, la última película del cineasta francés Robert Guédiguian. Una adaptación de la asombrosa vida del periodista español José Antonio Gurriarán. Ambos se han reencontrado en Valladolid, donde Una historia de locos compite en la Sección Oficial de la Seminci, para hablar de venganza, perdón, terrorismo, víctimas y genocidio armenio.
El 30 de diciembre de 1980 una bomba del estallaba en plena Gran Vía de Madrid. El entonces redactor jefe del diario Pueblo, Gurriarán, se encontraba cerca y corrió a una cabina telefónica para informar. Pero una segunda bomba le alcanzó destrozándole las piernas.
Los autores del atentado eran miembros del ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia). A Gurriarán el atentado que sufrió le dejó muletas para siempre pero también le descubrió las dimensiones del genocidio armenio (cerca de dos millones de civiles fueron asesinados por los turcos entre 1915 y 1923).
“No digo que estaba desequilibrado, pero sí cuestionado por el síndrome de Estocolmo. Soy testigo de que es real: sientes admiración por quien te hiere”, reconoce Gurriarán. Como consecuencia, empatizó con la causa de sus verdugos (escribió el libro Armenia, el genocidio oculto) y no cejó hasta conocer al comando responsable.
“Trabajé el encuentro durante todo un año hablando con los abogados de los armenios detenidos en Francia y, finalmente, fui a Libano. Estuve esperando tres días en un hotel junto al fotógrafo Carlos Bosch y luego nos vendaron la cara y nos llevaron a monte. Se juntaron dos fuerzas, porque ellos tenían curiosidad por conocer a la víctima que les buscaba tan insistentemente”, recuerda.
Robert Guédiguian, que andaba tras una historia para reflejar sus orígenes armenios, conoció a Gurriarán en la feria del libro en Marsella de 2010. “Era una víctima inocente que había intentado entender el porqué. Se convirtió en un especialista y quiso conocer a quien le había puesto una bomba. Representa una actitud ética y política tremenda”, explica el director.
El director marsellés, de 61 años, se ha llevado la historia a su terreno (literalmente, pues la sitúa en Marsella). Aunque afirma que no existe descendiente de armenios que no conozca a través de un abuelo lo que ocurrió, su familia no participaba de la sed de venganza de los personajes de su cinta. Guédiguian centra su historia en el terrorismo armenio de finales de los 70 y añade el personaje de la madre del terrorista que realiza el viaje inverso al de la víctima: de promover la violencia pasa a condenarla.
“Estoy de acuerdo con todas las posiciones y personajes: cuando se agotan todas las posibilidades no queda más remedio que tomar otro rumbo”, dice sobre una película, humanista en el fondo, que ha dedicado “a mis compañeros turcos”, en la esperanza de que la sociedad y gobierno turco algún día encaren su historia.
Volvemos a Gurriarán y al encuentro de víctima y verdugo. Convencido pacifista, les entregó un libro de Martin Luther King. “Sufre más el que comete la injusticia que el que la padece. Me sentía más fuerte que los terroristas. ¿Por qué quería conocerles? Es un tema de corazón. Mis heridas, siendo importantes como son, no son nada comparado con el genocidio armenio. Han sufrido más que yo”.
Y él mismo se plantea la pregunta que le han repetido a lo largo de estos años. “¿Por qué no tengo odio? Quizá porque mis padres eran gente de paz, o porque militaba en grupos pacifistas, porque creo en el diálogo, porque he sido seguidor de Ghandi y he conocido su obra en la India. O quizá hay otras razones: protegerme o egoísmo”, reflexiona. Aunque finalmente resume todo en una máxima sencilla “¿Por qué no odio? Es de perogrullo. Si odiara, sería más infeliz”.
Fuente: RTVE
El 30 de diciembre de 1980 una bomba del estallaba en plena Gran Vía de Madrid. El entonces redactor jefe del diario Pueblo, Gurriarán, se encontraba cerca y corrió a una cabina telefónica para informar. Pero una segunda bomba le alcanzó destrozándole las piernas.
Los autores del atentado eran miembros del ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia). A Gurriarán el atentado que sufrió le dejó muletas para siempre pero también le descubrió las dimensiones del genocidio armenio (cerca de dos millones de civiles fueron asesinados por los turcos entre 1915 y 1923).
“No digo que estaba desequilibrado, pero sí cuestionado por el síndrome de Estocolmo. Soy testigo de que es real: sientes admiración por quien te hiere”, reconoce Gurriarán. Como consecuencia, empatizó con la causa de sus verdugos (escribió el libro Armenia, el genocidio oculto) y no cejó hasta conocer al comando responsable.
“Trabajé el encuentro durante todo un año hablando con los abogados de los armenios detenidos en Francia y, finalmente, fui a Libano. Estuve esperando tres días en un hotel junto al fotógrafo Carlos Bosch y luego nos vendaron la cara y nos llevaron a monte. Se juntaron dos fuerzas, porque ellos tenían curiosidad por conocer a la víctima que les buscaba tan insistentemente”, recuerda.
Robert Guédiguian, que andaba tras una historia para reflejar sus orígenes armenios, conoció a Gurriarán en la feria del libro en Marsella de 2010. “Era una víctima inocente que había intentado entender el porqué. Se convirtió en un especialista y quiso conocer a quien le había puesto una bomba. Representa una actitud ética y política tremenda”, explica el director.
El director marsellés, de 61 años, se ha llevado la historia a su terreno (literalmente, pues la sitúa en Marsella). Aunque afirma que no existe descendiente de armenios que no conozca a través de un abuelo lo que ocurrió, su familia no participaba de la sed de venganza de los personajes de su cinta. Guédiguian centra su historia en el terrorismo armenio de finales de los 70 y añade el personaje de la madre del terrorista que realiza el viaje inverso al de la víctima: de promover la violencia pasa a condenarla.
“Estoy de acuerdo con todas las posiciones y personajes: cuando se agotan todas las posibilidades no queda más remedio que tomar otro rumbo”, dice sobre una película, humanista en el fondo, que ha dedicado “a mis compañeros turcos”, en la esperanza de que la sociedad y gobierno turco algún día encaren su historia.
Volvemos a Gurriarán y al encuentro de víctima y verdugo. Convencido pacifista, les entregó un libro de Martin Luther King. “Sufre más el que comete la injusticia que el que la padece. Me sentía más fuerte que los terroristas. ¿Por qué quería conocerles? Es un tema de corazón. Mis heridas, siendo importantes como son, no son nada comparado con el genocidio armenio. Han sufrido más que yo”.
Y él mismo se plantea la pregunta que le han repetido a lo largo de estos años. “¿Por qué no tengo odio? Quizá porque mis padres eran gente de paz, o porque militaba en grupos pacifistas, porque creo en el diálogo, porque he sido seguidor de Ghandi y he conocido su obra en la India. O quizá hay otras razones: protegerme o egoísmo”, reflexiona. Aunque finalmente resume todo en una máxima sencilla “¿Por qué no odio? Es de perogrullo. Si odiara, sería más infeliz”.
Fuente: RTVE